En el corazón del druida
El muro estaba construido sólo de ladrillos y mortero y no era rival ante la rabia de Pikel Rebolludo. Lo atravesó hasta la habitación del altar, de manera que lanzó una nube de polvo y una lluvia de cascotes. Se quedó en la nueva entrada un momento, los ojos se movían rápidamente para asimilar la situación. Varios ladrillos le cayeron encima, y rebotaron en la olla que hacía las veces de casco, pero pareció no enterarse. Estaba buscando a Iván, su mermano, y se necesitaría mucho más que unos simples trozos de piedra, por pesados que fueran para detenerlo.
Entonces vio a Iván, lejos, a su izquierda, cerca de la puerta original de la sala, que se apartaba de una criatura humanoide que ardía. Rechazado por el calor intenso, los tajos defensivos de Iván se quedaban cortos, mientras se acercaba con rapidez a una esquina, pronto se quedaría sin un lugar hacia donde correr.
—¡Oo oi! —gritó Pikel, y saltó lejos, con la olla en la cabeza y el enorme garrote capitaneando la carrera.
Danica empezó a correr justo detrás, pero Newander la detuvo. Se volvió y descubrió una mirada de inesperada revelación en la cara del druida, una expresión que rápidamente cambió a una de verdadero júbilo.
—Dijiste la verdad, querida muchacha —dijo Newander—. No era ambigüedad, sino un sentimiento de orden lo que me inmunizó de la niebla maldita. Ahora sé cómo, y por qué me libré, y, la verdad, era un poder que estaba más allá de mi voluntad.
La chica observó los profundos cambios que se habían producido en él. Ya no se encorvaba bajo la desesperación. Su espalda estaba recta y el semblante era orgulloso.
—¡Oí la llamada del mismísimo Silvanus! —manifestó—. Te digo que fue su propia voz.
Realmente intrigada, le habría gustado quedarse y oír la explicación de Newander, pero la situación no lo permitía. Asintió rápido y se liberó de la sujeción del druida, tomándose sólo el instante que le costó atravesar la pared para inspeccionar la habitación y determinar su proyecto de acción. Su corazón le impulsaba a ir hasta Cadderly, que aún estaba aturdido y forcejeaba cerca de la puerta, pero sus instintos de guerrera le dijeron que lo mejor que podía hacer por su amado, y por todos sus amigos, era detener al imponente clérigo que estaba en el altar.
Dio dos pasos a la carrera en dirección a Barjin, rodó por el suelo por si tenía algún conjuro o dardo apuntado hacia ella, luego se volvió a poner en pie y le dio un puñetazo. Efectuó los movimientos demasiado rápido para que Barjin pudiera bloquearla, y el puño atravesó sus defensas percutiendo con fuerza en el pecho.
Danica dio un salto atrás, pasmada, con la mano dolorida, como si hubiera golpeado un muro de hierro. Barjin ni se movió.
Danica retuvo el suficiente equilibrio mental para esquivar el primer ataque de Barjin, y tomar nota del movimiento mordiente y de contorsión de la cabeza esculpida de la maza. Rodeó al clérigo por su derecha, apartada del altar, al tiempo que se preguntaba si sus dagas serían más efectivas. Por lo que parecía, no llevaba ninguna armadura, pero confiaba más en su mano dolorida que en sus ojos. Sabía que la magia podía engañar, y ya sabía que las tácticas que tenía que utilizar contra su oponente debían ser acordes a las que debería utilizar contra caballeros con armadura.
Barjin blandió otra vez a la Dama Ululante con facilidad, con ataques pensados para mantenerla acorralada y probar sus reflejos. Comprendió que de nuevo, el clérigo, había subestimado su velocidad. Entró en la guardia justo después del ataque y soltó dos rápidos golpes a la mano que empuñaba el arma.
Aquí, también las vestiduras mágicas repelieron el golpe. Con una mayor noción de la cobertura de la armadura del sacerdote, entendió que encontraría pocos resquicios para golpear. El hombre iba cubierto de la cabeza a los pies y la clase de fuerza que necesitaba para atravesar las ropas encantadas, era un golpe que requería una larga concentración, y que la dejaría indefensa ante un golpe preventivo. Entonces, tomó un derrotero diferente, uno diseñado para separar al adversario de su maza horrenda.
Entró con un ataque bajo y fingido a la ingle de Barjin. El clérigo bajó el arma en línea recta hacia la encorvada chica, justo como había previsto.
Levantó el antebrazo para bloquear el golpe. Su próximo movimiento habría sido subir desde abajo con la mano libre y agarrar la muñeca del clérigo. Tirando con esta mano y empujando con el antebrazo soltaría la maza. Pero, mientras había anticipado correctamente el ataque de arriba abajo, no adivinó la reacción del arma malvada e inteligente.
La Dama Ululante se torció, mientras la boca se cerraba inútilmente sobre el antebrazo, que bloqueaba fuera de su alcance. La fea cara abrió la boca y siseó, soltando un cono de frío sobre Danica.
Empezó su esquiva en el instante en que el frío emanó de la boca, pero el cono abarcaba un área demasiado ancha para que ella escapara totalmente del daño. Un hielo paralizante cayó sobre ella, tan frío que quemó su piel y tan maligno, el frío de la muerte, que encontró una senda más profunda hacia el corazón y los huesos de la chica. Sus pulmones la atravesaron de dolor al intentar respirar y eso fue todo lo que pudo hacer, apartándose del combate y cayendo hacia el muro destrozado.
Newander lo vio todo a través de una bruma mortecina. Tomó nota con sensatez de los hechos importantes —la vestimenta de Barjin y la maza, en particular— pero sus pensamientos ahora estaban dirigidos principalmente hacia su interior, escuchando, creía, los requerimientos de Silvanus, el Padre Roble. La visión de la sala y de la botella maldita había abierto los ojos a Newander. Ahora habían desaparecido los miedos de que él, a diferencia de sus compañeros transformados, no fuera de alguna manera sincero a su vocación. Quizás ésa había sido la causa, pero ahora, apenas le importaba. Su mirada se cernió sobre el malvado clérigo, el que había levantado a los muertos, y escuchó las órdenes del dios de la naturaleza.
Recordó a los monstruossu y la claridad con la que había notado la cercanía de los ghouls, y Newander conoció su designio. Los druidas se dedicaban a preservar el orden natural, la armonía de la naturaleza, y su fe pedía que el clérigo maligno fuera detenido, aquí y ahora.
Dejó que su mente se deslizara hacia los bosques, hacia el hogar de los poderes druídicos. Notó el comienzo de las punzadas en su cuerpo, la primera vez que había alcanzado este nivel de concentración druídica. Aunque un poco asustado, alentó totalmente el poder que lo engullía, centrando sus energías para impulsarse junto a él. Allí había una sensación de dolor lejano mientras sus huesos crujían y se modelaban, y un cosquilleo al brotar el pelo por todo el cuerpo.
Tal como sintieron Cleo y Arcite, se dejó llevar por sus instintos, dejó que su cuerpo siguiera a sus pensamientos. Aunque, a diferencia de sus amigos, no abandonó su raciocinio a los instintos de un animal. Su mente no cambió con el cuerpo.
Vio cómo los ojos del clérigo se desorbitaban mientras corría hacia el altar, más allá de Danica, que retrocedía.
Iván vio la acometida enfurecida de Pikel, pero el zombie ardiente no se volvió para presenciar el ataque. En el último instante esquivó a un lado y Pikel embistió con el garrote que impactó en mitad del trasero de Mullivy. Con las piernas rechonchas que lo impulsaban con potencia, lo aplastó brutalmente contra el muro. A pesar de eso las piernas no cejaron en su empeño: ignoró el calor intenso y mantuvo al zombie empotrado.
Mullivy movió el brazo bueno con ferocidad, pero le daba la espalda al atacante y no podía alcanzar más allá del garrote de Pikel. Se retorció y contorsionó, para tratar de ponerse al lado del garrote. Cada vez que hacía algún progreso, Iván arremetía y lo golpeaba duramente con el hacha.
Esto continuó durante unos momentos, hasta que la suerte se volvió contra los enanos. Mullivy empezó a apartarse a un lado, Iván se puso en medio y le golpeó. El poderoso golpe se hundió profundamente en el brazo de Mullivy, pero lanzó una gota ardiente en dirección a Iván, que al instante encendió la barba del enano.
Iván saltó lejos mientras manoteaba las llamas y Pikel, distraído por los repentinos problemas de su hermano, involuntariamente aflojó la presa.
Mullivy se liberó de su captor y avanzó sobre el tambaleante Iván.
Pikel se desequilibró y tropezó contra el muro. Se recuperó en un instante, pero vio a Iván otra vez en serios problemas y de nuevo la escena hizo que se lanzara a una carga feroz. Esta vez Pikel agarró el garrote perpendicular a él, con una mano en cada extremo. Mullivy estaba a punto de alcanzar a su hermano cuando Pikel lo alcanzó. Una vez más el enano empujó, llevándose al no-muerto por delante. Atravesaron la puerta abierta —a Pikel le pareció ver una forma con alas de murciélago que flotaba por la zona— a gran velocidad y cayeron de bruces sobre una estantería vacía. Los anaqueles salieron volando bajo el peso, y enano, zombie, y astillas chocaron en un revoltijo ardiente.
Con los largos y puntiagudos colmillos al descubierto, el glotón gigante en que se había transformado Newander cargó contra el clérigo. Había ideado una sorpresa, un ataque que las vestiduras de éste, a pesar de estar reforzadas, no podrían resistir. Justo antes de alcanzar su destino, dio media vuelta y de repente lanzó una nube de apestoso almizcle.
La repugnante rociada bañó a Barjin, hirió sus ojos, impregnó sus ropas, y casi se desvaneció. Se echó al suelo tan rápido como pudo, tratando de escapar de la nube, mientras jadeaba y le venían nauseas.
La persecución del glotón era frenética. Enganchó las garras en las rodillas del clérigo que huía y lo empujó al suelo. Barjin pateó y se revolvió, pero el glotón era demasiado rápido y fuerte para ser fácilmente apartado. Newander mordió el muslo de Barjin, rasgando y royendo. Las vestiduras mágicas aún repelían los ataques, pero ahora no parecían tan invulnerables. El apestoso almizcle se agarró a él como el ácido, mientras desgastaba su resistencia.
Barjin se retorció y gritó. No podía ver a causa del escozor de sus ojos. Ni siquiera podía pensar ante la brusquedad del ataque. Notó cómo aumentaba la fuerza de la mordedura y supo que estaba en un apuro. Muy pronto, el glotón atravesaría sus ropajes y esos malditos dientes estarían desgarrando su muslo desnudo.
La Dama Aullante abrió un canal telepático con Barjin, lo calmó y le dejó ver a través de sus ojos. Barjin detuvo su forcejeo y siguió los mandatos de la maza. Newander hundió sus dientes, pero la Dama Aullante devolvió el mordisco.
Barjin golpeó al glotón quizás una docena de veces, cada golpe manchó con más sangre y más pelaje la boca abierta y hambrienta de la maza. Los mordiscos cesaron pero Barjin siguió machacando.
—¡Ou! ¡Ou! ¡Ou! —gruñó Pikel, mientras rodaba fuera del montón ardiente. Sus ropas se habían prendido por varios sitios, su barba ya no era verde, pero el enano, de piel gruesa, no había sufrido heridas serias en sus encontronazos con el zombie llameante, y rodó por el suelo, para sofocar las últimas y tercas llamas.
Iván empezó a dirigirse hacia su hermano pero cambió de dirección súbitamente, al ver que Mullivy también había empezado a levantarse. Iván ya había visto lo suficiente de ese monstruo. Se acercó de puntillas usando el crepitar del fuego como cobertura de sus pasos, y se situó en posición justo a un lado del zombie que se levantaba.
Mullivy ya no ardía. El conjuro protector de Barjin resguardó la piel podrida de las llamas, y ahora todo el aceite y la ropa, se habían consumido. Se levantó centrado en Pikel, sin darse cuenta del enano que se acercaba justo por detrás de su hombro.
Iván pasó un dedo rápidamente por las hojas de ambos lados del hacha, para probar qué hoja estaba más afilada. Luego se encogió de hombros —las dos parecían igual de eficaces— y se las puso a la altura de los ojos. Tajó justo por encima del hombro del zombie, como había planeado, y golpeó a la criatura directamente en un lado del cuello. Se necesitaría más que la piel debilitada de un zombie para detener el golpe de un enfurecido Iván Rebolludo.
Sonrió con feroz satisfacción cuando el zombie se derrumbó a un lado, con la cabeza girando en el aire lejos del cuerpo.
—¡Oo! —comentó Pikel admirado y agradecido.
—Cuidado que viene —dijo Iván con un resoplido, mientras compartía una sonrisa con su hermano, al que creyó muerto.
La alegría duró poco. El cadáver de Mullivy estaba de pie entre ellos, sordo y ciego pero repartiendo mamporros con ambos brazos. Uno impactó a Pikel en un lado de la cabeza, arrancándole el yelmo olla.
—¡Oo! —chilló Pikel de nuevo, y desplazándose a un lado aporreó al zombie descabezado con el tronco de árbol. Se inclinó y cruzó una mirada con su hermano y los dos acordaron las tácticas apropiadas.
Trabajaron al unísono, dos enanos que conocían tan bien los movimientos del otro como los propios. Rodearon al zombie, uno a cada lado, y se movieron en círculos simultáneamente. Iván empujó un hombro de Mullivy y luego saltó atrás. El zombie giró y agitó los brazos inútilmente en el aire. Pikel, a la espalda del monstruo, se acercó dándole un golpe tremendo.
Mullivy se volvió ante el nuevo atacante, e Iván llegó por detrás, bajando el hacha por encima de la cabeza de manera que alcanzó al zombie en un hombro con la suficiente fuerza como para arrancarle un brazo.
Esto continuó un largo rato, aunque los dos enanos de hecho habrían preferido alargar la diversión un poco más. Si bien, al final, el cuerpo desmembrado de Mullivy cayó al suelo y no trató de levantarse.
Todavía aturdido y desorientado, Cadderly fue testigo de los horrores que se sucedían de un lado al otro de la sala del altar. Sabía que Newander estaba probablemente muerto, y también sabía que el malvado clérigo avanzaría de inmediato hacia Danica.
Vio a su amada gatear por el suelo, mientras temblaba con violencia debido al frío y jadeaba y entrecerraba los ojos al borde de la nube de almizcle de Newander.
La sangre manchaba una de las piernas de Barjin, que cojeaba perceptiblemente mientras forcejeaba contra la presa inmóvil y terca del glotón, pero la expresión del clérigo sólo mostraba ira, y abatió la maza con golpes fáciles y seguros.
—Newander —llamó Cadderly sin esperanza, angustiado, quería que alguien interviniera y detuviera esa locura. Sabía que el druida, con la cabeza y la espalda hechas pulpa, nunca contestaría.
Danica se movió de inmediato, sacó sus dagas de cristal y las lanzó en una sucesión rápida. La primera golpeó al clérigo en un hombro, dibujando una pequeña línea de sangre. La segunda tuvo incluso menos éxito. Apuntó para que atravesara el gorro cónico, pero el ángulo del sombrero la desvió por encima de la cabeza de Barjin, donde se quedó trabada de manera extraña e inocua.
Barjin se restregó los ojos, avanzó un paso por encima del druida, y se abalanzó sobre Danica. Ésta descendió a una postura defensiva baja como si quisiera saltar sobre él, pero entonces saltó directamente atrás.
Cadderly comprendió la reacción de Danica; temía otro soplo de la maza horrenda. Y mientras Cadderly miraba, el clérigo alineó el arma.
Observó que Danica se movió a un lado del altar, mientras se apartaba sin cesar del clérigo que avanzaba. Todo su dolor, tan apabullante unos instantes antes, de pronto pareció insignificante al lado de los problemas de la joven. Apartó el vértigo a un lado, negó la debilidad de sus extremidades, sacó la ballesta y cargó un virote.
Dudó. Una voz elevaba una protesta en su cabeza, un eco distante de la promesa que había hecho cuando por primera vez decidió construir el artefacto y las saetas.
Casi desfalleció ante el penetrante frío y se mordió el labio para luchar contra ello, al comprender cuál sería el precio del fracaso. Levantó y niveló la ballesta en dirección a Barjin, lo tenía a tiro, y supo que las vestimentas del clérigo no detendrían al dardo explosivo.
—¡No como un arma! —gruñó entre jadeos, pero mientras la ballesta empezaba a inclinarse hacia el suelo, volvió a mirar a Danica, gruñó revelándose y crispó la mano. Forcejeó con su conciencia por cada centímetro, y obcecadamente apuntó la ballesta de nuevo.
A punto estuvo de lanzar un grito, al creer que sus dudas podían haberle costado muy caro a Danica. Barjin lanzó una serie de poderosos golpes a la joven, que de alguna manera se las arregló para ponerse fuera del alcance de los mordiscos del arma.
Vio una salida.
—Siente el frío —oyó gruñir a Barjin, en la distancia, como si lo estuviera viendo desde una bola de cristal. El clérigo levantó la maza, que tenía la boca abierta.
Danica, ágil a pesar de las heridas, saltó desesperadamente a un lado.
—¡No! —gritó Cadderly, y el dardo encontró un camino justo entre los colmillos del arma maldita.
Se oyó un chasquido agudo, y Barjin apenas pudo sostener la maza estremecida en la mano. Durante un momento interminable, no pareció estar pasando nada, pero podía decir por la expresión de sorpresa del clérigo, que, en efecto, algo pasaba con el arma más preciada de Barjin.
Sin previo aviso, la parte superior de la cabeza de la Dama Ululante salió disparada. Barjin aún aguantaba la maza rota por la empuñadura; parecía como si no la pudiera soltar. Centellas multicolores brillaron a medida que la energía mágica salía a chorro, desatada, rociando toda la zona central de la habitación.
—¡Oo! —chillaron al unísono Iván y Pikel.
Las chispas alcanzaron la túnica de Barjin, e hicieron pequeños agujeros. El clérigo lanzó un grito de agonía cuando una pavesa se coló a través del agujero del capirote y se le metió en un ojo.
Danica retrocedió, haciendo acrobacias al tiempo que se cubría los ojos con un brazo levantado.
La lluvia de chispas siguió constante. Unos chispazos azules cayeron directamente sobre la cabeza de Barjin, y alcanzaron un lado de la capucha cónica mientras sacudía la cabeza desesperado. Unas centellas rojas salieron volando en una repentina explosión circular, giraron, se elevaron, y luego cayeron sobre Danica, el clérigo, y el altar maléfico. Una pequeña bola de fuego salió disparada directa hacia arriba desde la maza rota y explotó en el techo. Motas de polvo cayeron encendidas, sólo para ser engullidas por la constante rociada.
Al otro lado de la habitación, Cadderly bizqueó y se preguntó si había puesto en movimiento algo que los destruiría a todos.
Entonces terminó. La base de la Dama Ululante cayó al suelo y crepitó en una muerte abrasadora y lenta.
Se destruyó el capirote de Barjin, y luego las vestimentas que se consumieron rápidamente. Se deshicieron, destruidas por el almizcle del glotón y los chispazos, mientras Barjin les daba manotazos para tratar de apartar frenéticamente las ascuas calientes de su piel. Maldijo y escupió a su insensatez por lanzar el conjuro de protección sobre su zombie en vez de sobre sí mismo.
Los ojos del clérigo buscaron por toda la habitación. Cadderly aún estaba arrodillado. A su lado, los enanos vencedores en pie sobre los restos del zombie. Entonces posó la mirada sobre Danica, en apariencia desarmada y sin armadura, y que parecía el blanco más fácil. Se estaba limpiando el almizcle y las cenizas de la cara, y ni lo miraba.
Barjin había cometido muchos errores en la vida, pero ninguno tan grande como asumir que Danica sería una presa fácil. Se dirigió hacia ella, con la intención de aferrarle el cuello con el brazo y atraerla hacia sí, para estrangularla contra su pecho.
La mano casi le había alcanzado el hombro cuando Danica reaccionó. Se volvió totalmente y usó el impulso para dirigir el dedo con fuerza contra el hombro de Barjin.
—¡Ya lo probé! —advirtió Cadderly, pero se quedó callado, y el brazo de Barjin colgó con flacidez.
El hombre miró abajo, sorprendido, a su entumecido brazo derecho. Empezó a golpear con el izquierdo, pero Danica era simplemente demasiado rápida para él. Agarró el puño a medio camino, fijó los dedos sobre su mano, y dobló el pulgar hacia atrás con tanta fuerza que, con un crujido de huesos que sonó tan fuerte como los impactos del garrote de Pikel, el dedo de Barjin tocó su muñeca.
La chica no había terminado. Con una ligera torsión, rodeó con sus dedos los del clérigo, enroscándolos sobre el dorso de la mano de éste. Al mirar a Barjin directamente a los ojos, apretó la presa, para forzar los nudillos a doblarse hacia atrás sobre sí mismos y provocarle un dolor agudo que recorrió todo el brazo. Trató de resistir, diciéndole mentalmente al brazo que empujara, pero la acometida de la chica bloqueó su decidida orden; el implacable dolor le impedía contraatacarla, o realizar cualquier otra acción. Incluso si el otro brazo no estuviera muerto, no podría haber respondido.
Barboteó unas palabras indescifrables. Todo a su alrededor se volvió oscuro.
Danica hizo un gesto de desprecio y empujó hacia abajo la mano atrapada, lo que hizo que Barjin se arrodillara. Cerró la mano en un puño y la apuntó a la cara del clérigo.
—Danica… —resolló un horrorizado Cadderly.
—¿No nos dejas un trocito? Aquí y ahora —dijo una voz áspera—. Es el que mató a mío hermano.
—¿Oh? —dijo Pikel, mientras se giraba incrédulo hacia su hermano.
—Bueno, trató de matar a mío hermano —puntualizó Iván, con una sonrisa lobuna.
Danica relajó la mano. La rabia se perdió en la tristeza y la preocupación al mirar a Cadderly. La lastimera imagen detuvo su fría determinación. El joven aún estaba arrodillado, mirándola, con las manos extendidas en una súplica silenciosa y la mirada de ojos grises que la juzgaba inconscientemente.
Danica retorció el brazo de Barjin, situó su otro brazo debajo del hombro del clérigo y lo lanzó rodando hacia los enanos.
—¡Tú mataste a mío hermano! —gritó, mientras lo recogía con rudeza, lo medio giraba y se lo lanzaba a su hermano.
—¡Mermano! —repitió Pikel, al tiempo que giraba al clérigo sobre sus pies y se lo retornaba a su hermano.
Iván lo cogió y lo lanzó de vuelta.
Cadderly se dio cuenta de que el juego de los enanos se podía salir de quicio con facilidad. Los dos estaban heridos y enfadados, y con la botella que seguía arrojando humo tan cerca, el dolor y la rabia los podía llevar a nuevas cotas de violencia.
—¡No lo matéis! —vociferó Cadderly. Pikel lo miró incrédulo e Iván cogió a Barjin, lo tiró al suelo violentamente, y lo agarró del pelo.
—¿No matarlo? —preguntó Iván—. ¿Qué piensas hacer con éste?
—¡No lo matéis! —exigió de nuevo. Sospechó que necesitaría más que las protestas de su conciencia para convencer a los nerviosos enanos, por lo que se decidió por una vía pragmática—. Tenemos que interrogarle, para saber si tiene aliados y dónde pueden estar.
—¡Sí! —rugió Iván—. ¿Qué te cuentas? —Agitó la cabeza del humano de manera tan violenta que el erudito pensó que el enano le había roto el cuello.
—Ahora no, Iván —explicó Cadderly—. Más tarde, en la biblioteca, donde encontraremos mapas y escritos para ayudarnos en nuestro interrogatorio.
—Qué suerte tienes —dijo Iván, al tiempo que acercaba su nariz considerable a Barjin y apretaba la probóscide menor de éste contra su propia mejilla—. ¡Ya hablaremos, no dudes de ello!
Desde luego Barjin no dudaba de las palabras de Iván, pero le costaba sentirse dichoso, en especial cuando el enano lo alzó y se lo envió a Pikel una vez más.
Cadderly se acercó a Danica y pasó el brazo sobre sus hombros. Estaba callada, miraba al druida que lo había sacrificado todo por su causa. Los huesos de Newander continuaban crujiendo, mientras su cuerpo trataba de volver a su forma natural. Entonces estaba a medio camino. La cara sabia y calmada volvió a ser reconocible, y la mayor parte del pelaje del glotón desapareció, pero entonces la transición se detuvo. La muerte se había llevado la energía, la magia.
—Fue un buen amigo —murmuró Cadderly, pero entendió que sus palabras carecían de significado. Éstas no podían llevar la tristeza que él sentía, por el druida y por los muchos otros que habían perecido bajo la maldición; la maldición que él había liberado.
Este pensamiento dirigió inevitablemente la mirada del joven hacia el altar y la botella, que aún soltaba humo, indiferente a la derrota del clérigo que la gobernaba.
—Lo tengo que hacer yo —sospechó Cadderly, con la esperanza de estar en lo cierto. Cogió el tapón del altar y con cuidado alargó el brazo, por su mente cruzaron un centenar de imágenes diferentes de lo que podría pasar si era incapaz de cerrar la redoma.
Pero no era incapaz. Puso el tapón en la botella y le dio unos golpes hacia abajo, hasta que el caudal de humo se paró.
Cadderly notó un golpe en el hombro y pensó que Danica había recostado la cabeza para apoyarse. Se volvió para agradecer su alivio aparente, pero cayó desmayada delante de él, con la cara sobre el suelo.
Atrás, cerca de la puerta, también los otros se desmayaron. Barjin cayó pesadamente sobre Iván, y por un momento, nada se movió. Sólo Barjin se levantó, entre maldiciones y gruñidos.
—Tú —dijo en tono acusador a Cadderly. Agarró el hacha de Iván con el brazo útil y se encaminó en dirección al joven.