CAPÍTULO 38

Siete horizontal

ID ENTRANDO VOSOTROS —dijo Link, poniendo el último tema de los Holy Rollers—. Yo esperaré aquí. Ya tengo suficientes libros con los del colegio.

Lena y yo nos bajamos del Cacharro quedándonos frente a la Biblioteca del Condado de Gatlin. Aquí las reparaciones iban más avanzadas de lo que recordaba. Toda la construcción principal estaba terminada por el exterior, e incluso las amables damas de las Hermanas de la Revolución habían empezado a plantar árboles junto a la puerta.

En cambio, el interior del edificio no estaba tan acabado. Grandes láminas de plástico colgaban en uno de sus lados, y pude ver herramientas y bancos de carpintero en el otro. Sin embargo, tía Marian ya había montado esa zona en particular, lo que no me sorprendió en absoluto. Prefería tener media biblioteca a no tener ninguna.

—¿Tía Marian? —Mi voz retumbó más de lo habitual, y en pocos segundos apareció al final del pasillo sin zapatos pero con calcetines. Pude ver las lágrimas en sus ojos mientras corría para darme un abrazo.

—Todavía no puedo creerlo. —Me abrazó con más fuerza.

—Créeme, lo sé.

Escuché el sonido de unos zapatos de etiqueta contra el suelo aún sin enmoquetar.

—Señor Wate, es un placer verle, hijo. —Macon lucía una enorme sonrisa en la cara. Era la misma que parecía mostrar ahora cada vez que me veía, y que estaba empezando a darme un poco de miedo.

Dio a Lena un apretón y se acercó hasta mí. Tendí mi mano para estrechar la suya, pero él me pasó el brazo alrededor del cuello.

—Yo también me alegro de verle, señor. Hemos venido para hablar con usted y con Marian.

Ella alzó una ceja.

—¡Oh!

Lena estaba retorciendo su collar de amuletos, esperando a que me explicara. Supongo que no quería darle a su tío la noticia de que ahora podíamos hacer todo lo que quisiéramos sin poner mi vida en peligro. Así que hice los honores. Y por muy intrigado que Macon pareciera, estaba absolutamente seguro de que hubiera preferido la época en que mis besos a Lena implicaban el riesgo de recibir una descarga eléctrica.

Marian se volvió hacia Macon perpleja.

—Sorprendente. ¿Qué crees que significa?

Él estaba caminando arriba y abajo frente a las estanterías.

—No estoy muy seguro.

—Sea lo que sea, ¿crees que afectará a otros Caster y Mortales? —Sabía que Lena confiaba en que esto fuera algún tipo de cambio en el Orden de las Cosas. Tal vez alguna gratificación cósmica después de todo por lo que yo había pasado.

—Lo veo muy dudoso, pero ciertamente habrá que estudiarlo. —Miró a Marian.

Ella asintió.

—Por supuesto.

Lena intentó ocultar su decepción, pero su tío la conocía demasiado bien.

—Aunque esto no esté afectando a otros Caster y Mortales, os está afectando a vosotros. El cambio tiene que empezar por algún lado, incluso en el mundo sobrenatural.

Escuché un crujido, y la puerta principal se abrió de golpe.

—¿Doctora Ashcroft?

Miré a Lena. Hubiera reconocido esa voz en cualquier parte. Aparentemente, Macon también la reconoció, porque se ocultó detrás de las estanterías con Lena y conmigo.

—Hola, Martha —saludó Marian, poniendo para la señora Lincoln su mejor voz de bibliotecaria.

—Ese coche que he visto delante es el de Wesley, ¿no? ¿Está aquí dentro?

—Me temo que no.

Link seguramente estaría agazapado en el suelo del Cacharro, escondiéndose de su madre.

—¿Hay algo más que pueda hacer hoy por usted? —preguntó Marian educadamente.

—Lo que puede hacer —se indignó la señora Lincoln— es intentar leer este libro de brujería y explicarme cómo se puede permitir que los niños puedan sacar esto de una biblioteca pública.

No necesitaba mirarlo para saber a qué libro se refería, pero fue superior a mí. Asomé la cabeza por la esquina para ver a la madre de Link agitando en el aire un ejemplar de Harry Potter y el misterio del príncipe.

No pude evitar sonreír. Era bueno saber que algunas cosas en Gatlin no cambiarían nunca.

No saqué el Barras y Estrellas durante la comida. Algunos dicen que cuando alguien a quien quieres se muere, se te quita el apetito. No obstante, me había pedido una hamburguesa con doble de pepinillos, doble de patatas, un batido de Oreos con frambuesa, y un banana split bañado en chocolate y extra de nata.

Sentía como si no hubiera comido en semanas. De hecho, no había comido nada en el Más Allá, y mi cuerpo parecía saberlo.

Mientras Lena y yo comíamos, Link y Ridley se dedicaban a bromear por ahí, aunque, para alguien que no los conociera bien, más bien parecían estar regañando.

Ridley sacudió su cabeza.

—¿En serio? ¿El Cacharro? ¿No hemos hablado ya de eso de camino hasta aquí?

—No estaba escuchando. Sólo presto atención a un diez por ciento de lo que dices. —Él la miró por encima del hombro—. El otro noventa por ciento está ocupado observándote mientras lo dices.

—Sí, bueno, tal vez yo esté un cien por cien ocupada mirando hacia otro lado. —Fingió estar harta de él, pero la conocía demasiado para saber que no era así.

Link se limitó a sonreír.

—Para que luego digan que no se usan las matemáticas en la vida real.

Ridley desenvolvió un chupachups rojo con grandes aspavientos, como siempre.

—Si crees que voy a irme a Nueva York contigo en ese cubo oxidado, estás mucho más loco de lo que pensaba, Chico Guapo.

Link acarició su cuello, y Rid le soltó un cachete.

—Vamos, nena. La última vez fue impresionante. Y esta vez no tendremos que dormir en el Cacharro.

Lena alzó una ceja hacia su prima.

—¿Dormiste en un coche?

Rid sacudió su melena rubia y rosa.

—No podía dejar a Encogido solo. Por entonces aún no era un híbrido.

Link se secó sus manos grasientas en su camiseta de Iron Maiden.

—Sabes que me quieres, Rid. Admítelo.

Ridley fingió apartarse de él, pero apenas se movió un centímetro.

—Soy una Siren, por si lo has olvidado. No quiero a nadie.

Link la besó en la mejilla.

—Excepto a mí.

—¿Tenéis sitio para dos más? —John sostenía una bandeja de fritos y patatas fritas en una mano, mientras con la otra tenía rodeada a Liv.

Lena sonrió a Liv y le hizo un hueco.

—Siempre.

Hubo un tiempo en el que no había forma de que las dos permanecieran juntas en la misma habitación. Pero eso parecía ser en otra vida. Supongo que técnicamente para mí lo era.

Liv se acurrucó bajo el brazo de John. Llevaba su camiseta de la tabla periódica y las trenzas rubias marca de la casa.

—Espero que no creas que vamos a compartir esto. —Deslizó el cucurucho de papel lleno de fritos con chile picante delante de ella.

—Yo nunca me interpondría entre los fritos y tú, Olivia. —John se inclinó y le dio un beso rápido.

—Chico listo. —Liv parecía feliz, no como si tratara de parecer feliz, sino feliz de verdad. Y me alegré por los dos.

Charlotte Chase nos llamó desde detrás del mostrador; daba la impresión de que su trabajo de verano se había convertido en un trabajo permanente para después de las clases.

—¿Alguien quiere una porción de tarta de nueces? ¿Recién salida del horno? —Levantó el molde de una tarta de aspecto tristón. No estaba recién salida de ningún horno, ni siquiera del de Sarah Lee.

—No, gracias —contestó Lena.

Link aún seguía mirando el pastel.

—Apuesto a que ni siquiera está a la altura de la peor tarta de nueces de Amma. —También él echaba de menos a Amma. Podía sentirlo. Siempre le estaba regañando por una cosa o por otra, pero quería a Link. Y él lo sabía. Amma le había pasado por alto cosas que a mí nunca me hubiera permitido, lo que hizo que recordara algo.

—Link, ¿qué fue lo que hiciste en el sótano de casa cuando tenías nueve años? —Hasta ahora Link se había negado a contarme lo que Amma tenía guardado contra él. Siempre deseé saberlo, pero era el único secreto que no le había podido sacar.

Link se revolvió en su asiento.

—Vamos, tío. Algunas cosas son privadas.

Ridley le miró suspicaz.

—¿No fue esa vez cuando hurgaste en sus licores y vomitaste por todas partes?

Él sacudió la cabeza.

—¡Qué va! Eso fue en otro sótano. —Se encogió de hombros—. Oye, hay un montón de sótanos por aquí.

Todos nos quedamos mirándole.

—Está bien. —Pasó una mano por su pelo de punta nerviosamente—. Ella me pilló… —vaciló—. Me pilló vestido…

—¿Vestido? —Ni siquiera quería plantearme lo que significaba aquello.

Link se frotó la cara, apurado.

—Fue horrible, colega. Y si mi madre lo supiera alguna vez, te mataría por haberlo contado y a mí por haberlo hecho.

—¿Qué es lo que llevabas? —preguntó Lena—. ¿Un vestido? ¿Zapatos de tacón?

Él sacudió la cabeza. Su cara roja de vergüenza.

—Peor.

Ridley le golpeó en el brazo, con aspecto de estar también bastante nerviosa.

—Escúpelo. ¿Qué demonios llevabas puesto?

Link agachó la cabeza.

—Un uniforme de soldado de la Unión. Lo robé del garaje de Jimmy Weeks.

Solté una carcajada, y en pocos segundos también Link. Nadie más en la mesa podía entender el pecado de un chico sureño —cuyo padre había estado al frente de la Caballería Confederada en la Reconstrucción de la Batalla de Honey Hill, y cuya madre era un orgulloso miembro de las Hijas de la Revolución Americana—, que intentó probarse el uniforme de la Guerra Civil del bando opuesto. Había que ser de Gatlin.

Era una de esas verdades no habladas, como la de que no se podía hacer una tarta para los Wate porque la de Amma siempre sería mejor; o como la de que no te podías sentar enfrente de Sissy Honeycutt en la iglesia porque no paraba de hablar durante el sermón del pastor; o la de que no se podía elegir el color de la pintura de tu casa sin consultar a la señora Lincoln, salvo que te llamaras Lila Evers Wate.

Gatlin era así.

Una gran familia, todos y cada uno de ellos, con sus cosas buenas y malas.

Incluso la señora Asher le había dicho a la señora Snow que le dijera a la señora Lincoln que le dijera a Link que me dijera que se alegraba de tenerme de vuelta de una pieza tras mi estancia con la tía Caroline. Le dije a Link que le diera las gracias, porque lo sentía de verdad. Tal vez la señora Lincoln me hiciera algún día uno de sus famosos brownies.

Si lo hacía, podía jurar que dejaría el plato limpio.

Cuando Link nos acercó con el coche, Lena y yo nos dirigimos directamente hasta Greenbrier. Era nuestro rincón, y por muchas cosas terribles que hubieran sucedido allí, siempre sería el lugar donde encontramos el guardapelo. Donde vi a Lena mover las nubes por primera vez, aunque no me diera cuenta. Donde prácticamente aprendimos latín, tratando de traducir el Libro de las Lunas.

El jardín secreto de Greenbrier contenía nuestros secretos desde el principio. Y, de alguna forma, nosotros también estábamos empezando de nuevo.

Lena me lanzó una mirada extrañada cuando finalmente desplegué el periódico que había estado llevando toda la tarde.

—¿Qué es eso? —Cerró su cuaderno de espiral, aquel en el que se pasaba el día escribiendo, como si no pudiera plasmar con suficiente rapidez las ideas en sus páginas.

—El crucigrama. —Nos tumbamos boca abajo en el césped, acurrucados el uno contra el otro en nuestro viejo lugar bajo el árbol, cerca del limonar, junto a la lápida. Haciendo honor a su nombre, Greenbrier era la zona más verde que había visto nunca. No había un solo cigarrón ni un trozo de hierba seca a la vista. Gatlin realmente había vuelto a la mejor versión de su antiguo yo.

Nosotros hicimos esto, L. No sabíamos lo poderosos que éramos.

Ella apoyó la cabeza en mi hombro.

Ahora lo sabemos.

No tenía idea de cuánto podría durar aquello, pero me juré a mí mismo que no volvería a dar nada por sentado de nuevo. Ni un solo minuto que pudiéramos disfrutar juntos.

—Pensé que podríamos hacerlo. Ya sabes, por Amma.

—¿El crucigrama?

Asentí y ella se rio.

—¿Sabes que nunca en mi vida me había fijado en los crucigramas? Ni una vez. No hasta que te marchaste y empezaste a usarlos para hablar conmigo.

—Muy astuto, ¿no crees? —Le di un codazo.

—Mejor que lo de intentar hacer canciones. Aunque tus crucigramas tampoco eran gran cosa. —Sonrió mordiéndose el labio inferior. No pude resistirme y la besé una y otra vez, hasta que finalmente se apartó, riéndose.

—Bueno, vale. Eran muy buenos. —Se acercó tanto que apoyó su frente contra la mía.

Sonreí.

—Admítelo, L. Mis crucigramas te encantaron.

—¿Estás de broma? Pues claro que sí. Era como si volvieras a mí cada vez que miraba esos estúpidos pasatiempos.

—Estaba desesperado.

Desplegamos el periódico entre nosotros, y saqué el lápiz del número dos. Debí imaginar lo que nos encontraríamos.

Amma me había dejado un mensaje, igual a los que yo le había dejado a Lena.

Cinco horizontal. O sea, ser o…

E.S.T.A.R.

Cuatro vertical. Lo opuesto al mal.

B.I.E.N.

Cinco vertical. La víctima de un accidente de trineo, en una novela de Edith Wharton.

E.T.H.A.N.

Siete horizontal. Es decir, expresión de alegría.

A.L.E.L.U.Y.A.

Estrujé el periódico y tiré de Lena hacia mí.

Amma estaba en casa.

Amma estaba conmigo.

Y Amma se había ido.

Lloré casi hasta que el sol desapareció del cielo y la pradera a mi alrededor estuvo tan oscura y tan luminosa como yo mismo me sentía.