El Horror Más Sombrío
La conmoción despertó a Druzil, abruptamente, de su estado soñoliento. ¡La botella había sido cerrada! ¡La maldición del caos, de la que Druzil había esperado ser testimonio durante décadas, había sido vencida! Aún podía reconocer la magia brumosa en el aire, pero ya empezaba a disminuir.
Druzil alcanzó con su mente a Barjin pero encontró la comunicación telepática con el clérigo bloqueada por un muro de rabia. En realidad no quería entrar en la habitación del altar, había visto cómo los formidables enanos destrozaban al zombie de Barjin y temía encontrarse con otro dardo del joven clérigo. Cuando miró a su alrededor, a los corredores vacíos, comprendió que no tenía otro lugar al que ir. Alcanzó la bolsita que colgaba de la base de un ala y la soltó, agarrándola entre sus manos.
Gateó hacia la puerta. Más allá de los trozos rebanados de Mullivy yacían inconscientes los dos enanos, y cerca del altar, una joven. La sorpresa de Druzil ante la inesperada escena duró lo que le costó descubrir lo que ésta significaba. La inesperada conmoción del final de la maldición del caos, el fin de la magia que había penetrado tan profundamente en las mentes de esa gente, los había vencido.
Druzil vio avanzar a Barjin hacia el joven erudito, ahora el imp sabía que el chico había sido el catalizador, aquel que había abierto la botella. Aparentemente, también era el que la había cerrado.
El gran clérigo malvado ya no parecía tan poderoso a sus ojos. Sus mágicas vestimentas y la maza habían desaparecido, un brazo le colgaba lacio, y aún más importante, había permitido que cerraran la botella.
Allí estaba, impotente, encima del altar. Tuvo la intención de ir y cogerla, alejarla rápidamente a través del portal de fuego hacia el Castillo de la Tríada. Pero pronto desechó la idea. No sólo estaría al alcance de ser abatido por el joven que antes le había derribado, sino que si cogía la botella y Barjin de alguna manera sobrevivía, la misión que mantenía al clérigo en la biblioteca sería inútil. Y el clérigo no estaría contento.
No, decidió, ahora mismo la botella no valía la pena. Si Barjin sobrevivía, quizás el clérigo encontraría otro catalizador para reactivar la maldición. Druzil podía volver aquí si se daba el caso.
Abrió la bolsita que sostenía y apartó la mirada del inminente combate, hacia el brasero que, por fortuna, aún ardía.
Cadderly empezó a buscar otro dardo pero se dio cuenta de que el clérigo llegaría frente a él antes de que pudiera cargarlo. Incluso si tuviera la ballesta aprestada, dudaba que pudiera encontrar el coraje para usarla contra un hombre vivo.
—Deberías haber permitido que los enanos me mataran —dijo cortante, cuando notó que dudaba.
—¡No! —replicó Cadderly con firmeza. Dejó caer la ballesta y deslizó un dedo en el bolsillo, dentro del lazo de su buzak.
—¿Creías realmente que te daría información, que mantenerme con vida te resultaría beneficioso? —preguntó Barjin.
Cadderly sacudió la cabeza. Barjin había errado el tiro. Únicamente había hecho esa petición para convencer a Iván y Pikel de que no lo mataran. Sus verdaderos motivos para mantenerlo con vida no tenían nada que ver con la información, sino su deseo de no matar a un hombre que el no deseaba matar.
—No teníamos ninguna razón para matarte —dijo igualmente—. El combate ya estaba ganado.
—O eso creías —dijo Barjin con un gruñido. Saltó la distancia que le quedaba para llegar a Cadderly y abatió el hacha de Iván de través, con tanta virulencia como le permitía la mano herida.
Anticipando el ataque, Cadderly se apartó con facilidad a un lado. Sacó la mano y lanzó el buzak a Barjin. Impactaron con un ruido sordo en el pecho del clérigo, pero el poderoso clérigo estaba más sorprendido que herido.
Posó su mirada en Cadderly (o, más bien, en la mano del arma anudada) por un momento, y luego se rió a carcajadas.
Cadderly casi se abalanzó sobre el clérigo burlón, pero comprendió que eso era exactamente lo que quería su oponente. Su única posibilidad en este combate era obrar a la defensiva, de la misma forma en que había vencido a Kierkan Rufo allí, en su habitación. Sonrió de oreja a oreja contra las burlonas carcajadas del sacerdote y trató de parecer tan confiado como fuera posible.
Barjin no era Kierkan Rufo. El clérigo había visto incontables batallas, había vencido a guerreros veteranos en combate singular, y había liderado ejércitos que marchaban por los llanos de Vaasa. Después de un rápido vistazo, la sonrisa confiada de este veterano demostró que había descubierto las limitaciones de la extraña arma de Cadderly, y sabía tan bien como el joven que debería cometer un error garrafal para que el erudito tuviera alguna posibilidad.
—No deberías haber vuelto a este lugar —dijo Barjin, con calma—. Deberías haber abandonado la Biblioteca Edificante a su suerte y rendir aquello que ya estaba perdido.
Cadderly se detuvo a considerar las inesperadas palabras, y el incluso más inesperado tono, casi resignado.
—Me equivoqué —replicó—, cuando vine por primera vez aquí abajo. Volví sólo para corregir mi error —miró hacia la botella para enfatizar sus palabras—. Y ahora lo he hecho.
—¿Lo has hecho? —dijo Barjin tomándole el pelo—. Tus amigos han caído, zopenco. Todos esos de la biblioteca han caído, supongo. Cuando cerraste la botella, debilitaste más a tus aliados que a tus enemigos.
Cadderly no podía negar la provocación del clérigo, pero aún creía que había hecho lo correcto al cerrar la poción. Encontraría la manera de despertar a sus amigos, y a todos los demás. Quizá sólo estuvieran durmiendo.
—¿Realmente crees que, una vez liberado, Tuanta Quiro Miancay, el Horror Más Sombrío, podía ser vencido simplemente poniendo el tapón otra vez en el frasco? —Una ancha sonrisa apareció en la cara de Barjin—. Mira —dijo, señalando al altar—. Incluso ahora el agente de mi diosa Talona se abre paso a través de tu insignificante barrera, de vuelta al aire que ha reclamado como dominio de Talona.
Cadderly debería haber visto el truco, pero su inseguridad con relación a la desconocida botella y a la maldición, causaron que otra vez volviera la mirada a un lado. A pesar de eso, no lo cogió totalmente con la guardia baja cuando Barjin se abalanzó, gruñendo y golpeando.
Cadderly se agachó bajo el hachazo, luego rodó a un lado cuando Barjin invirtió el golpe y descargó un golpe endiablado de arriba abajo. Cadderly trató de gatear para ponerse de pie, pero el clérigo era demasiado rápido. Antes de que se pudiera levantar, de nuevo rodaba, en dirección contraria, para esquivar un golpe descendente.
Cadderly sabía que no podría aguantar mucho, ni podría responder con ataques efectivos desde su posición en el suelo. Barjin, implacable ante el regusto de la victoria en sus babosos labios, aguantó el hacha con un control perfecto y todavía tuvo fuerzas para prepararla para otro golpe. El asunto parecía decidido.
Se transformó en una secuencia extraña, el tiempo casi se detuvo mientras veía a Barjin ponerse en posición. ¿Era éste el momento de su muerte? ¿Qué pasaría con Danica, Iván y Pikel?
El ruido de alas se oyó cerca de la puerta. Demasiado preocupado por su dilema, apenas lo notó, pero Barjin miró a su alrededor.
Al ver la posibilidad, se alejó rodando tan rápido como pudo. El clérigo le podría haber matado con facilidad, pero parecía más preocupado por la inesperada aparición de su imp extraviado.
—¿Dónde has estado? —exigió Barjin. Despojado de sus ropas y del arma, andrajoso y trillado, las palabras no tenían mucha autoridad.
Druzil ni respondió. Voló en dirección al brasero, y se paró a recoger la piedra del nigromante de Barjin.
—¡Devuélvela! —rugió Barjin—. Estás jugando a un juego peligroso, imp.
Druzil pensó en la piedra, luego en el clérigo, y se encaminó hacia el brasero. Su mirada vagó de nuevo hacia la botella, pero si estaba considerando cogerla, apartó esa idea de la cabeza. El enfurecido Barjin, y si no el joven, con toda seguridad lo derribarían si se ponía a su alcance.
—La protegeré —propuso Druzil, mientras cogía la piedra—. ¿Y la botella?
—¡Huirás y te esconderás! —replicó Barjin con aspereza—. ¿Me crees vencido?
Druzil se encogió de hombros, las alas casi le taparon la cabeza al hacer ese gesto.
—Quédate y mira, imp cobarde —proclamó Barjin—. Observa cómo recobro la victoria y acabo con esta insignificante biblioteca.
Druzil vaciló durante un largo rato, mientras consideraba la oferta.
—Prefiero un refugio más seguro —dijo—. Volveré cuando las cosas estén bajo tu control.
—¡Suelta la piedra! —ordenó Barjin.
La sonrisa de Druzil le reveló muchas cosas al clérigo. Sujetó con toda la fuerza de la que fue capaz la poderosa piedra del nigromante, y lanzó los polvos al brasero ardiente. El fuego mágico llameó y ardió en tonos azulados, y despreocupado, entró hacia la puerta reabierta.
—¡Cobarde! —gritó Barjin—. Éste será el día de la victoria. ¡Liberaré a Tuanta Quiro Miancay una vez más, y tú, imp cobarde, nunca más serás tratado como un aliado!
Las amenazas se perdieron en el crepitar de las llamas del brasero.
Se volvió hacia Cadderly, que ahora estaba al lado opuesto del altar.
—Todavía puedes salvarte a ti, y a tus amigos —murmuró, repentinamente amistoso—. Únete a mí. Abre una vez más la botella. El poder que reconocerás…
Cadderly vio a través de la mentira y cortó al clérigo con rapidez, aunque el repentino encanto de éste fue lo suficientemente efectivo para conmocionarlo.
—Me necesitas para que la abra porque tú no puedes, debe ser abierta por alguien que no esté aliado con tu dios —razonó.
La sonrisa coercitiva de Barjin no disminuyó.
—¿Entonces, cómo puedo aceptar? —preguntó el joven—. Al hacerlo me uniría a ti, ¿pero no me aliaría esto con tus designios y con tu diosa? ¿No rompería eso las condiciones?
Aunque, pensó que había sido bastante hábil, que su lógica había puesto a Barjin en un aprieto, el clérigo reflexionaba sobre lo que había dicho. Cuando le volvió a mirar, sus ojos brillaban feroces, y supo que se había equivocado.
—No si abres la botella por una razón mejor —dijo Barjin que posó la mirada sobre Danica y los enanos—. Para salvar a la mujer quizá. —Se alejó un paso.
En ese momento todo el miedo de Cadderly desapareció. Saltó desde detrás del altar con la intención de interceptar al clérigo, decidido a detenerle costara lo que costara. Se detuvo repentinamente, con los ojos abiertos por el terror.
Otro ser había entrado en la habitación, uno que ya había visto antes.
La reacción del sacerdote fue la opuesta. Agitó el hacha sobre su cabeza triunfalmente, al sentir que la base de su poder volvía, que la suerte había vuelto para lo mejor.
—Te creí destruido —dijo a la momia chamuscada.
Khalif, con el espíritu menos que completo, rabioso y despojado de todo sentimiento humano, no contestó.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó el clérigo según entraba la momia con paso majestuoso. Descargó un golpe fuerte con el hacha, para mantener al monstruo a distancia, pero la momia simplemente apartó el arma con la mano.
—¡Alto! —gritó Barjin—. ¡Debes obedecerme!
Khalif tenía otra idea. Antes de que el sacerdote pudiera decir nada más, un pesado brazo impactó con fuerza a un lado de su cabeza y lo lanzó dando tumbos al muro cerca del brasero.
Barjin conoció su destino. La momia estaba descontrolada, enloquecida por el dolor y la rabia. Odiaba a todo ser vivo, odiaba a Barjin por despertarle de su descanso. Con todo lo que había pasado, para Barjin y para la momia, la autoridad del clérigo ya no existía.
Miró con desesperación la mesa donde había dejado la piedra del nigromante, el único objeto que ahora podría ayudarle contra este enemigo nomuerto. Entonces se acordó, y maldijo la marcha repentina de Druzil.
Se apoyó contra el muro y miró en torno a él con desesperación. A su derecha estaba el brasero, el portal abierto de nuevo pero no una ruta de escape para un ser del plano material. A su izquierda estaba la entrada improvisada de Pikel, una salida a los túneles más allá de la habitación.
Trató de levantarse, pero un dolor punzante en la cabeza lo hizo caer de rodillas. Sin caer en el desánimo, empezó a arrastrarse. Aunque antes de poder llegar al agujero la momia le cortó el paso y otra vez lo empotró contra el muro. No podía defenderse contra el consiguiente ataque. Levantó el único brazo que le funcionaba, pero los violentos trompazos de la momia lo apartaron a un lado.
Cadderly se quedó muy quieto al lado del altar, mientras se decía que tenía que hacer algo. El miedo lo agarrotó, pero al fin se sobrepuso al cruzar por su mente la imagen del siguiente objetivo de la momia después de acabar con Barjin.
Cogió la ballesta con una mano y la cargó, y buscó una manera de apartar a la criatura del clérigo. No sentía afecto por el hombre, y no tenía esperanzas de que al ayudar a Barjin pudiera arrancarle algún compromiso para beneficiarse mutuamente, pero a pesar de que era su enemigo, no podía dejar que el humano fuera asesinado por un muerto viviente.
Otro problema se presentó cuando levantó la ballesta para disparar. La huida del imp había reabierto la puerta interplanar, y ahora, algún habitante de los planos inferiores había encontrado el camino. Una cara pavorosa apareció entre las llamas, oscura, enorme, y que aumentaba su solidez a cada instante que pasaba.
Instintivamente apuntó el arma contra el nuevo intruso, pero inmediatamente la volvió a dirigir hacia la momia, al darse cuenta de que era el problema más acuciante.
Otra marca de quemadura apareció en el lino putrefacto de la momia, otra sacudida estremeció al monstruo, pero la espantosa criatura no se apartó de Barjin. El clérigo se las arregló para ponerse en pie, sólo para ser inmediatamente devuelto al suelo a porrazos.
El extremo de un ala negra y descomunal salió por un lado del fuego del brasero. La criatura que se formaba en las llamas era monstruosa, mucho mayor que el imp.
Recargó y volvió a disparar a la momia. Otro impacto, y ahora, con el clérigo sin ofrecer resistencia, la momia giró sobre sus pies.
Sintió que el miedo paralizante volvía de nuevo, pero no dejó que ralentizara sus ejercitados movimientos. Había usado más de la mitad de los dardos y no tenía ni idea de si le quedaban los suficientes para acabar con el nomuerto, ni sabía si sus ataques le causarían, siquiera, verdaderos daños.
De nuevo, se negó a que el miedo ralentizara sus movimientos. Otro virote silbó hacia la momia. Éste no explotó, pero se hundió en un agujero creado por un dardo anterior y atravesó directamente los vendajes andrajosos de lino.
Al principio estaba más preocupado por poder cargar de nuevo; sabía que el fallo permitiría acercarse al monstruo, pero entonces oyó gruñir a Barjin.
El dardo se hundió con un ruido sordo en el pecho del clérigo. El siguiente instante interminable acabó con el ruido que ahora tanto temía, ya que la saeta tenía suficiente ímpetu para romperse y explotar.
La momia se apartó, lo que le permitió contemplar la escena. Barjin estaba casi echado. Sólo la cabeza y los hombros se apoyaban en el muro. Boqueó y se agarró el agujero del pecho, con los ojos abiertos como platos aunque parecía no ver nada, no ser consciente de nada más allá de su propia muerte. Boqueó de nuevo, la sangre salió a borbotones por la boca, y luego se quedó quieto.
Cadderly ni pensó en sus movimientos. Su mente pareció desgajarse del cuerpo, para dejarse llevar por sus propios instintos de supervivencia y la hirviente rabia por lo que había hecho. Se puso el odre de agua bajo el brazo libre, sacó el tapón, y empujó a la momia hacia la pared con un firme chorro de agua bendita.
El líquido siseó al tocar el lino encantado malignamente, dejando señales ennegrecidas. La momia lanzó un sonoro rugido de impotencia y trató de cubrirse, pero no tenía manera de parar el pequeño pero doloroso flujo.
Ahora, en el brasero, una faz horrenda se definió, y miró al joven con hambre maligna. Pensó en detener a ambos enemigos con un único ataque. Inclinó el odre, ya que pretendía dirigir a la momia hacia las llamas, quizá para volcar el brasero y cerrar la puerta.
Por supuesto la momia retrocedió ante la rociada, pero si temía el agua bendita, temía a las llamas todavía más. Lo hizo como pudo, aunque no consiguió empujarla muy cerca de las llamas.
Aparentemente hacía algún daño, pero no se podía permitir este punto muerto. Se estaba quedando sin agua. ¿Entonces qué usaría para acabar con la momia? Y si ese monstruo atravesaba el portal…
Indefenso, se revolvió con torpeza para mantener el chorro y cargar otro dardo. Levantó la ballesta hacia la momia, y trató de encontrar un punto vital más allá de los brazos que la escudaban.
¿Qué punto —se preguntó impotente—, sería el más vulnerable? ¿Los ojos? ¿El corazón?
El odre estaba vacío y la momia seguía en pie.
—Último disparo —murmuró con resignación. Empezó a tirar del gatillo, entonces, como había pasado antes en la lucha con Barjin, descubrió otra posibilidad.
La carga de Pikel a través de la pared había causado tremendos daños estructurales. El agujero en la mampostería era de un metro veinte de ancho, más o menos, y de dos metros de alto, de manera que casi llegaba al techo apuntalado. Una cruceta por encima del agujero, se balanceaba precariamente en un soporte agrietado. Cadderly apuntó la ballesta en esa dirección y disparó.
El dardo se hundió en la madera, en la juntura de la cruceta y la viga transversal, que explotaron en una pequeña bola de fuego lanzando astillas por todas partes. La viga se dislocó, pero todavía seguía enganchada por el otro extremo y se balanceaba como un péndulo.
La momia dio un paso corto alejándose de la pared antes de que la madera golpeara con fuerza sobre ella empujándola a un lado. Cayó de cabeza sobre el brasero, arrastrando el trípode y el cuenco. La imagen terrorífica de la criatura extraplanar desapareció en una bola de fuego enorme. Las llamas engulleron a la momia, y devoraron ávidamente las envolturas de lino. Se las arregló para levantarse tambaleante. —Cadderly se preguntó horrorizado si podría sobrevivir incluso a esto— pero entonces se desmoronó y fue consumida.
Sin el brasero encantado, el portal estaba cerrado, y, también destruido el mayor muerto viviente de Barjin. Las llamas se avivaron un par de veces, luego bajó su intensidad, y dejó la habitación llena de humo, con la apagada luz de las antorchas a punto de extinguirse.
Entendió que la victoria estaba en sus manos, pero apenas tenía humor para celebrarlo. Newander yacía muerto a sus pies, otros habían muerto en los pisos superiores, y, tal vez lo más desconcertante de todo para el joven erudito, ya no era un inocente crío, había matado a un hombre.
Barjin permanecía apoyado contra el muro, sus ojos sin vida se clavaban en Cadderly, atrapando al joven indefenso con una mirada incriminadora.
El brazo de Cadderly cayó a su costado y la ballesta resbaló hasta el suelo.