XXIX. La persecución

Seguir al faquir no era cosa fácil, dada la profunda oscuridad que reinaba en la segunda caverna y teniendo en cuenta que ya no contaban con antorchas.

Sus compañeros se encontraban en una situación extremadamente embarazosa, porque no sabían dónde dirigirse y se veían además obligados a nadar para mantenerse a flote, ya que no habían encontrado ningún punto de apoyo.

El agua que se había introducido a través de las galerías estaba acumulada en aquella caverna a causa de la pendiente del terreno y era todavía tan profunda que no permitía a los cuatro indios tocar el fondo.

—¿Adonde vamos? —preguntó Tremal-Naik, que comenzaba a inquietarse—. ¿No nos hemos equivocado?

—Intentad seguirme —dijo Windhya—. Sé dónde se encuentra el túnel que debe conducirnos al Ganges.

—¿Lo encontrarás en esta oscuridad?

—Así lo espero.

—¿Estará también inundado?

—No, porque debe estar mucho más alto.

—¿Y si no podemos descubrirlo?

El faquir no respondió.

—Habla —insistió Tremal-Naik.

—Entonces, para nosotros todo habría acabado —dijo Windhya con resignación—. No temo a los hombres del capitán; la galería llena de agua que hemos atravesado basta para protegernos. Lo que me espanta es el agotamiento de nuestras fuerzas.

—Yo ya comienzo a estar cansado —dijo el dondy, que nadaba penosamente—. Si tuviera que mantenerme a flote todavía media hora no lo lograría.

—Ve a buscar el túnel —dijo Tremal-Naik a Windhya—. Nosotros intentaremos seguirte.

El faquir nadó hasta que encontró la pared de la tenebrosa galería y luego se puso a seguirla para descubrir más fácilmente el pasadizo.

Tremal-Naik y sus compañeros, guiados por el gorgoteo del agua removida por los brazos del nadador, lo siguieron procurando mantenerse unidos para no perderse.

Aunque los cuatro eran valientes y resueltos, el fúnebre rumor de las aguas removidas por sus miembros y aquella profunda oscuridad hacían gran impresión en sus ánimos. Incluso Tremal-Naik se sentía presa, poco a poco, de una vaga sensación de terror que iba en aumento.

Dos veces el faquir dio la vuelta a la caverna sin encontrar nada. La desesperación, acrecentada por la oscuridad y el temor a un peligro inminente, estaba a punto de hacer presa en él cuando sus pies chocaron con un obstáculo. Alargó rápidamente una pierna y le pareció que subía un escalón.

—¡Quizás estamos a salvo! —exclamó con acento de triunfo.

¿Has encontrado la abertura? —le preguntó el dondy con voz angustiada—. Siento que me faltan las fuerzas.

—He encontrado un punto de apoyo —respondió Windhya.

—¿Podemos utilizarlo nosotros? —preguntó el thug—. También yo estoy agotado.

—Estamos cerca de la galería; hay un escalón debajo de mí. Avanza —dijo Tremal-Naik.

El faquir alargó la mano y sintió cerca de sí otros escalones. Se agarró a ellos gritando:

—¡Venid: estamos a salvo!

Delante de él se encontraban otros escalones. Comenzó a subir por ellos y pronto sus manos encontraron una abertura. Con un último esfuerzo se izó y se encontró ante un pasadizo.

—Lo hemos conseguido —dijo—. Venid y llegaremos a las orillas del Ganges.

—¿Ves la luz? —preguntó Tremal-Naik.

—Todavía no; debemos pasar por otras galerías y otras cavernas.

Sus tres compañeros, guiados por su voz, no tardaron en llegar cerca de la escalera.

Windhya se había ya lanzado por el túnel y avanzaba a tientas, no sabiendo de una manera exacta dónde se encontraba.

Se había acordado en aquel momento de que en las cavernas existían otros pasadizos que él no había explorado jamás: por consiguiente, ignoraba si el camino encontrado era el que conducía a las orillas del Ganges.

—Si tuviéramos nuestras antorchas… —murmuró—. No sé si con esta oscuridad lograremos salir del trance.

De repente chocó contra un obstáculo, que parecía cerrar la galería. A pesar de los escalofríos que experimentaba a causa del frío reinante en aquel subterráneo y a la larga inmersión en el agua, sintió su frente perlada de sudor.

—¿Dónde estamos? —se preguntó con angustia—. ¿Nos habremos extraviado en estos inmensos subterráneos de la pagoda?

—¿Qué ocurre ahora? —le preguntó Tremal-Naik, que había caído encima de él, ya que no preveía la repentina detención del faquir.

—El camino está cerrado —respondió Windhya.

Durante algunos instantes un silencio pavoroso reinó entre los cuatro hombres. Aquel inesperado obstáculo que les impedía proseguir la fuga los aterrorizaba.

—Comienzo a creer que estamos perdidos —dijo Tremal-Naik con sorda rabia—. ¿Qué podemos hacer ahora?

—No sé qué hacer —respondió el faquir—. Sin una antorcha no sabría adonde dirigirme.

—¿Qué es lo que cierra la galería?

—No sé si es una piedra o una puerta.

Tremal-Naik extrajo de su cinturón una pistola, caminó unos pasos hacia delante y con la culata del arma golpeó repetidamente el obstáculo. Un sonido metálico resonó en la tenebrosa galería.

—Es una puerta de hierro —dijo el cazador de serpientes—. Quizás haya algún modo de abrirla. Busquemos a ver si hay un botón.

Hizo correr sus manos por aquella gran plancha metálica, por arriba, por abajo, por los dos lados, pero no encontró nada. La puerta era perfectamente lisa, sin la menor protuberancia.

—Nada. No hay nada que hacer —murmuró con voz ronca.

Reunió todas sus fuerzas y trató de empujar; esfuerzo inútil. Aquella puerta, que debía de ser maciza, no se movió.

—Para derribarla se necesitaría una mina —dijo.

—Volvamos a la caverna y busquemos otro paso —sugirió el dondy.

—Si no lo hemos encontrado antes, dudo que lo descubramos ahora.

—Veamos —dijo Tremal-Naik—. ¿Estás seguro de que el pasaje no está sumergido?

—Si estuviera cubierto de agua no habría ya aire respirable.

—Vamos, pues, a buscarlo —aconsejó el viejo thug.

—¿Y si esperásemos a que bajase el agua? —preguntó el dondy.

—¿Y los cipayos? —dijo el thug—. ¿Has olvidado que nos persiguen…?

—El túnel nos protege.

Como para darle un mentís al dondy, en aquel momento se oyó a breve distancia un espantoso estallido y luego un relámpago luminoso cruzó por la caverna, iluminándola enteramente.

Las aguas, elevadas por el estallido de alguna mina poderosa, se lanzaron entonces contra las paredes con ruidos ensordecedores, mientras de las bóvedas oían precipitarse, con zambullidas sordas, pedazos de roca.

Tremal-Naik, el dondy y el viejo thug lanzaron un grito de terror, creyendo que se derrumbaba toda la caverna; Windhya, por el contrario, lanzó un grito de triunfo.

A la luz del relámpago había descubierto una segunda escalerilla que subía hacia la bóveda y en seguida la había reconocido.

—¡El pasadizo está descubierto! —gritó—. ¡Rápidamente, a la caverna!

Luego, sin ver si le seguían o no sus compañeros, se precipitó al agua todavía agitada y nadó con supremo vigor.

—¡Windhya! —gritó Tremal-Naik.

—Venid —respondió el faquir con voz imperiosa—. ¡Los cipayos están a punto de irrumpir en la caverna!

Los tres indios, comprendiendo que estaban a punto de ser sorprendidos por los soldados del capitán Macpherson, se lanzaron al agua tratando de seguirle. Por la parte de la galería que comunicaba con la primera caverna se oían voces. De vez en cuando, fugaces resplandores iluminaban las paredes y se reflejaban en las aguas.

Los cipayos, después de haber volado el paso para desembarazarlo de la masa líquida que obstruía su avance, se preparaban para invadir la caverna.

Mientras el faquir llegaba a la escalerilla que conducía al corredor que comunicaba con el río, se oyó una voz gritar:

—¡Adelante!

Tremal-Naik lanzó un grito de rabia.

—¡La voz de Bharata!

—Nos ha engañado y ahora intenta cazarnos —dijo el viejo thug.

—Si ese bribón vuelve a caer en nuestras manos, no dejaré que se salve.

A la orden dada por el sargento, los cipayos se habían lanzado por la galería con la furia de un torrente, chapoteando en el agua. Eran quince o veinte, armados de fusiles y provistos de antorchas.

Cuando llegaron a la caverna se detuvieron, ya que el agua les llegaba hasta el cuello.

—Aquí están —gritó uno de ellos.

Windhya, Tremal-Naik y el viejo thug habían llegado ya al túnel y se habían refugiado en él, pero el dondy, más viejo que ellos y ya quebrantado por aquella carrera y aquellos continuos baños, se encontraba en el último escalón.

Al divisarlo, algunos cipayos apuntaron rápidamente sus armas y lo saludaron con una descarga.

El desgraciado faquir, acribillado por las balas, soltó la escalera y se precipitó al agua sin lanzar un solo grito.

Oyendo la sacudida producida por el cuerpo que se hundía, Tremal-Naik se había vuelto.

—El dondy ha muerto —gritó.

—¡Adelante! —respondió Windhya—. ¡No es momento de ocuparse de los muertos!

Los tres indios se lanzaron por la galería mientras los cipayos avanzaban nadando para llegar a la escalerilla.

Habiendo recorrido doscientos metros, Windhya se detuvo un momento para dejar pasar a sus compañeros. Había una gruesa puerta de hierro en aquel punto, pero estaba abierta.

—Este obstáculo bastará para retenerles algún tiempo —dijo.

Y cerró la puerta tras sí con gran estruendo.

—¿Adonde vamos? —preguntó Tremal-Naik.

—Siempre adelante —respondió el faquir.

—¿No hay obstáculos? —No se ve nada.

—El río no está lejos.

Los tres reemprendieron la carrera, chocando entre sí y empujándose. Corrían a tientas, con las manos tendidas para no romperse la cara contra cualquier pared o contra cualquier obstáculo, espoleados por el temor.

De repente, en el fondo de un largo corredor comenzaron a percibir un atisbo de luz, mientras a sus oídos llegaba un sordo roce que parecía producido por el lejano curso de agua.

—¿Qué es ese rumor? —preguntó Tremal-Naik.

—Es el Ganges —respondió Windhya.

Continuando su carrera, llegaron poco después a una tercera y aún más amplia caverna, que recibía un poco de luz por una estrecha abertura practicada en la altísima bóveda.

Su aparición en este último antro fue saludada por un chirrido ensordecedor que venía de arriba. Tremal-Naik y el thug, al no saber de dónde procedía, se detuvieron, mirando con inquietud a su alrededor.

Sólo entonces se dieron cuenta de que las paredes y la bóveda estaban tapizadas con grandes manchas negruzcas que se agitaban, emitiendo sordos charloteos como si fueran personas que murmurasen entre sí. Eran millares y millares de badul, especie de repugnantes murciélagos de una longitud de más de un pie y con las alas bastante amplias, la cabeza y el cuerpo cubiertos de un vello castaño oscuro, atravesado por una franja amarillenta.

Viendo a aquellos tres hombres irrumpir en su caverna, aquellos habitantes de las tinieblas comenzaron a agitarse y a protestar contra el allanamiento de morada. Al principio se reunieron, apretándose entre sí para formar una gran masa viviente y ruidosa y luego comenzaron a volar por la caverna huyendo en todas direcciones al tuntún, chocando contra los tres hombres y golpeando sus rostros con las frías y gigantescas alas.

Tremal-Naik y sus compañeros pasaron corriendo en medio de aquel caos de animales espantados y llegaron a un nuevo corredor en cuyo extremo se oía el ruido continuo que anunciaba la proximidad del río.

—Venid —dijo Windhya—. ¡Ahora estamos a salvo!

Recorrieron el último tramo de la galería, cuya bóveda descendía rápidamente, y llegaron ante una hendidura a través de la cual se veía correr el agua.

—¿Pasaremos? —preguntó Tremal-Naik.

—Basta sumergirse —respondió Windhya.

Dio unos pasos adelante y se encontró con el agua hasta los muslos. El plano de la galería descendía rápidamente siguiendo la inclinación de la orilla y terminaba a un metro bajo el nivel del río.

El faquir, que continuaba sumergiéndose, estaba para arrojarse resueltamente al Ganges cuando se le vio retroceder rápidamente con un gesto de rabia.

—¿Qué sucede? —preguntó Tremal-Naik.

—¡El río está vigilado por los cipayos!

—¡Maldición…!