CAPÍTULO 4
Vado de Siluros
CONSEGUIR QUE LA TÍA PRUE dijera lo que querías que dijera, justo en el momento en que querías, era como pedir al sol que no brillara. Llegado el momento, y probablemente más pronto que tarde, tendrías que admitir que estabas a su merced. Yo tuve que hacerlo.
Porque lo estaba.
Mi estómago no podía soportar otro de esos pegajosos bombones, regados con otro vaso más de té frío, mientras otro más de los perros me miraba, y todo con tal de obtener lo que necesitaba saber. Lo único que me quedaba por hacer era empezar a suplicar.
—Tengo que ir a Ravenwood, tía Prue. Tienes que ayudarme. Tengo que ver a Lena.
Mi tía resopló y dejó la caja de bombones de vuelta en la encimera.
—Ah, ya veo, ¿ahora vas a empezar con el tengo que, tengo que? ¿Acaso ha muerto alguien y te ha nombrado general? Seguro que lo próximo que me dirás es que te mereces una estatua y un parterre propio. —Volvió a resoplar.
—Tía Prue… —me rendí—. Lo siento.
—Ya supongo.
—Sólo necesito saber cómo llegar a Ravenwood. —Sabía que sonaba desesperado, pero no importaba, porque lo estaba. No había sido capaz de llegar hasta allí, ni siquiera de imaginarme allí. Tenía que haber otra manera.
—Ya sabes que siempre se atraen más abejas con la miel, cariño. Cruzar de un lado al otro no te ha ayudado demasiado a mejorar tus modales, Ethan Wate. ¡Mira que dar órdenes a una mujer mayor!
Estaba empezando a perder la paciencia con mi tía.
—Ya te he dicho que lo siento. Soy nuevo en esto, ¿recuerdas? ¿Puedes ayudarme, por favor? ¿Sabes algo sobre cómo llegar de aquí a Ravenwood?
—¿Y tú sabes que estoy empezando a hartarme de esta conversación?
—¡Tía Prue!
Cerró la boca con fuerza sacando la barbilla, igual que hacía Harlon James cuando tenía un hueso en la boca.
—Tiene que haber una forma de poder verla. Mi madre vino dos veces a visitarme. Una vez fue en un fuego prendido por Amma y Twyla en el cementerio, y otra vez en mi cuarto.
—Cruzar así son palabras mayores. Pero, una vez más, eso demuestra que tu madre siempre ha sido más fuerte que la mayoría de la gente. ¿Por qué no le preguntas a ella? —Parecía irritada.
—¿Cruzar?
—Sí, cruzar al otro lado. Algo no apto para los débiles. Para la mayoría de nosotros no se puede llegar allí desde aquí.
—¿Y qué se supone que significa eso?
—Significa que no puedes hacer conservas hasta que no aprendas a hervir agua, Ethan Wate. Todo requiere un tiempo, hay que acostumbrarse al agua antes de saltar. —¡Y que me lo dijera precisamente la tía Prue, quien, según Amma, no sabía preparar nada en conserva que no causara un agujero en el pan!
Crucé los brazos irritado.
—¿Y por qué iba a querer saltar en agua hirviendo?
Me miró furiosa, abanicándose con una hoja de papel igual que hacía los domingos cuando la llevaba a la iglesia.
La mecedora se detuvo en seco. Una mala señal.
—Quiero decir, tía Prue. —Contuve el aliento hasta que la mecedora volvió a balancearse. Y esta vez bajé la voz—: Si sabes algo, ayúdame. Dijiste que fuiste a ver a la tía Grace y a la tía Mercy. Y sé que te vi cuando estaba en tu funeral.
La tía Prue retorció la boca como si le doliera la dentadura. O como si estuviera tratando de guardar sus pensamientos para sí misma.
—Entonces tenías una buena tropa de almas rotas al otro lado. Podías ver toda clase de cosas que un Mortal se supone que no puede ver. Yo misma no he conseguido ver a Twyla desde aquel día, y eso que fue ella la que me ayudó a cruzar al principio.
—No soy capaz de descubrirlo por mí mismo.
—Pues claro que lo eres. Lo que no puedes pretender es aparecer por aquí y hacer lo que te dé la gana, tan fácil como si fueras una mala tarta en una caja. Todo forma parte de cruzar. Es como ir de pesca. ¿Por qué debería entregarte un pez cuando tendría que estar enseñándote a pescar?
Enterré la cabeza entre mis manos. En ese momento concreto, me hubiera conformado de buena gana con una mala tarta en una caja.
—¿Y dónde puede un chico aprender a pescar siluros por aquí?
No hubo respuesta.
Levanté la vista y descubrí que la tía Prue se había quedado dormida en la mecedora. El papel doblado con el que había estado abanicándose descansaba en su regazo. No había forma de despertar a la tía Prue cuando se echaba una de sus siestas. Al menos antes y, probablemente, tampoco ahora.
Suspiré, retirando el improvisado abanico de su mano. Se desdobló parcialmente, revelando el borde de un dibujo. Se parecía a uno de sus mapas, a medio dibujar, más bien un garabato que otra cosa. La tía Prue no era capaz de sentarse mucho rato sin empezar a dibujar su entorno, ni siquiera en el Más Allá.
Entonces me di cuenta de que no era un mapa del Jardín de la Paz Perpetua, o, si lo era, el mundo del cementerio era mucho más grande de lo que había imaginado.
Este no era un mapa cualquiera.
Era un mapa de la Lunae Libri.
—¿Cómo puede haber una Lunae Libri en el Más Allá? No es un sepulcro, ¿verdad? Allí no murió nadie, ¿no?
Mi madre no levantó la vista de su libro de Dante, como tampoco la había alzado cuando abrí la puerta principal de golpe. Cuando estaba sumida en una de sus lecturas, era incapaz de oír una palabra de lo que nadie dijera. Leer era para ella su propia versión de Viajar.
Introduje la cabeza entre su cara y las páginas amarillentas, agitando los dedos.
—¿Mamá?
—¿Qué? —Mi madre parecía tan sorprendida como podía estarlo cualquiera cuando alguien aparece sin anunciarse.
—Déjame que te ahorre tiempo. Vi la película. El edificio de oficinas se incendia. —Cerré el libro y le mostré la hoja doblada de la tía Prue. Mi madre la cogió, alisándola con las manos.
—Sabía que Dante era un adelantado de su tiempo. —Sonrió, girando el papel.
—¿Por qué estaba la tía Prue dibujando esto? —pregunté. Pero no me respondió. Continuó mirando fijamente el papel.
—Si vas a empezar a preguntarte por qué hace tu tía las cosas que hace, entonces creo que vas a estar ocupado para el resto de la eternidad.
—¿Por qué necesitaría un mapa? —pregunté.
—Lo que tu tía necesita es encontrar a alguien más con quién hablar, aparte de ti.
Eso fue todo lo que dijo. Entonces asintió, levantándose y pasando su brazo alrededor de mis hombros.
—Vamos. Te lo mostraré.
Seguí a mi madre hasta la calle que no era calle, hasta que llegamos a una sepultura que no era exactamente una sepultura, y a una tumba familiar que no era siquiera una tumba. Dejé de andar en cuanto comprendí dónde estábamos.
Mi madre posó una mano en la lápida de Macon, una sonrisa melancólica asomó su rostro. Empujó la piedra hasta que se abrió. El vestíbulo de Ravenwood apareció ante nosotros, fantasmal y desierto, como si nada hubiera cambiado, salvo porque la familia de Lena se hubiera marchado a Barbados o algo parecido.
—¿Y bien? —No era capaz de adentrarme allí. ¿Qué sentido tenía Ravenwood sin Lena o su familia? Casi me hacía sentir peor estar aquí en su casa y, a la vez, tan lejos.
—Bueno —suspiró mi madre—. Tú eras el que quería ir a la Lunae Libri.
—¿Te refieres a la escalera secreta hacia los Túneles? ¿Me llevará hasta la Lunae Libri?
—Desde luego, no me refería a la Biblioteca del Condado de Gatlin. —Mi madre sonrió.
Pasé por delante de ella hasta el vestíbulo y eché a correr. Para cuando ella me alcanzó, ya casi había llegado a la antigua habitación de Macon. Levanté la alfombra y tiré de la trampilla para abrirla.
Allí estaban.
Los escalones invisibles que llevaban a la oscuridad Caster.
Y más allá, la biblioteca Caster.