CAPÍTULO 33
El camino del Wayward
RESPIRÉ HONDO y dejé que el poder de la Temporis Porta fluyera hacía mí. Necesitaba sentir algo más que conmoción. Sin embargo, parecían dos puertas normales de madera, a pesar de que tuvieran más de mil años de antigüedad y estuvieran enmarcadas por inscripciones en niádico, una lengua perdida aún más antigua.
Presioné mis dedos contra la madera. Sentía como si la sangre de Sarafine estuviera en mis manos en este mundo, de la misma forma que mi sangre había estado sobre la suya en el último. Poco importaba que hubiera intentado detenerla.
Se había sacrificado a sí misma para que yo tuviera la oportunidad de llegar hasta el Gran Custodio. Aunque el odio fuera su única motivación, Sarafine me había dado la oportunidad de volver a casa con la gente a la que amaba.
Tenía que seguir adelante. Tal y como había dicho el oficial de las Verjas, sólo había un camino hasta el lugar al que necesitaba ir: el Camino del Guerrero. Tal vez así era como uno se tenía que sentir.
Horrible.
Traté de no pensar en lo otro. En el hecho de que el alma de Sarafine estuviera atrapada en la Oscuridad Eterna. Lo cual era difícil de imaginar.
Di un paso atrás para apartarme de las macizas hojas de madera de la Temporis Porta. Era idéntica a la puerta que había encontrado en los Túneles Caster que discurrían por debajo de Gatlin. La misma que me llevó hasta el Custodio Lejano por primera vez. Madera de serbal, tallada con círculos Caster.
Coloqué la palma de mis manos contra la áspera superficie de las hojas.
Como siempre, cedieron ante mí. Yo era el Wayward, y ellas eran el camino. Estas puertas se abrirían para mí en este mundo igual que lo habían hecho en el otro. Me mostrarían el camino.
Empujé con fuerza.
Las puertas se abrieron y accedí al interior.
Había tantas cosas de las que no era consciente cuando estaba vivo. Tantas cosas que daba por hechas. Mi vida no parecía tan valiosa cuando la tenía.
Pero aquí, había luchado por encima de una montaña de huesos, cruzado un río, penetrado a través de una montaña, suplicado, negociado y canjeado de un mundo al otro, para conseguir llegar hasta estas puertas y esta habitación.
Ahora sólo tenía que encontrar la biblioteca.
Una página en un libro.
Una página en Las Crónicas Caster, y podría volver a casa.
La inminencia de aquello pareció arremolinarse en el aire en torno a mí. Ya había experimentado esa sensación una vez con anterioridad, en la Frontera, otra costura entre los mundos. Entonces, al igual que ahora, había sentido el poder chasqueando en el aire, la magia. Estaba en un lugar donde podían suceder cosas increíbles y lo hacían.
Había algunas habitaciones que podían cambiar el mundo.
Mundos.
Esta era una de ellas, con sus pesados cortinajes y sus polvorientos retratos y la madera oscura y las puertas de serbal. Un lugar donde todas las cosas eran juzgadas y castigadas.
Sarafine me había prometido que Angelus vendría a por mí, que prácticamente había sido él quien me había dejado pasar. Era inútil ocultarse. Seguramente él era la razón por la que fui sentenciado a morir antes de tiempo.
Si había alguna forma de rodearle, una forma de llegar hasta la biblioteca y Las Crónicas Caster, aún no había dado con ella. Sólo confiaba en que acudiría a mí, tal y como me habían venido muchas ideas en el pasado cuando mi futuro estaba en juego.
La única duda era si él aparecería primero.
Decidí arriesgarme e intentar localizar la biblioteca antes de que Angelus me encontrara. De haber funcionado hubiera sido un buen plan. Pero apenas había cruzado la habitación cuando los vi.
Los Guardianes del Consejo —el hombre con el reloj de arena, la mujer albina y Angelus— aparecieron ante de mí.
Sus túnicas caían alrededor de ellos hasta reposar en sus pies, y apenas se movían. Ni siquiera podía distinguir si estaban respirando.
—Puer Mortalis. Is qui, unus, duplex est. Is qui mundo, qui fuit, finem attulit. —Cuando uno de ellos habló, sus bocas se movieron como si fueran una sola persona, o como si estuvieran gobernadas por un solo cerebro. Casi lo había olvidado.
No dije nada y permanecí inmóvil.
Se miraron entre ellos y hablaron de nuevo.
—Chico Mortal. El Uno Que Son Dos. El Que Aniquiló el Mundo Que Era.
—Diciéndolo así suena un poco escalofriante. —No era latín, pero fue lo mejor que se me ocurrió. No contestaron.
Escuché el murmullo de voces extrañas a mi alrededor y me volví para ver la habitación súbitamente abarrotada de gente desconocida. Busqué los reveladores tatuajes y los ojos dorados de los Caster Oscuros, pero me sentía demasiado desorientado como para registrar nada más allá de las tres figuras con túnica que estaban delante de mí.
—Hijo de Lila Evers Wate, fallecida Guardiana de Gatlin. —El coro de voces atronó en el enorme vestíbulo como si fuera un bramido. Me recordó a la Banda de Principiantes a cargo de la señorita Spider del Jackson High, pero menos desafinado.
—En carne y hueso. —Me encogí de hombros—. O no.
—Has superado el laberinto y derrotado a la Cataclyst. Muchos lo han intentado. Sólo tú has sido… —Hubo un titubeo, una pausa, como si los Guardianes no supieran cómo continuar. Respiré hondo, esperando que dijeran algo como exterminado—. Victorioso.
Parecía que les había costado esfuerzo decir la palabra.
—No exactamente. Ella más bien se derrotó a sí misma. —Dirigí a Angelus, que estaba de pie en el centro, una mirada ceñuda. Quería que me viera. Quería que supiera que sabía lo que le había hecho a Sarafine. El modo en que había encadenado al Caster, como a un perro, a un trono de huesos. ¿Qué clase de juego enfermizo era aquel?
Pero Angelus no parpadeó.
Di un paso para acercarme más.
—O supongo que tú la derrotaste, Angelus. Eso fue lo que Sarafine dijo. Que te divertiste torturándola. —Recorrí la habitación con la vista—. ¿Eso es lo que los Guardianes hacen por aquí? Porque ciertamente no es lo que hacen los Guardianes de donde yo vengo. Allá, en casa, son buena gente, que se preocupa por cosas como lo justo y lo injusto, el bien y el mal y todo eso. Como mi madre.
Miré a la multitud detrás de mí.
—Al parecer, todos vosotros estáis un poco desorientados.
Los tres hablaron de nuevo, al unísono.
—Eso no nos incumbe. Victori spolia sunt. El botín es para el vencedor. La deuda ha sido pagada.
—Respecto a eso… —Si este era mi camino de vuelta a Gatlin quería saberlo.
Angelus levantó la mano, silenciándome.
—A cambio has ganado la entrada a este Custodio, el Camino del Guerrero. Mereces ser elogiado.
La multitud guardó silencio, lo cual no me hizo sentir nada elogiado. Si acaso tenía la sensación de estar a punto de ser sentenciado. O tal vez eso era a lo que me había acostumbrado después de ver cómo se hacían las cosas por aquí.
Miré en torno a mí.
—Eso no suena como si realmente lo sintiera.
La multitud empezó a susurrar de nuevo. Los tres Guardianes del Consejo me miraron fijamente. O eso creí. Era imposible ver sus ojos detrás de sus extrañas gafas con cristales prismáticos, entre los parpadeantes destellos dorados, plateados y cobrizos de los cordones que las mantenían en su lugar.
Lo intenté de nuevo.
—Hablando de botín, yo estaba pensando más bien en volver a Gatlin. ¿No era ese el trato? ¿Uno de nosotros va a la Oscuridad Eterna y el otro puede marcharse?
La multitud estalló en un alboroto.
Angelus dio un paso al frente.
—¡Ya basta! —La habitación se quedó de nuevo en silencio. Esta vez habló él solo. Los otros Guardianes me miraron sin decir nada—. El trato era sólo para la Cataclyst. No hemos hecho pacto alguno con un Mortal. Nunca devolveremos la existencia a un Mortal.
Recordé el pasado de Amma, revelado a través de la piedra negra que aún llevaba en mi bolsillo. Sulla la había advertido que Angelus odiaba a los Mortales. Él nunca dejaría que me marchara.
—¿Y qué pasa si el Mortal nunca debió estar aquí? —Los ojos de Angelus se agrandaron—. Quiero que me devuelvan mi página.
Esta vez la multitud soltó un grito ahogado.
—Lo que está escrito en Las Crónicas es ley. Las páginas no se pueden mover —susurró Angelus.
—¿Pero tú puedes reescribirlas siempre que quieras? —No podía ocultar la rabia en mi voz. Él me lo había arrebatado todo. ¿Cuántas vidas más habría destruido?
¿Y todo por qué? ¿Porque no podía ser un Caster?
—Tú eras el Uno Que Son Dos. Tu destino era ser castigado. No deberías haber metido a la Lilum en cuestiones que no le competía resolver.
—Espera. ¿Qué tiene que ver Lilian English, quiero decir la Lilum, en todo esto? —Mi profesora de inglés, cuyo cuerpo había sido ocupado por la más poderosa criatura del mundo Diabólico, había sido la que me mostró lo que tenía que hacer para arreglar el Orden de las Cosas.
¿Era esa la causa por la que me castigaba? ¿Acaso me había entrometido en lo que estaba planeando con Abraham fuese lo que fuese? ¿Tratando de destruir la raza Mortal? ¿Utilizando a los Caster como ratas de laboratorio?
Siempre creí que cuando Lena y Amma me trajeron de vuelta del mundo de los muertos con el Libro de las Lunas, habían puesto algo en marcha que no podía ser deshecho. Algo que comenzó al desenmarañar el agujero en el universo, y que fue la razón por la que tuve que saltar del depósito de agua para repararlo.
¿Qué pasaba si lo había entendido al revés?
¿Qué pasaba si lo que se suponía que debía suceder era ese desenmarañar?
¿Qué pasaba si el crimen había sido repararlo?
Ahora lo veía muy claro. Como si todo estuviera sumido en la oscuridad y de pronto hubiera salido el sol. Algunos momentos son así. Pero ahora sabía la verdad.
Se suponía que yo debía fallar.
El mundo tal y como lo conocíamos debía terminar.
Los Mortales no eran el propósito. Eran el problema.
La Lilum no debería haberme ayudado, y yo no debería haber saltado.
Se suponía que ella debía condenarme, y yo tenía que haber renunciado. Angelus había apostado por el equipo equivocado.
Un sonido retumbó a través de la sala cuando las enormes puertas, en uno de los extremos más alejados se abrieron, revelando a una pequeña figura de pie ante ellas. Hablando de apostar por el equipo equivocado, nunca hubiera hecho esta apuesta, ni siquiera en millones de vidas.
Era más inesperada que Angelus o cualquiera de los Guardianes.
Él sonrió ampliamente; al menos pensé que era una sonrisa. Era difícil saberlo con Xavier.
—Ho… hola. —Xavier recorrió con la mirada la intimidante habitación, carraspeando, y lo intentó de nuevo—. Hola, amigo.
Había tanto silencio que se podía haber oído alguno de sus preciosos botones caer.
El único que no permaneció en silencio fue Angelus.
—¿Cómo te atreves a volver a mostrar tu cara desfigurada por aquí, Xavier? ¿Acaso queda algún resto de Xavier, bestia?
Las alas de cuero de Xavier se encogieron.
Angelus pareció enfurecerse aún más.
—¿Por qué te has implicado en esto? Tu destino no está entrelazado con el del Wayward. Estás cumpliendo tu sentencia. No necesitas hacer tuyas las batallas de un Mortal muerto.
—Ya es demasiado tarde para eso, Angelus —contestó.
—¿Por qué?
—Porque él pagó su camino, y yo acepté el precio. Porque… —Xavier empezó a hablar más lentamente, como si intentara que las palabras se ordenaran en su mente—, es mi amigo, y no tengo otro.
—Él no es tu amigo —afirmó Angelus en tono sibilante—. Eres demasiado estúpido como para tener un amigo. Estúpido y despiadado. Todo lo que te importan son tus inútiles cachivaches, tus chucherías perdidas. —Angelus parecía frustrado. Me pregunté por qué le importaba tanto lo que Xavier pensaba o hacía.
¿Qué era Xavier para él?
Tenía que haber una historia entre ellos. Pero preferí no saber nada que tuviera que ver con Angelus y sus secuaces, o con los crímenes que debían de haber cometido. El Custodio Lejano era lo más cercano al infierno que nunca había encontrado en la vida real, o en mi vida después de la vida.
—Lo que crees saber de mí —respondió Xavier lentamente— no es nada. —Su rostro retorcido era más inexpresivo que de costumbre—. Menos de lo que yo sé de mí mismo.
—Eres un estúpido —contestó Angelus—. Eso lo sé.
—Soy un amigo. Poseo dos mil botones de todas clases, ochocientas llaves, y un único amigo. Tal vez es algo que no puedes entender. Sé que hasta ahora no ha habido muchas ocasiones en las que me haya comportado como tal. —Parecía orgulloso de sí mismo—. Pero ahora lo seré.
También yo estaba orgulloso de él.
—¿Sacrificarías tu alma por un amigo? —preguntó Angelus burlonamente.
—¿Acaso es distinto un amigo de un alma, Angelus? —Los Guardianes del Consejo guardaron silencio. Xavier ladeó su cabeza de nuevo—. ¿Lo distinguirías si fuera así?
Angelus no respondió, pero no hacía falta. Todos sabíamos la respuesta.
—Entonces, ¿qué estás haciendo aquí? Mortali Comes. —Angelus dio un paso hacia Xavier, y este retrocedió—. Amigo de Mortal —gruñó Angelus.
Resistí las ganas de interponerme entre ellos, confiando en que Xavier, por el bien de los dos, no intentara salir corriendo.
—Pretendes destruir al Mortal, ¿no es así? —Xavier tragó saliva.
—Así es —respondió Angelus.
—Pretendes destruir la raza Mortal. —No era una pregunta.
—Por supuesto. Al igual que con una plaga, el objetivo final es la aniquilación.
A pesar de que estaba esperando algo así, la respuesta de Angelus me cogió desprevenido.
—¿Que tú qué…?
Xavier me miró como si quisiera cerrarme la boca.
—No es ningún secreto. Los Mortales son un incordio para las razas sobrenaturales. No es nada nuevo.
—Ojalá lo fuera. —Sabía que Abraham quería aniquilar la raza Mortal. Si Angelus estaba trabajando con él, sus objetivos sin duda coincidirían.
—¿Buscas diversión? —Xavier observó a Angelus.
Angelus miró las curtidas alas de Xavier con repugnancia.
—Busco soluciones.
—¿A la condición Mortal?
Angelus sonrió, oscuro y sin alegría.
—Como he dicho, a la plaga Mortal.
Me sentí enfermo, pero Xavier se limitó a suspirar.
—Llámalo cómo quieras. Te propongo un desafío.
—¿Un qué? —No me gustó cómo sonaba aquello.
—Un desafío.
Angelus le miró suspicaz.
—El Mortal derrotó a la Reina Oscura y ganó. Ese es el único desafío al que se enfrentará hoy.
Empezaba a sentirme furioso.
—Ya te lo he dicho. No maté a Sarafine. Ella se derrotó a sí misma.
—Cuestión de semántica —puntualizó Angelus.
Xavier nos silenció a ambos.
—¿Así que no quieres enfrentarte al Mortal en un desafío?
Hubo un rugido en la multitud, y Angelus miró a Xavier como si deseara arrancarle las alas.
—¡Silencio!
El murmullo cesó inmediatamente.
—¡No temo a ningún Mortal!
—Entonces, esta es mi propuesta. —Xavier intentaba mantener la voz firme, pero resultaba evidente que estaba aterrorizado—. El Mortal se enfrentará contigo en el Gran Custodio e intentará recuperar su página. Tú intentarás detenerle. Si tiene éxito, le permitirás hacer con ella lo que desee. Pero si logras detenerlo y que no obtenga su página, él te permitirá hacer con ella lo que tú quieras.
—¿Cómo? —Estaba sugiriendo que me enfrentara con Angelus. En un escenario así, mis posibilidades serían nulas.
Angelus era consciente de que todos los ojos estaban pendientes de él, mientras la multitud y los otros Guardianes del Consejo esperaban su respuesta.
—Interesante.
Sentí ganas de largarme a la velocidad del rayo de la habitación.
—No es interesante. Ni siquiera sé de qué estáis hablando.
Angelus se inclinó sobre mí, con sus ojos centelleando.
—Déjame que te lo explique. Una vida de servidumbre o la simple destrucción de tu alma. En realidad, me es indiferente. Lo decidiré a mi capricho, como me plazca. Y cuando me plazca.
—No estoy muy seguro de eso. —Sonaba como una proposición perdida de antemano.
Xavier dejó caer una mano sobre mi hombro.
—No tienes elección. Es la única oportunidad de que dispones de volver a casa con la chica de los rizos. —Se volvió hacia Angelus, tendiendo su mano—. ¿Trato hecho?
Angelus miró la mano de Xavier como si estuviera infectada.
—Acepto.