CAPÍTULO 29
Las manos de los muertos
—YA IBA SIENDO HORA. —Con los brazos cruzados en señal de impaciencia, Amma miraba fijamente la abertura en el viejo muro de piedra mientras lo atravesábamos.
El tío Macon tenía razón; no le gustaba que la hicieran esperar.
Marian posó suavemente una mano en el hombro de Amma.
—Estoy segura de que ha sido difícil reunir a todos.
Amma resopló, ignorando la excusa.
—Hay cosas difíciles, y cosas más difíciles todavía.
John y Liv estaban sentados en el suelo el uno junto al otro, la cabeza de ella descansaba despreocupadamente en el hombro de John. Tío Barclay entró detrás de mí y ayudó a tía Del a transitar entre los fragmentos desprendidos del muro. Ella parpadeó con fuerza, mirando hacia un punto no muy lejos de la tumba de Genevieve. Entonces se tambaleó y el tío Barclay tuvo que sostenerla.
Obviamente, las capas del tiempo estaban volviéndose a pegar entre sí, de la forma en que sólo lo hacían para tía Del.
Me pregunté qué habría visto. Habían sucedido tantas cosas en Greenbrier. La muerte de Ethan Carter Wate, la primera vez que Genevieve utilizó el Libro de las Lunas para traerlo de vuelta, el día que Ethan y yo encontramos el guardapelo y tuvimos la visión, o la noche en la que tía Del utilizó sus poderes para mostrarnos, en este mismo lugar, los fragmentos del pasado de Genevieve.
Pero todo había cambiado desde entonces. Desde el día en que Ethan y yo intentamos averiguar cómo reparar el Orden y, accidentalmente, yo quemé el césped bajo nuestros pies.
Cuando contemplé cómo mi madre ardía hasta morir.
¿Podría tía Del ver todo eso? ¿Podría verlo?
Un inesperado sentimiento de vergüenza recorrió mi mente, y confié secretamente en que no pudiera.
Amma hizo un gesto de saludo a la abuela.
—Emmaline. Tienes buen aspecto.
La abuela sonrió.
—Lo mismo te digo, Amarie.
Tío Macon fue el último en entrar en el jardín abandonado. Se quedó rezagado junto al muro, abrumado por una desconocida y casi imperceptible incomodidad.
Amma fijó sus ojos en él, como si estuvieran teniendo una conversación que sólo ellos podían escuchar.
Era imposible ignorar la tensión reinante entre ellos. No había vuelto a verlos juntos desde la noche que perdimos a Ethan y ambos aseguraron que todo iba bien.
Pero ahora que se encontraban a pocos pasos el uno del otro, estaba claro que nada iba bien. De hecho, Amma tenía aspecto de querer cortar la cabeza de mi tío.
—Amarie —saludó lentamente, con una respetuosa inclinación de cabeza.
—Me sorprende que te hayas dignado aparecer. ¿No te preocupa que algo de mi maldad pueda manchar esos elegantes zapatos tuyos? —espetó—. No me gustaría que sucediera. No cuando tus zapatos de fiesta costaron sus bonitos billetes.
¿De qué está hablando?
Amma era una santa, al menos eso es lo que siempre pensé de ella.
La abuela y tía Del intercambiaron varias miradas, igualmente confusas. Marian miró hacia otro lado. Sabía algo, pero no pensaba decirlo.
—La pena vuelve desesperada a la gente —respondió tío M—. Si alguien lo sabe mejor que nadie, ese soy yo.
Amma le dio la espalda, mirando hacia el whisky y el vaso colocados en el suelo junto al Libro de las Lunas.
—No estoy segura de que entiendas nada que no se adapte a tus propósitos, Melquisedec. Si no creyera que necesitamos tu ayuda, te enviaría directamente de vuelta a casa.
—Eso no sería justo. Estaba tratando de protegerte… —Tío Macon se detuvo cuando advirtió que todos estábamos mirándoles. Todos excepto Marian y John, que parecían hacer lo imposible para no mirar a Amma y a mi tío. Lo que significaba tener que mirar al barro del suelo o al Libro de las Lunas, aunque ninguna de las dos cosas iba a hacer que todos los que nos habíamos reunido allí nos sintiéramos menos incómodos.
Amma se dio la vuelta para enfrentarse a tío Macon.
—La próxima vez procura protegerme un poco menos a mí y un poco más a mi chico. Si es que hay una próxima vez.
¿Acaso culpaba a tío Macon por no haber cumplido mejor su trabajo de proteger a Ethan cuando estaba vivo? Aquello no tenía sentido…
—¿Por qué os peleáis así? —demandé—. Estáis comportándoos como Reece y Ridley.
—¡Oye! —saltó Reece. Rid se limitó a encogerse de hombros.
Lancé a Amma y a mi tío una mirada.
—Creí que estábamos aquí para ayudar a Ethan.
Amma resopló, y mi tío pareció disgustado, pero ninguno de los dos dijo una palabra.
Finalmente Marian habló:
—Creo que todos estamos preocupados. Por eso lo mejor será que dejemos las rencillas a un lado y nos centremos en el asunto que nos ha traído aquí. Amma, ¿qué es lo que necesitas que hagamos?
Amma no apartó los ojos de mi tío.
—Necesito que los Caster formen un círculo a mi alrededor. Los Mortales pueden intercalarse entre ellos. Necesitamos todo el poder de este mundo para entregar esa cosa diabólica a aquellos que podrán llevarlo el resto del trayecto.
—Los Antepasados, ¿verdad? —dije.
Asintió.
—Si es que contestan.
¿Si contestan? ¿Es que había una posibilidad de que no lo hicieran?
Amma señaló a la tierra bajo mis pies.
—Lena, necesito que me traigas el libro.
Levanté el polvoriento volumen de cuero y sentí el poder palpitando a través de él como un latido.
—El libro no va a querer marcharse —explicó Amma—. Quiere permanecer aquí, donde puede causar problemas. Igual que tu prima, aquí presente. —Ridley puso los ojos en blanco, pero Amma únicamente me miraba a mí—. Voy a llamar a los Antepasados, pero tienes que conservar el libro contigo hasta que se lo lleven.
¿Qué podría hacer? ¿Salir volando?
—Todos los demás haced un círculo. Cogeros las manos decididos y con fuerza.
Después de que Ridley y Link protestaran por tener que cogerse las manos, y Reece se negara a dar la suya a Ridley o John, finalmente consiguieron completar el círculo.
Amma miró hacia mí.
—Los Antepasados no han estado precisamente contentos conmigo. Tal vez no vengan. Y si lo hacen, no puedo prometer que se lleven el libro.
No podía imaginar qué motivo podían tener los Antepasados para estar disgustados con Amma. Eran su familia, y habían venido en nuestro rescate en más de una ocasión.
Sólo necesitábamos que lo hicieran una vez más.
—Quiero que los Caster se concentren en el círculo con todo lo que tengan en su interior. —Amma se agachó y llenó el vaso con Wild Turkey. Se lo bebió de un trago y luego volvió a rellenarlo para el tío Abner—. No importa lo que pase… dirigid el poder hacía mí.
—¿Y qué pasa si le hace daño? —preguntó Liv preocupada.
Amma volvió la vista hacia Liv, su expresión retorcida y rota.
—No puedo estar más dolida de lo que ya lo estoy. Limitaos a continuar así.
Tío Macon dio un paso adelante, dejando caer la mano de tía Del.
—¿Serviría de algo si te ayudo? —le preguntó a Amma.
Ella alzó un tembloroso dedo hacia él.
—Sal ahora mismo de mi círculo. Puedes hacer tu parte desde allí.
Sentí una corriente de calor surgir del libro, como si su rabia se expandiera para unirse a la de Amma.
El tío Macon retrocedió y unió sus manos a las de todos los demás.
—Algún día me perdonarás, Amarie.
Los ojos oscuros de ella se estrecharon para encontrarse con los verdes.
—Pero no hoy.
Amma cerró los ojos, y mi pelo empezó a rizarse involuntariamente mientras pronunciaba las palabras que sólo ella podía decir.
Sangre de mi sangre,
y raíces de mi alma,
necesito vuestra intercesión.
El viento empezó a soplar a mi alrededor dentro del círculo, y un relámpago estalló sobre nuestras cabezas. Sentí el calor del libro unirse al calor de mis manos, un calor al que podía dominar, para quemar o destruir.
Amma no se detuvo, como si estuviera hablando con el cielo.
Os invoco para que os llevéis lo que no puedo.
Para que veáis lo que no puedo.
Para que hagáis lo que no puedo.
Un resplandor verde surgió de las manos del tío Macon expandiéndose alrededor del círculo de una mano a otra. La abuela cerró los ojos, como si intentara canalizar el poder de Macon. John lo advirtió y cerró también sus ojos, y la luz se intensificó.
Los relámpagos desgarraron el cielo, pero el universo no se abrió, y los Antepasados no aparecieron.
¿Dónde estáis?, rogué en silencio.
Amma lo intentó de nuevo.
Esta es la encrucijada que no puedo cruzar.
Sólo vosotros podéis llevar este libro a mi chico.
Enviarlo desde nuestro mundo al vuestro.
Me concentré aún con más fuerza, ignorando el calor del libro en mis manos. Escuché una rama que se tronchaba, y luego otra. Abrí los ojos, y una llamarada surgió en el exterior del círculo. Propagándose como si alguien hubiera encendido la mecha de un cartucho de dinamita, al tiempo que recorría rápidamente la hierba y creaba un nuevo círculo fuera del primero.
La Estela de Fuego, las llamas incontroladas que a veces prendía contra mi voluntad. El jardín estaba ardiendo de nuevo por mi culpa. ¿Cuántas veces podría abrasarse esta tierra antes de que el daño fuera irreparable?
Amma apretó los ojos con más fuerza. Esta vez pronunció las palabras directamente. No eran un canto sino una súplica.
—Sé que no queréis venir por mí. Así que hacedlo por Ethan. Os está esperando, y sois parte de su familia tanto como de la mía. Haced lo correcto. Una última vez. Tío Abner. Tía Delilah. Tía Ivy. Abuela Sulla. Twyla. Por favor.
El cielo se abrió y la lluvia descargó de los cielos. Pero el fuego continuaba, y la luz Caster aún refulgía.
Distinguí algo pequeño y negro dando vueltas por encima de nosotros.
El cuervo.
El cuervo de Ethan.
Amma abrió los ojos y también lo vio.
—Eso es, tío Abner. No castigues a Ethan por mis errores. Sé que has estado cuidando de él allí arriba, de la misma forma que siempre cuidaste de nosotros aquí abajo. Él necesita este libro. Tal vez tú sepas por qué, aunque yo lo desconozca.
El cuervo empezó a volar en círculos cada vez más cerca, y los rostros surgieron en el cielo oscuro, uno a uno, sus facciones esculpiéndose allí en el universo, por encima de nosotros.
El tío Abner apareció el primero, su rostro arrugado, marchito por el tiempo.
El cuervo aterrizó en su hombro como un pequeño ratón a los pies de un gigante.
Sulla la Profetisa fue la siguiente, con sus regias trenzas cayendo en cascada sobre su hombro. Hebras de enmarañadas cuentas descansaban contra su pecho como si no le pesaran. O merecieran su peso.
El Libro de las Lunas se estremeció en mis manos, como si intentara soltarse. Pero sabía que no eran los Antepasados los que tiraban de él.
El libro se estaba resistiendo.
Afiancé mis manos sobre él mientras tía Delilah y tía Ivy aparecían simultáneamente, cogidas de la mano y mirando hacia abajo como si estuvieran evaluando la escena. O nuestras intenciones, o nuestras habilidades, era imposible de saber.
Pero, en cualquier caso, nos estaban juzgando. Podía sentirlo, y el libro también. Intentó soltarse otra vez, chamuscando la piel de mis palmas.
—¡No lo sueltes! —advirtió Amma.
—No lo haré —grité por encima del viento—. Tía Twyla, ¿dónde estás?
Los ojos oscuros de la tía Twyla aparecieron antes que su amable rostro y sus brazos cubiertos de brazaletes. Antes que su cabello trenzado anudado con amuletos, o las sartas de pendientes que colgaban de sus orejas.
—¡Ethan necesita esto! —grité por encima del viento y la lluvia y el fuego.
Los Antepasados mantenían la vista puesta en nosotros, pero no reaccionaron.
El Libro de las Lunas, sí.
Sentí el pulso latiendo dentro de él, el poder y la rabia expandiéndose a través de mi cuerpo como veneno.
No lo sueltes.
Una serie de imágenes pasaron fugaces ante de mis ojos.
Genevieve sujetando el libro, pronunciando las palabras que traerían a Ethan Carter Wate de vuelta durante una fracción de segundo, y maldiciendo a nuestra familia durante generaciones.
Amma y yo recitando esas mismas palabras, de pie al lado de Ethan Lawson Wate, nuestro Ethan.
Sus ojos abriéndose y los del tío Macon cerrándose.
Abraham de pie sobre el libro mientras el fuego amenazaba Ravenwood en la distancia, la voz de su hermano suplicándole que parara, justo antes de que asesinara a Jonas.
Podía verlo todo.
A todas las personas que el libro había tocado y dañado.
A las personas que conocía y a aquellas que no reconocía.
Podía sentir cómo intentaba apartarse de mí de nuevo, y esta vez grité más fuerte.
Amma agarró el libro, colocando sus manos sobre las mías. Noté cómo sus palmas ardían en las partes donde su piel estaba rozando el cuero.
Tenía los ojos llenos de lágrimas, pero no lo soltó.
—Ayudadnos —grité hacia el cielo.
No fue el cielo el que contestó.
Genevieve Duchannes se materializó en la oscuridad; su borrosa silueta lo suficientemente cerca como para tocarla.
Dámelo a mí.
Amma también podía verla; era evidente por su expresión de espanto. Pero yo era la única que podía escuchar el kelting.
Su largo cabello rojo ondeaba al viento, en una forma que parecía imposible y, a la vez, perfecta.
Yo me lo llevaré. No pertenece a este mundo. Nunca lo hizo.
Quería entregarle a ella el libro, enviárselo a Ethan e impedir que las manos de Amma se quemaran.
Pero Genevieve era un Caster Oscuro. No tenía más que mirar sus ojos amarillos para recordarlo.
Amma estaba temblando.
Genevieve alargó la mano. ¿Qué pasaba si hacía la elección incorrecta? Ethan nunca conseguiría el libro y no volvería a verle…
¿Cómo sé que puedo confiar en ti?
Los ojos desconsolados de Genevieve me miraron.
Sólo lo sabrás si lo haces.
Los Antepasados mantenían la vista sobre nosotros, pero no había forma de saber si iban a ayudarnos. Las manos Mortales de Amma se estaban quemando junto a las mías Caster, y el Libro de las Lunas no estaba más cerca de Ethan que cuando se hallaba en manos de Abraham Ravenwood, no hacía tanto tiempo.
A veces sólo hay una elección.
A veces sólo puedes saltar.
O dejar marchar…
Quédatelo, Genevieve.
Retiré mis manos, las de Amma se soltaron con las mías. El libro dio un tirón al sentir su única oportunidad para escapar. Y se precipitó hacia el círculo exterior, en donde John y Link estaban cogidos de la mano.
La resplandeciente luz verde aún estaba allí y John concentró su mirada en el libro.
—Por aquí no.
El libro golpeó la luz y salió rebotado hasta el centro del círculo, llegando a las manos extendidas de Genevieve. Ella cerró sus difusas manos sobre él, y el libro pareció estremecerse.
No esta vez.
Contuve el aliento, mientras escuchaba el llanto de Amma.
Genevieve apretó el libro contra su pecho y se desmaterializó.
Mi corazón se desplomó.
—¡Amma! ¡Se lo ha llevado! —No podía pensar, ni sentir ni respirar. Había hecho la elección equivocada, nunca más volvería a ver a Ethan. Mis rodillas flaquearon y sentí cómo caía.
Escuché un desgarro, y sentí un brazo sujetándome por la cintura.
—Lena, mira. —Era Link.
Parpadeé para apartar las lágrimas y le miré, su mano libre señalaba al cielo.
Genevieve estaba allí, en la oscuridad, con su cabello rojo ondeando tras ella. Entregó el Libro de las Lunas a Sulla, que lo tomó en sus manos.
Genevieve me lanzó una sonrisa.
Puedes confiar en mí. Lo siento. Lo siento mucho.
Y desapareció, dejando tras ella a los Antepasados que parecían amenazarnos desde el cielo como imponentes gigantes.
Amma se llevó sus manos quemadas al pecho y se quedó mirando a su familia del otro mundo. El mundo donde Ethan estaba atrapado. Las lágrimas rodaban por sus mejillas mientras el resplandor verde se extinguía a nuestro alrededor.
—Llevadle el libro a mi chico, ¿me habéis oído?
El tío Abner la saludó con el sombrero.
—Ahora espero que me hagas una buena tarta, Amma. Una de merengue de limón me vendría bien.
Amma ahogó un último sollozo al tiempo que sus piernas cedieron bajo su peso.
Yo me desplomé con ella, amortiguando su caída. Observé cómo la lluvia iba apagando el fuego y los Antepasados desaparecían. No tenía forma de saber qué sucedería a partir de ahora. Sólo había una cosa de la que estaba segura.
Ahora Ethan tenía una oportunidad.
El resto dependía de él.