CURRICULUM VITAE

Me impresionó mucho The Liars’ Club, la autobiografía de Mary Karr. Me impresionó por su virulencia, su hermosura y su dominio exquisito del lenguaje coloquial, pero también me impresionó por su totalidad. La autora lo recuerda todo sobre su infancia.

No es mi caso. Yo tuve una infancia muy rara, con una madre soltera que al principio viajaba mucho, y que durante una temporada (aunque no estoy completamente seguro) quizá nos dejara a mi hermano y a mí al cuidado de una hermana suya porque no estaba en situación anímica de ocuparse de nosotros. Otra posibilidad es que sólo lo hiciera para perseguir a mi padre, que a mis dos años (cuatro, en el caso de mi hermano David), habiendo acumulado una montaña de deudas, se despidió a la francesa. Si es así, no tuvo éxito en su búsqueda. Mi madre, Nellie Ruth Pilisbury King, fue una de las primeras mujeres liberadas de Estados Unidos, pero no porque quisiera.

Mary Karr presenta su infancia como un panorama casi ininterrumpido. La mía es un paisaje de niebla, de donde surgen recuerdos aislados como árboles solitarios… de esos que parece que vayan a echarte las ramas encima y comerte.

Voy a dedicar algunas páginas a esos recuerdos, añadiéndoles una serie de instantáneas de mi adolescencia y mi primera juventud, que fueron épocas un poco más coherentes. No es ninguna autobiografía. Se parece más a un curriculum cuyo objetivo es explicar la formación de un escritor. ¡Ojo! Formación, pero no creación. Yo no creo que el escritor se haga, ni por circunstancias ni por voluntad (antes sí lo creía). Es un accesorio que viene de fábrica, y que, dicho sea de paso, no tiene nada de excepcional. Estoy seguro de que hay muchísima gente con talento de escritor o narrador, y que es un talento que puede potenciarse y aguzarse. Si no lo creyera, escribir un libro de estas características sería una pérdida de tiempo.

En mi caso fue así, como podía haber sido de cualquier otra manera: un proceso inconexo de crecimiento donde intervinieron la ambición, las ganas, la suerte y un poco de talento. No vale la pena esforzarse por leer entre líneas, ni buscar el hilo conductor, porque no hay ninguno. Sólo son instantáneas, casi todas desenfocadas.