20

Oh, hermano, mío hermano

—¡Mío hermano! —sollozó Iván, cayendo sobre el postrado Pikel—. ¡Oh, mío hermano! —se sorbió los mocos y lloró abiertamente mientras mecía la cabeza de Pikel entre sus manos.

Cadderly no tenía palabras para consolar a Iván. Por supuesto, estaba casi tan emocionado como el enano. Pikel había sido un apreciado amigo, siempre presto a escuchar su última idea loca, y siempre agregaba un enfático «¡Oo oi!», para que se sintiera bien.

Cadderly no había conocido la angustia de un amigo muerto. Su madre murió cuando él era muy pequeño y no lo recordaba. Vio a los clérigos de Ilmater y a los glotones muertos en la cocina, pero para él, sólo eran caras distantes y desconocidas. Ahora, al mirar al querido Pikel, no sabía cómo debía sentirse, ni qué debía hacer. Parecía un juego macabro, y por primera vez en su vida entendió que algunas cosas estaban más allá de su poder de control o de cambio, de que todo su raciocinio, su inteligencia, al fin y al cabo parecían tan sólo una pequeña cosa.

—Debería haber sido un druida —dijo Iván en voz baja—. Siempre fue mejor bajo el cielo que bajo tierra. —Iván soltó un gran sollozo y hundió la cabeza en el pecho de Pikel, mientras sus hombros se agitaban incontrolablemente.

Cadderly podía entender el dolor del enano, pero, sin embargo, estaba sorprendido de que Iván fuera tan abiertamente emotivo. Se preguntó si en su interior había algún problema por no caer sobre Pikel como había hecho Iván, o si el amor de Iván por su hermano era mucho mayor que sus propios sentimientos por el enano. Decidió dejar de pensar en ello. No importaba lo angustiosa que era la muerte de Pikel, si no se apresuraban y cerraban la botella, muchos otros compartirían un destino similar.

—Debemos irnos —dijo Cadderly a Iván con suavidad.

—¡Cierra la boca! —rugió Iván, al borde de la violencia, sin apartar la vista de su hermano.

La respuesta cogió a Cadderly por sorpresa, pero siguió sin comprender la naturaleza del pesar, no supo si era Iván que actuaba molesto o si era él. Cuando el enano, al final posó su mirada en él, las lágrimas perlaban su cara contorsionada y el joven sospechó lo que se le venía encima.

—La maldición —murmuró sin aliento. Hasta donde alcanzaba a entender, la maldición potenciaba las emociones propias. En apariencia, la maldición había encontrado un agarre en la amargura sincera de Iván, un resquicio en la constitución resistente a la magia del duro enano.

Se temió que Iván estaba cayendo bajo su influjo. Los gimoteos aumentaban a cada instante que pasaba; casi no podía respirar, de tan violento que era su sollozo.

—Iván —dijo con tranquilidad, al acercarse posó una mano sobre el hombro del enano—. No podemos hacer nada más por Pikel. Vámonos ahora. Tenemos otros asuntos que atender.

Iván lanzó una mirada agria a Cadderly y apartó sus manos de malas maneras.

—¿Quieres que lo abandonemos? —gritó el enano—. ¡Mío hermano! ¡Mío hermano muerto! No, no me voy, no me iré nunca. Al lado estaré de mío hermano. ¡Me quedaré aquí y mantendré mío Pikel caliente!

—Está muerto, Iván —dijo Cadderly entre crecientes sollozos—. Se ha ido. No puedes mantener la calidez de su cuerpo. No puedes hacer nada por él.

—¡Cierra la boca! —rugió Iván de nuevo, mientras agarraba el hacha. Cadderly pensó que el enano tenía la intención de cortarlo en rodajas, temió que lo culpara por lo que le había pasado a Pikel, pero nunca encontró la fuerza necesaria para levantar la pesada arma y en lugar de eso se dejó caer sobre su hermano.

Cadderly advirtió que no iría a ninguna parte intentando razonar con el compungido enano, pero el arrebato le instigó otras ideas. Allí había una emoción que podía predominar incluso sobre el dolor, e Iván parecía totalmente dispuesto a dejar que esa emoción tomara el mando.

—No puedes hacer nada —repitió Cadderly—, pero devuélvesela al que le ha hecho esto a Pikel.

De pronto Cadderly captó toda la atención de Iván.

—Él está aquí abajo, Iván —azuzó Cadderly, aunque no le gustaba engatusar al enano de esta manera—. El asesino de Pikel está aquí abajo.

—¡El imp! —bramó Iván, mientras miraba a su alrededor con salvajismo.

—No —replicó—, el imp no, pero sí su amo.

—¡El imp es quien ha envenenado a mío hermano! —protestó el enano.

—Sí, pero el amo fue quien lo trajo, y la maldición, y todo el mal que ha llevado a la muerte de Pikel —respondió el joven. Sabía que se tomaba una licencia al llegar a semejantes conclusiones, pero si podía hacer que Iván se moviera, entonces valdría la pena la falacia—. Si podemos vencer al amo, entonces el imp y todo el mal lo seguirán.

—El amo, Iván —dijo Cadderly de nuevo—, aquel que trajo la maldición.

—Tú trajiste la maldición —gruñó el enano, al manosear el hacha y mirar al joven con desconfianza.

—No —corrigió Cadderly al instante, al ver que sus tácticas capciosas tomaban un cariz totalmente opuesto—. He representado un papel desafortunado en su propagación, pero yo no la he traído. Aquí abajo hay alguien —aquí debe de estar—, que trajo la maldición y envió los esqueletos y el imp tras nosotros, ¡aquí abajo para matar a tu hermano!

—¿Dónde está? —gritó Iván, al tiempo que se levantaba y agarraba la pesada hacha con las dos manos—. ¿Dónde está el asesino de mío hermano? —Los ojos del enano miraron en todas direcciones sin orden ni concierto, como si esperara que apareciera un enemigo en cualquier momento.

—Debemos encontrarlo —incitó Cadderly—. Debemos volver por donde hemos venido, a los túneles que recuerdo.

—¿Volver? —La idea no pareció gustarle al enano.

—Justo hasta que recuerde el camino, Iván —explicó Cadderly—, luego iremos adelante, hacia la habitación con la maldita botella, en donde encontraremos al asesino de tu hermano. —Tan sólo podía esperar que sus palabras fuesen verdad y que Iván se tranquilizara para cuando encontraran la habitación.

—¡Adelante! —aulló Iván, y recogió rápidamente una de las antorchas que apenas ardían, la zarandeó para avivar la llama, y corrió como un vendaval por el camino que debían tomar. Cadderly comprobó que tenía todas sus pertenencias, dijo un último adiós a Pikel, y corrió para alcanzarlo.

No habían ido muy lejos cuando se toparon con un grupo de esqueletos, cinco nomuertos que vagaban por un corredor lateral. Los esqueletos desorientados, supervivientes de la desastrosa batalla de Druzil, no hicieron movimiento de ataque, pero Iván, ciego de rabia, los atacó con una furia que Cadderly nunca antes hubiera imaginado.

—Iván, no —suplicó el joven, al ver la intención del enano—. Déjalos en paz. Tenemos más importantes…

El enano no le escuchó. Soltó un rugido y un gruñido y se abalanzó sobre los esqueletos. Los dos más cercanos se volvieron para recibir la carga, pero los aplastó. Lanzó un poderoso corte lateral con el hacha que partió a uno por la mitad, entonces cambió el impulso del arma mientras giraba a sus espaldas y lo alcanzó de lleno en la cabeza, mientras caía sobre el segundo esqueleto con la suficiente fuerza para destruirlo.

Dejó el arma, trabada una vez más entre los huesos, y cogió al tercer esqueleto con la cornamenta de ciervo de su casco, al tiempo que lo levantaba del suelo, lo zarandeaba a lo loco durante un instante, y luego lo estampaba contra la pared. El ataque dañó al esqueleto, pero, además, desencajó el casco. Los dedos del cuarto esqueleto que intentaba arañar encontraron una brecha en la defensa del enano y se hincaron en la nuca.

Cadderly llegó corriendo para ayudarlo mientras preparaba el bastón para golpear de revés al nuevo atacante de Iván. Aunque, antes de que pudiera alcanzar la refriega, Iván tomó las riendas de la situación. Alargó la mano y agarró al esqueleto por la muñeca huesuda, tiró de él y le dio vueltas con toda su fuerza.

Cadderly se tiró al suelo para esquivar las piernas voladoras del esqueleto que casi lo hacen pedazos. Iván adquirió impulso en el giro y pronto tuvo al esqueleto dando vueltas con los brazos extendidos. Dejó que el ímpetu aumentara durante un momento, y luego arrastró los pies hacia la pared y dejó que los ladrillos hicieran su trabajo. El esqueleto impactó contra el muro y se rompió e Iván se quedó con un hueso suelto en cada mano.

En ese momento, el último de los esqueletos ya estaba sobre el enano, y éste, mareado y un poco desorientado, recibió el primer zarpazo del monstruo en plena cara. De nuevo Cadderly se dirigió a ayudar a su amigo, pero otro de los esqueletos ya estaba en pie y se acercaba, con el casco de Iván todavía enredado entre las costillas.

El cocinero puso el antebrazo en el pecho del atacante. Las piernas rechonchas del enano empujaron con violencia, al tiempo que una vez más llevaban al monstruo contra el muro. Cuando encontró resistencia, el enano no se detuvo. Todos y cada uno de sus músculos se tensaron y luego restallaron, lanzándolo hacia adelante con la única arma que tenía disponible, su frente.

Golpeó al esqueleto en la cara, y el cráneo de la criatura explotó aplastado entre el muro y la igualmente dura cabeza del enano. Los trozos de huesos salieron disparados hacia los lados, otras partes cayeron al suelo en forma de polvo, e Iván rebotó hacia atrás con la cabeza gravemente herida.

Cadderly golpeó a la criatura que quedaba con la vara y lanzó el buzak una y otra vez. La criatura testaruda se acercó, y al dar zarpazos con sus dedos huesudos forzó a Cadderly a retirarse. Aunque, pronto, sintió el muro a su espalda y no tuvo lugar hacia donde correr.

Una mano se cerró con firmeza sobre su hombro. La otra le arañó la cara. Levantó la mano para parar los golpes pero descubrió que estaba clavado, sin posibilidad de defenderse, debido a esos dedos huesudos que se hundían en la carne. Trató desesperadamente de enganchar el brazo del esqueleto con el suyo, para retorcerlo y romper el agarre, pero su ataque estaba estudiado para romper músculos y tendones, tanto para infligir esa clase de daño al atacante como para neutralizarlo. Los esqueletos no tenían músculos ni tendones y no sentían dolor.

Puso la mano libre en la cara del esqueleto y trató de empujarla, ganándose un avieso mordisco en la muñeca por sus esfuerzos.

Entonces el cráneo del nomuerto desapareció de repente, volando por los aires. No entendió nada hasta que un segundo tajo del hacha de Iván, un corte de arriba abajo, destruyó el cuerpo del esqueleto.

Se recostó contra el muro y se agarró la muñeca ensangrentada. Simplemente desechó el dolor un momento más tarde, al pensar que sus heridas eran menores en comparación con las del cocinero.

La frente del enano tenía incrustados trozos de cráneo. La sangre fluía libremente por la cara de Iván, por los lados del cuello, y por los numerosos cortes de las manos nudosas. E incluso más horroroso, una costilla rota de esqueleto sobresalía de un lado del abdomen del enano. No podía saber cuán profundamente se había clavado el hueso, pero desde luego la herida parecía mala y estaba realmente sorprendido de que el enano aún estuviera en pie.

Llegó hasta Iván, ya que tenía la intención de sostenerlo temiendo que éste se derrumbaría.

Iván apartó mano del joven con aspereza.

—No hay tiempo para mimos —soltó el enano—. ¿Dónde está el que mató a mío hermano?

—Necesitas ayuda —respondió el otro, horrorizado ante las heridas de su amigo—. Tus heridas…

—Olvídalas —replicó—. ¡Llévame ante el que a mío hermano mató!

—Pero Iván —continuó protestando Cadderly. Señaló la costilla del esqueleto.

Los ojos de Iván se agrandaron cuando reparó en la herida espantosa, pero solamente se encogió de hombros, se agachó para agarrar el hueso, se lo sacó, y con despreocupación lo tiró a un lado como si no se hubiera dado cuenta de los centímetros de sangre que había sobre la costilla. Su actitud fue del mismo modo desafectada cuando trató de volver a ponerse el yelmo, al descubrir que los huesos incrustados le impedían ajustarlo correctamente a la cabeza. Se arrancó unos pocos trozos de la frente, y luego, con un gruñido, forzó el yelmo en la posición correcta.

Cadderly únicamente pudo dar por supuesto que la niebla había incrementado la rabia del enano hasta un punto en que Iván simplemente no sentía dolor. Sabía que los enanos eran bastante resistentes, e Iván más que la mayoría, pero esto estaba más allá de toda razón.

—¡Dijiste que me llevarías hasta él! —rugió Iván, y sus palabras sonaron como una amenaza a oídos de Cadderly—. ¡Dijiste que encontrarías el camino! —Con un movimiento, agarró la capa del joven, se la arrancó y la usó para envolverse la herida rápidamente.

Cadderly tenía que estar satisfecho con eso. Sabía que lo mejor que podía hacer para todo el mundo, Iván incluido, era encontrar y cerrar la botella humeante tan rápido como fuera posible. Sólo entonces el enfurecido enano le permitiría a él o a cualquier otro que curase sus heridas.

Sólo entonces, pero no estaba seguro de que el enano aguantara hasta ese punto.

Pronto llegaron a la zona inicial donde se habían encontrado a los nomuertos. Ahora todo estaba tranquilo, mortalmente tranquilo, y le daba la oportunidad a Cadderly de reconstruir con cuidado su primera incursión. Pensó que estaba haciendo algún progreso, mientras dirigía a Iván por varios corredores unidos, cuando a lo lejos advirtió algo de movimiento en una sala, al final de su estrecho rayo de luz.

Iván también reparó en ello y se puso en camino de inmediato, la pena por su hermano muerto se transformó de nuevo en un incontrolable anhelo por la lucha.

Cadderly palpó su bandolera y trató en vano de mantenerse al paso del enano, al tiempo que rezaba para que Iván dejara irse al enemigo.

Y en ese momento tomó una decisión muy importante.

Sujetó el rayo de luz en una mano y la ballesta cargada en la otra, al tiempo que los apuntaba por entre los cuernos del yelmo del enano a la cara esquelética de más allá. Nunca se había propuesto que la ballesta hecha de manera artesanal fuera usada como arma, y en especial cuando lanzara los dardos explosivos. Había diseñado el arma para abrir puertas cerradas, o para destruir ramas de árbol enojosas que arañaran su ventana, o cualquier variedad de propósitos pacíficos. Además, tenía que admitir que había ideado la ballesta y los virotes en parte por el simple desafío de diseñarlos. Pero se había prometido a sí mismo, una excusa como cualquier otra, que nunca usaría los virotes o la ballesta como un arma, nunca desencadenaría la violencia concentrada de los dardos explosivos contra un objetivo vivo.

Los argumentos en esta ocasión, desde luego, eran muchos. Iván difícilmente podría permitirse un combate, incluso contra un único esqueleto, y después de todo, en realidad no era un ser vivo. A pesar de ello, un sentimiento de culpa cruzó su mente mientras apuntaba. Sabía que estaba rompiendo el espíritu de su promesa.

Disparó. La flecha trazó un arco por encima de la cabeza de Iván y se incrustó en el cráneo del esqueleto que cargaba. La colisión inicial no fue muy potente, pero entonces el dardo se rompió, y soltó el Aceite de Impacto. Cuando la polvareda se aclaró un momento más tarde, la cabeza y el cuello del esqueleto habían desaparecido.

Los huesos sin cabeza se quedaron de pie un tiempo, y luego cayeron con un tableteo.

Iván, justo unos pasos más lejos, se paró de repente y se quedó mirando asombrado, con la boca y los ojos oscuros muy abiertos. Se volvió lentamente hacia Cadderly que sólo se encogió de hombros con aire de disculpa y miró a otro lado.

—Tenía que hacerse —comentó Cadderly, más a sí mismo que a Iván.

—¡Y lo hiciste bien! —replicó Iván, mientras volvía del corredor. Le dio una palmada en la espalda, aunque el joven, al fin y al cabo, no se sentía un héroe.

—Sigamos —dijo Cadderly en voz baja, al tiempo que deslizaba la ballesta en la funda hecha a medida.

Cruzaron por otro bajo pasillo abovedado. Cadderly empezó a pensar que estaban de nuevo en el buen camino, luego llegaron a una bifurcación del corredor polvoriento. Los dos túneles salían del primero paralelos y muy juntos. Pensó un momento, y luego se dirigió al de la derecha. Aunque caminó un corto trecho antes de reconocer su localización con más claridad. Volvió sobre sus pasos, ignorando los reniegos de Iván, y se dirigió con paso decidido al corredor de la izquierda. Éste continuaba recto un corto tramo, luego giraba a la izquierda y se abría en un corredor más ancho.

El pasillo estaba lleno de sarcófagos erguidos que le confirmaban que había escogido el camino correcto. Se adentró unos pasos y tras un ligero recodo la divisó, más allá de toda duda. Lejos delante de él, al final del corredor, asomaba una puerta, entreabierta y de la que salía luz.

—¿Ése es el sitio? —preguntó Iván, aunque ya había adivinado la respuesta. Se encaminó hacia la puerta antes de que el erudito asintiera.

De nuevo trató de ralentizar la carga del enano, deseando una aproximación más cautelosa. Estaba justo a un par de pasos del enano cuando el último sarcófago se abrió y una momia apareció para cortarles el paso. Demasiado enfurecido para importarle, Iván continuó impávido, pero el joven ya no le seguía. Estaba paralizado de miedo, golpeado por la maldad pura de la poderosa presencia del nomuerto. Los esqueletos habían sido espeluznantes, pero parecían sólo pequeñas molestias al lado de este monstruo.

—Absurdo —trató de decirse Cadderly. Era aceptable estar asustado, pero ridículo dejar que el miedo lo paralizara en una situación tan grave.

—¡Fuera de mi camino! —rugió Iván, mientras embestía. Tajó furiosamente con el hacha, alcanzando al objetivo, pero, al contrario que en los combates contra los esqueletos, el arma se encontró esta vez con una resistencia tenaz. Las gruesas envolturas de la momia desviaron la mayor parte de la fuerza del golpe, y algunos trozos de lino se desenredaron y enmarañaron en la cabeza del hacha de manera que impidieron el siguiente ataque.

El golpe apenas molestó a la momia. Golpeó con el brazo, alcanzó a Iván en la espalda y lo envió dando tumbos al nicho más cercano. Se estrelló con tanta fuerza que casi se desmaya, pero con testarudez, y sin desfallecer, se obligó a ponerse en pie.

La momia le estaba esperando. El segundo golpe tiró al enano de espaldas.

Ése hubiera sido el fin de Iván Rebolludo si no llega a ser por Cadderly. Su primer ataque casi pasó desapercibido para la momia, mientras se acercaba al enano cruzó el estrecho y directo haz del tubo de luz de Cadderly. Al ser una criatura de la noche, de un mundo oscuro y sin luz, Khalif no estaba acostumbrado, ni toleraba, resplandor de ninguna clase.

Al ver al muerto viviente recular y levantar el rugoso brazo para bloquear el rayo de luz restituyó algo de la compostura de Cadderly. Mantuvo la luz enfocada en el monstruo, para forzarlo a apartarse del enano, mientras con destreza cargaba otro dardo con la mano libre. Cadderly no tuvo reparos en usar la ballesta contra ese monstruo; la momia era simplemente demasiado abominable para su conciencia para disuadirlo.

A pesar de taparse los ojos, el nomuerto continuaba el avance sobre el joven, mientras intentaba apartarse de la luz con cada paso.

El primer dardo se hundió profundamente en el pecho de la momia antes de explotar y la deflagración la envió un par de pasos atrás y dejó marcas de quemaduras en las vendas de lino del pecho y la espalda de la criatura. Aunque si había sufrido daños graves no lo demostró, ya que continuó su avance.

Cadderly se revolvió para recargar la ballesta. Afortunadamente el diseño era bueno, y el resorte no era difícil de accionar. Un segundo dardo se unió al primero, y una vez más lanzó al monstruo hacia atrás.

La momia avanzó una vez, y otra después de que el joven le disparara una tercera vez, y a cada disparo su avance terco la situaba un paso o dos más cerca del desesperado erudito. El cuarto disparo fue un desastre, ya que el impulso inicial del virote lo propulsó a través de la momia sin que siquiera estallara el aceite mágico. La momia apenas aminoró la marcha y Cadderly casi apoyó la ballesta contra las vendas de lino cuando disparó por quinta vez.

Esta vez el proyectil fue más efectivo, pero sólo ralentizó sin detener al monstruo. No tenía tiempo de cargar otro dardo.

—¡Viniendo! —dijo Iván en su atípica forma de hablar mientras se arrastraba al salir del nicho.

Cadderly dudó que el enano pudiera ayudarlo, incluso si podía alcanzar al monstruo a tiempo, cosa que a todas luces no podría hacer. Sabía, también, que ninguna de sus armas convencionales, el buzak o el bastón, podrían dañar a esta criatura.

Sólo le quedaba un arma por usar. Sujetó la luz frente a él para retrasar a la momia aún más, de manera que ésta tuvo que taparse los ojos con el brazo y casi dar media vuelta, luego dejó caer la ballesta al suelo y cogió el odre de agua que le colgaba al costado. Lo agarró por la boquilla alargada, lo situó apretado bajo la axila, y usó el pulgar para abrir el pegajoso tapón. Lo estrujó con el brazo lanzando con firmeza un chorro de agua bendita a la cara del atacante.

El agua bendita crepitó al entrar en contacto con el monstruo malignamente encantado y la momia manifestó su agonía. Soltó un gemido sobrenatural, escalofriante, que llenó de miedo a Cadderly e incluso detuvo al enano temporalmente. Fue un proverbial trueno sin relámpago, porque mientras la momia continuaba el avance, deliberadamente se apartó del joven con la luz y el agua hiriente. Pronto había sobrepasado a Cadderly del todo, pero continuó por el corredor gritando de dolor y frustración, y golpeando con los potentes brazos contra los muros, los sarcófagos, y cualquier cosa que estuviera por medio.

Iván arremetió más allá de Cadderly, en un intento de continuar el combate.

—¡El hombre que mató a tu hermano está tras esa puerta! —gritó el joven tan rápido como pudo, desesperado por detener al enano. No podía saber a ciencia cierta la veracidad de su afirmación, pero desde luego, en ese momento crítico habría dicho cualquier cosa para que Iván diera media vuelta.

Previsiblemente, el enano se volvió. Lanzó un gruñido, cargó por delante de Cadderly y se olvidó de la momia que huía, con los ojos centrados en la puerta al final del corredor.

Cadderly vio el desastre que se le venía encima. Recordó el muro de nueva construcción en la bodega y las detonaciones que habían seguido a la carga, estilo ariete destructor, de Pikel. Tenía que creer que esta puerta también podría estar protegida con magia, y vio que la puerta era pesada y con planchas de hierro. Si Iván no la atravesaba del todo y se quedaba en el área de los glifos explosivos…

Cadderly se echó al suelo al tiempo que sacaba un dardo y cogía la ballesta. En un único movimiento, la tensó, encajó el proyectil, se dio media vuelta, y usó la luz para exponer el objetivo.

El dardo pasó junto al enano que estaba a una zancada de la puerta. No alcanzó directamente la zona de la cerradura pero explotó con la suficiente fuerza para debilitar la obstrucción.

Sorprendido por la repentina explosión, pero incapaz de parar incluso si optaba por hacerlo, Iván continuó a gran velocidad.