CAPÍTULO 15
El maestro del río
CUANDO CRUCÉ EL UMBRAL de la puerta, el mundo conocido dejó paso a uno desconocido con más rapidez de la que había esperado. Incluso en el Más Allá, algunos lugares son más llamativos que otros.
El río era uno de ellos. No se parecía a ningún río que hubiera visto en el condado Mortal de Gatlin. Al igual que la Frontera, este era una costura. Algo que mantenía los mundos unidos sin pertenecer a ninguno de ellos.
Me encontraba en un territorio totalmente inexplorado.
Afortunadamente, el cuervo del tío Abner parecía conocer el camino. Exu aleteaba por encima de mi cabeza, planeando y trazando círculos sobre mí, en ocasiones aterrizando en ramas altas para esperarme si me quedaba demasiado rezagado. No parecía importarle su cometido; toleraba nuestra búsqueda emitiendo de cuando en cuando algún graznido. Tal vez le divertía poder salir para variar. En ciertos aspectos me recordaba a Lucille, excepto que a ella nunca la había sorprendido engullendo pequeños esqueletos de ratones cuando tenía hambre.
Y si en algún momento lo sorprendía mirándome, era porque verdaderamente estaba mirándome. Cada vez que empezaba a sentirme de nuevo normal, él clavaba sus ojos en los míos provocándome escalofríos a lo largo de la columna vertebral, como si lo hiciera a propósito. Como si supiera que podía hacerlo.
Me pregunté si Exu sería un pájaro real. Sabía que podía cruzar entre distintos mundos, ¿pero le convertía eso en algo sobrenatural? De acuerdo con el tío Abner, eso sólo lo hacía un cuervo.
Tal vez todos los cuervos fueran igual de siniestros.
A medida que iba avanzando, las malas hierbas del pantano y los cipreses que sobresalían del agua turbia dejaron paso a una pradera de un frondoso verdor más allá de la orilla, con la hierba tan alta que en algunos sitios apenas alcanzaba a ver algo por encima de ella.
Me abrí paso a través de la hierba, siguiendo al pájaro negro sobre el cielo, tratando de no recordar demasiado hacia dónde me dirigía ni lo que estaba dejando atrás. Ya era bastante duro no imaginar la expresión del rostro de mi madre cuando salí por la puerta.
Traté con todas mis fuerzas de no pensar en sus ojos, en la forma en que se iluminaban al verme. O en sus manos, y en la forma en que gesticulaban en el aire mientras hablaba, como si creyera que podía extraer las palabras del cielo con sus dedos. O en sus brazos, con los que me envolvía haciéndome sentir como en mi propia casa, porque ella era el lugar de donde provenía.
Traté de no pensar en el instante en que la puerta se cerró para no volverse a abrir nunca más, al menos para mí. No de esa forma.
Eso era lo que yo había querido. No dejaba de repetírmelo mientras caminaba. Es lo que ella quería para ti. Que tuviera una vida. Que viviera.
Que me marchara.
Exu graznó, y aparté los altos matorrales y las malas hierbas.
Marcharse había sido más duro de lo que había imaginado, y una parte de mi aún no podía creer que hubiera sido capaz de hacerlo. Pero si bien intentaba no pensar demasiado en mi madre, en cambio traté de conservar la cara de Lena en mi mente, como un recuerdo constante de por qué estaba haciendo aquello, arriesgándolo todo.
Me pregunté qué estaría haciendo ella en ese momento… ¿Escribir en su cuaderno? ¿Practicar con la viola? ¿Leer su desgastado ejemplar de Matar a un ruiseñor?
Todavía estaba dándole vueltas cuando escuché una música en la distancia. Sonaba como… ¿los Rolling Stones?
Una parte de mí esperaba que, al retirar la maleza, encontraría a Link allí plantado. Pero según fui acercándome al estribillo de You can’t always get what you want, comprobé que los que sonaban eran los mismísimos Stones, y el tipo que la estaba tarareando definitivamente no era Link.
La voz no era mala en absoluto, y muchas de las notas sonaban correctas.
Era un tío enorme, con un descolorido pañuelo atado sobre la cabeza, y una camiseta con el logo de Harley-Davidson y un dibujo de unas alas con escamas en la espalda. Estaba sentado ante una mesa de plástico plegable igual a las que se utilizaban en el Club de Bridge, allá en Gatlin. Con sus gafas de sol negras y una larga barba, tenía aspecto de conducir una vieja Chopper, en lugar de estar sentado junto a la orilla de un río.
Excepto por su comida. Estaba tomando algo a cucharadas de un tupperware de plástico. Desde mi posición, parecían como intestinos o restos humanos. O…
El motero eructó.
—Los mejores espaguetis con chile a este lado del Mississippi. —Sacudió la cabeza.
Exu graznó y aterrizó en el borde de la mesa plegable. Un enorme perro negro tumbado al lado en el suelo ladró sin molestarse en ponerse en pie.
—¿Qué estás haciendo por aquí, pájaro? Salvo que vengas buscando hacer un trato, aquí no hay nada para ti. Y no pienses ni por un momento que esta vez voy a dejarte beber mi whisky. —El motero echó a Exu con un gesto de su mano—. Vete. ¡Largo de aquí! Y dile a Abner que estoy listo para barajar en cuanto esté dispuesto a jugar.
Mientras apartaba al cuervo lejos de la mesa, y Exu desaparecía en el cielo azul, el motero advirtió mi presencia al borde de la hierba.
—¿Estás haciendo turismo o buscas algo? —Guardó los restos de su comida en un recipiente de polietileno y sacó una baraja de cartas.
Hizo un gesto de asentimiento en mi dirección, pasándose las cartas de una mano a otra.
Tragué con fuerza y di un paso para acercarme mientras la melodía de Hand of Fate resonaba en el viejo transistor colocado en el suelo. Me pregunté si escucharía algo más aparte de los Rolling Stones, pero no estaba en posición de averiguarlo.
—Estoy buscando al Maestro del Río.
El motero se rio, repartiendo cartas como si hubiera otra persona sentada al otro lado de la mesa.
—El Maestro del Río. No he oído ese nombre desde hace mucho tiempo. Maestro del Río, Barquero, Remero…, respondo a muchos nombres, chico. Pero puedes llamarme Charlie. Es el nombre por el que contesto cuando me apetece contestar.
No podía imaginar que nadie consiguiera que este tío hiciera algo que no le apeteciera hacer. De haber vivido en el reino Mortal, probablemente hubiera sido un gorila en un bar de moteros o en una sala de billares donde se echa a patadas a la gente por romper botellas en las cabezas de otros clientes.
—Encantado de conocerle… Charlie —saludé con voz entrecortada—. Yo soy Ethan.
Hizo un gesto con la mano.
—¿Qué puedo hacer por ti, Ethan?
Me acerqué hasta la mesa, poniendo mucho cuidado en dejar un espacio considerable con la enorme criatura del suelo. Parecía un mastín, con su cara cuadrada y su piel arrugada. Y llevaba la cola vendada con una gasa blanca.
—No te preocupes por el viejo Drag. No se levantará, salvo que quiera un trozo de carne cruda —declaró con una sonrisa—. O salvo que seas carne cruda. Al ser carne muerta como tú te has librado por los pelos, chico.
¿Por qué aquello no me pillaba de sorpresa?
—¿Drag? ¿Qué clase de nombre es ese? —Alargué la mano hacia el perro.
—Dragón. De esos que sueltan fuego y te arrancan la mano si tratas de acariciarlos.
Drag me miró, gruñendo. Retiré la mano de vuelta a mi bolsillo.
—Necesito cruzar el río. Le he traído esto. —Dejé los «ojos del río» sobre el tapete de la mesa de cartas, advirtiendo lo mucho que se parecía a las que había en el Club de Bridge.
Charlie observó las piedras, inexpresivo.
—Bien por ti. Una por la ida y otra por la vuelta. Es como mostrar tu billete al conductor del autobús. Aun así no es suficiente para que te permita subir a mi autocar.
—¿No lo es? —Tragué saliva. A la porra mis planes. Ya me parecía que todo estaba saliendo demasiado fácilmente.
Charlie me miró de arriba abajo.
—¿Juegas al blackjack, Ethan? Ya sabes, ¿al veintiuno?
Sabía a lo que se refería.
—Eeh, me temo que no. —Lo cual no era del todo cierto. Solía jugar con Thelma, hasta que empezó a hacer tantas trampas como las que hacían las Hermanas al Rummikub.
Empujó las cartas hacia mí, colocando un nueve de diamantes sobre el montón. Mi mano.
—Eres un chico listo, estoy seguro de que sabrás hacerlo.
Comprobé mi carta, un siete.
—Dispara. —Eso es lo que Thelma hubiera dicho.
Charlie parecía ser de los que arriesgaban. Si estaba en lo cierto, probablemente respetaría a las personas que hicieran lo mismo. ¿Qué podía perder?
Hizo un gesto de aprobación, sacando un rey.
—Lo siento chico, eso hacen veintiséis. Has perdido. Pero yo también habría pedido carta.
Charlie barajó las cartas para jugar otra mano.
Esta vez me tocó un cuatro y un ocho.
—Dispara.
Sacó un siete. Lo que sumaban diecinueve, una cifra difícil de superar.
Charlie tenía un rey y un cinco colocado frente a él. Tenía que arriesgarse o de lo contrario yo ganaría. Sacó la primera carta del montón. Un seis de corazones.
—Veintiuno. Es blackjack —declaró, barajando de nuevo.
No estaba seguro de si todo esto era una especie de prueba o si simplemente estaba aburrido de permanecer allí sentado, pero, por el momento, no parecía demasiado ansioso por deshacerse de mí.
—Realmente necesito cruzar con urgencia al otro lado, se… —Me callé antes te llamarle «señor». Él alzó una ceja—. Quiero decir, Charlie. Verá, hay una chica…
Charlie asintió, interrumpiéndome.
—Siempre hay una chica. —Los Rolling Stones empezaron a cantar 2000 light years from home. Curioso.
—Necesito volver a ella…
—Una vez tuve una chica. Penélope se llamaba. Penny. —Se recostó en la silla, acariciándose su descuidada barba—. Al final se cansó de estar siempre por aquí y se largó.
—¿Por qué no se fue con ella? —En cuanto formulé la pregunta, comprendí que probablemente era demasiado personal. Aun así, él la contestó.
—No puedo marcharme. —Lo dijo como algo sobreentendido, mientras repartía cartas para los dos—. Soy el Maestro del Río. Es parte de mi curro. No puedo dejar plantados a los jefes.
—Pero podría renunciar.
—Esto no es un trabajo, chico. Es una sentencia. —Se rio, pero pude notar tanta amargura, que sentí pena por él. Eso sumado a la mesa de cartas plegable y al perro holgazán con el rabo hecho un desastre.
Entonces 2.000 light years from home dejó de sonar, para ser reemplazada por Plundered my soul.
No quise averiguar quién era lo suficientemente poderoso como para sentenciarle a quedarse allí sentado, la mayor parte del tiempo, junto a lo que parecía un río bastante vulgar. Lento y tranquilo. De no haberlo visto ahí plantado, probablemente habría intentado cruzarlo a nado por mi cuenta.
—Lo siento. —¿Qué otra cosa podía decir?
—No pasa nada. Ya hice las paces con mi situación hace mucho tiempo. —Golpeó las cartas. Un as y un siete—. ¿Quieres otra?
Otra vez dieciocho.
Charlie tenía también un as.
—Otra. —Observé con atención mientras descubría la carta entre sus dedos.
Un tres de picas.
Se quitó las gafas, unos gélidos ojos azules me miraron fijamente. Sus pupilas eran tan claras que apenas se distinguían.
—¿No vas a decirlo?
—Blackjack.
Charlie echó la silla hacia atrás y, haciéndome una indicación con la mano, señaló hacia el río. Había una mísera barcaza esperando, una tosca balsa cuyos leños estaban atados entre sí con gruesas sogas. Era igual a las que se alineaban en la orilla del pantano de Wader’s Creek. Dragón se estiró caminando detrás de él.
—Vamos, antes de que cambie de opinión.
Le seguí hasta la desvencijada plataforma, subiéndome a los podridos troncos.
Charlie alargó la mano.
—Es el momento de pagar al Barquero. —Señaló hacia las parduscas aguas—. Vamos. Suéltala.
Lancé la piedra que golpeó el agua sin apenas salpicar.
En el momento en que hundió la pértiga en el fondo del río, el agua cambió. Un putrefacto olor emergió a la superficie, un hedor a agua estancada y carne en mal estado…y a algo más.
Bajé la vista a las sombrías profundidades de debajo. El agua era ahora lo suficientemente clara para poder distinguir el fondo, sólo que no se podía, porque había cuerpos flotando por todas partes adonde miraba, a unos centímetros de la superficie. Sin embargo, no eran las retorcidas siluetas de los mitos y las películas. Eran cadáveres, hinchados y encharcados, inmóviles como la muerte. Algunos boca arriba, otros boca abajo, aunque las caras que pude distinguir tenían todas los mismos labios azulados y una piel aterradoramente lívida. Sus cabellos se desparramaban en el agua a su alrededor mientras flotaban entrechocándose unos con otros.
—Tarde o temprano todo el mundo acaba pagando al Barquero. —Charlie se encogió de hombros—. Eso no puedo cambiarlo.
El sabor a bilis subió hasta mi garganta, y tuve que recurrir a toda mi energía para no vomitar. Las náuseas debieron de reflejarse en mi cara, porque el tono de Charlie fue más comprensivo.
—Lo sé, chico. El hedor es difícil de soportar. ¿Por qué crees que no me gusta hacer estos viajes?
—¿Por qué ha cambiado el río? —No podía apartar mis ojos de los cuerpos ahogados—. Quiero decir, que al principio no estaba así.
—En eso te equivocas. Lo que pasa es que no podías verlo. Hay muchas cosas que elegimos no ver. Lo que no significa que no estén ahí, aunque hubiéramos deseado que no fuera así.
—Estoy cansado de verlo todo. Antes, cuando no sabía nada, las cosas eran más sencillas. Apenas si me daba cuenta de que estaba vivo.
Charlie asintió.
—Sí. Eso he oído.
La balsa de madera golpeó contra la orilla opuesta.
—Gracias, Charlie.
Se inclinó sobre la pértiga, sus ojos de un azul sobrenatural parecieron atravesarme con la mirada.
—No hay de qué, tío. Espero que encuentres a la chica.
Alargué la mano con cuidado y rasqué a Dragón detrás de las orejas. Me alegré al ver que mi mano no era arrancada.
El enorme perro soltó un ladrido.
—Tal vez Penny regrese algún día —dije—. Nunca se sabe.
—Es poco probable.
Me apeé en la orilla.
—Ya, claro. Mirándolo de esa forma, supongo que también podría decirse que yo tengo pocas posibilidades.
—Puede que tengas razón. Si te diriges adonde imagino.
¿Acaso lo sabía? Tal vez este lado del río sólo desembocaba en un lugar, aunque lo dudaba. Cuanto más aprendía sobre el mundo que creía conocer y todos los que no conocía, más parecían entrelazarse las cosas, llevando a todas partes y a ninguna, al mismo tiempo.
—Voy al Custodio Lejano. —No pensaba que tuviera la oportunidad de decírselo a ninguno de los Guardianes, dado que no podía abandonar este lugar. Además, había algo en él que me gustaba. Y decir las palabras me hizo sentir que eran verdad.
—Todo recto. No tiene perdida —señaló a lo lejos—. Pero primero tendrás que pasar ante el Guardián de la Puerta.
—Eso me han dicho. —Llevaba pensando en ello desde mi visita a la casa de Obidias con tía Prue.
—Bueno, no te olvides de decirle que me debe dinero —declaró Charlie—. No pienso esperar eternamente. —Le miré y suspiró—. En fin, díselo de todos modos.
—¿Le conoce?
Asintió.
—Sí, desde hace tiempo. No sabría decirte cuánto, pero supongo que hace más de una vida o dos.
—¿Cómo es? —Tal vez si averiguaba más cosas sobre él, tendría más oportunidades para convencerle de que me dejara entrar en el Custodio Lejano.
Charlie sonrió, empujando con la pértiga y desplazando la balsa de nuevo hacia la corriente de cadáveres.
—No se parece a mí.