CAPÍTULO 20
Un trato con el diablo
—ESTO ES UNA LOCURA. Ni siquiera tenemos ese estúpido Libro de las Lunas. ¿Estás segura de que el Barras y Estrellas no decía nada más?
Link estaba otra vez sentado en el suelo, con sus pies asomando por debajo de la mesa, en esta ocasión la del estudio de Macon. No habíamos hecho ningún progreso, pero aquí estábamos de nuevo. Nueva mesa. Misma gente. Mismos problemas.
Sólo la presencia de mi tío Macon, medio oculto entre las parpadeantes sombras de la chimenea, añadía algo nuevo a la conversación. Eso, y el hecho de que habíamos dejado a Amma en Wate’s Landing para que pudiera echar un ojo al padre de Ethan.
—No puedo creer que yo esté diciendo esto, pero tal vez Link tenga razón. Incluso aunque todos estuviéramos de acuerdo, incluso aunque supiéramos que no nos queda más salida que enviar el Libro de las Lunas a Ethan, seguirá dando igual. No sabemos dónde está, ni tampoco cómo hacérselo llegar. —Liv se atrevió a decir lo que todo el mundo pensaba.
Me quedé callada, retorciendo mi collar de amuletos entre los dedos.
Fue Macon quien finalmente respondió.
—Sí. Bueno. Todo eso son dificultades, pero no imposibilidades.
Link se irguió.
—Sí, claro, pero en mi opinión todo ese rollo de la muerte es algo más que difícil, señor. Por supuesto, lo digo sin ánimo de ofender, señor Ravenwood.
—Encontrar el Libro de las Lunas no es totalmente descartable, señor Lincoln. Supongo que no hace falta que le recuerde dónde estaba la última vez que lo vimos y quién se quedó con él.
—Abraham. —Todos sabíamos de quién estaba hablando, pero fue Liv quien lo dijo—. Lo tenía con él en la Decimoséptima Luna, en la cueva. Y lo utilizó para llamar a los Vex, justo antes…
—De la Decimoctava Luna —continuó John en voz baja. Ninguno de nosotros quería hablar de la noche en el depósito de agua.
Lo que sólo sirvió para confundir a Link aún más.
—Ah, claro. Se dice fácil. Encontrar el libro. ¿Y qué me decís de encontrar el modo de llegar hasta donde quiera que esté el agujero en la apartada región del pantano donde el Coronel Sander haya estado viviendo durante los últimos dos años, y pedirle, de muy buenas maneras eso sí, si no le importaría desprenderse de ese horripilante libro? Así, nuestro amigo muerto podrá utilizarlo para quién sabe qué, en quién sabe dónde.
Molesta, hice un gesto con la mano para callar a Link. Una chispa saltó de la chimenea, chamuscando su pierna.
Se apartó.
—¡Basta ya!
—Tío Macon tiene razón. No es imposible —afirmé.
Liv estaba jugando con la goma elástica que mantenía su cuaderno rojo cerrado, un gesto de ansiedad que significaba que estaba pensando.
—Además, ahora Sarafine está muerta. No podrá contar con ella para apoyarle.
El tío Macon sacudió la cabeza.
—Me temo que nunca la necesitó. No estrictamente. No puedes confiar en que ahora sea más débil de lo que era. No subestiméis a Abraham.
Liv bajo la cabeza, sombría.
—¿Y qué pasa con Hunting y su banda?
Macon contempló el fuego. Observé que las llamas se hacían más altas, tornándose púrpuras, rojas y anaranjadas. No tenía forma de saber si mi tío realmente me creía o no. Ni tampoco si había creído por un solo instante que hubiera una forma de traer a Ethan de vuelta.
Pero tampoco me importaba lo que creyera, mientras estuviera dispuesto a ayudarme.
Me miró como si supiera lo que estaba pensando.
—Hunting, aunque estúpido, es un poderoso Íncubo. Pero Abraham por sí solo ya es una terrible amenaza. Si el miedo va a detenernos, deberíamos aceptar el fracaso desde ya.
Link resopló desde el suelo, justo detrás de él.
Macon le miró por encima del hombro.
—Es decir, si tenéis miedo.
—¿Quién ha dicho eso? —Link estaba indignado—. Es sólo que si voy a meterme en un nido de serpientes, me gustaría correr los mínimos riesgos.
—¡Soy yo! —John se irguió al anunciarlo, como si acabara de desentrañar la respuesta a todos nuestros problemas.
—¿Cómo? —Liv se apartó de él.
—Yo soy lo que Abraham quiere. Y lo único que no puede tener.
—No seas estúpido —gruñó Link—. Ni que fueras su novia.
—No soy estúpido. Tengo razón. Al principio pensé que yo era el Uno Que Son Dos, y también que era yo quien debía… hacer lo que hizo Ethan. Pero aquello no trataba de mí, mientras que esto sí.
—Cállate —espetó Link.
El rostro de Macon se arrugó, frunciendo el ceño. Sus ojos verdes se oscurecieron. Conocía demasiado bien esa expresión.
Liv asintió.
—Estoy de acuerdo. Haz como dice tu brillante hermano Íncubo. Cállate.
John pasó su brazo suavemente alrededor de ella, como si estuviera hablando solamente para Liv. Pero yo estaba pendiente de cada palabra suya, porque todo lo que decía estaba empezando a cobrar sentido.
—No puedo permitirlo. Esta vez no. No puedo quedarme sentado y dejar que Ethan se lleve todos los puñetazos. Por una vez voy a recibir lo que me corresponde. O quien me corresponde.
—¿Y ese es…? —Liv se negaba a mirarle.
—Abraham. Si le decís que queréis hacer un trato, vendrá a por mí. Me cambiará por el Libro de las Lunas. —John miró a Macon, que asintió.
—¿Cómo lo sabes? —Link parecía escéptico.
John sonrió débilmente.
—Vendrá. Confía en mí.
Macon suspiró, apartando la vista de la chimenea para mirarnos.
—John, aprecio tu honor y tu valentía. Eres un buen hombre, a pesar de tener tus propios demonios. Todos los tenemos. Pero deberías tomarte un tiempo para reflexionar si se trata de un intercambio que realmente quieras hacer. Tú serías nuestro último recurso, nada más.
—Quiero hacerlo. —John se levantó, como si estuviera dispuesto a alistarse en ese mismo momento.
—¡John! —Liv estaba furiosa.
Macon le hizo una indicación con la mano para que se sentara.
—Piénsalo bien. Si Abraham se queda contigo, no creo que podamos traerte de vuelta, al menos no en bastante tiempo. Y por muchas ganas que tengas de conseguir que Ethan vuelva… —Tío Macon me miró de reojo antes de continuar—: No estoy seguro de que cambiar una vida por otra merezca el riesgo que Abraham representa… para cualquiera de nosotros.
Liv dio un paso poniéndose delante de John, como si quisiera protegerle de todos los que estábamos en la habitación y de todo lo demás del mundo.
—No necesita tiempo para pensarlo. Es un plan horrible. Absolutamente espantoso. El peor plan que se nos haya ocurrido nunca. El peor plan en la historia de los planes. —Estaba pálida y temblorosa, pero cuando vio que yo la observaba, se quedó callada.
Sabía lo que yo estaba pensando.
Algo que no requería que John saltara del depósito de agua de Summerville. Y que tampoco era el peor plan imaginable. Cerré los ojos.
Caer no, volar
un último zapato enfangado
como los mundos perdidos entre tú y yo.
—Lo haré —insistió John—. Me hace tan poca gracia como al resto de vosotros, pero es lo que tiene que ser.
Todo aquello resultaba demasiado familiar. Abrí los ojos para ver a Liv, desconsolada. Mientras las lágrimas empezaban a rodar por su rostro, sentí como si fuera a vomitar.
—¡No! —me escuché decir antes de darme cuenta de que lo estaba diciendo—. Mi tío tiene razón. No pienso obligarte a ello, John. A ninguno de vosotros. —Vi que el color volvía a las mejillas de Liv, que se sentó en la silla que estaba a su lado—. Ese sería el último recurso. La última oportunidad.
—Salvo que tengas otra idea, Lena, creo que la tierra de las últimas oportunidades está justo donde estamos. —John parecía muy serio. Había tomado una decisión, y le quise más por ello.
Pero sacudí la cabeza.
—La tengo. ¿Qué me decís de la idea de Link?
—¿La idea de… quién? —Liv parecía confusa.
—¿Mi qué? —Link se rascó la cabeza.
—Encontraremos el camino hasta el agujero en esa apartada región en la que Abraham ha estado viviendo durante los últimos doscientos años.
—¿Y le pediremos gentilmente que nos dé el libro? —Link parecía esperanzado. John me miró como si pensara que había perdido la cabeza.
—No. Lo robaremos, muy gentilmente.
Macon miró con interés.
—Eso significa que tal vez incluso podamos encontrar la casa de mi abuelo. Aunque me temo que la asquerosa marca de poder Oscuro que ejerce requiere toda una vida de secretos. Tratar de seguir la pista a Abraham no será fácil. Se esconde en el Inframundo.
Le miré fijamente.
—Bueno, como la persona más lista que conozco dijo una vez, estas cosas son dificultades, no imposibilidades.
Mi tío me sonrió. John sacudió la cabeza.
—A mí no me mires. No sé dónde vive ese tío; yo sólo era un niño. Recuerdo que había habitaciones sin ventanas.
—Perfecto —espetó Link—. No creo que haya demasiadas por ahí.
Liv dejó caer su mano sobre el hombro de John.
—Lo siento. —John se encogió de hombros—. Mi infancia es como una inmensa nube oscura. He hecho todo lo posible para intentar desbloquearla.
Mi tío hizo un gesto afirmativo, poniéndose en pie.
—Está bien. Entonces sugiero que empecéis en vez de por la gente más lista, por la más vieja. Tal vez tengan alguna pista sobre dónde encontrar a Abraham Ravenwood.
—¿La gente más vieja? ¿Te refieres a las Hermanas? ¿Crees que se acordarán de Abraham? —Mi estómago dio un vuelco. No es que fueran especialmente terroríficas, sino que la mitad de las cosas que decían eran difíciles de creer, cuando no estaban diciendo chorradas.
—Si no lo recuerdan, tal vez consigan inventarse algo igualmente plausible. Son lo más cercano que mi exponencial bisabuelo tiene como contemporáneas. A pesar de que a duras penas se les puede llamar contemporáneas.
Liv asintió.
—Merece la pena intentarlo.
Me puse en pie.
—Pero sólo una charla amistosa, Lena —advirtió tío Macon—. Que no se te ocurra tramar nada. Aún no estás preparada para cualquier misión de reconocimiento por tu cuenta. ¿He hablado claro?
—Cristalino —contesté, porque no había forma de convencerle cuando algo le parecía peligroso. Había estado así desde que Ethan…
Desde que Ethan.
—Yo iré contigo para apoyarte —se ofreció Link, levantándose del suelo. Link, que no era capaz de sumar más de dos cifras, pero que siempre presentía cuando mi tío y yo estábamos a punto de iniciar una pelea.
Sonrió.
—Puedo hacer de intérprete.
A estas alturas, sentía que conocía a las Hermanas tan bien como a mi propia familia. Aunque eran bastante excéntricas, por decirlo suavemente, también eran el mejor ejemplo de historia viva que Gatlin podía ofrecer.
Así es como la gente de por aquí solía llamarlas.
Cuando Link y yo subimos los escalones de Wate’s Landing, podía escucharse a la historia viva de Gatlin peleándose entre sí a través de la puerta mosquitera, como de costumbre.
—Uno no tira una cubertería en perfecto estado. Eso es una vergüenza.
—Mercy Lynne. Son cucharas de plástico. Se supone que están pensadas para que puedas tirarlas a la basura. —Thelma la estaba consolando, con la misma paciencia de siempre. Sin duda se estaba ganando un puesto en el cielo. Amma era la primera en reconocerlo cada vez que Thelma conseguía poner paz en las discusiones de las Hermanas.
—Sólo porque algunas personas se crean la reina de Inglaterra no significa que tengan una corona —respondió tía Mercy.
Link permanecía a mi lado en el porche tratando de no reírse. Llamé a la puerta, pero nadie pareció oírnos.
—Esta sí que es buena, ¿qué se supone que significa eso? —intervino tía Grace—. ¿Quiénes son esas personas? Angelina Witherspoon y toda esa patulea de estrellas desnudas…
—¡Grace Ann! ¡Así no se habla, no en esta casa!
Pero eso no detuvo a la tía Grace, que continuó:
—¿… que aparece en esas revistas obscenas que siempre le estás pidiendo a Thelma que te traiga del supermercado?
—Ya vale, chicas… —empezó Thelma.
Volví a llamar, esta vez con más fuerza, pero era imposible escuchar nada por encima del barullo.
La tía Mercy estaba gritando.
—Significa que hay que lavar las cucharas buenas igual que hay que lavar las cucharas malas. Y luego las vuelves a guardar en el cajón de los cubiertos. Todo el mundo lo sabe. Incluso la reina de Inglaterra.
—No la escuches, Thelma. He visto cómo limpia la basura cuando tú y Amma no estáis mirando.
La tía Mercy resopló.
—¿Y qué si lo hago? No querrás que los vecinos murmuren. Somos personas respetables, devotas feligresas. No olemos como pecadores, y no hay razón por la que las latas tengan que oler diferente.
—Exceptuando porque están llenas de basura —resopló tía Grace.
Volví a llamar a la puerta mosquitera una última vez. Link me relevó, aporreándola con fuerza, hasta que la puerta prácticamente cedió, con una bisagra columpiándose hacia el porche.
—Uff. Lo siento. —Se encogió de hombros, incómodo.
Amma apareció en la puerta, mostrando una expresión agradecida por la interrupción.
—Atención, chicas, tenemos visita. —Empujó la puerta mosquitera para abrirla del todo. Las Hermanas levantaron la vista de sus respectivas mantas, con mirada amistosa y educada, como si no se hubieran estado gritando entre ellas un segundo antes.
Me senté en el borde de una dura silla de madera, sin acomodarme demasiado. Link, a mi lado, aún parecía más incómodo que yo.
—Y tanto que sí. Buenas tardes, Wesley. ¿Y quién viene contigo? La tía Mercy entornó los ojos, mientras tía Grace le soltaba un codazo.
—Es la novia de Ethan. Esa bonita chica Ravenwood. La que siempre tiene la nariz metida en un libro, igual que Lila Jane.
—Exactamente. Ya me conoce, tía Mercy. Soy la novia de Ethan, señora. —Era lo mismo que le decía cada vez que venía.
La tía Mercy carraspeó ruidosamente.
—Bueno, ¿de qué se trata? ¿Qué estáis haciendo aquí ahora que Ethan se ha ido y ha pasado a otro mundo o al de Más Allá?
Amma se detuvo en seco en el umbral de la puerta de la cocina.
—¿Cómo has dicho?
Thelma no levantó la vista de su labor de costura.
—Ya me ha oído, señorita Amma —dijo tía Mercy.
—¿Cómo? —tartamudeé.
—¿De qué está hablando? —Link apenas podía vocalizar.
—¿Saben lo de Ethan? ¿Cómo? —Me incliné en la silla.
—¿Acaso pensáis que no nos enteramos de nada de lo que ocurre por aquí? No nacimos ayer, y somos más listas de lo que creéis. Conocemos muchas cosas sobre los Caster, igual que sabemos los patrones del tiempo, los patrones de la ropa, del tráfico… —La tía Grace agitó su pañuelo, su voz fue desvaneciéndose poco a poco.
—Y de la temporada de recogida del melocotón. —Tía Mercy parecía orgullosa.
—Una nube de tormenta es una nube de tormenta. Y esta ha estado abriéndose paso en el cielo durante mucho tiempo. Prácticamente durante toda nuestra vida. —Tía Grace asintió mirando a su hermana.
—A mi entender cualquier persona en su sano juicio intentaría mantenerse lejos de una tormenta como esa —dijo Amma furiosa, y enroscó el borde de la manta alrededor de las piernas de la tía Grace.
—No creíamos que lo supieran —admití.
—¡Dios misericordioso, eres tan negada como Prudence Jane! Ella pensaba que no teníamos ni idea sobre sus excursiones subterráneas por todo el condado. Como si no supiéramos que nuestro padre fue quien la escogió para dibujar el mapa. Como si no hubiéramos sido nosotras las que le dijimos que eligiera a Prudence Jane. Siempre pensamos que era la que tenía la mano más firme de las tres —declaró tía Mercy riéndose.
—¡Dulce Redentor, Mercy Lynne!, sabes perfectamente que papá me hubiera escogido a mí antes que a ti. Fui yo quien le dijo que te lo preguntara porque no me gustaba lo rizado que me quedaba el pelo, cada vez que bajaba al Inframundo. Juro que me hacía parecer un puercoespín con una mala permanente. —La tía Grace negó con la cabeza.
Mercy sorbió.
—Tú jura lo que quieras, Grace Ann, pero yo soy la que lo sabe.
—Retira eso ahora mismo —amenazó la tía Grace, apuntando a su hermana con un huesudo dedo.
—No quiero.
—Por favor, señora. Señoras. Necesitamos su ayuda. Estamos buscando a Abraham Ravenwood. Tiene algo que nos pertenece, algo muy importante. —Miré de una Hermana a otra.
—Lo queremos para… —Link cambió el tono—: Para atraer a Ethan de vuelta a casa como una centella. —Siempre que pasabas demasiado tiempo al lado de las Hermanas acababas hablando como ellas.
Puse los ojos en blanco.
—¿Qué estáis tramando? —La tía Grace ondeó su pañuelo.
Tía Mercy volvió a sorber.
—A mí me suena como a más tonterías Caster.
Amma alzó una ceja.
—En vista de lo mucho que nos gustan a todos las tonterías, ¿por qué no nos ponéis al día?
Link y yo nos miramos. Iba a ser una larga noche.
Tonterías Caster o no, una vez que Amma sacó los álbumes de recortes de las Hermanas, los engranajes empezaron a girar y las bocas empezaron a moverse. Al principio, Amma no podía soportar la sola mención de Abraham Ravenwood, pero Link continuó hablando.
Y hablando, y hablando.
Sin embargo, Amma no le detuvo, lo que interpretamos casi como media victoria. Ya que la otra media —tratar de sonsacar a las Hermanas— no parecía estar dando sus frutos.
En menos de una hora, Abraham Ravenwood fue calificado de demonio, tramposo, sinvergüenza, inútil y ladrón. Había conservado al papá del papá de su papá en un rincón al sudeste del viejo huerto de manzanos, que era suyo por derecho, y al papá de su papá en su sillón del Consejo local, que también era suyo por derecho.
Y por encima de todo, estaban casi seguras de que había bailado con el diablo allí en la plantación de Ravenwood en más de una ocasión, antes de que se quemara durante la Guerra Civil.
Cuando intenté poner un poco de cordura en su narración, no quisieron añadir nada más.
—Eso es exactamente lo que he dicho. Bailó y bailó con el diablo. Hizo un trato. No me gusta hablar de ello ni tampoco pensarlo. —La tía Mercy sacudió la cabeza con tanta violencia que pensé que su dentadura postiza iba a salir disparada.
—Pongamos sólo que, a pesar de todo, piensa un momento en él. ¿Dónde se lo imagina? —Link volvió a intentarlo, como llevábamos haciendo toda la noche.
Finalmente fue la tía Grace la que encontró la pieza que faltaba en el rompecabezas de lo que las Hermanas consideraban una conversación.
—¿Dónde? Pues en su territorio, por supuesto. Cualquiera con dos dedos de frente lo sabría.
—¿Y dónde está ese sitio, tía Grace? ¿Señora? —Puse mi mano en el brazo de Link, esperanzada. Era la primera frase con sentido que habíamos escuchado en lo que parecían haber sido horas.
—En la cara oculta de la luna, supongo. Donde todos los diablos y demonios viven cuando no están ardiendo en las profundidades.
Mi corazón se desplomó. Jamás sacaríamos nada en claro de estas dos.
—Genial. En la cara oculta de la luna. Así que Abraham Ravenwood está vivito y coleando en un álbum de Pink Floyd. —Link empezaba a estar tan malhumorado como yo.
—Es tal y como dice Grace Ann. La cara oculta de la luna. —Tía Mercy parecía enfadada—. No entiendo por qué vosotros dos actuáis como si eso fuera un acertijo.
—¿Dónde, exactamente, está la cara oculta de la luna, tía Mercy? —Amma se sentó al lado de la tía abuela de Ethan, sujetando las manos de la anciana en su regazo—. Sabemos que lo sabe. Vamos.
Tía Mercy sonrió a Amma.
—¡Pues claro! —Lanzó una mirada a la tía Grace—. Porque papá me escogió a mí antes que a Grace. Sé todo tipo de cosas.
—Entonces, ¿dónde está? —preguntó paciente Amma.
Grace resopló, tirando del álbum de fotos que estaba en la mesa de café para acercárselo.
—Vosotros, la gente joven, actuáis como si lo supierais todo. Actuáis como si estuviéramos un paso más atrás sólo porque tenemos uno o dos años más que vosotros. —Empezó a pasar las páginas como una posesa, como si estuviera buscando algo en particular…
Lo que aparentemente estaba haciendo.
Porque allí, en la última página, bajo una desvaída camelia aplastada y un trozo de pálida cinta rosa, estaba la tapa recortada de una caja de cerillas. Perteneciente a algún tipo de bar o club.
—¡Qué me aspen! —exclamó Link maravillado, ganándose un buen capón de la tía Mercy.
Allí estaba, enmarcado en una luna plateada.
LA CARA OCULTA DE LA LUNA
EL MEJOR LOCAL DE N’OWLINS
DESDE 1911.
La Cara Oculta de la Luna era un lugar.
Un lugar donde tal vez pudiera encontrar a Abraham Ravenwood y, así lo esperaba, también el Libro de las Lunas. Si es que las Hermanas no estaban completamente fuera de sus cabales, lo que era una posibilidad nada desdeñable.
Amma echó un vistazo a las cerillas y se marchó de la habitación. Recordé la historia de Amma visitando al bokor y supe que era mejor no presionarla.
En su lugar, miré a la tía Grace.
—¿Le importa?
Tía Grace asintió y tiré de la vieja etiqueta de las cerillas para arrancarla del álbum. La mayor parte de la pintura se había desprendido del relieve de la luna, pero aún se podían distinguir las letras. Nos íbamos a Nueva Orleans.
Parecía como si Link hubiera resuelto por sí solo el Cubo de Rubik porque, en cuanto pusimos un pie en el Cacharro, empezó a tararear una canción de Pink Floyd del álbum Dark side of the moon, cantando a voz en grito por encima de la música.
Cuando redujo la velocidad al tomar la curva, bajé el volumen y le interrumpí bruscamente.
—Déjame en Ravenwood, ¿quieres? Necesito coger algo antes de marcharme a Nueva Orleans.
—Alto ahí. Yo voy contigo. Prometí a Ethan que cuidaría de ti, y siempre cumplo mis promesas.
—No voy a llevarte. Voy a llevar a John.
—¿John? ¿Es eso lo que vas a coger de tu casa? —Sus ojos se estrecharon—. De ninguna manera.
—No te estaba pidiendo permiso. Te lo digo para que lo sepas.
—¿Por qué? ¿Qué tiene él que no tenga yo?
—Experiencia. Él conoce a Abraham y, hasta donde sabemos, es el híbrido de Íncubo más fuerte del condado de Gatlin.
—Somos lo mismo, Lena. —Las plumas de Link empezaban a ahuecarse.
—Tú eres más mortal que John. Eso es lo que me gusta de ti. Pero eso también te hace más débil.
—¿A quién estás llamando débil? —Link tensó sus músculos. Para ser justos, casi estuvo a punto de hacer estallar su camiseta. Era como el Increíble Hulk del instituto Jackson High.
—Lo siento. No eres débil. Sólo eres tres cuartos de humano. Y eso es demasiado humano para este viaje.
—Como quieras. Tú misma. Verás cómo no podrás avanzar ni diez pasos a través de los Túneles sin mí. Volverás corriendo a suplicar mi ayuda, antes de que pueda decir… —Se quedó en blanco. Un típico momento de Link. A veces las palabras parecían rehuirle antes de que pudiera procesarlas de su cerebro a la boca. Finalmente se rindió encogiéndose de hombros—. Lo que sea. Lo que sea realmente peligroso.
Le palmeé en el hombro.
—Adiós, Link.
Link frunció el ceño y pisó a fondo el acelerador, haciendo que saliéramos disparados por la calle. No era el típico desgarro de un Íncubo, pero una vez más, él era tres cuartas partes roquero. Justo lo que me gustaba de mi Línkcubo favorito.
No se lo dije, pero estaba casi segura de que lo sabía.
Hice que todos los semáforos a lo largo de la carretera 9 se pusieran verdes para él. El Cacharro nunca había ido tan veloz.