19

Ghouls

Habían oído la llamada de la piedra del nigromante, habían sentido andar a los muertos y sabían que una cripta había sido perturbada. Estaban hambrientos —siempre lo estaban— y las promesas de carroña, antigua y nueva, los llevaron a correr, encorvados sobre unas piernas que una vez fueron humanas. Lenguas largas se balanceaban entre dientes puntiagudos mientras dejaban caer hilos de saliva sucia por la barbilla y el cuello.

No les importaba. Estaban hambrientos.

Llegaron junto al camino mientras se movían entre las sombras de la tarde avanzada y se dirigían hacia el gran edificio. Un hombre alto y con una túnica gris estaba allí, merodeaba cerca de las puertas principales. El ghoul que encabezaba el grupo se agazapó sobre las piernas y cargó, con los brazos colgando, los nudillos rozando el suelo, y los dedos crispados por la excitación.

Uñas largas e inmundas, tan afiladas y duras como las garras de un animal, alcanzaron al confiado clérigo en el hombro. Sus gritos angustiosos únicamente aumentaron el frenesí. Trató de contraatacar, pero el escalofriante toque del ghoul insensibilizó sus extremidades. Sus facciones se transformaron en una mueca paralizada llena de horror, y la jauría cayó sobre él, destrozándolo en unos instantes.

Uno a uno, los ghouls se apartaron del cuerpo devorado y se dirigieron hacia las grandes puertas y la promesa de más comida. Pero todos cambiaron de dirección, al tiempo que cubrieron sus ojos, al acercarse con los brazos levantados, ya que las puertas estaban bendecidas y muy protegidas contra las intromisiones de criaturas nomuertas. Deambularon por un momento, hambrientos y frustrados, y entonces uno de ellos oyó de nuevo la llamada de la piedra, hacia el sur del edificio, y el grupo fue rápidamente a su encuentro.

Era un lugar frío y húmedo, con charcos de agua turbia que manchaban el suelo de tierra y enredaderas cubiertas de musgo, lleno de plantas incluso arriba, colgando de las vigas de soporte espaciadas uniformemente. Danica se movió con cautela, con la antorcha muy separada y al frente, manteniéndola tan lejos como era posible del musgo de aspecto siniestro.

Newander estaba menos preocupado por los hilachos que colgaban, porque eran brotes naturales como los insectos que se arrastraban por ellos, y eso estaba dentro de su campo de conocimientos. Aunque no obstante, parecía incluso más intranquilo que la chica. Se detuvo varias veces y miró alrededor, como si tratara de localizar algo.

Al final sus miedos contagiaron a Danica. Se acercó a su lado mientras lo estudiaba de cerca a la luz de la antorcha.

—¿Qué buscas? —preguntó sin rodeos.

—Noto una perturbación —respondió Newander enigmáticamente.

—¿Un mal?

—Tu Cadderly me explicó que había muertos vivientes que andaban por las catacumbas —explicó—. Ahora sé que decía la verdad. Son la mayor perversión del orden natural, una ofensa contra la misma tierra.

Danica podía entender por qué un druida, cuya vida entera estaba basada en el orden natural, podía ser sensible a la presencia de monstruos nomuertos, pero estaba sorprendida de que Newander pudiera notar que estaban cerca.

—¿Los muertos vivientes han pasado por este lugar? —preguntó, al creer de lleno que su respuesta sería afirmativa.

Newander se encogió de hombros y de nuevo miró alrededor con nerviosismo.

—Están más o menos cerca —contestó—, demasiado cerca.

—¿Cómo puedes saberlo? —presionó Danica.

—Yo… no puedo —tartamudeó, mientras la miraba con curiosidad, confundido—. Y, sin embargo, lo hago.

—¿La maldición? —se preguntó Danica en voz alta.

—Los sentidos no me mienten —insistió Newander. Se dio la vuelta de pronto, hacia la entrada del túnel, como si hubiera oído algo.

Justo un momento después, Danica dio un brinco sorprendida al oír un chirrido que venía de la entrada del túnel, ahora nada más que un lejano borrón gris. Reconoció el grito de Percival, pero este hecho no la calmó, porque en ese momento unas formas agazapadas se recortaron en la entrada, con el sonido de sus babeos hambrientos transportado por el aire hasta el druida y la chica.

—¡Corre, Danica! —gritó Newander y se volvió para irse.

Danica no se movió, imperturbable ante cualquier enemigo. Vio con claridad ocho formas de tamaño humano, aunque no tenía ni idea de si eran clérigos de la biblioteca o monstruos. De cualquier manera, Danica no vio ninguna ventaja en correr túnel abajo quizá para caer en manos de un enemigo que aguardaba, y tener que luchar contra ambos frentes a la vez. Además, Danica no podía ignorar a Percival. Lucharía por la ardilla blanca igual como lo haría por cualquier amigo.

—Son no-muertos —trató de explicar el druida, y mientras dijo estas palabras, el hedor corrompido de los ghouls llenó sus fosas nasales. El olor le dio más información del enemigo, y el deseo de huir se incrementó. Aunque era demasiado tarde—. No dejes que te arañen —advirtió—. Su toque te helaría el tuétano de los huesos.

Danica se agazapó para sentir el equilibrio de la antorcha y afinar todos sus sentidos a lo que la rodeaba. Por encima de ella, Percival daba rápidos saltos a lo largo de una viga de madera, a su espalda, Newander había empezado a salmodiar la preparación de un conjuro, y ante ella, la jauría avanzó siseando y farfullando, pero ahora más lentamente, ante el respeto que les causaba la antorcha llameante.

El grupo llegó a una docena de pasos de Danica y se detuvo. Danica vio sus ojos amarillos, enfermizos, pero diferentes a los de un cadáver, éstos brillaban con un fuego interior, hambriento. Oyó su resuello falto de aliento y vio sus lenguas largas y puntiagudas que se agitaban como la cola de un reptil. Incluso se agachó más al sentir la creciente excitación de los ghouls.

Cargaron en grupo, pero fue Newander el que golpeó primero. Al pasar bajo una viga transversal el musgo cobró vida. Igual que las enredaderas que mantuvieron a Danica en la cama, las hebras de musgo agarraron a los que pasaban. Tres de las criaturas se enredaron totalmente, otras dos se revolvieron y forcejearon con una rabia espeluznante, con los tobillos enganchados, pero tres las atravesaron sin dificultades.

El primer ghoul se abrió paso hasta Danica que estaba en equilibrio e imperturbable. Mantuvo la pacífica postura hasta el último momento para provocar que el ghoul fuera en su dirección, de forma que incluso Newander dio un grito de alarma.

Danica controlaba la escena a la perfección. La antorcha salió disparada de repente, y con el extremo que ardía golpeó al ghoul directamente a un ojo. La criatura reculó y soltó un alarido que hizo que un escalofrío recorriera la espalda de la chica.

Reventó el otro ojo del ghoul como medida preventiva, pero el movimiento situó la antorcha en una precaria situación defensiva. El segundo enemigo apareció al lado del primero, con la lengua colgando y las podridas manos que trataban de alcanzarla.

Se movió para asestar un puñetazo pero recordó la advertencia de Newander y descubrió que el alcance de su brazo no podría igualar al del ghoul. Danica tenía otras armas. Lanzó la cabeza hacia atrás de improviso, tan lejos que pareció que se iría caer al suelo. Su persistente equilibrio cogió por sorpresa al ghoul que seguía avanzando e hizo que Newander, a su espalda, se quedara boquiabierto de asombro, porque Danica no cayó. Giró el cuerpo sobre una pierna, la otra subió antes que ella y su pie alcanzó al ghoul que cargaba bajo la barbilla. La quijada del monstruo se cerró, su lengua cortada cayó al suelo, y se detuvo de golpe mientras una mucosidad y una abominable sangre rojo verdosa caían de su boca.

Aún no había acabado con él. Dejó caer la antorcha y saltó arriba para cogerse a la viga transversal, y pateó la cara del ghoul al tiempo que esparcía coágulos de sangre. Una y otra vez las patadas lo golpearon.

El tercer ghoul en discordia se encontró con un castigo equivalente. Newander puso la palma de la mano abierta ante él y pronunció unas palabras para generar otra bola de fuego mágico, similar a la que había utilizado para encender la antorcha a la entrada del túnel. Al avanzar el ghoul con dificultad, lanzó el proyectil ardiente. Alcanzó al ghoul de lleno en el pecho y obviamente el ghoul estuvo más preocupado en apagarse el cuerpo con las manos que en atacar al druida. Casi había extinguido el primer fuego cuando le alcanzó otra bola, que esta vez le impactó en el hombro. Luego vino el tercer proyectil, que estalló en una rociada de chispas cuando golpeó la cara del nomuerto.

Danica mantuvo su posición en la cruceta y golpeó una última vez. Sabía que había roto el cuello del monstruo, pero la maldita criatura se las arregló para dar un zarpazo en un lado de su pierna. Al descender, la sucia uña trazó una profunda herida en la pantorrilla de Danica. La chica observó la herida con horror mientras notaba que el toque paralizante la invadía.

—¡No! —gruñó, y usó todos los años de entrenamiento, toda la disciplina mental, para defenderse, para doblegar al frío que se apoderaba de sus huesos.

Se descolgó de la viga y levantó la antorcha, contenta al advertir que la pierna aún podía sostenerla. Ahora la furia la controlaba. Parte de su disciplina incluía el saber cuándo dejarla pasar, o cuándo dejar que la rabia total guiara sus acciones. El de los ojos quemados giraba salvajemente cerca de ella, al tiempo que daba zarpazos a ciegas intentando golpear a alguien. Con la boca abierta de manera imposible en un grito de hambre y depravación.

Agarró la antorcha con ambas manos y atacó con un golpe de revés, por encima de la cabeza, a la garganta del nomuerto. La criatura movió los brazos sin gobierno, asestando varios golpes en sus brazos, pero la chica, furiosa, no se amilanó. Empujó la antorcha en el cuello del ghoul, y removió y presionó hasta que el monstruo dejó de moverse.

Sin apenas detenerse, Danica tensó un brazo y giró, alcanzando al otro, que luchaba contra los fuegos de Newander, con un gancho de izquierda. La pegada levantó al ser del suelo y fue a chocar contra la pared del túnel. El druida se adelantó de un salto, y lo abatió a golpes con la vara de roble.

La pelea estaba lejos de acabar. Quedaban cinco ghouls, aunque tres de ellos permanecían enredados sin posibilidad de librarse de los filamentos de musgo. Los otros dos se habían abierto paso y cargaron sin dar importancia a sus compañeros muertos.

Danica se agachó, sacó las dagas de sus vainas en las botas y golpeó antes de que los monstruos tuvieran tiempo de acercarse. Al primer nomuerto, la daga quizá no le pareció más que una astilla brillando mientras giraba a la luz de la antorcha. La criatura se dio cuenta al hundírsele ésta en el ojo hasta la empuñadura. El ghoul gritó y se balanceó a un lado mientras se agarraba la cara. El segundo lanzamiento de Danica lo siguió con igual precisión al clavarse en el pecho de la bestia de nuevo hasta la empuñadura, el no-muerto trastabilló y se retorció entre estertores.

El siguiente ghoul que cargó, una criatura poco afortunada, tenía vía libre hasta Danica. La monje volvió a esperar hasta el último instante, luego saltó para agarrase a la viga y sus mortales pies se movieron como rayos. La potente patada alcanzó a la criatura en la frente, y detuvo su avance en seco al doblarle la cabeza hacia atrás. Al enderezar la cabeza, el pie volvió a impactar, y luego una tercera y una cuarta vez.

Se soltó de la viga y dejó que el impulso de la caída la situara en posición de cuclillas. Como un muelle, se levantó girando mientras se elevaba y lanzaba una patada a su espalda. La maniobra de la patada circular golpeó al maltrecho y sorprendido ghoul a un lado de la mandíbula y ladeó su cabeza de manera tan brutal que hizo que el ghoul diera un salto mortal en el aire. Aterrizó en una posición de rodillas, extrañamente contorsionado, con una pierna hacia cada lado, el cuerpo sin vida muy encorvado y la cabeza recostada, mirando por encima del hombro.

La rabia de Danica no se había aplacado. Cargó por el pasillo, mientras lanzaba un grito monótono durante todo el ataque. Crispó la mano casi en un puño al tiempo que extendía, rígidos, los dedos índice y anular. El ghoul enmarañado más cercano, no el objetivo de Danica, se las arregló para liberar un brazo y darle un zarpazo. Se agachó con facilidad ante el desmañado ataque, continuó con una voltereta que dejó atrás al atacante, y se levantó a unos pasos del siguiente monstruo sin detener su impulso lo más mínimo. Pegó un salto y golpeó con saña mientras descendía. La Garra del Águila, se llamaba el ataque, de acuerdo con los pergaminos del Gran Maestro Penpahg D’Ahn, y Danica lo hizo a la perfección al hundir sus dedos extendidos directamente en los ojos del ghoul, que llegaron a su cerebro podrido. Le llevó casi un minuto sacar los dedos de la cabeza destrozada de la criatura, pero no importaba. Ese nomuerto ya no representaba una amenaza.

Newander acabó con su necrófago y se dirigió hacia la chica. Se detuvo, y al ver que ella controlaba el combate se fue a recoger la antorcha casi apagada.

Libre al fin, Danica volvió al ghoul que la había golpeado. Su puño percutió de manera desagradable contra la piel podrida del tórax de la criatura. Supo que las costillas se habían roto ante el impacto, pero el muerto viviente, casi libre antes del ataque, acabó de desenredarse gracias al puñetazo. Se levantó gritando horriblemente mientras sollozaba como si hubiera enloquecido.

Danica aumentó los ataques, golpeando a la criatura tres veces por cada impacto que recibía. De nuevo volvió a sentir el frío paralizador del toque del ghoul y otra vez lo apartó con la rabia. A pesar de eso, no podía ignorar los arañazos de los brazos, y el dolor y la fatiga que aumentaban. Fintó otro puñetazo directo, y luego se dejó caer en cuclillas bajo los tambaleantes golpes de la criatura. Su pie salió en línea recta, y lo alcanzó en la parte interior de la rodilla de forma que lo hizo caer de bruces al suelo. En un instante, la chica ya estaba en pie. Unió sus manos en un puño doble que situó por encima de la cabeza y se dejó caer de rodillas usando el impulso de la caída para añadirlo a la potencia del golpe. Alcanzó al ghoul, que se estaba levantando, en la nuca y lo empotró contra el suelo. La bestia rebotó ante el terrible impacto y luego se quedó muy quieta.

No esperó a ver si se volvería a mover. Agarró un puñado del sucio pelo, situó la otra mano bajo la barbilla, y retorció la cabeza con tal violencia que antes de que el crujido de huesos hubiera finalizado, los ojos sin vida del ghoul miraban directamente a su espalda.

Acudió sin pestañear y con un grito de rabia al encuentro del ghoul que quedaba. El musgo lo había levantado del suelo y colgaba inmovilizado, apenas capaz de luchar contra las ataduras imposibles. Le golpeó a un lado de la cabeza, y lo hizo girar. Al dar la cabeza una vuelta completa, ella también rotó sobre una pierna y dio una patada circular que revirtió la dirección del giro de la criatura. Y así continuó, puñetazo, patada, en una dirección y luego en la otra.

—Está muerto —dijo Newander, pero no insistió en el tema, al entender que Danica necesitaba abrirse paso a través de su rabia. Aún golpeaba y soltaba puñetazos, y todavía giraba la criatura que colgaba con flacidez.

Por último, la luchadora exhausta cayó de rodillas ante su última víctima y puso la cabeza entre las manos manchadas de sangre.

—¿Druzil? —Barjin no supo por qué había dicho la palabra en voz alta, quizá pensó que el sonido le ayudaría a restablecer el vínculo telepático, roto de improviso, con su compañero—. ¿Druzil?

No hubo respuesta, ni un indicio de que el imp mantuviera en modo alguno un canal abierto con el clérigo. Barjin esperó un momento más, tratando de enviar sus pensamientos a través de los corredores más lejanos, mientras esperaba que Druzil respondiera.

Pronto, el clérigo tuvo que admitir que sus ojos externos se habían, de alguna manera, cerrado. Quizás había sido asesinado, o a lo mejor un clérigo enemigo lo había desterrado a su propio plano. Con esa idea incómoda en la cabeza, se dirigió hacia el brasero cuyo fuego había menguado. Pronunció unas cuantas palabras mágicas para ordenar a las llamas que se intensificaran y trató de reabrir su misteriosamente improductivo portal interplanar. Llamó a las moscas, a los manes y a los habitantes menores, y llamó a Druzil, confiando que si el imp había sido devuelto a su plano, él podría traerlo de vuelta. Pero las llamas crepitaron sin que apareciera ningún demonio por el portal. Por supuesto, Barjin no sabía nada de los polvos mágicos que el imp había esparcido cerca de la puerta.

Continuó sus invocaciones unos instantes, y luego se dio cuenta de su futilidad y entendió, también, que si Druzil había sido derrotado, esto le generaba algunos problemas serios. Entonces otra idea cruzó su mente, la imagen del imp que volvía a la sala del altar al frente de las fuerzas de esqueletos con la idea de quitarle el liderazgo. Los imp nunca fueron conocidos por su lealtad inquebrantable.

En cualquier caso, necesitaba reforzar su posición. Se acercó primero a Mullivy y reflexionó sobre cómo podría fortalecer mucho más al zombie. Ya le había dado una remendada coraza y había incrementado mágicamente su fuerza, pero ahora tenía algo más retorcido en mente. Sacó un diminuto vial y derramó una gota de mercurio sobre Mullivy, mientras entonaba unas palabras arcanas. El conjuro se completó cuando recuperó algunos frascos de aceite volátil con los que empapó las ropas de éste.

Volvió la mirada hacia su más poderoso aliado, Khalif, la momia. Había poco que pudiera hacer para incrementar la ya de por sí monstruosa creación, por lo que le dio un nuevo conjunto de órdenes inequívocas y lo situó en una posición más estratégica fuera de la habitación del altar.

Todo lo que quedaba eran los preparativos personales. Se vistió con las túnicas de clérigo, una vestimenta encantada tan blindada como la cota de mallas de un caballero, y pronunció una plegaria para aumentar aún más la protección. Cogió a Dama Ululante, la maza demoníaca de cabeza de mujer, y examinó de nuevo las defensas mágicas de la única puerta del lugar. Que vengan los enemigos. Tanto si era el imp traidor como una hueste de clérigos de la biblioteca, Barjin confió en que los atacantes no tardarían en desear no haber salido de los corredores más lejanos.

Newander se acercó a confortar a Danica, pero Percival llegó primero al dejarse caer desde una viga transversal al hombro de la chica. La sonrisa le volvió a la cara cuando posó la mirada en la ardilla blanca, un recuerdo de tiempos mejores, a buen seguro.

—Notan la creación de muertos vivientes —explicó Newander, mientras señalaba a los ghouls—. La carne de su mesa es carne de cadáver.

La chica lo miró incrédula.

—Incluso si han de crear el no-muerto ellos mismos —replicó Newander—. Pero debe ser la creación de éstos lo que los atrae —pareció dudar de sus palabras, pero no sabía nada de la piedra del nigromante y no tenía otra explicación—. Los ghouls se reunirán con los muertos vivientes desde cualquier lugar cercano, aunque no puedo adivinar de dónde han venido estos desgraciados.

—No importa de dónde vienen —dijo Danica pugnando con dificultad por ponerse en pie—. Sólo eso, que han muerto, y seguirán muertos esta vez. Vayámonos. Cadderly y los enanos pueden estar en problemas más adentro.

—No puedes ir —insistió Newander, cogiéndole el brazo y poniéndole una mano en el hombro.

Danica lo miró fijamente.

—Mis conjuros casi se han terminado —explicó el druida—, pero tengo algunos bálsamos que pueden curar tus heridas y un conjuro curativo que puede anular cualquier veneno que te hayan inoculado.

—No tenemos tiempo —arguyó Danica soltándose—. Excepto por el neutralizador de veneno. Mis heridas no son tan serias y podemos necesitar eso antes de que todo esto acabe.

—Entonces, déjame sólo un momento para tratar tus heridas —replicó Newander, al admitir lo que concernía al conjuro pero inflexible ante la posibilidad de que no se le limpiaran los zarpazos. Sacó una bolsita—. Podrías necesitarme, Lady Danica, pero no entraré contigo si no me dejas curar tus heridas.

Danica no quería retrasos, pero no dudó de las intenciones del testarudo druida. Se arrodilló ante Newander y extendió los brazos lastimados ante él. A pesar de su terquedad, tuvo que admitir que el dolor de los cortes disminuyó mucho en el instante en que el druida aplicó los ungüentos.

Se pusieron en camino de nuevo, Newander llevaba la antorcha y su bastón, y Danica las dagas con manchas oscuras de sangre seca de ghoul, y el más reciente miembro de la partida, Percival, nervioso y tapado cerca de los hombros y el cuello de la chica.