CAPÍTULO 22

El pájaro en la jaula dorada

A MIS OJOS LES LLEVÓ un buen rato adaptarse a la débil luz, y un rato más largo aún para que el resto de mi persona se acostumbrara al hedor. Olía a cerrado y a herrumbre, a cerveza rancia, a todo rancio. A través de la penumbra, pude distinguir hileras de pequeñas mesas redondas y una alta barra de bar, casi de mi altura. Las botellas se apilaban en estanterías que se extendían hasta el alto techo, tan alto que los largos candelabros de latón parecían colgar de la nada.

El polvo cubría cada superficie y cada botella. Incluso pululaba en el aire, en los pocos sitios donde los haces de luz se filtraban a través de los cerrados postigos de las ventanas.

John me dio un codazo.

—¿No existe ningún tipo de hechizo que impida que nuestras narices puedan oler esto? ¿Una especie de Stinkus Lessus Cast?

—No, pero se me ocurre que tal vez unos cuantos hechizos Shutus Upus podrían venirnos al pelo ahora mismo.

—Vaya temperamento, chica Caster. Se supone que tú eres Luminosa. Ya sabes, uno de los chicos buenos.

—Rompí el molde, ¿recuerdas? En mi Decimoséptima Luna, cuando fui cristalizada en Luz y Oscuridad. —Le lancé una mirada muy sombría—. No lo olvides. Poseo un lado Oscuro.

—Estoy aterrorizado. —Sonrió.

—Deberías estarlo. Y mucho.

Señalé un cartel sobre un espejo colgado en la pared que tenía justo a su espalda. Era una silueta de mujer pintada junto a unas cuantas palabras. «Los labios que tocan el licor no tocarán los nuestros». Sacudí la cabeza.

—Desde luego, ese no sería el eslogan de las animadoras del Jackson.

—¿Qué? —John levantó la vista.

—Apuesto a que este lugar solía ser una taberna clandestina. Un bar oculto durante la Prohibición. Probablemente Nueva Orleans debió de estar llena de ellos. —Eché un vistazo a la habitación—. Lo que significa que tiene que haber otra habitación, ¿no es eso? Una habitación detrás de esta.

John asintió.

—Por supuesto. Abraham nunca merodearía donde cualquiera pudiera entrar en su escondite, dondequiera que esté. Era la única cosa que todas nuestras casas tenían en común. —Miró alrededor—. Pero no recuerdo un lugar como este.

—Tal vez fuera antes de tu época, y volviera aquí porque era el único lugar donde nadie que estuviera actualmente con vida pudiera encontrarlo.

—Tal vez. Aun así, siento que hay algo fuera de lugar en este sitio.

Entonces escuché una voz familiar.

Mejor dicho, una risa familiar, dulce y siniestra. No había ninguna igual en el mundo.

¿Ridley? ¿Eres tú?

La llamé en kelting, pero ella no respondió. Tal vez no lo había oído, o había pasado demasiado tiempo desde la última vez que conectó de esa forma. No estaba segura, pero tenía que intentarlo.

Corrí hacia la escalera de madera al fondo del local. John iba pisándome los talones. En cuanto llegué arriba, empecé a aporrear la pared de donde creí que había salido el sonido, justo por encima de varias pilas de cajones y cajas con cascos de botellas. La pared del almacén estaba hueca, y claramente podía sentirse que había algo detrás.

¡Ridley!

Necesitaba echar un vistazo. Aparté una alta pila de cajas que me obstaculizaba el paso. Cerré los ojos y dejé que mi cuerpo se alzara en el aire, hasta que quedé flotando en paralelo con el tragaluz. Abrí los ojos, escudriñando durante un segundo. Lo que vi fue tan sorprendente que hizo que me precipitara de vuelta al suelo.

Hubiera podido jurar que había visto a mi prima con una buena capa de maquillaje y lo que parecía ser un destello dorado. Rid no estaba en peligro. Probablemente estaba tumbada en alguna parte, pintándose las uñas, o lamiendo un chupachups y pasándoselo en grande.

Eso o es que estaba alucinando.

Voy a matarla.

—Te lo juro, Rid. Si realmente estás tan loca, si realmente te has vuelto tan Oscura, pienso hacerte tragar esos chupachups tuyos hasta el fondo de la garganta, una bola de azúcar detrás de otra.

—¿Qué?

Sentí los brazos de John detrás de mí, levantándome del suelo.

Señalé hacia la pared.

—Es mi prima. Está al otro lado de esta pared. —Golpeé el muro por encima de la pila de cajas más cercana.

—No. No, no, no… —Empezó a retroceder, como si la sola mención de mi prima le hubiera despertado unas ganas terribles de salir corriendo.

Sentí que me sonrojaba. Era mi prima, y quería matarla. Pero eso no cambiaba el hecho de que, aun así, seguía siendo mi prima, y yo era la que quería matarla. Era un asunto de familia. No algo por lo que John tuviera que preocuparse.

—Mira, John. Tengo que llegar hasta ella.

—¿Has perdido el juicio?

—Probablemente.

—Si está voluntariamente con Abraham, no creo que quiera ir a ninguna parte. Y no queremos que él nos descubra hasta que tengamos claro cómo conseguir el libro.

—No creo que él esté aquí —dije yo.

—¿No lo crees, o no lo sabes?

—Si estuviera aquí, ¿no crees que notarías algo? Pensaba que vosotros dos estabais, de alguna forma, conectados. ¿No fue así como te hizo el lavado de cerebro o lo que quiera que fuera?

John parecía nervioso, y me sentí culpable por haber sacado aquello.

—No lo sé. Es posible. —Se levantó mirando el alto tragaluz—. Está bien. Vas a entrar ahí y descubrir qué problema tiene Ridley. Yo estaré vigilando ahí fuera por si a Abraham se le ocurre aparecer y me aseguraré de que no entre mientras estés dentro.

—Gracias, John.

—Pero no te dejes confundir. Si se ha vuelto demasiado Oscura, es que es demasiado Oscura. No puedes cambiar a Ridley. Eso es algo que todos hemos aprendido de la forma más dura.

—Lo sé. —Probablemente lo sabía mejor que nadie, excepto, tal vez, Link. Pero, muy en el fondo, también sabía mejor que nadie lo mucho que mi prima tenía en común con todo el mundo. Lo desesperadamente que quería encajar y ser querida y tener amigos y ser feliz, igual que el resto de nosotros.

¿Cómo de Oscura podía ser una persona así?

¿Acaso el Nuevo Orden no nos había demostrado que el precio había sido pagado —que Ethan se había asegurado de pagarlo— y que las cosas no eran tan sencillas como todos creíamos?

¿Acaso no me cristalicé en Oscura y Luminosa?

—¿Estás segura que estarás bien ahí dentro?

¿Es que había alguna diferencia para alguien? ¿Incluso para Ridley? ¿Especialmente para Ridley?

John me dio un codazo.

—Aquí Tierra llamando a Lena. Basta con que hagas cualquier clase de ruido para que sepa que me oyes, antes de que te lance a ese león de ahí dentro.

Traté de centrarme.

—Vete. Estoy bien.

—Cinco minutos. Eso es todo lo que tienes —declaró.

—Entendido. No necesitaré más que cuatro.

Desapareció y me quedé sola para enfrentarme a mi prima. Oscura o Luminosa. Buena o mala. O tal vez algo intermedio.

Necesitaba echar un vistazo en condiciones. Arrastré una cuba de vino, apoyándola bajo el espacio donde el tragaluz estaba cortado en la pared. Me subí en ella y trepé, la cuba se tambaleó, amenazando con derrumbarse, pero conseguí equilibrarme.

Aún no podía ver nada.

Oh, vamos.

Cerré los ojos y agité mis manos en el aire junto a mí, empujándome hacia el techo. La luz de la habitación empezó a parpadear.

Eso es.

No me gustaba demasiado volar, pero esto era más bien como levitar. Me alcé, tambaleándome, hasta que mis Converse estuvieron a unos cuantos centímetros por encima de la cuba.

Sólo un poco más. Necesitaba echar un buen vistazo para comprobar si mi prima se había perdido para siempre, si es que se había unido al Íncubo más Oscuro vivo y ya nunca volvería a casa y a mí.

Un último vistazo.

Tiré de mi cuerpo hacia arriba, apenas al nivel del pequeño tragaluz.

Entonces pude advertir los barrotes extendiéndose de suelo a techo y rodeando a Ridley en todas las direcciones posibles. Era una especie de prisión de oro. Una auténtica jaula dorada.

No podía creerlo. Ridley no estaba tumbada en un diván en los lujosos aposentos del escondite de Abraham. Estaba atrapada.

Se volvió y nuestros ojos se encontraron. Rid se puso en pie de un salto, zarandeando las barras que tenía frente a ella. Durante un segundo, me recordó a una especie de Campanilla herida, con un montón de churretones de rímel ensuciando sus mejillas, y un chafarrinón aún mayor de carmín rodeando su boca. Había estado llorando, o algo peor. Sus brazos parecían amoratados, sobre todo alrededor de las muñecas. Estaban marcados por algún tipo de cuerda o cadena. Grilletes, tal vez.

La habitación en la que se encontraba era, sin duda, la de Abraham, al menos eso fue lo que pensé, teniendo en cuenta que recordaba al dormitorio de un científico loco, con una solitaria cama junto a una atiborrada estantería. Una alta mesa de madera estaba cubierta por distinto instrumental técnico. El cuarto bien podía haber pertenecido a un químico. Y, lo que era más extraño, las dos hojas de la ventana no se correspondían exactamente en términos de espacio físico. Mirar a través del tragaluz de la taberna era como otear a través de un sucio telescopio, donde no podía distinguir con claridad dónde acababa el otro lado. Conociendo a Abraham, podría tratarse de cualquier parte del universo Mortal.

Pero eso poco importaba. Ridley estaba ahí. Y si ya resultaba terrible ver a alguien encerrado así, aún se hacía más duro si pensabas que se trataba de mi descuidada y despreocupada prima.

Noté que mi cabello comenzaba a ondularse con la familiar brisa Caster.

Aurae Aspirent

Ubi tueor, ibi adeo.

Deja que el viento sople

Donde miro allí voy.

Empecé a retorcerme en la nada. Sentí que el mundo cedía por debajo de mí y cuando traté de que mis pies tocaran suelo firme, me di cuenta de que estaba de pie al lado de Ridley.

Justo delante de la jaula dorada.

—¡Prima! ¿Qué estás haciendo aquí? —me llamó, estirando sus largos dedos con las uñas pintadas de rosa a través del hueco entre los barrotes.

—Supongo que podría preguntarte lo mismo, Rid. ¿Estás bien? —Me acerqué cautelosa a los barrotes. Quería a mi prima, pero no podía olvidarme de todo lo que había sucedido. Ella eligió ser Oscura y nos abandonó, a Link, a mí y al resto de nosotros. Era imposible saber de qué lado estaba ahora.

Siempre.

—Creo que es bastante evidente, ¿no? —espetó—. He estado mejor. —Zarandeó los barrotes—. Mucho mejor.

Ridley se sentó sobre sus talones y se echó a llorar, como si de nuevo fuéramos dos niñas pequeñas y alguien hubiera herido sus sentimientos en el patio de recreo. Lo que no ocurría a menudo y, si ocurría, solía ser yo la que lloraba.

Rid siempre había sido la más fuerte.

Tal vez por eso sus lágrimas me afectaron tanto.

Me deslicé hasta el suelo cogiendo su mano entre los barrotes de la jaula.

—Lo siento, Rid. Estaba tan furiosa contigo por no haber regresado cuando Ethan, ahora que Ethan…

No quiso mírame.

—Lo sé. Lo he oído. Me siento fatal. Ahí fue donde empezó todo. Abraham estaba furioso y yo sólo empeoré las cosas cuando cometí el error de intentar marcharme. Lo único que quería era volver a casa. Pero él estaba tan enfadado que me encerró aquí dentro. —Agitó la cabeza como si quisiera borrar el recuerdo.

—En serio, Rid. Debería haber sabido que volverías, a no ser que algo te lo hubiera impedido.

—Qué más da. Más agua bajo otro puente mojado. —Se secó los ojos, esparciendo aún más el rímel de sus ojos por la cara—. Larguémonos de este lugar antes de que Abraham vuelva, o te encerrará aquí conmigo durante los próximos doscientos años.

—¿Adónde ha ido?

—No lo sé. Normalmente se pasa todo el día en su escalofriante laboratorio de criaturas. Pero no hay forma de saber cuánto tiempo estará fuera.

—Entonces más vale que nos vayamos. —Eché un vistazo a la habitación—. Rid, ¿has visto si Abraham tiene el Libro de las Lunas? ¿Está aquí?

Sacudió la cabeza.

—¿Bromeas? No me acercaría ni a diez kilómetros de esa cosa, no después de presenciar cómo destruye a todo el que lo toca.

—¿Pero lo has visto?

—Para nada. Aquí no está. Si Abraham aún lo tiene, no creo que sea tan ingenuo como para llevarlo con él. Es un demonio, pero no un estúpido.

Mi corazón se desplomó.

Ridley sacudió los barrotes de nuevo.

—¡Date prisa! Estoy totalmente atrapada. Por lo que intuyo deben de ser hechizos de Protección. Me estoy volviendo loca aquí…

Entonces escuché un ruido terrible y una pila de cajas con instrumental que estaba junto a mí se vino abajo. Cristales y astillas rotas se desperdigaron por todas partes, como si yo hubiera dado al traste el proyecto de Abraham en pro de la ciencia. Una especie de brillante masa pegajosa de color verde me salpicó el pelo.

¡Epa!

El tío Macon se materializó frente a mí. Estaba tratando de soltarse de John Breed, que tenía un pie atrapado en lo que quedaba de un cajón de madera.

—¿Dónde estamos? —Tío M se quedó mirando la jaula, incrédulo—. ¿Qué clase de retorcido lugar es este?

—¿Tío M? —Ridley le miró con expresión tan aliviada como confundida—. ¿Estabas Viajando?

—Me lo he encontrado fuera —dijo John—. No quería dejarme ir. Cuando intenté volver, de alguna forma consiguió pegarse a mí. —John debió ver mi cara de enfado, y se puso a la defensiva—. Oye, no me mires así. Ni que tuviera pensado recoger autoestopistas.

El tío Macon clavó una mirada furiosa en John, que se la sostuvo con firmeza.

—¡Lena Duchannes! —Mi tío parecía más enfadado de lo que le había visto nunca. La masa verde chorreaba por su traje, por lo demás impecable. Alzó la vista de Ridley a mí, y luego nos señaló ambas—. Vosotras dos. Hay que salir de aquí inmediatamente.

Agarré la mano de Ridley y susurré el Aurae Aspirent mientras tío Macon daba impacientes golpecitos con su zapato en el suelo. Un segundo después, mi prima estaba fuera de la jaula.

—Tío Macon —empecé.

Él alzó una mano enguantada.

—Silencio. No quiero oír ni una palabra. —Sus ojos centellearon, y comprendí que más me valdría estarme calladita—. Ahora centrémonos en lo que hemos venido a hacer aquí, mientras aún nos quede tiempo para hacerlo. El libro.

John ya había comenzado a tirar de las cajas para abrirlas, examinando las estanterías en busca del Libro de las Lunas. Tío Macon y yo nos unimos a él, escudriñando por todos los rincones hasta que no quedó ningún escondite posible por revisar. Ridley se quedó sentada sobre una caja con expresión huraña, no poniéndonos las cosas fáciles, pero tampoco haciéndolas más difíciles. Lo que interpreté como una buena señal.

Por lo que pude ver, Abraham Ravenwood era una especie de réplica Caster del doctor Frankenstein. No pude reconocer ningún instrumento más allá de un quemador y una probeta, y eso que había escogido química en el instituto. Pero, por el modo que John y tío Macon estaban poniendo patas arriba la habitación, esta acabaría pareciendo como si el propio monstruo de Frankenstein hubiera conducido la búsqueda.

—No está aquí —declaró John, dándose por vencido.

—Ni nosotros tampoco. —Tío Macon se irguió dentro de su abrigo—. A casa, John. Ya.

Una cosa era Viajar y otra muy distinta era a la velocidad a la que John consiguió devolvernos a casa, sin que el tío Macon tuviera que decir una palabra más. En una fracción de segundo me encontré fuera del escondite de Abraham y de vuelta en mi habitación antes incluso de que Ridley pudiera quitarse el rímel que se le había extendido alrededor de los ojos haciéndola parecer un mapache.

La viola estaba tocando todavía el Capricho número 24 de Paganini cuando estuve de vuelta.