22

Cara a cara

Iván colisionó con un terrible impacto contra la puerta medio desvencijada y la arrancó de una de sus bisagras. Los temores de Cadderly probaron ser ciertos, ya que varias explosiones ígneas se sucedieron rápidamente mientras Iván atravesaba el umbral. Si la puerta hubiera detenido, o incluso ralentizado la carga, éste estaría achicharrado.

Por lo que había visto, Cadderly no estaba seguro de si el enano había sobrevivido. Iván resbaló hacia la habitación de cara, mientras unos jirones de humo se elevaban de varios puntos de su cuerpo. Cadderly arremetió justo detrás para llegar junto a su amigo; sólo esperaba que no quedara ningún glifo.

Tan pronto entró en la habitación, parpadeante por el brillo de varias antorchas y un brasero encendido, vio que Iván y él no estaban solos.

—Lo has hecho bien para llegar tan lejos —dijo Barjin tranquilamente, de pie en medio de la habitación, al lado del altar en el que reposaba la botella de humo sin fin. Las antorchas se alineaban en los muros a cada lado del clérigo, pero la luz más brillante llegaba de un brasero junto al muro que estaba a la derecha del joven, el cual adivinó correctamente que era un portal interplanar.

»Aplaudo tu resistencia —continuó Barjin en tono bromista—, aunque se demostrará inútil.

Todos los recuerdos volvieron a cruzar la mente de Cadderly en un orden claro y fijo al ver a Barjin. El primer pensamiento que cruzó su mente fue que volvería arriba y tendría unas palabras con Kierkan Rufo, el que le había empujado escaleras abajo desde la bodega en primer lugar. Aunque, su resolución de reñir a Rufo no era firme, no después de ver los problemas que se le venían encima. Su mirada no se posó en el clérigo, sino más bien en el hombre que estaba a su lado.

—¿Mullivy? —preguntó, aunque supo por la postura de éste y la posición grotesca de su brazo destrozado que no era el jardinero que una vez conoció.

El muerto no respondió.

—¿Un amigo tuyo? —bromeó Barjin, mientras rodeaba con el brazo el hombro del zombie—. Ahora también es mi amigo.

—Podía haberte matado con bastante facilidad —continuó Barjin—. Pero, ya ves, creo que reservaré ese placer para mí. —Sacó la maza de cabeza de obsidiana, con el semblante esculpido de una chica joven y bella. Luego, se puso la capucha cónica de sus vestimentas clericales que colgaba a su espalda. Encajó en su cabeza como lo haría un yelmo, con agujeros situados a la altura de los ojos. Cadderly había oído cosas de ropas encantadas y supo que su antagonista estaba protegido.

—A pesar de todos tus arrojados esfuerzos, joven clérigo, eres un minúsculo aguijón a mi lado —comentó Barjin. Dio un paso hacia Cadderly pero se detuvo de repente cuando Iván se puso en pie de un salto.

El enano sacudió la cabeza vigorosamente, luego miró alrededor, como si viera la habitación por primera vez. Miró a Cadderly, luego volvió la vista a Barjin.

—Dime, muchacho —preguntó Iván, al tiempo que balanceaba el hacha hasta una posición de ataque a la altura de su hombro—, ¿es ése el que mató a mío hermano?

Aballister se pasó un pañuelo por la frente sudorosa. No podía aguantar seguir mirando a través de su espejo mágico, pero no tenía la suficiente fuerza de voluntad para apartar los ojos. Había notado la urgencia de Barjin cuando por primera vez envió sus pensamientos a la lejana habitación del altar, incapaz de sufrir su falta de aptitud para contactar con el imp. Se angustió por Druzil y por el clérigo, aunque, por supuesto, su miedo por y de Barjin tenía doble filo. Aunque a pesar de toda su ambigüedad, de todo su miedo de Barjin y las ganancias de poder de las que su rival disfrutaría, creía honestamente que no quería ver fallar a Tuanta Quiro Miancay, el Horror Más Sombrío.

Luego los enemigos se habían dado a conocer a sí mismos, a sí mismo, ya que apenas consideró al enano que tropezaba. Era el joven erudito el que captó toda su atención, el muchacho alto y erguido, quizá de veinte años, con los familiares ojos inquisitivos.

Notó la creciente confianza de Barjin y supo que el malvado sacerdote había recuperado el control, que Barjin y el Tuanta Quiro Miancay no serían vencidos.

De alguna manera esa percepción le pareció incluso más inquietante. Miró de hito en hito al joven clérigo, en realidad un chico, que había entrado con valor e insensatez para afrontar su sentencia.

Cadderly asintió con la cabeza a Iván. Los ojos de éste se entrecerraron en una expresión peligrosa al volver la mirada hacia el avieso clérigo.

—No deberías haber hecho eso —gruñó Iván en un tono bajo que prometía muerte. Levantó el hacha y empezó a avanzar con firmeza—. No deberías haber…

Oleadas de energía mental paralizaron al enano en medio de la frase, el conjuro de Barjin rompió los esquemas mentales de Iván, y lo retuvo firmemente en el lugar. Forcejeó con toda la fuerza mental y toda la resistencia que un enano podía reunir, pero Barjin no era un lanzador de conjuros menor y ésta era la habitación maldita del altar donde su magia clerical estaba potenciada al máximo. Iván emitió unos pocos sonidos indescifrables, y luego dejó de hablar y moverse a un tiempo.

—¿Iván? —preguntó Cadderly, con la voz agitada al sospechar el destino de su compañero.

—Sigue hablando —se mofó Barjin—. El enano puede oír cada palabra, aunque te aseguro que no responderá.

Las carcajadas de Barjin le pusieron la piel de gallina. Había llegado muy lejos y atravesado muchos peligros. Pikel había muerto para que llegaran aquí, e Iván había recibido terribles heridas. Para al final fallar. Al mirar a este clérigo del mal, con el espantoso Mullivy apostado obedientemente a su lado, supo que todo había terminado.

—Te abriste paso a través de mis defensas externas, y por eso mereces mi aplauso —prosiguió Barjin—, pero si creías que mi verdadero poder se delataría en los corredores vacíos e insignificantes, ¡entonces descubre tu insensatez! Mírame, joven inconsciente —agitó una mano en dirección a la redoma de humo infinito—, y mira al agente de Talona al que tú diste vida. El Tuanta Quiro Miancay, ¡el Horror Más Sombrío! ¡Deberías sentirte afortunado, joven erudito, ya que tu biblioteca despreciable es la primera en experimentar el poder aterrador del caos que dominará la región durante los próximos siglos!

En ese pavoroso instante, la amenaza no pareció tan vacía a oídos de Cadderly. Talona, conocía ese nombre, la Señora de la Ponzoña, de la enfermedad.

—¿Esperabas encontrar la botella desprotegida? —dijo Barjin mientras reía—. ¿Pensabas pasearte por aquí después de vencer a un puñado de monstruitos y simplemente cerrar el frasco que tú mismo —de nuevo el clérigo enfatizó esas palabras dolorosas— abriste?

Cadderly apenas oyó la burla. Su atención estaba centrada en la botella y el flujo constante de niebla rosada que emitía. Pensó en cargar la ballesta y disparar un dardo explosivo a la redoma.

¿Adónde iría a parar entonces este agente de Talona?, se preguntó Cadderly. Pero temía hacer eso, temía que destruir la botella sólo liberaría el malvado agente, o lo que fuera, en toda su plenitud.

Su atención fue apartada de la botella de repente, y se dio cuenta de que la oportunidad, si alguna vez había tenido una, se le había escapado. El clérigo dio un paso, con indiferencia, hacia él con el brazo alzado sujetando una curiosa maza negra, con una escultura de una bonita joven por cabeza, una cara inocente totalmente fuera de lugar en un arma, una cara que extrañamente le recordó a Danica.

Aballister no se lo pensó dos veces. Sus pensamientos se centraron en el enano, en pie y rígido a unos pocos pasos delante del muchacho. El mago recurrió a todo su poder, lanzó un conjuro al espejo mágico y a muchos kilómetros, tratando de usar el objeto escudriñador como portal para sus concentradas energías mágicas.

El encantamiento del espejo, que no estaba diseñado para estos usos, se resistió al intento. Podía usarse para ver lugares lejanos, conversar con las criaturas que estaban en ellos, incluso transportarlo a ellos, pero intentó llevar esas habilidades más allá, para no sólo enviar sus pensamientos o su ser físico sino para enviar la energía mágica al enano paralizado.

Habría sido una tarea bastante difícil, incluso para un mago tan poderoso como Aballister, si el intento hubiera sido sobre un humano, pero Iván, aunque sufría totalmente los bloqueos del conjuro paralizador de Barjin, se revolvía con la típica terquedad enanil contra las intrusiones del mago.

Aballister apretó los dientes con fuerza y usó toda su concentración. Se marcaron las venas de su frente y pensó que el precio a pagar por el esfuerzo le destruiría, pero ahora Barjin, con la maza levantada, estaba cerca del joven… ¡muy cerca!

—¡Déjame entrar, mendrugo! —murmuró Aballister esperando que al poner los labios sobre el espejo el enano lo oiría.

Barjin avanzó, mientras sonreía triunfalmente, con crueldad. Cadderly le dio todas las razones para confiarse, no ofreciendo ningún signo externo de resistencia. El joven tenía el bastón con cabeza de carnero en la mano, pero ni lo había levantado.

La verdad es que se había decidido por otra defensa, la única que creía que podía detener al poderoso clérigo. La mano libre se abría y cerraba a su costado, para tensar los músculos y enderezar un dedo para el próximo ataque. Había visto, y experimentado personalmente, a Danica hacerlo una docena de veces.

Barjin estaba a un solo paso, y se movía con cautela por miedo a que Cadderly le diera un golpe fuerte con el bastón.

Mantuvo clavado el extremo del bastón en el suelo. Barjin maniobró a un lado, para alejarse del arma, y trazó un arco descendente con el arma en un golpe de tanteo. Cadderly dio un paso atrás fácilmente, aunque su concentración casi se desvaneció cuando vio la cabeza de la maza transformarse en el semblante maligno con la boca abierta de algún monstruo sobrenatural, colmilludo y hambriento.

Aunque mantuvo la suficiente presencia de ánimo para responder, y con Barjin esperando que golpeara con el bastón, su mano atravesó las defensas del clérigo.

Cadderly hundió el dedo en el hombro de Barjin. Sabía que había golpeado en el lugar preciso, justo como Danica le había hecho tan a menudo. Una mirada de verdadera confusión cruzó la cara del malvado clérigo, y Cadderly casi gritó de júbilo.

—¡El Dedo de Bronce! —anunció.

A pesar de que Barjin estaba realmente confundido, su brazo, y la cruel maza que sostenía, no cayeron fláccidamente a su lado.

Cadderly también estaba confundido, y apenas reaccionó, en el último instante, cuando la maza de Barjin descendió con más determinación. Cadderly se giró y se tiró al suelo, pero el arma le alcanzó el hombro, con la cara deformada en una mueca maligna que le dio un profundo mordisco. Intentó rodar para ponerse en pie un poco más lejos, pero el impacto le desequilibró y en lugar de ello chocó contra uno de los muchos estantes para libros de la habitación.

La herida por sí misma no era muy grave, pero las paralizantes olas de agonía que atravesaban su cuerpo verdaderamente lo eran. Se estremeció y tembló, a duras penas capaz de comprender, de centrarse a través de la mareante confusión. Sabía que estaba condenado, que nunca podría recuperarse a tiempo de parar o esquivar el siguiente ataque del clérigo.

—¡… mataste a mi hermano! —oyó rugir a Iván, justo donde se había quedado, y entonces oyó a Barjin dar un grito de sorpresa.

El hacha del enano golpeó la espalda del clérigo, un golpe que hubiera derribado a cualquier hombre, pero Barjin estaba protegido. Sus vestimentas mágicas absorbieron el embate del golpe y ni siquiera perdió el aliento. Giró sobre sus talones para dar un fuerte mazazo de respuesta con su arma.

Diestro y veterano, Iván Rebolludo estaba preparado. A través de su ataque, se dio cuenta de que el clérigo estaba, de alguna manera, fuertemente guarnecido. El golpe de Barjin se quedó corto y el enano dio un paso a la espalda del clérigo, enganchó una hoja del arma en el hombro de éste y empujó con todas sus fuerzas, de manera que envió a Barjin dando tumbos hacia el altar, en el centro de la habitación, donde cayó de bruces.

Iván apoyó la hoja del arma en el suelo y sujetó el mango con las piernas de manera que pudo escupir en sus manos antes de continuar. El clérigo tenía un arma impía y una casi invulnerable armadura, pero el enfurecido enano no tenía dudas de cómo acabaría el combate.

—No deberías haber matado a mío hermano —murmuró una vez más, luego agarró su hacha y se acercó para acabar el trabajo.

Barjin tenía otras ideas. No tenía tiempo para pensar en cómo el enano se había liberado de su conjuro de paralización, y después de todo no importaba. Barjin entendió la ira de ese formidable enemigo, una rabia potenciada por la maldición que le quitaba posibilidades de éxito, pero Barjin ni siquiera contemplaba las posibilidades.

Se ayudó del muro que estaba a la espalda de Mullivy para ponerse en pie.

—¡Mata al enano! —ordenó al zombie, sacó una antorcha de su candelabro y con ella tocó el hombro de Mullivy. Las ropas llenas de aceite se encendieron de inmediato, pero el conjuro protector de Barjin no falló. Mientras las llamas consumían el aceite y las ropas de Mullivy, el cuerpo del zombie permanecía incólume.

La exclamación de sorpresa de Iván, al avanzar el zombie hacia él, habría enorgullecido a Pikel.

—¡Oo oi!

Cadderly empezó a levantarse, pero el dolor frío, continuado y debilitante de la herida lo mandó rodando al suelo. Trató de apartar el dolor, trató de encontrar algún punto.

Vio a Iván golpear a lo loco pero falló el blanco al apartarse del zombie ardiente. El avance de éste no demostraba preocupación por los escasos ataques del enano. El erudito oyó la risa del clérigo, en alguna parte detrás del altar, cerca de la botella maldita. Sabía que el clérigo mataría a Iván, si no lo hacía el zombie. Luego lo mataría a él, y entonces el Horror Más Sombrío, este agente pernicioso de la diosa del mal, triunfaría sobre la Biblioteca Edificante y destruiría todo lo que le era más querido.

—¡No! —se las arregló para gritar, cosa que hizo aumentar su concentración.

La maza diabólica había hecho bien su trabajo, incluso con un golpe que sólo rozó su hombro. El arma tenía vida propia, una energía interna e infecta engendrada en los más profundos abismos del infierno.

Continuó la lucha contra su contacto paralizante, trató de alinear el control sobre su cuerpo con la determinación mental pero su organismo no hacía caso de sus órdenes. Aún quedaba un largo camino por andar.

Nada se levantó para entorpecer el avance de los tres compañeros, y Percival parecía bastante experto siguiendo las huellas de Cadderly. Avanzaron por varios pasillos, mientras se detenían para asomarse en cada uno de los nichos más cercanos para asegurarse de que no había monstruos en ellos.

La estabilidad de Pikel aumentaba a cada paso que daba pero parecía distraído, introspectivo. Danica pudo apreciar su humor sombrío; acababa de verle la cara a la muerte y había vuelto. «¿Qué historias podría explicar el enano después de la experiencia?», se preguntó.

—Oo —respondió un Pikel reservado sin dar más explicaciones cuando la chica le preguntó sobre la experiencia.

En muchos lugares, pudieron confirmar que Percival los dirigía al lugar correcto. Había nichos con tres, de las seis entradas, en las que las telarañas fueron quemadas.

Pronto el grupo llegó a una bifurcación en el túnel, sin apenas dudarlo, Percival corrió precipitadamente hacia el corredor abovedado de la derecha.

Unos ruidos de combate, no muy lejanos, resonaron en sus oídos.

La ardilla se detuvo de pronto y parloteó excitada, pero sus chillidos y chasquidos se perdieron en la conmoción repentina. Pikel, Danica, y Newander oyeron la pelea, y ninguno de ellos se detuvo a escuchar los comentarios de la ardilla. El ruido venía de más adelante en el túnel; eso era todo lo que necesitaban saber. Cargaron por separado, el enano ya no estaba introspectivo, ahora corría con la cabeza baja en ayuda de su hermano, Danica y el druida no estaban menos determinados a ayudar a sus amigos.

—Pedazo ardiente de astillas con patas —les pareció que gritaba Iván cuando llegaron a la pared de la sala del altar y comprendieron su error. Mientras que las palabras eran claras, el camino no lo era, con toda seguridad no había puertas en esta sección del corredor, sólo un muro vacío.

Percival acudió regañándoles.

—¡Hemos ido por el camino equivocado, es lo que dice la ardilla! —dijo Newander—. ¡El camino nos lleva de nuevo a la izquierda!

Danica inclinó la cabeza.

—¡Entonces, corramos! —gritó Ella y el druida empezaron a correr, pero los dos se pararon bruscamente para mirar a Pikel, que no les seguía.

El alterado enano saltaba, con las piernas rechonchas que se movían arriba y abajo, con todo el cuerpo sacudido por formidables temblores.

—¡Mermano! —gritó Pikel, bajó la cabeza y su tronco de árbol y salió disparado hacia el muro de ladrillos.