XXVIII. En los subterráneos de la Pagoda

Aquel pasadizo subterráneo, ignorado seguramente por el capitán y sus cipayos, era tortuoso, húmedo y tan estrecho que apenas dejaba pasar a un solo hombre.

Descendían por una pendiente unas veces más fuerte y otras menos, describiendo numerosas curvas, como si diese vueltas alrededor del pantano o de la vieja pagoda. Inmundos insectos, que habían penetrado por las fisuras del suelo, habían ocupado ya la galería seguros de gozar allí de una tranquilidad absoluta. A la luz de las antorchas se veía escapar, asustados por aquella imprevista e inesperada invasión, a escorpiones de todas dimensiones y todos los colores, escolopendras, arañas negras y velludas, de extraordinario grosor, y también a algunos biscobra, especie de lagartijas horribles, erizadas de pinchos, con la lengua dividida en dos dardos córneos que destilaban un veneno peligrosísimo.

Tremal-Naik, que mantenía siempre estrechado a Bharata entre sus brazos, después de haber recorrido unos quinientos pasos se detuvo en una pequeña caverna, que no parecía tener salida.

—No se puede avanzar —dijo al dondy y al viejo thug, que le habían alcanzado—. No veo ningún pasaje.

—Esperemos a Windhya —respondió el thug. Sólo él conoce estos subterráneos.

—He oído hablar de la vieja pagoda —dijo el dondy—. No creo que el túnel acabe aquí.

—Si fuese así, sería la muerte para nosotros —dijo Tremal-Naik—. Los cipayos no tardarán en descubrir el pasadizo.

En aquel momento divisaron a Windhya, que corría rápidamente para llegar hasta ellos.

—Ya está hecho —dijo apagando su antorcha—. Ahora estamos ya seguros de que no nos seguirán.

—¿Por qué? —preguntó Tremal-Naik.

—La bodega está llena de agua y nadie podrá descubrir la plancha.

—¿Adonde vamos ahora? —preguntó el dondy—. Aquí ya no hay más pasadizos.

—Yo sé dónde se encuentra el pasadizo —respondió Windhya.

Tomó una antorcha y estaba a punto de examinar las paredes de la caverna cuando una espantosa detonación se oyó resonar en lontananza. La sacudida en el suelo fue tal que una considerable cantidad de piedras se soltaron de la bóveda, cayendo con gran estrépito.

Afortunadamente los cuatro indios, que se habían dado cuenta a tiempo del derrumbamiento, se habían lanzado precipitadamente al túnel, arrastrando con ellos al prisionero.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó Tremal-Naik—. ¿Habrán hecho estallar una mina?

—Han hecho saltar mi casa, según creo —dijo Windhya, que parecía lleno de inquietud—. Este es un golpe que no me esperaba.

—¿Se habrá derrumbado la galería? —preguntó el dondy.

—No creo, pero… ¡Escuchad! ¿No oís nada?

Tremal-Naik y sus dos compañeros contuvieron la respiración y se pusieron a escuchar. Del oscuro túnel que habían recorrido se oía avanzar un sordo mugido que cada vez se hacía rápidamente más claro.

Los cuatro indios se miraron entre sí con inquietud.

—¿Qué es ese rumor que se aproxima? —preguntó Tremal-Naik.

—No lo sé —dijo Windhya.

—Se diría que una corriente de agua irrumpe por la galería.

—¡Agua! —exclamó Windhya con acento aterrorizado—. Entonces han hecho saltar también la plancha de hierro que nos protegía.

—Huyamos —dijo el viejo thug—. ¡Pronto, busca el pasadizo!

Windhya se lanzó hacia un rincón de la caverna donde, como sabía, se encontraba una segunda plancha que comunicaba con los subterráneos de la vieja pagoda. Ya había descubierto el botón que debía hacer saltar el muelle cuando por el oscuro túnel se volcó un verdadero alud de agua tumultuosa.

El choque de aquella masa líquida fue tan violento que los cuatro indios y el prisionero fueron lanzados contra la pared opuesta. Dos antorchas se apagaron, pero el viejo thug había alzado rápidamente la suya, para que la oscuridad no se hiciera total.

Durante algunos minutos los desgraciados se sintieron arrastrar unas veces adelante, otras veces atrás, por aquel furioso torrente que irrumpía con mugidos pavorosos en la caverna, amenazando llenarla hasta la bóveda y ahogarlos a todos. Al no encontrar salida el agua chocaba contra las paredes formando verdaderas oleadas y crecía a ojos vistas, haciendo extraordinariamente peligrosa la situación de aquellos cinco hombres.

—¡Por la muerte de Siva! —exclamó Tremal-Naik, que había soltado a Bharata—. ¡Estamos a punto de ahogarnos! ¿Qué ha ocurrido?

—Se ha roto la plancha de metal y el agua de la bodega y del pantano ha invadido la galería —explicó Windhya.

—Es preciso abrir un escape para el agua —dijo el viejo thug.

—Hay un pasaje, pero ahora se encuentra sumergido.

—Tratemos de abrirlo.

—El túnel se secará y los cipayos nos cazarán.

—Es mejor una persecución que la muerte cierta —dijo Tremal-Naik—. Rápido, Windhya, encuentra la plancha o en pocos minutos estaremos ahogados.

—Mantén alta la antorcha —dijo el faquir al viejo thug—. Si se apaga estamos perdidos.

El agua continuaba irrumpiendo furiosamente en la caverna, pero, como todo el túnel estaba ya invadido, las oleadas se habían calmado. No obstante, el nivel continuaba elevándose y los cinco hombres se encontraban sumergidos hasta el pecho. Unos minutos más y el agua llegaría a sus barbillas.

Después de haber observado las paredes de la caverna, el faquir se había dirigido hacia un ángulo y luego, provisto de una buena cantidad de aire, se había sumergido resueltamente para hacer saltar el muelle de la plancha.

Tres veces se vio obligado a volver a la superficie para respirar; a la cuarta inmersión encontró finalmente el botón y lo pulsó con todas las fuerzas de sus dedos. Casi en seguida en aquel ángulo se formó un pequeño remolino, luego se oyeron mugidos cortos que cada vez se hacían más claros.

El faquir, agarrándose a las protuberancias de las rocas, se alejó precipitadamente para no ser arrastrado por la corriente subterránea y sumergido en los túneles de escape.

—Estamos salvados —gritó, alcanzando a sus compañeros—. ¡El agua huye por las galerías de la pagoda!

—Ya era hora —murmuró Tremal-Naik—. Nuestro prisionero, que es de estatura más baja que la nuestra, estaba a punto de ahogarse.

El agua comenzaba a descender, aunque lentamente, porque aún continuaba entrando otra.

Antes de que la caverna quedase seca era necesario esperar a que el pantano agotase totalmente su depósito de agua, no muy grande, a decir verdad, pero de todas formas considerable.

—Tendremos que esperar un par de horas —dijo Windhya a Tremal-Naik, que se lo había preguntado.

—Y luego, ¿adonde iremos?

—A los subterráneos de la pagoda.

—¿Nos perseguirán los cipayos?

—Casi con toda seguridad. Cuando vean secarse el pantano adivinarán el camino seguido por el agua y buscarán la galería.

—¿Crees que podremos escapar de ellos?

—Así lo espero.

—¿Y a Bharata, lo llevaremos con nosotros? Temo que ya nos será más de estorbo que de utilidad.

—Es verdad —respondió Windhya—. Sin embargo, no podemos abandonarlo. ¿Quién sabe? Puede sernos todavía necesario, para conocer mejor los propósitos del capitán.

—Y además puede transformarse en un rehén valioso —dijo el viejo thug—. Si lo dejamos aquí puede enseñar a los cipayos el camino que hemos tomado.

—Podemos matarlo —dijo el faquir.

—Sería un delito inútil —respondió Tremal-Naik.

—Entonces lo llevaremos con nosotros —concluyó el viejo thug.

Mientras cambiaban estas palabras, el agua continuaba descendiendo, encontrando desahogo en los subterráneos de la vieja pagoda. Al cabo de media hora los cinco indios tenían agua solamente hasta la cintura.

El faquir, que era presa de una viva inquietud, temiendo la aparición repentina de los cipayos, quiso aprovecharse de ellos para hacer una rápida exploración en la galería que comunicaba con su bodega.

Dio la antorcha a Tremal-Naik, invitó al dondy a seguirlo y se lanzó por el pasadizo, que ahora había quedado medio descubierto.

La corriente se había hecho menos impetuosa, signo evidente de que el depósito de agua del pequeño pantano estaba a punto de agotarse. Era, pues, probable que los cipayos, asombrados por aquella fuga de agua, hubieran encontrado las causas y logrado descubrir la plancha metálica.

Avanzando lentamente a causa de la corriente que chocaba contra sus piernas amenazando a veces derribarlos, y agarrándose a las protuberancias de las paredes para resistir mejor aquel empuje, los dos faquires lograron recorrer otros trescientos pasos, llegando casi a la mitad del camino. Se detuvieron un momento para recobrar el aliento y luego se lanzaron nuevamente adelante, socorriéndose recíprocamente para vencer la corriente que cada vez era más fuerte a causa de la mayor pendiente de la galería.

Habían recorrido ya otros cincuenta o sesenta metros cuando en el otro extremo del túnel se oyó un ruido de pasos.

—¿Oyes? —preguntó Windhya.

—Sí —respondió el dondy.

—Han descubierto la galería.

—¿Tú crees?

—¡Silencio! ¡Escucha…!

Una voz que el túnel transmitía con claridad gritó con acento de triunfo:

—¡Aquí está el pasadizo!

—Nos han descubierto —murmuró el dondy—. Huyamos.

—Espera un momento. Si han encontrado ya la plancha veremos sus antorchas.

Reanudaron la marcha procurando no hacer ruido y, llegados a la curva de la galería, distinguieron a ciento cincuenta pasos un vivo resplandor. Unos hombres estaban a punto de entrar en el pasadizo que habían descubierto.

—¡Atrás! —dijo Windhya con voz ahogada—. Si los subterráneos de la vieja pagoda no están desalojados dentro de pocos minutos estaremos prisioneros.

Ambos se lanzaron por la galería, dejándose empujar por la corriente, y en unos pocos instantes llegaron a la caverna donde les esperaban Tremal-Naik y el viejo thug con el prisionero.

—Huyamos —dijo Windhya.

—¿Nos persiguen? —preguntó Tremal-Naik.

—Los cipayos han descubierto el pasadizo y pronto estarán aquí.

Tremal-Naik sacó el puñal y, haciéndolo centellear ante los ojos de Bharata, le dijo:

—Camina o te mato.

La galería de desagüe que conducía a los subterráneos de la vieja pagoda había quedado ya medio descubierta, por haber disminuido bastante el agua. Los cinco indios se introdujeron por ella, cerraron la plancha detrás de ellos para retardar un poco más la marcha de los perseguidores y se lanzaron resueltamente adelante, manteniendo alta la antorcha.

Aquel segundo conducto subterráneo era bastante más espacioso que el primero, permitiendo el paso de tres e incluso cuatro hombres al mismo tiempo, y la bóveda era tan alta que la luz de la antorcha no lograba iluminarla.

Había cesado la irrupción de agua, ya que se había cerrado la plancha metálica, pero se oían más adelante sordos fragores que el eco de las galerías repetía incesantemente.

Parecía como si el torrente, siguiendo las pendientes de aquellos vastos subterráneos, continuase avanzando precediendo a los fugitivos. Se oían roces y zambullidas sordas y gorgoteos lejanos que se perdían en las negras cavernas y en las amplias galerías situadas bajo la vieja pagoda.

Windhya, que conocía aquellos tenebrosos pasadizos, indicaba el camino. Había tomado la antorcha y avanzaba sin vacilar, unas veces subiendo y otras descendiendo. Ya había desaparecido toda el agua y caminaban sobre un suelo completamente seco, ya que la roca porosa había absorbido rápidamente las últimas gotas de agua.

Durante media hora el faquir guió a sus compañeros a través de aquellas galerías que describían curvas continuadas y luego llegó a un amplio subterráneo donde se veían gran número de extraños túmulos, quizás tumbas de antiguos rajaes.

Windhya se detuvo porque en el extremo opuesto la caverna estaba todavía inundada por gran cantidad de agua.

—El camino está cerrado —dijo con un temblor en la voz—. La galería que debe llevarnos a la segunda caverna está sumergida.

—¿Tendremos que volver? —preguntó Tremal-Naik.

—¡Sería nuestra muerte!

—¿No hay ningún paso?

—Ninguno —respondió el faquir con aire tétrico.

—¿Es larga la galería que conduce al segundo subterráneo?

—Unos sesenta pasos.

—Yo soy un buen nadador.

—Y también nosotros —dijeron el viejo thug y el dondy.

—¿Qué quieres insinuar?

—Que intentaremos pasar bajo el agua —respondió resueltamente Tremal-Naik.

—¿Y el prisionero…?

—Nos seguirá, si no quiere ahogarse.

Le quitó la mordaza que había puesto en los labios de Bharata y le dijo:

—Si quieres vivir, ven con nosotros. ¿Sabes nadar?

—Sí —respondió el sargento.

—Entonces síguenos.

En aquel momento se oyó en la lejanía una detonación, que repercutió muchas veces en las galerías y en la amplia caverna.

—Han hecho estallar otra vez un explosivo —dijo Windhya.

—Habrán hecho saltar la segunda plancha para poder continuar la persecución.

—¡Apresurémonos!

Se dirigieron al otro extremo de la caverna y volvieron a sumergirse. Al ser el suelo bastante inclinado, el agua se había encharcado, obstruyendo enteramente la galería que debía de comunicar con la segunda caverna.

—El paso está ante nosotros —dijo Windhya.

—¿Es amplio?

—Y también bastante alto. Yo pasaré primero.

—Vigilemos a Bharata —dijo Tremal-Naik.

Los cinco hombres hicieron buena provisión de aire y luego se hundieron simultáneamente.

Tras cuatro brazadas llegaron al pasadizo sumergido y se metieron por él nadando vigorosa y rápidamente.

Durante aquella inmersión, dos veces Tremal-Naik intentó salir a flote creyendo que había atravesado ya la galería y había llegado a la segunda caverna, pero las dos veces chocó contra la bóveda. Al tercer intento su cabeza emergió finalmente.

Apenas hubo llenado sus pulmones de aire gritó:

—Windhya, ¿dónde estás?

—Cerca de ti —respondió el faquir.

—¿Y los otros?

—Yo estoy aquí —respondió el viejo thug.

—Y también estoy yo —dijo el dondy emergiendo a pocos pasos de ellos.

—¿Y Bharata? Nadie respondió.

—¡Bharata! —repitió Tremal-Naik.

Tampoco aquella segunda llamada obtuvo respuesta.

—¡Por la muerte de Siva! —gritó el cazador—. Ese bribón ha desaparecido.

—Quizá se haya ahogado —sugirió Windhya—. Dejemos a los muertos y pensemos en nosotros. ¡Si os interesa salvar la piel, seguidme!