CAPÍTULO 10

Ojos de serpiente

SENTÍ QUE MIS PIES TOCABAN algo sólido, como si acabara de bajarme de un tren y estuviera en el andén de la estación. Vi los tablones de madera de nuestro porche delantero, y luego mis zapatillas posadas en él. Habíamos vuelto al otro lado, dejando el mundo de los vivos atrás. Habíamos vuelto adonde pertenecíamos, con los muertos.

No quería pensar en ello de esa forma.

—Bueno, ya era hora, he tenido tiempo de ver cómo la colada de tu madre se secaba hace más de una hora.

La tía Prue estaba esperándonos en el Más Allá, en el porche delantero de Wate’s Landing, el que estaba en mitad del cementerio.

Aún no me había acostumbrado a la visión de mi casa aquí, entre mausoleos y estatuas de ángeles llorosos que dominaban la Paz Perpetua. Pero, allí plantada, junto a la barandilla, con los tres Harlon James sentados muy atentos alrededor de sus pies, la tía Prue también parecía bastante dominante.

Como si estuviera hecha una furia.

—Señora —dije un tanto molesto, rascándome el cuello.

—Ethan Wate, he estado esperándote. Pensé que sólo ibas a estar fuera un minuto. —Los tres perros parecían igual de irritados. La tía Prue hizo un gesto de asentimiento hacia mi madre—. Lila.

—Tía Prue. —Se miraron la una a la otra recelosas, lo que me resultó extraño. Siempre se habían llevado muy bien cuando yo era pequeño.

Sonreí a mi tía, cambiando de tema.

—Lo conseguí, tía Prue. Crucé. He estado… ya sabes, en el otro lado.

—Podríais habérselo hecho saber a una persona que yo me sé, para que no hubiera estado esperando en el porche durante gran parte del día. —Mi tía ondeó su pañuelo en mi dirección.

—He estado en Ravenwood, en Greenbrier, en Wate’s Landing y en la redacción de Barras y Estrellas.

La tía Prue frunció una ceja mirándome, como si no me creyera.

—¿En serio?

—Bueno, no estaba solo. Quiero decir, iba con mi madre. Ella me ha ayudado mucho, señora.

Mi madre parecía divertida. La tía Prue no tanto.

—Bueno, si quieres tener la más mínima oportunidad de volver allá, tenemos que hablar.

—Prudence. —Mi madre tenía un extraño tono de advertencia.

No supe qué decir, así que seguí hablando.

—¿Te refieres a cruzar? Porque creo que estoy empezando a cogerle el tranquillo…

—Deja de cotorrear y empieza a escuchar, Ethan Wate. No estoy hablando de «practicar ningún cruce». Estoy hablando de «cruzar de vuelta». Definitivamente, al viejo mundo.

Durante un segundo pensé que se estaba burlando de mí. Pero su expresión no había cambiado. Estaba seria —todo lo seria que mi loca tía abuela podía estar.

—¿De qué estás hablando, tía Prue?

—Prudence —volvió a advertir mi madre—. No lo hagas.

¿Hacer qué? ¿Ofrecerme una oportunidad de volver allí?

La tía Prue miró fijamente a mi madre y apoyó sus zapatos ortopédicos en el escalón inferior a medida que bajaba de uno en uno. Extendí mi mano para ayudarla, pero me rechazó, tan cabezota como siempre. Cuando finalmente consiguió llegar al césped en la base de la escalera, se plantó delante de mí.

—Ha habido un error, Ethan. Uno muy grande. Esto no tenía que pasar.

Un escalofrío de esperanza me recorrió el cuerpo.

—¿Qué?

El color desapareció del rostro de mi madre.

—Basta. —Pensé que iba desmayarse. Por mi parte, apenas conseguía respirar.

—No pienso callarme —replicó tía Prue, entornando los ojos detrás de sus gafas.

—Creí que habíamos decidido no decírselo, Prudence.

—Tú lo decidiste, Lila Jane. Yo ya soy lo suficientemente vieja como para hacer lo que quiera.

—Yo soy su madre. —Estaba claro que no pensaba ceder.

—¿Qué está pasando? —Traté de mediar entre ellas, pero ninguna de las dos miró en mi dirección.

La tía Prue levantó la barbilla.

—El chico ya es lo suficiente mayor como para decidir algo tan importante por sí solo, ¿no crees?

—No es seguro. —Mi madre cruzó los brazos—. No quiero ponerme firme contigo, pero voy a tener que pedirte que te marches.

Nunca había oído a mi madre hablar así a ninguna de las Hermanas. Era casi como si hubiera declarado la Tercera Guerra Mundial a la familia Wate. Sin embargo, aquello no pareció amedrentar a la tía Prue.

—No puedes volver a guardar la melaza de vuelta en su tarro, Lila Jane. —Se rio—. Sabes que es cierto, y también que no tienes ningún derecho a ocultárselo a tu chico. —La tía Prue me miró directamente a los ojos—. Necesito que vengas conmigo. Hay alguien a quien quiero que conozcas.

Mi madre se limitó a mirarla.

—Prudence…

La tía Prue le lanzó esa clase de mirada capaz de marchitar y resecar todo un parterre de flores.

—Deja de decir mi nombre. No puedes detener nada de esto. Y adonde vamos no puedes venir, Lila Jane. Sabes tan bien como yo que a las dos no nos mueve otro interés que conseguir lo mejor para el chico.

Era una clásica confrontación de las Hermanas, de esas en las que, en menos de un abrir y cerrar de ojos, descubrías que nadie iba a salir ganando.

Un segundo más tarde, mi madre cedió. Nunca sabría lo que sucedió en ese silencio que intercambiaron entre ellas, y probablemente era mejor así.

—Estaré esperándote aquí, Ethan —declaró mi madre—. Pero ten cuidado.

La tía Prue sonrió victoriosa.

Uno de los Harlon James gruñó. Luego comenzamos a andar por la acera tan rápidamente que apenas podía mantener el paso.

Seguí a la tía Prue y a los perros que ladraban alegremente fuera de los límites de la Paz Perpetua, pasando por delante de la perfectamente restaurada mansión de estilo federal de los Snow, que estaba situada en el mismo lugar que ocupaba su enorme mausoleo en el cementerio de los vivos.

—¿Quién ha muerto? —pregunté, mirando a mi tía. Estaba convencido de que no había nada sobre la tierra con el suficiente poder para abatir a Savannah Snow.

—El tatarabuelo Snow, aunque aún estabas en pañales cuando sucedió. Ya lleva mucho tiempo aquí. Es la sepultura más antigua de la fila. —Siguió andando por el sendero de piedra que rodeaba la casa, y la seguí.

Nos dirigimos hacia un viejo cobertizo en la parte posterior, sus deterioradas tablas apenas sostenían el retorcido tejado. Pude ver pequeños parches de pintura descolorida todavía adheridos a la madera donde alguien había tratado de rasparla y pulirla. No había suficientes raspaduras capaces de disfrazar la sombra que se cernía sobre mi propia casa en Gatlin, el desvaído azul. El mismo tono de azul pensado para mantener alejados a los espíritus.

Supongo que Amma tenía razón respecto a que a los espíritus no les importa demasiado el color porque, cuando miré alrededor, pude ver la diferencia. No había ninguna tumba vecina a la vista.

—Tía Prue, ¿adónde vamos? Ya he tenido suficientes Snow para varias vidas.

Me miró con el ceño fruncido.

—Ya te lo he dicho. Vamos a visitar a alguien que sabe mucho más que yo sobre todo este desastre. —Alargó el brazo para presionar el astillado tirador de madera del cobertizo—. Da gracias porque yo sea una Statham, y porque los Stathams se mezclen con toda clase de personas, o no habría una sola alma dispuesta a ayudarnos a aclarar este lío. —No pude mirar a mi tía. Estaba tan asustado que temía echarme a reír, considerando que no se llevaba con ninguna clase de personas, al menos no en el Gatlin al que yo pertenecía.

—Sí, señora.

Se adentró en el cobertizo, que no parecía otra cosa más que un vulgar cobertizo. Pero si algo había aprendido de Lena y de mi experiencia en su mundo, era que las cosas no siempre son lo que parecen.

Seguí a la tía Prue —y a la corte de Harlon James— al interior y cerré la puerta detrás de nosotros. Las grietas de la madera dejaban pasar la suficiente luz para que pudiera distinguir a mi tía recorriendo el cobertizo. Estaba buscando algo en la débil luz, y me di cuenta de que era otro tirador.

Una puerta oculta, como las que había en los Túneles Caster.

—¿Adónde vamos?

La tía Prue se detuvo, con su mano aún apoyada en el tirador de hierro.

—No todas las personas tienen la fortuna de estar enterradas en el Jardín de la Paz Perpetua, Ethan Wate. Los Caster, según tengo entendido, tienen tanto derecho a estar en el Más Allá como nosotros, ¿no crees?

La tía Prue empujó la puerta, que se abrió con sorprendente facilidad, y aparecimos ante un rocoso litoral.

Había una casa balanceándose peligrosamente al borde de un acantilado. Los desgastados tablones de madera tenían el mismo gris desvaído de las rocas, como si hubieran sido trabajosamente excavados en ellas. Era una construcción pequeña y sencilla, un poco escondida a la vista, como tantas otras cosas en el mundo que había dejado atrás.

Observé cómo las olas rompían contra el acantilado, llegando casi hasta la altura de la casa pero retirándose en el último momento. Este lugar había soportado la prueba del tiempo, desafiando a la naturaleza de una forma que parecía imposible.

—¿De quién es esa casa? —Ofrecí mi brazo a la tía Prue, ayudándola a caminar por el irregular terreno.

—Ya sabes lo que se dice sobre la curiosidad y los gatos. Tal vez no te mate, pero puede que te meta en un serio problema por aquí. Aunque, en tu caso, los problemas parecen perseguirte incluso cuando no estás buscándolos. —Se recogió su larga falda floreada con una mano—. Muy pronto lo sabrás.

Después de eso ya no dijo nada más.

Ascendimos por una peligrosa escalera excavada a un lado del acantilado. Los tramos donde la piedra no había sido reforzada con tablas astilladas se deshacían bajo mi peso, haciendo que casi perdiera pie. Traté de decirme que no podía caer en picado en las garras de la muerte, puesto que ya estaba muerto. Aun así, no me sirvió tanto como esperaba. Esa era otra de las cosas que había aprendido del mundo Caster: siempre había algo peor esperándote a la vuelta de la esquina. Siempre hay algo de lo que tener miedo, incluso aunque aún no hayas comprendido de qué se trata.

Cuando alcanzamos la casa, lo único que me vino a la cabeza fue lo mucho que me recordaba a la mansión Ravenwood, aunque los dos edificios no se parecían en absoluto. Ravenwood era de estilo neoclásico, mientras que esta era de una sola planta y con sus muros recubiertos de madera. Pero la casa parecía ser consciente de nuestra presencia a medida que nos íbamos acercando, cobrando vida y llenándose de energía y magia, al igual que Ravenwood. Estaba rodeada por sinuosos árboles con ramas inclinadas que habían sido vapuleadas por el viento hasta someterlas. Era como uno de esos retorcidos dibujos que encuentras en los libros de cuentos, pensados para aterrorizar a los niños y conseguir que tengan pesadillas. El tipo de libro en el que los niños se quedaban atrapados por algo más que unas brujas, siendo devorados por algo más que lobos.

Estaba pensando que era muy conveniente que ya no necesitara dormir, cuando mi tía empezó a ascender por el sendero, sin siquiera vacilar. Caminó directamente hasta la puerta golpeando la oxidada aldaba tres veces. Había algo escrito en el marco de la puerta. Era niádico, la antigua lengua de los Caster.

Di un paso atrás, dejando que la tropa de Harlon James pasara delante de mí. Los tres emitieron pequeños gruñidos ante la puerta. Antes de que tuviera oportunidad de examinar la escritura más de cerca, esta se abrió de par en par.

Un anciano estaba frente a nosotros. Supuse que sería un Sheer, aunque esa distinción apenas suponía nada aquí, donde todos éramos espíritus de una clase u otra. Su cabeza estaba rapada y llena de cicatrices, pequeñas líneas difuminadas se entrelazaban formando un retorcido dibujo. Su barba blanca estaba muy recortada, los ojos cubiertos por unas envolventes gafas oscuras.

Un jersey negro colgaba de su escuálida silueta, que permanecía parcialmente oculta detrás de la puerta. Había algo frágil y gastado en él, como si hubiera escapado de un campo de trabajo o algo peor.

—Prudence —saludó—. ¿Es este el chico?

—Pues claro que es él. —La tía Prue me empujó hacia el interior—. Ethan, te presento a Obidias Trueblood. Adelante.

Le tendí la mano.

—Encantado de conocerle, señor.

Obidias alargó su mano derecha, que había estado oculta tras la puerta.

—Supongo que disculparás que no te estreche la mano. —Su mano había sido amputada por la muñeca, una línea negra marcaba el lugar donde había sido cortada. Por encima de la marca, la muñeca tenía numerosas cicatrices, como si hubiera sido mordida una y otra vez.

Como había sucedido.

Cinco serpientes negras se retorcían y extendían desde su muñeca hasta el lugar donde deberían haber estado sus dedos. Todas siseando y arremetiendo en el aire, enredándose unas con otras.

—No te preocupes —indicó Obidias—. No te harán daño. Es a mí a quien disfrutan atormentando.

No se me ocurrió nada que decir. Pero sentí unas ganas terribles de salir corriendo.

Los tres Harlon James gruñeron aún con más fuerza, y las serpientes les contestaron con más siseos. La tía Prue hizo un gesto hacia todos ellos.

—Vamos, por favor. Callaos también vosotros.

Mis ojos se clavaron en la mano de las serpientes. Algo en ella me resultaba familiar. ¿Cuántos tipos con serpientes en vez de dedos podrían existir? ¿Por qué me sentía como si ya le conociera?

Entonces caí, recordando quién era en realidad Obidias, el tipo al que Macon había enviado a Link a visitar en los Túneles el pasado verano, justo después de la Decimoséptima Luna. El mismo que había muerto delante de Link después de que Hunting le mordiera en su casa, en esta casa, o en la versión en el Más Allá de ella. Por aquel entonces pensé que Link estaba exagerando, pero al parecer no era así.

Ni siquiera Link podría haberse inventado algo semejante.

La serpiente que ocupaba el pulgar de Obidias se enroscó alrededor de su muñeca, alargando su cabeza hacia mí, con su lengua bífida asomándose y ocultándose, como un pequeño látigo.

La tía Prue me empujó a través del umbral, y entré tambaleándome a apenas unos centímetros de las serpientes.

—Pasa. No tendrás miedo de unas pobres y diminutas culebrillas de jardín, ¿verdad?

Estaba bromeando, ¿no? Su aspecto era como de víboras.

Me volví torpemente hacia Obidias.

—Lo siento, señor. Es que… me han pillado desprevenido.

—No le des más vueltas. —Hizo un gesto de disculpa acompañado de un giro de muñeca de su mano buena—. No es algo que se vea todos los días.

La tía Prue resopló.

—Yo misma he visto un par de cosas aún más extrañas. —Me quedé mirando fijamente a mi tía, que parecía tan tranquila como si estuviera acostumbrada a estrechar la mano a serpientes todos los días.

Obidias cerró la puerta a nuestra espalda, pero no antes de comprobar el horizonte en todas las direcciones.

—¿Habéis venido solos? ¿No os han seguido?

La tía Prue sacudió la cabeza.

—¿A mí? Nadie puede seguirme. —No estaba bromeando.

Miré en dirección a Obidias.

—¿Puedo preguntarle algo, señor? —Tenía que comprobar si había conocido a Link, si se trataba de la misma persona.

—Por supuesto.

Me aclaré la garganta.

—Creo que conoció a un amigo mío. Cuando estaba vivo, quiero decir. Él me habló de alguien que se parecía mucho a usted.

Obidias sacó su mano.

—¿Quieres decir un hombre con cinco serpientes por mano? Probablemente no haya muchos así.

No estaba seguro cómo formular la siguiente parte.

—Sí, se trata de mi amigo, él estaba presente cuando usted… ya sabe, murió. No estoy seguro de que importe, pero si es así, me gustaría saberlo.

La tía Prue me miró confusa. No sabía nada de aquello. Por lo que yo tenía entendido, Link jamás se lo había contado a nadie salvo a mí.

Obidias también me estaba observando.

—¿Acaso ese amigo tuyo conoce a Macon Ravenwood?

—Así es, señor —asentí.

—Entonces me acuerdo muy bien de él. —Sonrió—. Vi cómo le entregaba mi mensaje a Macon después de morir. Se pueden ver muchas cosas desde este lado.

—Supongo que sí. —Tenía razón. Debido a que estábamos muertos, podíamos verlo todo. Y debido a que estábamos muertos, ya no importaba lo que pudiéramos ver. Así que todo ese rollo de ver las cosas desde la tumba estaba terriblemente sobrevalorado. Al final acababas viendo mucho más de lo que hubieras deseado.

Estaba convencido de no ser el primer tipo que hubiera preferido ver un poco menos a cambio de vivir un poco más. Pero eso no se lo dije a Eduardo Manoserpientes. No quería ahondar demasiado en lo mucho que tenía en común con un tipo cuyos dedos tenían colmillos.

—¿Por qué no nos ponemos un poco más cómodos? Tenemos mucho de qué hablar. —Obidias nos guio hasta el salón, la única estancia que pude ver, salvo por la pequeña cocina y una solitaria puerta al final del vestíbulo, que debía de llevar al dormitorio.

La habitación era una especie de biblioteca gigante. Las estanterías se extendían del suelo al techo, una deteriorada escalerilla de metal estaba enganchada a la balda más alta. Más allá, un pulido atril de madera contenía un enorme volumen en cuero, como el diccionario que teníamos en la Biblioteca del Condado de Gatlin. A Marian le hubiera encantado este lugar.

No había nada más en la habitación aparte de cuatro sillones gastados. Obidias aguardó a que la tía Prue y yo nos sentáramos antes de elegir una silla frente a nosotros. Se quitó las gafas oscuras que llevaba, y sus ojos se clavaron en los míos.

Debería haberlo imaginado.

Ojos amarillos.

Era un Caster Oscuro. Cómo no.

Aquello tenía sentido, si realmente era el mismo tipo de la historia de Link. Pero aun así, ahora que lo pensaba, ¿qué estaba haciendo la tía Prue llevándome a ver a un Caster Oscuro?

Obidias debió de imaginar lo que me pasaba por la cabeza.

—No creías que hubiera Caster Oscuros aquí, ¿verdad?

Sacudí la cabeza.

—No, señor. Supongo que no.

—Sorpresa. —Obidias sonrió forzadamente.

La tía Prue intervino en mi ayuda.

—El Más Allá tiene cabida para todos los asuntos sin finalizar. Para la gente como tú y yo, y el mismo Obidias aquí presente, gente que todavía no estamos preparados para marcharnos.

—¿Y mi madre?

Ella asintió.

—Lila Jane más que nadie. Lleva merodeando por aquí mucho más que todos nosotros juntos.

—Algunos pueden cruzar libremente entre este mundo y los otros —explicó Obidias—. Al final todos acabamos llegando a nuestro destino. Pero aquellos de nosotros cuyas vidas fueron truncadas antes de que pudiéramos enderezar el mal que nos estaba acechando permanecemos aquí hasta encontrar ese momento de paz.

No hacía falta que lo dijera. Ya lo había aprendido por mí mismo: cruzar era un asunto complicado. Además, no había sentido nada que se pareciera remotamente a la paz. Aún no.

Me volví hacia la tía Prue.

—¿Así que tú también estás atrapada aquí? Quiero decir, ¿cuando no estás cruzando para visitar a las Hermanas? ¿Es por mi causa?

—Puedo partir si concentro mi mente en ello. —Me palmeó la mano, como para recordarme que era un ingenuo por pensar que había algo o alguien que pudiera impedir a mi tía llegar al lugar que quisiera—. Pero no pienso ir a ninguna parte hasta que no regreses a casa, donde perteneces. Ahora formas parte de mi asunto sin finalizar, Ethan, y lo acepto. Pretendo hacer las cosas bien. —Me acarició la mejilla—. Además, ¿qué otra cosa podría hacer? Tengo que esperar a Mercy y Grace, ¿no es cierto?

—¿De vuelta a casa? ¿Quieres decir a Gatlin?

—Con Amma, Lena y todos los tuyos —contestó.

—Tía Prue, apenas he conseguido cruzar para visitar Gatlin y ni una sola alma ha podido verme.

—Ahí es donde te equivocas, jovencito —intervino Obidias, mientras una de sus serpientes de aspecto furioso clavaba los colmillos en su muñeca. Él parpadeó, sacando de su bolsillo un trozo de tela negro con forma de mitón. Colocó la capucha por encima de las sibilantes serpientes usando dos cordones que había en el extremo para cerrarla. Las serpientes se revolvían y agitaban bajo la tela—. Ahora, ¿por dónde iba?

—¿Se encuentra bien? —Me sentía un tanto distraído. No todos los días un hombre, aunque sea un Sheer, resulta mordido por su propia mano. O esperaba que no fuera así.

Pero Obidias no quería hablar de sí mismo.

—Cuando me enteré de las circunstancias que te trajeron hasta este lado del velo, mandé aviso a tu tía inmediatamente. A tu tía y a tu madre.

Mi tía Prue chasqueó la lengua con impaciencia.

Eso explicaba que mi tía estuviera deseando traerme aquí, y mi madre no. Sólo porque se dieran a dos personas de mi familia las mismas noticias, eso no significaba que estuvieran de acuerdo en lo que escuchaban. Mi madre solía decir que los miembros de la familia Evers eran los más cortos de mente y testarudos parientes que pudieras encontrar —y los Wate aún peor. Un enjambre de avispas luchando sobre el nido, así era como mi padre solía llamar a las reuniones de la familia Wate.

—¿Y cómo supo lo que había sucedido? —Traté de no mirar a las serpientes retorciéndose bajo la capucha negra.

—Las noticias viajan rápido en el Más Allá —declaró, dubitativo—. Pero lo más importante es que desde el primer momento supe que era un error.

—Te lo dije, Ethan Wate. —La tía Prue parecía bastante satisfecha.

Si realmente era un error —si se suponía que yo no debía estar aquí—, tal vez hubiera un modo de arreglarlo. Tal vez pudiera volver a casa.

Deseaba con todas mis fuerzas que fuera verdad, de la misma forma que había deseado que esto fuera un sueño del que pudiera despertar. Aunque sabía que eso no sucedería.

Nada sucede nunca como queremos que sea. Ya no. No para mí.

Pero ellos no lo entendían.

—No fue un error. Yo decidí venir, señor Trueblood. Yo mismo lo planeé junto con la Lilum. Si no lo hacía, la gente a la que quería y muchos otros iban a morir.

Obidias asintió.

—Todo eso ya lo sé, Ethan. Igual que sé lo sucedido con la Lilum y el Orden en las Cosas. No estoy cuestionando lo que hiciste. Lo que digo es que tú nunca debías haber tomado esa decisión. No estaba en Las Crónicas.

¿Las Crónicas Caster? —Sólo había visto el libro una vez, en el archivo, cuando el Consejo del Custodio Lejano apareció para interrogar a Marian y, sin embargo, era la segunda vez que oía sacar el tema desde que estaba aquí. ¿Cómo podía Obidias saberlo? Además, fuera lo que fuera que significara aquello, mi madre no había querido entrar en el asunto.

—Sí —asintió Obidias.

—No entiendo qué tiene eso que ver conmigo.

Durante un momento guardó silencio.

—Adelante, cuéntaselo. —La tía Prue estaba lanzándole a Obidias Trueblood la misma mirada poderosa que siempre me dirigía antes de obligarme a hacer alguna cosa absurda, como enterrar bellotas en su jardín para las crías de las ardillas—. Se merece saberlo. Suéltalo ya.

Obidias asintió en la dirección de la tía Prue y volvió la vista hacia mí con esos ojos dorados y amarillos que hicieron que mi piel se erizara casi tanto como lo hacía su mano de serpiente.

—Como sabes, Las Crónicas Caster recogen todo lo que ha sucedido en el mundo. Pero también lo que puede ser, los posibles futuros que aún no han sucedido.

—El pasado, presente y futuro. Lo recuerdo. —Los tres Guardianes con aspecto extraño que vi en la biblioteca y durante el juicio de tía Marian. ¿Cómo olvidarlo?

—Sí. En el Custodio Lejano, esos futuros pueden alterarse, transformándose de futuros posibles a futuros reales.

—¿Está diciendo que el libro puede cambiar el futuro? —Me quedé estupefacto. Marian nunca había mencionado algo así.

—Puede hacerlo —contestó Obidias—. Si una página es alterada o se añade otra. Una página que se supone nunca debió estar allí.

Un escalofrío me recorrió la columna.

—¿Qué está tratando de decir, señor Trueblood?

—La página que cuenta la historia de tu muerte nunca fue parte de Las Crónicas Caster originales. Fue añadida. —Me lanzó una mirada angustiada.

—¿Por qué querría alguien hacer eso?

—Hay más razones para el comportamiento de la gente que el número de acciones que realmente se ponen en marcha. —Su voz sonaba distante, llena de pena y dolor, algo que nunca hubiera esperado de un Caster Oscuro—. Pero lo importante es que tu destino, este destino, puede ser cambiado.

¿Cambiado? ¿Podía salvarse una vida una vez que había acabado?

Me aterrorizaba hacer la siguiente pregunta, permitirme creer que hubiera una forma de poder regresar a todo lo que había perdido. A Gatlin. A Amma.

Lena.

Todo lo que quería era sentirla entre mis brazos y escuchar su voz en mi cabeza. Quería encontrar el modo de volver a la chica Caster a la que quería más que a nada en este mundo, o en cualquier otro.

—¿Cómo? —La respuesta casi era lo de menos. Habría hecho cualquier cosa para conseguirlo, y Obidias Trueblood lo sabía.

—Es peligroso. —La expresión de Obidias era toda una advertencia—. Mucho más peligroso que cualquier cosa del mundo Mortal.

Escuché las palabras, pero no pude creerlas. No había nada más aterrador que estar aquí.

—¿Qué es lo que tengo que hacer?

—Tendrás que destruir tu propia página en Las Crónicas Caster. Aquella en la que se describe tu muerte.

Sentí que miles de preguntas se agolpaban en mi mente, pero sólo una importaba.

—¿Y qué pasa si se equivoca y la página estaba allí desde siempre?

Obidias bajó la vista a lo que quedaba de su mano izquierda, las serpientes se erguían y golpeaban incluso desde debajo de la tela. Una sombra atravesó su rostro.

Alzó los ojos para encontrarse con los míos.

—Sé que no estaba allí, Ethan. Porque fui yo quien la escribió.