18

General Druzil

—¿Druida? —preguntó Iván, al secar una línea de sangre del cuello de su hermano, ahora había poco sarcasmo en su voz. La salvaje manera de luchar de Pikel, a todas luces le había impresionado, y no tenía manera de saber qué más era ser druida aparte de imitar ruidos animales durante un combate—. Acaso eso no sea tan malo.

Pikel asintió agradecido, con una sonrisa ancha, bajo el yelmo que le colgaba.

—¿Desde aquí adónde podemos ir? —preguntó Iván a Cadderly que estaba apoyado en silencio en una pared.

Éste abrió los ojos. Este pasillo era nuevo para él y la lucha lo había descentrado. Incluso concentrarse en el sonido del agua servía de poca ayuda para recuperar la orientación.

—Hemos ido principalmente hacia el oeste —dijo con indecisión—. Debemos volver sobre nuestros pasos más o menos…

—Norte —corrigió Iván, y luego susurró a Pikel—: Nunca he encontrado a un humano que pudiera indicarme la dirección bajo tierra —lo que fue acompañado de una risa ahogada por parte de los enanos.

—La dirección que sea —continuó Cadderly—. Tenemos que volver a la zona original. Estábamos cerca de nuestra meta antes del ataque. Estoy seguro de eso.

—La mejor manera de volver atrás es por el camino por el que corrimos —razonó Iván.

—Uh oh —murmuró Pikel, mientras se asomaba por una esquina al pasaje situado a sus espaldas.

Iván y Cadderly no equivocaron el sentido de los sonidos del enano, y los entendieron aún con más claridad un instante más tarde, cuando el ahora familiar sonido de raspado y arrastrar de pies les llegó de más allá del recodo.

Iván y Pikel agarraron sus armas y sonrieron entusiasmados, demasiado entusiasmados para el gusto del joven, que se movió con presteza para apagar la llamada al combate que ardía en sus ojos.

—Vamos por el otro camino —ordenó—. Este corredor debe de tener otra salida, igual que todos los otros, y no hay duda que conecta con los túneles que nos permitirán situarnos tras nuestros perseguidores.

—¿Temes un combate? —dijo Iván, mientras entrecerraba los ojos con desprecio.

—La botella —le recordó a Iván, alarmado por el repentino tono áspero—. Éste es nuestro primer y más importante objetivo. Cuando estemos cerca de él, puedes volver a por todos los esqueletos que te plazcan. —La respuesta pareció serenar al enano y venció a quienquiera o lo que fuera que estuviese detrás de la maldición, no serían necesarias nuevas pugnas.

El corredor continuaba un largo trecho sin pasajes laterales y sin nichos aunque algunas partes estaban revestidas de cajas podridas.

Cuando al fin vieron un desvío por delante, que les devolvía en la misma dirección de la que habían venido, fueron saludados de nuevo por el sonido de huesos que se arrastraban. Los tres cruzaron miradas de preocupación y la mirada de Iván a Cadderly no fue de cortesía.

—Dejamos a los otros lejos, a nuestra retaguardia —razonó el enano—. Éste debe de ser un grupo nuevo. ¡Ahora están a ambos lados! ¡Te dije que deberíamos haber luchado cuando pudimos!

—Volvamos —dijo Cadderly, mientras pensaba que quizás el razonamiento del enano no era del todo correcto.

—Hay más a nuestra espalda —resopló Iván malhumorado, sin gustarle la idea—. ¿Tú quieres luchar con los dos grupos a la vez?

Cadderly quiso decir que quizá no eran esqueletos lo que había detrás, que a lo mejor ese desconocido grupo que estaba frente a ellos era el mismo que habían dejado atrás. Vio claramente que no convencería a los gruñones enanos, por lo que no malgastó el tiempo.

—Tenemos madera —dijo el joven—. Al menos déjanos construir unas defensas.

Los enanos no tuvieron ningún problema con la sugerencia y siguieron a Cadderly al trote un corto trecho por el pasaje, hacia el último grupo de cajas podridas. Iván y Pikel conferenciaron en privado por un momento, luego pasaron rápidamente a la acción. Varias de las cajas, destruidas por el tiempo, se desmoronaron al tocarlas, pero pronto los enanos tuvieron dos columnas bastante sólidas que al erudito le llegaban a la altura de los hombros, y que se extendían a lo largo de un muro, formando un corredor demasiado estrecho para que más de uno o dos esqueletos se acercaran a un tiempo.

—Quédate justo tras mío y mío hermano —instruyó Iván a Cadderly—. ¡Somos mejores aplastando huesos andantes que el juguete que llevas!

Para entonces, el sonido era bastante fuerte enfrente de ellos y Cadderly pudo detectar algún movimiento justo al final de su estrecho haz de luz.

Aunque los esqueletos no avanzaron más.

—¿Han perdido el rastro? —susurró Cadderly.

—Saben que estamos aquí —insistió Iván, sacudiendo la cabeza.

—¿Por qué esperan?

—Uh oh —se lamentó Pikel.

—Tienes razón —dijo Iván a su hermano y miró a Cadderly—. Deberías habernos dejado luchar —dijo—. En el futuro vete metiendo eso en la cabeza. Ahora esperan al otro grupo, al que no tendríamos que haber dejado atrás, para atraparnos.

Cadderly se meció sobre sus talones. Los esqueletos no eran criaturas pensantes. Si la estimación de Iván era correcta, entonces alguien, o alguna otra cosa corría por la zona dirigiendo el ataque.

Un sonido de huesos demostró, unos instantes más tarde, que la suposición de los enanos era correcta y Cadderly asintió contrariado. Quizá debería haber dejado las decisiones estratégicas a sus más experimentados compañeros. Ocupó la posición designada a la espalda de los enanos, sin comentar su inquietud de que los nomuertos parecían tener algún orden.

Los esqueletos se abalanzaron sobre ellos en un abrir y cerrar de ojos, una veintena de un lado y al menos los mismos del otro, y cuando encontraron el único paso para alcanzar a sus enemigos vivos, se aporrearon los unos a los otros al tratar de entrar.

Un simple tajo del hacha de Iván despachó al primero que había logrado pasar. Varios más los siguieron en un grupo cerrado, e Iván dio un paso atrás y asintió con la cabeza a su hermano. Pikel bajó el garrote como si de un ariete se tratara y empezó a mover las piernas frenéticamente para tomar impulso. Cadderly agarró el hombro del enano, esperando mantener su posición defensiva intacta, y fue Iván, no Pikel, quien le apartó la mano de golpe.

—Tácticas, muchacho, tácticas —gruñó Iván, mientras sacudía la cabeza incrédulo—. Te dije que dejaras la lucha para nosotros.

Cadderly asintió de nuevo y se apartó.

Pikel salió disparado, atravesando a los esqueletos que avanzaban, como un proyectil animado de ballesta. Con el revoltijo general de huesos, era difícil determinar cuántos esqueletos había destruido el enano hasta el momento. Lo importante es que aún había muchos más. Pikel se volvió a toda prisa y echó a correr con un nomuerto a sus talones.

—¡Abajo! —aulló Iván y Pikel aterrizó en el suelo justo cuando la gran hacha de Iván barrió por encima, rompiendo al perseguidor de Pikel en pequeños trozos.

Entonces Cadderly dejó manejar a los enanos las futuras disposiciones de batalla, al tiempo que se quitaba el sombrero ante el hecho de que los enanos entendían mucho mejor las tácticas de lo que él jamás podría.

Otro grupo de esqueletos se destacó, e Iván y Pikel usaron rutinas de ataque alternas, al contraponer ataques y fintas, para vencerlos con facilidad. Cadderly apoyó la espalda en la pared sinceramente admirado, al creer que los hermanos podrían aguantar esto durante mucho, mucho tiempo.

De repente, los esqueletos detuvieron su avance. Se apiñaron alrededor del pasillo de entrada de las cajas un momento, luego empezaron a desmontar las cajas sistemáticamente.

—¿Cuándo han aprendido a pensar estas cosas? —preguntó Iván sin creérselo.

—Algo los guía —contestó Cadderly, mientras movía el haz de luz por el pasillo buscando al líder de los no-muertos.

Ninguna luz podía descubrir la invisibilidad de Druzil. Observó con impaciencia y con preocupación creciente que contando los esqueletos que quedaban en los anteriores pasajes, estos tres aventureros habían acabado con más de la mitad de las fuerzas de nomuertos.

No era normalmente una criatura que arriesgara, sobre todo cuando su propia seguridad estaba de por medio, pero esto no era una situación normal. Si esos tres no eran detenidos, a la larga llegarían a la sala del altar. ¿Quién podría imaginar qué clase de daños podrían causar allí los dos enanos salvajes?

No obstante, había algo acerca del humano que preocupaba a Druzil más que nada. Sus ojos, pensó el imp, y la manera calculada y cuidadosa con la que movía el haz de luz le recordaban directamente a otro humano poderoso e inquietante. Había oído hablar de la resistencia enana a toda la magia, incluso a la potencia de la maldición del caos, por lo que podía entender cómo habían encontrado su camino hasta aquí abajo, pero este humano parecía incluso más lúcido, más centrado, que sus compañeros.

Sólo podía haber una respuesta, éste había sido el catalizador de Barjin que abrió la botella. El clérigo le había asegurado que había lanzado conjuros al catalizador que impedirían que el chico recordara nada y representara un problema. ¿Quizá Barjin había subestimado a su oponente? Esa posibilidad no hizo más que incrementar su respeto por Cadderly.

Sí, decidió, este humano era la verdadera amenaza. Se frotó las manos con impaciencia y extendió las alas.

Era el momento de acabar con el problema.

—Tenemos que hacerles una carga antes de que lo desmantelen todo —manifestó Iván, pero antes de que él y Pikel pudieran moverse, llegó una súbita ráfaga de viento.

—¡Oo! —gritó Pikel al reconocer instintivamente el sonido como un ataque.

Agarró la solapa de la túnica de Cadderly y lo empujó al suelo. Un segundo más tarde, Pikel aulló de dolor y se agarró el cuello.

El atacante se volvió visible al atacar, y Cadderly, aunque no pudo identificar a la criatura con precisión, supo que era un habitante de los planos inferiores, alguna clase de imp. La cosa con alas de murciélago se alejó volando, con la cola llena de púas que dejaba un rastro de la sangre de Pikel.

—¡Hermano mío! —gritó Iván, pero, aunque Pikel parecía un poco aturdido, evitó los intentos de Iván para ver su herida.

—Eso era un imp —explicó Cadderly, mientras mantenía la luz en la dirección que había volado el imp—. Su aguijón está… —se calló cuando vio a los hermanos preocupados—. Envenenado —dijo en voz baja.

A modo de respuesta, Pikel empezó a temblar con violencia y los dos pensaron que con toda seguridad sucumbiría. Aunque los enanos eran la mar de duros, y Pikel era el enano más duro. Instantes más tarde, gruñó sonoramente y apartó de sí el temblor con una repentina y violenta sacudida. Al enderezarse, sonrió a su hermano, levantó el tronco, y señaló con la cabeza hacia las huestes esqueléticas que aún trabajaban desmontando las cajas defensivas.

—De modo que estaba envenenado —explicó Iván, mirando a Cadderly con toda la intención—. Podría haber matado a un hombre.

—Gracias —dijo Cadderly a Pikel, y hubiera continuado, excepto que otras cosas demandaban su atención en ese momento. El imp iba dirigido a él, comprendió, y muy presumiblemente volvería.

Abrió un cierre de su bastón e inclinó hacia atrás la cabeza de carnero que tenía unos goznes astutamente escondidos. Entonces sacó el tope de la base del bastón y lo transformó en un tubo hueco.

—¿Eh? —preguntó Pikel, al tiempo que expresaba con exactitud los pensamientos de Iván.

Cadderly sonrió como respuesta y continuó con sus preparativos. Desenroscó el anillo con el dibujo de una pluma, el que estaba lleno de veneno adormecedor de estilo drow, y mostró a los enanos la pluma diminuta que acababa en la garra de un gato de la que goteaba el poderoso preparado negro. Cadderly cerró un ojo e introdujo el dardo en un extremo de su bastón, luego agarró una tabla cercana y esperó.

El sonido de revoloteo de alas de murciélago regresó un momento más tarde, y los enanos levantaron sus armas para defenderse. Cadderly había anticipado que el imp volvería a estar invisible. Calculó la dirección del ataque a ojo y, cuando el aleteo se acercó, lanzó la tabla.

El ágil imp esquivó la pesada madera aunque la rozó con la punta de un ala. A pesar de que el golpe no había producido verdadero daño, Druzil lo pagó muy caro.

Con el bastón cerbatana puesto en los labios fruncidos, registró el sonido del roce, apuntó, y sopló. Un leve golpe seco le avisó que el dardo había hecho blanco.

—¡Oo oi! —gritó Pikel con júbilo mientras el imp invisible, con un muy visible dardo enganchado, revoloteaba sobre su cabeza—. ¡Oo oi!

Druzil no estaba seguro de si el corredor giraba. Fuera lo que fuera, supo, en alguna parte de su mente soñolienta, que eso no era algo bueno. Normalmente los venenos no afectaban a los imp, y en especial en un plano de existencia diferente al propio. Pero el dardo de garra de gato que había impactado a Druzil estaba cubierto de veneno de sueño drow, el cual estaba entre las pócimas más potentes de todos los planos.

—Mis esqueletos —susurró el imp, al acordarse de su mando, y al sentir que de alguna manera se le necesitaba en alguna batalla distante. No pudo solucionarlo, todo lo que quería hacer era dormir.

Tendría que haber aterrizado primero.

Se golpeó contra la pared antes de caer en la cuenta de que estaba volando, y cayó con un soñoliento gemido. La conmoción le sacó una pizca de su sopor y recordó que la batalla no era tan distante y que desde luego se le necesitaba… Pero la idea de dormir era mucho más acuciante.

Druzil conservó algo de su juicio al apartarse del corredor. Los huesos crujieron al transformarse, la piel correosa se rasgó y reformó. Pronto fue un ciempiés grande, aún invisible, y se deslizó hacia una grieta del muro dejando que la somnolencia lo venciera.

Cuando Druzil cayó, desapareció cualquier asomo de organización en las fuerzas esqueléticas. Ahora las intrusiones del imp en las órdenes de las criaturas nomuertas actuaron contra ellos, ya que no eran criaturas pensantes y su curso de acción original había sido interrumpido seriamente.

Algunos esqueletos se alejaban a la deriva, otros con los óseos brazos colgando a sus lados estaban perfectamente inmóviles, mientras otros continuaban el desmantelamiento metódico de las barricadas de cajas, aunque sus acciones ya no seguían un propósito. Sólo un grupo permanecía hostil, se precipitó por el túnel hacia Cadderly y los enanos, con los brazos extendidos y anhelantes.

Iván y Pikel los recibieron sin pestañear, con tajos y estocadas directas. Incluso Cadderly se las arregló para dar unos pocos golpes. Se mantuvo a la espalda de Pikel, al adivinar que las astas de Iván con toda probabilidad acabarían enredando su buzak. Pikel medía sólo metro veinte, con unos centímetros más gracias al yelmo olla, y Cadderly, de metro ochenta, soltó unos cuantos disparos cuando las maniobras del garrote del enano le ofrecieron un resquicio.

A sugerencia de Cadderly, se abrieron paso a través del corredor al tiempo que dejaban montones de huesos a su paso. El imp había controlado a los esqueletos, comprendió, y con éste fuera de combate, lo había oído golpearse contra la pared, sospechó que los nomuertos tendrían poca iniciativa en el combate.

Con el grupo de atacantes despachado, Iván y Pikel se acercaron con cautela hacia los que desmontaban las barricadas. Éstos no ofrecieron resistencia, de hecho ni siquiera apartaron la vista de su trabajo mientras los enanos los reducían a astillas. De igual manera, los que aún quedaban por la zona, los que estaban quietos y que no mostraban signos de haber sido animados, fueron una presa fácil para los hermanos.

—Eso es todo —anunció Iván, mientras destruía la cabeza del último esqueleto en pie—, excepto aquellos que se largan. ¡Podemos alcanzarlos!

—Dejemos que paseen —propuso Cadderly.

Iván lo miró encolerizado.

—Hay asuntos más importantes —replicó Cadderly, palabras que eran más una sugerencia que una orden. Se movió con lentitud hacia donde el imp había caído, con los enanos a su lado, pero no encontró signos de Druzil ni del dardo emplumado.

—¿Entonces, qué dirección tomamos? —preguntó un impaciente Iván.

—Por donde hemos venido —contestó Cadderly—. Me será más fácil encontrar la habitación del altar si volvemos a los túneles que conozco. Ahora que hemos vencido a los esqueletos…

—¡Oo! —gorjeó Pikel repentinamente. Los otros dos miraron los alrededores con inquietud pensando en otro ataque inminente.

—¿Qué ves? —preguntó Iván, al clavar los ojos en el corredor vacío.

—¡Oo! —dijo Pikel de nuevo, y cuando su hermano y Cadderly volvieron su mirada hacia él, entendieron que no se refería a un ataque exterior.

Estaba temblando de nuevo.

—¡Oo! —se agarró ávidamente el tórax y empezó a dar una especie de saltitos.

—¡Veneno! —gritó Cadderly a Iván—. ¡La excitación del combate le permitió resistirlo, pero sólo temporalmente!

—¡Oo! —asintió Pikel, al tiempo que se rascaba con furia el peto, como si intentara llegar al corazón.

Iván se abalanzó y lo agarró para mantenerlo firme.

—¡Eres un enano! —lloró a gritos—. ¡No vas a caer ante un veneno!

Cadderly lo sabía mejor que nadie. En el mismo libro que había descubierto la fórmula drow había encontrado otros muchos venenos conocidos de los Reinos. Cerca del principio de la lista de potencia, junto al aguijón mortal de la cola de un wyvern y el mordisco de la serpiente de dos cabezas amphisbaena, estaban relacionados varios venenos de los habitantes de los planos inferiores, y entre ellos los aguijones de la cola de los imps. Los enanos eran tan resistentes a la magia como a los venenos, pero si el imp le había dado de lleno…

—¡Oo! —gritó Pikel una última vez. El temblequeo impidió los esfuerzos desesperados de Iván de mantenerlo estable y, con un repentino estallido de fuerza, lanzó a su hermano a un lado y se quedó mirando al frente con los ojos en blanco. Luego se desplomó, e Iván y Cadderly supieron que estaba muerto incluso antes de acercarse a él.