CAPÍTULO 26

Física cuántica

DESDE EL INTERIOR de la oculta reja que llevaba a la Lunae Libri podía ver todo el trecho de la escalera que descendía hasta su interior. Marian estaba sentada detrás del mostrador circular de recepción, exactamente donde pensaba que estaría. Liv caminaba de un lado a otro al fondo de la habitación, donde comenzaban las estanterías.

Mientras descendíamos a la Lunae Libri, Liv levantó bruscamente la cabeza y echó a correr hacia John en cuanto lo vio.

Pero él fue más rápido. Con un desgarro se materializó frente a Liv rodeándola con sus brazos. Mi corazón se partió un poco al observar el alivio que mostraba el rostro de ella. Traté de no sentir envidia.

—¡Estás bien! —Liv pasó sus brazos alrededor del cuello de John. Luego se echó hacia atrás, y su expresión cambió—. ¿En qué estabas pensando? ¿Cuántas veces vas a escabullirte para hacer una locura? —Liv volvió su mirada hacia Link y a mí—. ¿Y cuántas veces vais a permitírselo?

Link levantó las manos en señal de rendición.

—Oye, que ni siquiera estábamos allí la última vez.

John apoyó su frente contra la de Liv.

—Tiene razón. Soy el único con el que tienes que enfadarte.

Una lágrima rodó por la mejilla de ella.

—No sé lo que hubiera hecho si…

—Estoy bien.

Link aprovechó para sacar pecho.

—Gracias a mí.

—Es cierto —confirmó John—. Mi protegido nos ha salvado el culo.

Link levantó una ceja.

—Más vale que eso quiera decir algo bueno.

Tío Macon se aclaró la garganta ajustándose el puño de su almidonada camisa blanca.

—Por supuesto que sí, señor Lincoln. Por supuesto que sí.

Con los brazos cruzados, Marian dio un paso hacia nosotros saliendo del mostrador.

—¿Quiere alguien contarme exactamente qué ha pasado esta noche? —Clavó una mirada expectante en mi tío—. Liv y yo hemos estado terriblemente preocupadas.

Él me devolvió la mirada.

—Como puedes imaginar, el pequeño espectáculo con mi hermano y Abraham no salió de acuerdo con el plan. Y el señor Breed estuvo a punto de encontrar su fin.

—Pero tío Macon nos salvó el día. —Ridley ni siquiera intentó disimular su sarcasmo—. Le provocó a Hunting graves quemaduras solares donde el sol no brilla. Ahora vayamos a la parte en la que nos sueltas un sermón y nos castigas sin salir.

Marian se volvió hacia mi tío.

—¿Está diciendo que…?

El tío Macon asintió.

—Hunting ya no está entre nosotros.

—Y Abraham también ha muerto —añadió John.

Marian se quedó mirando al tío Macon como si acabara de dividir las aguas del mar Rojo.

—¿Has matado a Abraham Ravenwood?

Link carraspeó ruidosamente, sonriendo.

—No, señora. Lo hice yo.

Durante un instante Marian se quedó sin habla.

—Creo que necesito sentarme —declaró, sus rodillas empezaban a flaquear. John se apresuró a sacar una silla de detrás del mostrador.

Marian apretó los dedos contra sus sienes.

—¿Me estáis diciendo que Hunting y Abraham están muertos?

—Diría que eso es exacto —confirmó tío Macon.

Marian sacudió la cabeza.

—¿Algo más?

—Sólo esto, tía Marian. —El apodo con que la llamaba Ethan se me escapó antes de que me diera cuenta. Dejé caer el Libro de las Lunas sobre la pulida madera de la mesa frente a ella.

Liv inhaló profundamente.

—¡Oh, Dios mío!

Me quedé mirando el desgastado cuero negro, grabado con una luna creciente, y la importancia del momento se abatió sobre mí de golpe. Mis manos empezaron a temblar y sentí que las piernas se me aflojaban como si también estuvieran a punto de ceder.

—No puedo creerlo. —Marian inspeccionó el libro, suspicaz, como si estuviera devolviendo con retraso algún ejemplar de la biblioteca. Nunca dejaría de ser cien por cien bibliotecaria.

—Es el auténtico. —Ridley se apoyó contra una de las columnas de mármol.

Marian se levantó colocándose delante de su mesa como si tratara de interponerse entre Ridley y el libro más peligroso de los mundos Caster y Mortal.

—Ridley, no creo que este sea tu sitio.

Ridley empujó sus gafas de sol hasta dejarlas sobre la cabeza, sus ojos amarillos de gato parpadearon mirando a Marian.

—Lo sé, lo sé. Soy una Caster Oscura, y no soy miembro del club secreto de los chicos buenos, ¿no es eso? —Puso los ojos en blanco—. Estoy tan harta de todo ese rollo.

—La Lunae Libri está abierta a todos los Caster, ya sean Luminosos u Oscuros —contestó Marian—. A lo que me refería es a que no estoy segura de que tú pertenezcas a los nuestros.

—No pasa nada, Marian. Rid nos ha ayudado a conseguir el libro —expliqué.

Ridley hizo un globo con su chicle y esperó a que estallara, el sonido retumbó estrepitosamente entre las paredes.

—¿Ayudaros? Si por ayudar te refieres a dejar a Abraham a vuestra disposición para que pudierais conseguir el Libro de las Lunas y matarlo, entonces, sí, supongo que os he ayudado.

Marian se quedó mirándola fijamente, boquiabierta. Sin decir palabra, se acercó al mostrador y sacó una papelera que levantó hasta la boca de Ridley.

—En mi biblioteca no. Escúpelo ahora mismo.

Ridley suspiró.

—¿Sabe que es sólo un chicle, verdad?

Marian no se movió.

Ridley lo escupió y Marian dejó la papelera en su sitio.

—Lo que no entiendo es por qué habéis arriesgado vuestras vidas por este espantoso libro. Agradezco el hecho de que ya no esté en manos de Íncubos de Sangre, pero…

—Ethan lo necesita —dejé escapar—. Encontró una forma de contactar conmigo y necesita el Libro de las Lunas. Está tratando de volver con nosotros.

—¿Has recibido otro mensaje? —preguntó Marian.

Asentí.

—En el último Barras y Estrellas. —Respiré hondo—. Necesito que confíes en mí. —La miré directamente a los ojos—. Y necesito tu ayuda.

Marian me estudió durante un largo rato. No sé lo que estaba pensando, o debatiendo, o incluso decidiendo. Pero no pronunció palabra.

No creo que pudiera.

Finalmente hizo un gesto de asentimiento, arrastrando su silla un poco más cerca de mí.

—Cuéntamelo todo.

De modo que empecé a hablar. Nos íbamos turnando para rellenar los vacíos de la historia, Link y John, escenificando nuestro encuentro con Abraham, y Rid y el tío Macon ayudándome a explicar nuestro plan para intercambiar a John por el Libro de las Lunas. Liv escuchaba con mirada torva, como si aún le costara oírlo.

Marian no dijo una palabra hasta que terminamos, aunque no era difícil leer sus expresiones, que pasaban de la conmoción y el horror a la simpatía y la desesperación.

—¿Y eso es todo? —Me miró, agotada por nuestro relato.

—Hay algo peor. —Miré a Ridley.

—¿Quieres decir aparte del hecho de que Link diseccionara a Abraham con sus tijeras gigantes? —Rid hizo una mueca.

—No, Rid. Cuéntale lo de los planes de Abraham. Cuéntale lo que escuchaste sobre Angelus —pedí.

La cabeza del tío Macon se giró al escuchar el nombre del Guardián.

—¿De qué está hablando Lena, Ridley?

—Angelus y Abraham estaban tramando algo, pero no conozco los detalles —dijo, encogiéndose de hombros.

—Dinos exactamente lo que sabes.

Ridley retorció nerviosamente un mechón de pelo rosa alrededor de su dedo.

—Ese tal Angelus está como un cencerro. Odia a los Mortales, y cree que los Caster Oscuros y el Custodio Lejano deberían controlar el mundo Mortal, o algo así.

—¿Por qué? —Marian parecía estar pensando en voz alta. Sus puños se habían cerrado con tanta fuerza que sus nudillos se habían puesto blancos. El desencuentro de Marian con el Custodio Lejano aún estaba fresco en su memoria.

Rid se encogió de hombros.

—¿Tal vez porque es un Special K-amikaze?

Marian alzó la vista hacia mi tío, una conversación sin palabras se cruzó entre ellos.

—No podemos permitir que Angelus logre establecer aquí su punto de apoyo. Es demasiado peligroso.

El tío M asintió.

—Estoy de acuerdo. Necesitamos…

Le interrumpí antes de que pudiera terminar.

—Lo que necesitamos es enviarle cuanto antes el Libro de las Lunas a Ethan. La posibilidad de que pueda regresar aún está ahí.

—¿De verdad lo crees? —Marian lo dijo serenamente, casi en un susurro.

Aunque no podía estar segura, parecía como si yo fuera la única que pudiera oírlo. Aun así, sabía que Marian creía en las imposibilidades del mundo Caster —las había vivido de primera mano—, y que quería a Ethan tanto como yo. Él era como un hijo para ella.

Ambas queríamos creerlo.

Asentí.

—Lo creo. Tengo que hacerlo.

Se levantó de su silla y dio la vuelta a la mesa, con gran parsimonia.

—Entonces está decidido. Entregaremos a Ethan el Libro de las Lunas, de una forma u otra. —Le sonreí, pero ya estaba sumida en sus pensamientos, recorriendo la biblioteca con la vista como si contuviera las respuestas a todos nuestros problemas.

Lo que, a menudo, era así.

—Tiene que haber una forma, ¿verdad? —preguntó John—. Tal vez en uno de esos manuscritos o en los libros antiguos…

Ridley desenroscó la tapa del frasco de su laca de uñas, frunciendo la nariz.

—Mmm, qué maravilla. Libros viejos.

—Intenta mostrar un poco más de respeto, Ridley. Un libro fue la razón por la que los niños de la familia Duchannes sufrieron durante generaciones. —Marian se estaba refiriendo a nuestra maldición.

Rid cruzó los brazos haciendo un mohín.

—Lo que sea.

Marian le arrebató el frasco de la mano.

—Otra cosa que no permito hacer en mi biblioteca. —El frasco emitió un chasquido cuando cayó al fondo de la papelera.

Ridley le lanzó una mirada furiosa, pero no dijo una palabra.

—Doctora Ashcroft, ¿ha enviado alguna vez un libro al Más Allá? —preguntó Liv.

Marian sacudió la cabeza.

—No puedo decir que lo haya hecho.

—Tal vez Carlton Eaton pueda entregarlo. —Link parecía esperanzado—. Usted podría envolverlo en uno de esos papeles marrones de embalar, como hace con los libros de mi madre. Y, ya sabe, hacerlo circular o algo así.

Marian negó con la cabeza.

—Me temo que no puede ser, Wesley. —Ni siquiera Carlton Eaton, que solía meter las narices en cada carta que llegaba a la ciudad, ya fuera del mundo Mortal o Caster, podría conseguir entregar algo así.

Frustrada, Liv repasó las hojas de su cuaderno rojo.

—Tiene que haber una forma. ¿Cuántas posibilidades había de que pudierais quitarle el libro a Abraham? Y ahora que lo tenemos, ¿vamos a darnos por vencidos? —Se sacó el lápiz de detrás de la oreja, garabateando y murmurando para sus adentros—. Las leyes de la física cuántica tienen que prever este tipo de eventualidad…

Yo no sabía nada sobre leyes de física cuántica, pero sí sabía una cosa.

—La piedra de mi collar de amuletos desapareció cuando se la dejé a Ethan. ¿Por qué iba a ser diferente con el libro?

Sé que la cogiste, Ethan. ¿Por qué no puedes coger también el libro?

Me di cuenta de que seguramente el tío Macon me estaría escuchando, y traté de parar.

Fue inútil. No podía dejar de hablar en kelting, igual que no podía detener las palabras que se apretujaban entre sí, esperando a que las escribiera en alguna parte.

Leyes de física

leyes de amor

del tiempo y el espacio

y del espacio entre medias

entre medias de tú y yo

y donde estamos

perdidos y buscando

buscando y perdidos.

—Tal vez el libro es demasiado pesado —sugirió Link—. Esa pequeña piedra negra tuya no era más grande que una moneda.

—No creo que esa sea la razón, Wesley. Aunque todo es posible —contestó Marian.

—O imposible. —Ridley empujó sus gafas de sol de vuelta a sus ojos, mostrando la punta de su lengua.

—¿Entonces por qué no puede dar el salto? —preguntó John.

Marian posó los ojos en las notas de Liv, meditando la pregunta.

—El Libro de las Lunas es un poderoso objeto sobrenatural. Nadie conoce realmente el alcance de su poder. Ni los Guardianes ni los Caster.

—Y si el origen de su magia está en el mundo Caster, podría estar fuertemente arraigado aquí —declaró Liv—. Igual que un árbol está arraigado a un lugar concreto.

—¿Estás diciendo que el libro no quiere cruzar al otro lado? —preguntó John.

Liv volvió a colocarse el lápiz detrás de la oreja.

—Estoy diciendo que tal vez no pueda.

—O no deba. —El tono del tío Macon se había vuelto más serio.

Ridley se deslizó hasta el suelo estirando sus largas piernas.

—Todo esto es un follón. He arriesgado mi vida, y ahora estamos atascados con esto. Tal vez tengamos que acercarnos a los Túneles y ver si alguno de los chicos malos tiene la respuesta. Ya sabéis, el Equipo Oscuro.

Liv cruzó los brazos sobre su camiseta con el emblema EDISON NO INVENTÓ LA BOMBILLA.

—¿Quieres llevarte el Libro de las Lunas a uno de los bares Caster Oscuros?

—¿Se te ocurre algo mejor? —preguntó Rid.

—Me parece que sí. —Marian se enfundó su chaqueta de lana roja.

Liv se levantó tras ella.

—¿Adónde vamos?

—A ver a alguien que sabe un montón no sólo sobre este libro, sino sobre el mundo que desafía la física tanto del mundo Mortal como Caster. Alguien que podría tener las respuestas que necesitamos.

—Una idea excelente —admitió mi tío Macon.

Solamente había una persona que encajaba en esa descripción.

Alguien que quería a Ethan tanto como yo. Alguien que haría cualquier cosa por él, incluso desgarrar un agujero en el universo.