Nací en 1947, pero no tuvimos tele hasta 1958. Lo primero que recuerdo haber visto es Robot Monster, una película donde un individuo con traje de mono y pecera en la cabeza (llamado Ro-Man) se pasaba el día intentando matar a los últimos supervivientes de una guerra nuclear. Me pareció arte de una calidad bastante elevada.
También vi Highway Patrol, con Broderick Crawford como el intrépido Dan Matthews, y One Step Beyond, presentado por John Newland, dueño de la mirada más terrorífica de la historia. Pasaban Cheyenne, Sea Hunt, Your Hit Parade y Annie Oakley. Salía Tommy Rettig interpretando al primer amigo de los muchos que tuvo Lassie, Jock Mahoney haciendo de The Range Rider y Andy Devine diciendo «¡Espérame, Wild Bill!» con esa voz de pito que tenía, tan rara. Era un mundo de aventuras por delegación, en blanco y negro, pantalla de catorce pulgadas y anuncios de una serie de marcas que siguen sonándome a pura poesía. A mí me gustaba todo.
De todos modos, la aparición de la tele en el domicilio de los King fue relativamente tardía, de lo cual me alegro. Pensándolo bien, pertenezco a un grupo bastante selecto: el de la última promoción de novelistas norteamericanos que aprendieron a leer y escribir antes que a tragarse su ración diaria de basura visual. Quizá no sea importante, aunque también es verdad que un escritor en ciernes puede hacer cosas mucho peores que pelar el cable del televisor, enrollarlo en un clavo y volver a meterlo en el enchufe. A ver qué explota, y hasta dónde.
Nada, ideas mías.