Un golpe en el lugar preciso
—¡No! —oyó gritar al druida a su espalda, pero era una advertencia lejana, como si la voz de Newander no fuera más que un recuerdo de algún otro tiempo y algún otro lugar. Todo lo que le importaba a Danica era el muro, hecho de piedra y no como el muro natural y sucio que les había conducido allí. La pared que le seducía, le invitaba a emular a su héroe muerto hacía ya mucho tiempo.
La voz lejana habló de nuevo, pero con chasquidos y parloteos que no pudo entender.
Una cola peluda cayó sobre sus ojos y rompió su concentración en la piedra. Movió una mano en un simple reflejo para apartar la distracción.
Siguiendo las instrucciones del druida, Percival se apresuró a morderla.
Danica bajó el hombro y dio un golpe instintivo que habría matado a la ardilla. Aunque reconoció a Percival antes de impactarle y eso la sacó de la niebla roja y la devolvió a la realidad.
—El muro —titubeó—. Pensaba…
—No es culpa tuya —dijo Newander—. La maldición te afectó otra vez. Parece que será un combate sin fin.
Danica cayó de espaldas sobre el muro de piedra, cansada y avergonzada. No había escatimado esfuerzos para resistirse a la bruma maligna, la había visto por lo que era y por lo que había implantado profundamente en su mente, la conclusión lógica de que esa clase de impulsos destructivos debían ser evitados. A pesar de todo allí estaba, cerca del corazón del peligro, abandonando toda esperanza de éxito por el bien de sus deseos amplificados por la maldición.
—No aceptes la culpa —dijo Newander—. Haces frente a la maldición mucho mejor de lo que lo hacen los clérigos de arriba. Has llegado hasta aquí luchando contra ella, y únicamente eso es más importante de lo que muchos pueden decir.
—Los enanos están junto a Cadderly —recordó Danica.
—No te deshonres por no estar a su altura —advirtió—. Tú no eres un enano. El pueblo enano tiene una resistencia natural contra la magia con la que ningún ser humano puede competir. La tuya no es una cuestión de disciplina, Lady Danica, pero sí de diferencias físicas.
Danica se dio cuenta de que el druida decía la verdad, pero el saber que Iván y Pikel tenían una ventaja sobre ella para resistir la maldición hizo poco para atenuar su sentimiento de culpa. A pesar de todas las palabras del druida, consideraba a la niebla intrusa un desafío mental, una prueba de disciplina.
—¿Qué hay de Newander? —preguntó de repente, con más sarcasmo del que pretendía—. ¿Corre la sangre del pueblo enano por tus venas? No eres un enano. ¿Entonces, por qué no te afecta?
El druida volvió la cabeza, era su turno para sentir el peso de la culpa.
—No lo sé —admitió—, pero debes creer que siento la maldición con intensidad a cada paso que doy.
»Cadderly conjeturó que la bruma empuja a una persona hacia aquello que está en su corazón. Los tragaldabas comen hasta morir. Los clérigos del sufrimiento se acuchillan unos a otros en un éxtasis religioso. Mis hermanos druidas se transforman en animales, perdiéndose en estados alterados del ser. Entonces, ¿por qué Newander no está corriendo con los animales?
Danica notó que la última pregunta era una gran y sincera fuente de angustia. Habían discutido esto antes, pero el druida había dado pocas explicaciones de su caso, al centrar sus respuestas en por qué Cadderly podía haber escapado a la maldición.
—Mis conjeturas son que la maldición no ha encontrado un asidero en mi corazón, que no conozco mis deseos —continuó el druida—. ¿He fallado a mis creencias? —Las lágrimas cayeron abiertamente por su cara y pareció estar a punto de derrumbarse, un claro signo para Danica de que indudablemente estaba siendo afectado por la niebla roja—. ¿No tengo vocación? —dijo entre quejidos. Se derrumbó en el suelo con la cabeza entre las manos, mientras sus hombros se estremecían con los fuertes sollozos.
—Estás equivocado —dijo la chica con la suficiente fuerza para captar la atención del druida—. Si has fracasado en tu vocación, o si no la tienes, ¿entonces por qué retienes los conjuros que son un regalo de tu dios, Silvanus? Tú trajiste las enredaderas a mi ventana, y animaste el musgo contra los ghouls.
Newander se serenó, intrigado por las palabras de Danica. Encontró la fuerza para quedarse de pie y esta vez no apartó la mirada de ella.
—Quizá sea la verdad dentro de tu corazón la que te ha llevado a vencer a la maldición —razonó Danica—. ¿Cuándo notaste que la maldición actuaba sobre ti?
Newander recordó un par de días atrás, cuando regresó a la biblioteca para encontrarse a Arcite y Cleo ya en los inicios de su cambio de forma.
—Lo noté justo después de llegar —explicó—. Había estado fuera, en las montañas, donde vigilaba un nido de águilas —recordó ese momento con claridad, y rememoró su intuición sobre los monstruos-su—. Supe que algo raro pasaba tan pronto llegué ante las puertas de la biblioteca. Me dirigí a buscar a mis hermanos druidas, pero, por desgracia, ya habían cambiado profundamente a sus formas animales y yo no podía seguirles.
—Ahí está la respuesta —dijo Danica después de pensar un momento—. Tú eres un clérigo del orden natural, y esta maldición es sin duda una perversión de este orden. Dices que puedes sentir la presencia de los no-muertos; por lo tanto, creo, puedes sentir la presencia de la maldición.
«¿Cómo había sabido que venían los ghouls?», se preguntó Newander. Había conjuros para detectar la presencia de tales nomuertos, pero no había lanzado ninguno y, aun así, supo que estaban allí, tal como había sabido que los monstruos-su eran criaturas malignas y no sólo animales depredadores. Las implicaciones de este razonamiento casi le sobrecogieron.
—Me das más crédito del que merezco —dijo lúgubremente a Danica.
—Eres un clérigo del orden natural —repitió la chica—. No creo que tú solo hayas resistido esta maldición, pero no estabas, estás desamparado. Caminas con tu fe, y es esa vocación sincera la que te ha dado la fuerza para resistir. Arcite y Cleo no advirtieron nada. La maldición cayó sobre ellos antes de saber que algo estaba mal, pero su fracaso te previno del peligro, y con esa advertencia has sido capaz de mantenerte fiel a tu vocación.
Newander sacudió la cabeza, sin estar convencido, sin atreverse a creer que poseyera tal fuerza interior. Aunque no tenía argumentos para rebatir el razonamiento de la chica, y no discutiría nada de lo que concernía a Silvanus, el Padre Roble. Le había entregado el corazón a Silvanus hacía tiempo, y allí continuaba su corazón, a pesar de cualquier interés que pudiera mantener sobre el progreso y la civilización. ¿Era posible que fuera hasta tal extremo un discípulo del Padre Roble? ¿Era posible que lo que había percibido como fallo, al no transformarse en su forma animal, como Arcite y Cleo habían hecho, en realidad podía reflejar fuerza?
—Perdemos el tiempo al hacernos preguntas que no podemos contestar —dijo al fin con una voz más firme—. Cualquiera que sea la causa, los dos encontraremos el camino despejado.
Danica volvió a mirar el muro de piedra con preocupación.
—Al menos por ahora —añadió—. Salgamos de aquí, antes de que mi voluntad sucumba a la maldición.
Cruzaron bajo varias bóvedas, Danica aguantaba la antorcha con el brazo extendido lejos de ella para quemar las implacables telarañas de su ruta. Ninguno de ellos tenía mucha experiencia en las excursiones bajo tierra o con los patrones habituales de las catacumbas, y su rumbo era errante; escogían los túneles más o menos al azar. La chica era lo bastante juiciosa como para dejar marcas de orientación en los desvíos más confusos en caso de que tuvieran que volver sobre sus pasos, pero aún temía que los dos se perderían en el sorprendente e intrincado complejo.
Vieron algunas señales de que alguien ya había pasado por allí —telarañas rotas de las que colgaban hilos, una caja rota en una esquina— pero tanto si lo había hecho Cadderly, otros monstruos como los ghouls, o simplemente un animal que había hecho de las catacumbas su hogar, ninguno de los dos pudo decirlo.
Su antorcha declinaba cuando entraron en un corredor largo. Varios corredores laterales salían de éste, en su mayor parte de la pared de la derecha, y los dos acordaron mantener el rumbo y no continuar vagando en círculos. Pasaron los primeros pasillos, mientras Danica entraba sólo unos pasos con la antorcha para tener una idea de lo que había más allá de cada uno, pero permanecieron en el túnel principal y pensaban hacerlo hasta llegar al final.
Finalmente llegaron a un pasillo que no pudieron ignorar. Danica entró, de nuevo para un examen rápido.
—Han estado allí —exclamó, mientras la idea la adentraba en el túnel. Lo visto en ese lugar confirmó las sospechas de Danica. Aquí hubo un combate; docenas de montones de huesos estaban esparcidos por el suelo y varios cráneos, desprendidos a la fuerza de sus cuerpos esqueléticos, les saludaban con las órbitas vacías. Más allá, dos líneas de cajas apiladas formaban un pasillo defensivo, un lugar donde la chica pronto se dio cuenta de que Cadderly y los enanos habían resistido.
—Los huesos demuestran mi presentimiento sobre los no-muertos —dijo Newander con severidad—, pero no podemos estar seguros de que fueran nuestros amigos los que lucharon aquí.
La confirmación llegó mientras hablaba Danica al mover la antorcha con lentitud a su alrededor para tener una visión más amplia de la zona devastada por la batalla.
—¡Pikel! —gritó la chica, al acercarse al enano que estaba en el suelo. Pikel estaba tendido frío y quieto justo como Iván lo había dejado, con sus brazos fornidos cruzados sobre el pecho y el garrote rama de árbol situado a un lado.
Danica se puso de rodillas para examinar al enano pero no tenía ninguna duda de que estaba muerto. Sacudió la cabeza al tiempo que estudiaba las heridas, ya que ninguna de ellas parecía lo suficientemente seria para matar al enano.
Newander entendió su desconcierto. Se arrodilló a su lado y pronunció unas palabras mientras pasaba las manos por encima del cuerpo.
—Han envenenado a Pikel —proclamó el druida con seriedad—. Desde luego un tóxico potente que ha ido directo al corazón.
Danica ahuecó las manos bajo la cabeza de Pikel y la acercó con cuidado hacia la de ella. Había sido un amigo querido, posiblemente la persona más agradable que había conocido nunca. Se le ocurrió, al sostenerlo, que no hacía mucho que había muerto. Los labios se habían vuelto azules, pero, en modo alguno estaban hinchados y quedaba calor en su cuerpo.
Los ojos de Danica se abrieron como platos y se volvió hacia Newander.
—Después de pelear con los ghouls, me dijiste que tenías un conjuro para neutralizar cualquier veneno que tuviera en el cuerpo —dijo.
—Así es —contestó el druida, al entender lo que intentaba—, pero el veneno ya ha hecho su trabajo en el enano. Mi conjuro no puede revertir la muerte de Pikel.
—Usa el conjuro —insistió Danica. Se movió rápidamente, sosteniendo a Pikel por la nuca con una mano y poniéndole la cabeza hacia atrás.
—Pero no…
—¡Úsalo, Newander! —restalló. El druida dio un paso atrás, al temer que la niebla hubiera afectado a su compañera.
—Créeme, te lo suplico —prosiguió Danica, con un tono más suave, al reconocer la repentina cautela del druida.
Newander no entendía lo que la chica podía tener en mente, pero después de todo lo que habían pasado, confió en ella. Se detuvo un momento a reconstruir el conjuro, luego tomó una hoja de roble de un bolsillo y la desmenuzó encima del enano mientras pronunciaba el canto apropiado.
Danica abrió la capa de Pikel y desabrochó el peto de la pesada armadura. Miró a Newander para confirmar que el conjuro se había completado.
—Si queda algún resto de veneno en el enano, lo he neutralizado —aseguró el druida.
Era el turno de Danica. Cerró los ojos y pensó en el pergamino más valioso del Gran Maestro Penpahg D’Ahn, las notas de la suspensión metabólica. Penpahg D’Ahn había detenido su respiración, incluso el corazón, durante varias horas. Un día ella quería hacer lo mismo. Sabía, que todavía no estaba preparada para tan exigente técnica, pero había aspectos de los escritos de Penpahg D’Ahn, y en particular aquellos que hablaban de cómo salir de la suspensión física, que sabía que ahora le serían de ayuda.
Danica pensó en los pasos necesarios para reanimar el corazón detenido. En los escritos eran internos, desde luego, pero sus principios podían ser duplicados por una fuerza externa. Tendió de espaldas a Pikel, le desabrochó la camisa, y le subió la camisa de dormir. Apenas podía ver los detalles del pecho a través del virtual jubón de pelo, pero insistió, al tiempo que notaba las costillas y esperaba que la anatomía enanil no fuera tan diferente de la humana.
Creyó encontrar el punto. Volvió la vista hacia Newander buscando apoyo, entonces, ante la obvia sorpresa del druida, se giró y con la mano libre golpeó la oquedad del pecho del enano. Esperó sólo un instante y volvió a golpear. La intensidad de Danica se multiplicó, puso todo su corazón en lo que hacía, y eso animó a la maldición a deslizarse dentro de ella.
—¡Lady Danica! —gritó Newander, mientras agarraba el hombro de la frenética chica—. ¡Deberías mostrar más respeto a los muertos!
La monje alargó el brazo hacia un lado y agarró al druida por detrás de las rodillas. Una repentina sacudida lo lanzó al suelo, y Danica continuó con su trabajo, golpear con furia. Oyó romperse unas costillas pero todavía se levantó para golpear otra vez.
Newander estaba a su espalda, esta vez la agarraba con más fuerza y la apartaba del cuerpo.
Forcejearon durante un momento mientras Danica ganaba ventaja fácilmente. Puso a Newander de espaldas al suelo, se le subió encima con el puño acercándose peligrosamente a la cara del druida.
—¡Oo oi!
El grito paralizó a ambos.
—¿Qué has hecho? —dijo Newander con un grito sofocado.
Danica, tan sorprendida como el druida, sacudió la cabeza y se volvió lentamente. Allí estaba Pikel, sentado, parecía dolorido y confundido pero estaba vivito y coleando. Sonrió cuando posó la mirada en Danica.
La chica se olvidó de Newander y se precipitó sobre el enano, y lo agarró en un fuerte abrazo, Newander también se acercó y les palmeó los hombros con entusiasmo.
—Un milagro —murmuró el druida.
Danica sabía más, sabía que revivir a Pikel había implicado algunos principios muy lógicos y bien documentados de las enseñanzas del Gran Maestro Penpahg D’Ahn. Sin embargo, demasiado sorprendida por lo que había hecho y muy aliviada de ver a Pikel respirar, no tuvo fuerzas para contestar.
—Es un encuentro afortunado —estimó Danica después de que los abrazos terminaran.
—¡Oo oi! —reafirmó Pikel rápidamente.
—Más de lo que tú crees —empezó a explicar Danica.
Newander le lanzó una mirada de curiosidad.
—Ésta es la primera prueba de que el túnel en el que hemos entrado conecta con el área en la que Cadderly se ha adentrado —dijo la chica—. Hasta que encontramos a Pikel, estábamos perdidos.
—Ahora lo sabemos —añadió Newander—, y también sabemos, que hemos llegado al camino de Cadderly. Quizás ahora encontremos un rastro más claro que seguir. —Se inclinó con la antorcha, para estudiar las señales del suelo, pero se levantó un poco más tarde y sacudió la cabeza—. Es una estela muy poco clara si es que lo es —lamentó.
Una sonrisa apareció en la cara de Danica.
—Poco claro para nosotros, quizá —dijo—. Pero tal vez bastante claro para Percival.
Pikel estaba sentado y confundido, pero la sonrisa de Newander superó la de Danica. El druida emitió unos cuantos sonidos a Percival, para que les dirigiera hacia donde estaba Cadderly. Éste brincó por la zona durante unos momentos mientras arañaba el suelo y buscaba alguna muestra, en las marcas de rozaduras o en el olor, en cualquiera de los dos.
Encontró el rastro y se puso en camino con Newander justo a su espalda. Danica ayudó a Pikel a levantarse. Aún estaba inseguro, y totalmente confundido, pero hizo uso de las dos características más prominentes de los enanos, la resistencia y la terquedad, y se encaminó tras la chica.
El sueño había sido una experiencia muy placentera, pero en alguna parte profunda de su mente Druzil se dio cuenta de que era peligrosamente vulnerable dormir en una grieta del muro de un corredor abandonado. El imp salió fuera de su cubil y se transformó de nuevo en la más habitual forma con alas de murciélago. En algún momento de su sueño había perdido la concentración necesaria para la invisibilidad y no podía aclararse a través de la niebla que quedaba en su mente para recuperarla. Esa niebla soñolienta era pesada, pero tenía clara una idea; debía volver con Barjin, de vuelta a la seguridad del portal mágico que conectaba con el Castillo de la Tríada. Supo que alguien había pasado por este corredor recientemente y, al no tener deseo alguno de encontrarse con posibles enemigos, fue por una ruta indirecta y serpenteante.
Se detuvo y permaneció muy quieto cuando, un poco más tarde, la momia enloquecida llegó bramando al tiempo que machacaba todo lo que encontraba a su paso. Se dio cuenta de que algo había ido terriblemente mal, y descubrió que la momia, requemada y destrozada por muchos sitios, se había descontrolado.
Entonces el monstruo se fue, chocando contra un corredor lateral, gruñendo y rompiendo cosas con sus potentes brazos a cada paso que daba.
Aleteó despacio mientras medio andaba medio volaba, otra vez, hacia la sala del altar.
Sí, Barjin le ayudaría, y si no era Barjin, sería Aballister. Con esa idea en la mente, envió un débil y soñoliento mensaje a su amo en el Castillo de la Tríada.