16

Los muertos vivientes

Cadderly bajó por la cuerda lentamente y con maestría, usaba una técnica que había visto ilustrada en un manuscrito. Cogía la cuerda por delante y por detrás, la tenía enrollada en un muslo y usando sus piernas controlaba el descenso. Había oído rezongar a los enanos cuando ataba la cuerda, por lo que sabía que habían sobrevivido a la caída. Ese hecho ofrecía un consuelo, cuando menos. Al acercarse al suelo de piedra, en el área de luz de la antorcha, vio a Pikel correr en círculos con Iván pisándole los talones mientras daba manotazos a los vestigios de humo de la espalda, que ardía, de su hermano.

—¡Oo, oo, oo, oo! —gritó Pikel, que se daba palmadas en el trasero cuando tenía la oportunidad.

—¡Quédate quieto, apestoso besuqueador de robles! —bramó Iván mientras le azotaba a lo loco.

—Silencio —advirtió Cadderly a los enanos al bajar al túnel.

—Oo —replicó Pikel, dándose un último masaje. Luego el enano descubrió la construcción de piedra de los muros, se olvidó del escozor y deambuló dispuesto a investigar.

—Alguien quiere mantenernos fuera de aquí —razonó Iván—. Las protecciones de fuego alcanzaron de lleno a mi hermano, ¡justo en el trasero!

Cadderly estuvo de acuerdo con la conclusión del enano e intuyó que debería saber quién había puesto los grifos, que él había visto a alguien en la misma habitación que la botella…

Aunque no podía recordarlo, y ahora no tenía tiempo de meditar y explorar sus sospechas. Lo que era más importante, ninguno de los enanos había sufrido verdadero daño; el fogonazo había limpiado un poco el casco de astas de ciervo de Iván.

—¿Cuánto hay hasta tu maldito frasco? —preguntó Iván—. ¿Crees que veremos alguna más de estas barreras mágicas? —La cara de Iván se iluminó ante la idea—. Permitirás que un enano vaya delante si crees eso, sabes. —Golpeó con el puño su coraza—. Un enano puede encajarlo. ¡Un enano puede comérselo y escupírselo al que la ha emplazado! ¿No crees que nos lo encontraremos? ¿El que puso aquí la protección de fuego? Tengo cosas que decirle. ¡Ha quemado a mío hermano! No, ¡no dejo marchar a la gente y que queme a mío hermano!

La mirada en los ojos de Iván se volvió más abstraída mientras hablaba, y Cadderly se dio cuenta de que el autocontrol del enano se tambaleaba. A un lado, Pikel también había vuelto a perder el control. Estaba gateando, olfateando las grietas de la pared demasiado a menudo, mientras gritaba emocionado. Una docena de arañas frenéticas se escabulló a toda prisa para librarse de sus propias telarañas, irremediablemente enredadas en la espesa barba de Pikel.

Cadderly hizo rodar su buzak de cristal de roca de un lado a otro frente a la cara de Iván, y usó el tubo de luz para centrar un rayo estrecho sobre él. Las palabras del enano se desvanecieron mientras caía más y más en la hipnotizante danza de la luz en las muchas facetas de los discos.

—Recuerda por qué estamos aquí —instigó Cadderly al enano—. Concéntrate, Iván Rebolludo. Si no suprimimos la maldición, entonces toda la biblioteca, la Biblioteca Edificante, se perderá. —Cadderly no podía estar seguro de si fueron sus palabras o las luces danzantes en los discos lo que le recordó a Iván que tenía que resistir a la obstinada maldición, pero fuera cual fuese la causa, los ojos del enano se abrieron de par en par, como si hubiera despertado de un profundo sueño, y sacudió la cabeza con tanta fuerza que tuvo que apoyarse en el hacha de dos hojas para evitar una caída.

—¿En qué dirección, muchacho? —preguntó el ahora lúcido enano.

—Ésa es la cuestión —comentó Cadderly en voz baja. Echó una mirada a Pikel y se preguntó si necesitaría la misma técnica en él. En el acto decidió que no importaba. En realidad, Pikel nunca estaba despierto del todo incluso cuando sí lo estaba.

Cadderly miró al suelo, buscando algún signo de su paso, pero no encontró nada. Enfocó con la luz a cada lado del corredor enladrillado, pero ambas direcciones parecían idénticas y no le sonaban nada.

—Por aquí —decidió, simplemente para ponerlos en movimiento, y adelantó a Iván—. Trae a tu hermano. —Cadderly oyó un ruido metálico a su espalda (hacha con olla, supuso) e Iván y Pikel se acercaron a él a toda prisa.

Después de muchos pasillos sin salida y varios recorridos circulares que les devolvieron al punto de donde habían partido, llegaron a un área de almacenaje de corredores anchos flanqueados por cajas podridas.

—Fue aquí —insistió Cadderly, pensando en voz alta en un intento de refrescar su memoria.

Iván se inclinó, buscando algo que confirmara lo que Cadderly acababa de decir. Aunque, igual que en el resto de corredores, no se distinguían huellas. Se notaba claramente que el polvo había sido alterado hacía poco, pero alguien había barrido cualquier signo visible o simplemente habían pasado muchos por este punto para que el enano lo rastreara.

Cadderly cerró los ojos y trató de vislumbrar su paseo anterior. Inundaron su mente muchas imágenes de sus andanzas por los túneles, escenas de esqueletos y corredores con nichos de apariencia siniestra, pero no se entrelazaban en un patrón lógico. No tenían un punto de partida, ninguna base donde Cadderly pudiera empezar a catalogarlos.

Entonces oyó el latido.

En alguna parte de la desconocida lejanía el agua goteaba sin parar, de modo rítmico. Cadderly recordaba ese sonido de cuando él había estado allí. No venía de una dirección en particular, y no lo había usado como una referencia de orientación su primera vez en las catacumbas, pero ahora se dio cuenta de que podía guiar su memoria. Por que aunque el intervalo era constante, el sonido se tornaba más fuerte e insistente en algunos recodos de los pasillos, más bajo y distante en otros. Demasiado preocupado por los otros problemas que le acuciaban la primera vez, sólo lo había notado en un nivel subconsciente, pero eso había dejado una huella en su memoria. Ahora confiaba en sus instintos. En vez de llenar su consciencia con preocupaciones sin sentido, siguió adelante y dejó que los recuerdos subconscientes guiaran sus pasos.

Iván y Pikel no lo cuestionaron, no tenían ninguna sugerencia mejor. No fue hasta que llegaron a una bóveda con tres salidas, que la cara de Cadderly se iluminó perceptiblemente, y éste creyó saber exactamente el lugar al que se dirigían.

—A la izquierda —insistió Cadderly, y desde luego, el pasillo abovedado de la izquierda estaba menos lleno de telarañas que el de la derecha, como si alguien hubiera pasado antes por allí. Se volvió hacia los enanos justo cuando estaba bajo la arcada, con aspecto turbado, incluso de horror absoluto, en la cara.

—¿Qué has visto? —preguntó Iván adelantando a Cadderly bajo los arcos.

—Los esqueletos —empezó a explicar Cadderly.

Pikel se puso en guardia de un salto, e Iván separó la antorcha, al tiempo que miraba con atención la polvorienta penumbra. —¡No veo esqueletos!— remarcó Iván al cabo de un rato.

El encuentro con los nomuertos era un borrón en la pesadilla de Cadderly. No recordaba muy bien dónde se había encontrado con los esqueletos, y no sabía por qué el recuerdo le había llegado tan de repente.

—Pueden estar por esta zona —dijo en un susurro—. Algo me dice que están cerca.

Iván y Pikel se relajaron visiblemente y al unísono se reclinaron a un lado para mirarse el uno al otro en torno al joven.

—Entonces, vamos —dijo Iván malhumorado, mientras seguía al fuego de su antorcha en el pasaje de la izquierda.

—Los esqueletos —anunció Cadderly otra vez tan pronto entró a través del pasillo abovedado. Conocía el lugar, un corredor con cajas de madera a los lados lo suficientemente ancho para que diez andarán uno al lado del otro. Un poco más lejos, los nichos se alineaban a ambos lados en las paredes del corredor.

—¿Vas a empezar otra vez? —preguntó Iván.

—Allí dentro —dijo Cadderly mientras agitaba el haz de luz en dirección a los nichos.

El aviso le pareció ominoso, al menos a él, pero los enanos actuaron como si de una invitación se tratara. En vez de apagar las luces y gatear, desafiantes, saltaron al frente y caminaron a grandes zancadas hasta el centro del pasillo deteniéndose enfrente del nicho.

—Oo oi —remarcó Pikel.

—Tenías razón, chaval —asintió Iván—. Es un esqueleto. —Se puso el hacha al hombro, la otra mano en la cintura, y anduvo derecho hacia él.

—¿Bueno? —gritó a los huesos—. ¿Te vas a estar sentado ahí hasta que te pudras, o vas a salir para bloquearme el camino?

Cadderly se acercó con indecisión, a pesar de la bravata de los enanos.

—Justo como dijiste —dijo Iván cuando llegó—, pero no va mucho de acá para allá, como puedes ver.

—Se movían —insistió Cadderly—, persiguiéndome.

Los enanos se reclinaron hacia un lado —empezaban a acostumbrase a la maniobra— y se miraron el uno al otro en torno al joven.

—¡No lo he soñado! —gruñó Cadderly, mientras daba un paso lateral para bloquear la línea de visión—. ¡Mirad! —Empezó por el esqueleto, luego pareció pensárselo mejor y en lugar de eso posó el rayo de luz en el nicho—. ¿Veis las telarañas colgando libremente allí? ¿Y los trozos de red en los huesos? Estaban unidas, pero ahora las telarañas cuelgan. O el esqueleto ha salido fuera del nicho hace poco, o alguien bajó aquí y cortó los hilos para que pareciera que había salido de aquí.

—Tú has sido el único que ha estado aquí abajo —soltó Iván antes de darse cuenta de las connotaciones acusatorias de su afirmación.

—¿Tú crees que corté los hilos? —gritó Cadderly—. No querría acercarme a esa cosa. ¿Por qué tendría que malgastar el tiempo y el esfuerzo en hacer eso?

De nuevo los enanos hicieron la maniobra del cruce de miradas, pero esta vez, cuando Iván se enderezó, su expresión era menos desconfiada.

—¿Entonces por qué se sientan tan tiesos? —preguntó—. Si quieren luchar, ¿por qué…?

—¡Porque no les atacamos! —interrumpió Cadderly de repente—. Por supuesto —continuó, mientras se le aclaraba el recuerdo—. Los esqueletos no se levantaron contra mí hasta que no ataqué a uno de ellos.

—¿Por qué golpeaste a un montón de huesos? —tuvo que preguntar Iván.

—No lo hice —balbuceó—. Quería decir… Me pareció ver que se movía.

—¡Ajá! —gritó Pikel—. Entonces el esqueleto se movió antes de que tú le golpearas, por lo que tu afirmación está equivocada —elucubró Iván sobre la conclusión de su excitado hermano.

—¡No, no se movió! —respondió Cadderly—. Pensé que lo había hecho, pero sólo fue una rata o un ratón, o algo parecido.

—Los ratones no parecen huesos —dijo Iván secamente. Cadderly esperaba el comentario.

Pikel chilló y arrugó la nariz, poniendo su mejor cara de roedor.

—Si los dejamos en paz, podrían dejarnos pasar —razonó Cadderly—. Quienquiera que los animara probablemente les dio instrucciones para defenderse.

Iván pensó en ello un momento, y luego asintió. El razonamiento parecía lo bastante acertado. Le hizo un signo con la mano a Pikel, y éste entendió la petición. El enano de barba verde apartó de en medio a Cadderly, bajó su garrote cual ariete, y antes de que el joven pudiera moverse para detenerlo, cargó a toda velocidad hacia el nicho. El terrorífico impacto redujo el cráneo a un montón de trozos y polvo, y el ímpetu continuado de Pikel desperdigó el resto de los huesos en todas direcciones.

—Ése no se levantará para atacarnos —remarcó Iván satisfecho mientras le sacaba una costilla del hombro a su hermano al acercarse.

Cadderly estaba totalmente inmóvil, con la boca abierta, totalmente sorprendido.

—Tenemos que comprobarlo —insistió Iván—. ¿Queremos dejar esqueletos andantes tras nosotros?

—Uh oh —gimió Pikel. Iván y Cadderly se giraron hacia él con el haz de luz mostrando la fuente del espanto de Pikel. Ese esqueleto no se levantaría para atacar, como Iván había dicho, pero una docena de ellos ya estaba en pie y se movía.

—Bien pensado ¡chavalote! —le felicitó Iván, mientras le daba una fuerte palmada en la espalda—. ¡Tenías razón! ¡Sólo hacía falta un porrazo para levantarlos!

—¿Eso es bueno? —preguntó Cadderly. Imágenes de su última aventura por la zona se agolparon en su mente, en particular cuando se apartaba del primer esqueleto al que había golpeado y caía en las garras anhelantes de otro. Cadderly se volvió a un lado. El esqueleto del otro lado del corredor estaba casi encima.

Pikel también lo vio. Impávido, el enano cogió el garrote con ambas manos por la parte baja de la empuñadura e intervino con un potente golpe circular que alcanzó al monstruo en un lado de la cabeza y mandó el cráneo al otro extremo del corredor, a sus espaldas. Los huesos que permanecieron en pie se agitaron hasta que Pikel los hizo pedazos.

Cadderly observó la calavera bateada hasta que desapareció en la oscuridad.

—¡Corred! —gritó.

—¡Corred! —repitió Iván soltando la antorcha, y los dos enanos cargaron corredor abajo, directos hacia la hueste que avanzaba.

Eso no era exactamente lo que Cadderly tenía en mente, pero cuando se dio cuenta de que no había manera de hacer dar media vuelta a los salvajes hermanos, se encogió de hombros, sacó el buzak, y continuó andando mientras meditaba en el valor de la amistad cuando se la pone a prueba.

Los esqueletos más cercanos no reaccionaron con la rapidez necesaria a la carga enana. Iván cortó a uno justo por la mitad con un gran golpe del hacha, pero entonces, con el golpe de revés enredó el otro filo del hacha en la caja torácica de la siguiente víctima. Incapaz de detenerse en las nimiedades de la sutileza, el enano se enderezó con fuerza levantando el arma y el esqueleto, que estaba trabado en ella, por encima de la cabeza y estampaba el conglomerado en el monstruo más cercano. Los dos esqueletos estaban enganchados sin remisión, pero también lo estaba el hacha de Iván.

—¡Te necesito, mío hermano! —gritó Iván tan pronto otro esqueleto se acercó a él intentando alcanzar su cara con unos dedos sucios y afilados.

Hasta este momento Pikel se las había arreglado mejor, cayendo como una roca que rebotaba montaña abajo, al destrozar tres esqueletos y empujar a los demás casi un metro. Aunque la acometida no había dejado de tener sus consecuencias, ya que Pikel dio un traspié y cayó sobre una rodilla antes de poder detener su impulso. Los impávidos nomuertos se acercaron por todas partes al enano, desde cada ángulo. Pikel cogió el garrote muy abajo, estiró los brazos, y empezó a dar rápidos giros.

Los esqueletos eran criaturas sin mente, no guerreros pensantes. Avanzaban con los brazos extendidos, fueron directos sin miedo, torpemente, y el torbellino que era el garrote de Pikel los destrozaba poco a poco, dedos, manos, brazos. El enano rió a lo loco cuando los huesos empezaron a salir zumbando, pensando que podría aguantar así para siempre.

Luego Pikel oyó la llamada de su hermano. Detuvo su giro y trató de discernir la dirección correcta, entonces empezó a correr en el sitio para tomar impulso.

—¡Oooo! —rugió el enano, y salió disparado atravesando una parte del círculo de esqueletos. Desdichadamente, el mareo le jugó una mala pasada, y tan pronto salió del círculo, golpeó de cabeza contra la pared de ladrillos.

—Oo —se oyó, un eco resonante que provenía de debajo del casco del ahora sentado Pikel.

Sólo un esqueleto se había deslizado entre los enanos para enfrentarse a Cadderly, problema que el joven pensó que podría manejar. Bailó a su alrededor, sobre las puntas de los pies como Danica le había enseñado, mientras daba unos golpes de advertencia con el buzak.

El esqueleto no hizo caso de las fintas, o de los inofensivos golpes, y continuó derecho hacia Cadderly.

El buzak acertó en un pómulo y giró el cráneo de manera que se quedó mirando atrás. A pesar de eso el esqueleto aún avanzaba, y Cadderly volvió a lanzar, esta vez trataba de romper el cuerpo de la cosa. Pero tan pronto como salió el artilugio se dio cuenta de su error.

Los discos se introdujeron a través de las costillas del nomuerto, pero se enmarañaron cuando trató de recuperarlos. Para hacer las cosas más complicadas, el súbito tirón del enredo apretó el lazo en el dedo de Cadderly uniéndolo al esqueleto.

A ciegas, el monstruo asestó un fuerte golpe. Cadderly se tiró al suelo, sacó su bastón, y lo introdujo en la caja torácica esperando destrabar el buzak. En cuanto la punta del bastón hizo de cuña en la columna, el astuto erudito cambió de táctica. La imagen de un punto de apoyo y una palanca cruzó su mente y sacó el bastón, entonces golpeó la cabeza con toda su fuerza.

El punto de apoyo de las costillas se mantuvo firme y el impacto descendente rebotó a lo largo de la columna y lanzó la cabeza directamente al aire donde golpeó en el techo del corredor. La sacudida demoledora hizo añicos el resto del muerto viviente.

Cadderly se felicitó muchas veces mientras liberaba las armas, pero la tranquilidad duró hasta que miró más allá en el corredor a la luz parpadeante de la antorcha de Iván. Los dos enanos estaban en el suelo, Iván desarmado y tratando de mantenerse fuera del alcance de los esqueletos, y Pikel, sentado cerca de la otra pared, con la olla hasta los hombros, y toda una hueste de esqueletos que avanzaban hacia él.

Druzil entornó los ojos entre las alas plegadas de murciélago, receloso ante la sala silenciosa y tranquila del altar. El fuego del brasero se había convertido en brasas. —Barjin no dejaría un portal interplanar abierto mientras dormía— y no había otra fuente de luz. Esto apenas entorpecía al imp que había pasado eones vagando por las arremolinadas y grises brumas de los planos inferiores.

Todo estaba como debía. A un lado de la habitación, Barjin dormía apaciblemente, confiado en que tenía la victoria al alcance de la mano. Mullivy y Khalif flanqueaban la puerta, tan quietos como la muerte y con la orden de no moverse hasta que una de las condiciones fijadas por Barjin se diera.

Para desconsuelo de Druzil, ninguna de estas condiciones se producía. Los intrusos no habían accedido a la habitación, la puerta seguía cerrada con firmeza, y Druzil no notaba los ojos escrutadores del mago —cosa que sentiría si utilizara el espejo mágico— ni ninguna llamada lejana de Aballister.

Sin embargo, la serenidad de la sala no disminuyó la sospecha del imp de que algo iba mal. Algo había perturbado el sopor de Druzil, que lo había relacionado con otra llamada de ese persistente Aballister. Druzil ciñó sus alas y se sumergió en la mente, cambiando de sus sentidos físicos a los más sutiles sentidos interiores, sensaciones empáticas, que servían tan bien a un imp como los ojos a los humanos. Visualizó la zona de más allá de la puerta cerrada, al tiempo que investigaba el laberinto de corredores retorcidos.

Las alas de murciélago se abrieron súbitamente. ¡Los esqueletos estaban en pie!

Se adentró en sus energías mágicas y se desvaneció hasta volverse invisible. Un solo batir de alas lo llevó entre Mullivy y la momia, y a toda prisa pronunció la palabra mágica para prevenir la activación de la serie de glifos protectores de Barjin al tiempo que se deslizaba fuera de la habitación. Momentos después estaba fuera, algunas veces volaba, otras caminaba sobre las garras mientras elegía con cuidado el camino hacia los nichos. Su sentido físico del oído ya le había confirmado lo que había sentido, que un combate estaba en su apogeo.

Se detuvo y evaluó las opciones que tenía ante sí. Los esqueletos luchaban, no había duda de ello, y eso sólo podía significar que los intrusos habían bajado a este nivel. Quizá simplemente habían deambulado hasta aquí abajo en su amodorramiento inducido por la maldición, clérigos vagabundos que pronto serían despachados por la fuerza de nomuertos, pero no podía descartar la posibilidad de que quien fuera, hubiese venido con un propósito más definido en mente.

Druzil miró por encima del hombro a los corredores que le llevarían de nuevo a Barjin. Estaba desorientado. Si se comunicaba por telepatía con Barjin, establecería ese personal enlace telepático compañeroamo, llevaría su relación con el clérigo a un nivel que Aballister, con seguridad, no aprobaría. Si el mago que estaba en el Castillo de la Tríada se enteraba, bien podría desterrar a Druzil a su plano original, un destino que el imp, con la maldición del caos finalmente desatada sobre el mundo, a todas luces no deseaba.

No obstante era Barjin, se recordó el imp, no Aballister, el que había tomado la delantera en esta batalla. El ingenioso Barjin, el poderoso sacerdote, era el que había golpeado con osadía y efectividad el corazón de la ley en las Montañas Copo de Nieve.

Druzil envió el aviso que viajó a toda velocidad por los corredores, a la sala del altar, y a la mente dormida del clérigo. Barjin se levantó en un segundo, y un instante después, comprendió que el peligro había llegado a sus dominios.

Los entretendré si consiguen pasar los esqueletos, aseguró al clérigo, ¡pero prepara tus defensas!

Iván descubrió que se estaba quedando sin espacio. Una mano arañó su espalda, y todo lo que ganó con su vengativo puñetazo fue una uña rota. El enano, experimentado, decidió usar la cabeza. Dobló las cortas piernas, y la siguiente ocasión en la que el esqueleto que le perseguía arremetió, saltó hacia adelante.

El yelmo de Iván estaba coronado por la cornamenta de un ciervo de ocho puntas, un trofeo que se había embolsado con un «arco enano», que era un martillo equilibrado para lanzamientos largos, en un torneo de caza contra un visitante elfo del Bosque de Shilmista. Al montar los cuernos en el casco, Iván, con ingenio, usó un viejo truco de esmaltado que comportaba varios metales diferentes, y ahora rezó para que probara ser lo suficientemente fuerte.

Se impulsó hacia el pecho del esqueleto, sabiendo que los cuernos con toda probabilidad se trabarían, luego se levantó y tensó el cuello elevando al esqueleto por encima de la cabeza. Aunque no estaba seguro de lo que había ganado con esta maniobra, porque el nomuerto, suspendido en la perpendicular a lo largo de los hombros del enano, continuó con sus arañazos.

Sacudió la cabeza de atrás a delante, pero los dedos afilados del esqueleto encontraron un agujero a un lado de su cuello y le hicieron un corte profundo. Los otros continuaban su avance.

Encontró la respuesta en un lado del corredor, en un nicho. Podía meterse dentro con facilidad, ¿pero el esqueleto podría entrar tendido de través? Bajó la cabeza y cargó, casi rompiendo a reír. El impacto del esqueleto al chocar sus piernas y su cabeza contra el arco, redujeron el impulso del enano sólo un paso. Huesos, polvo y telarañas volaron, y el yelmo casi se separó de su cabeza cuando el enano cayó de bruces en el nicho. Un momento más tarde volvió al corredor con medio tórax y varios hilos de telaraña colgando flácidos de los cuernos. Había vencido a la amenaza más inmediata, pero quedaba todo un corredor de enemigos.

Cadderly salvó a Pikel. El enano aturdido estaba sentado cerca de la pared, con un zumbido en las orejas que tardaría en desaparecer, y con un montón de esqueletos que se acercaban rápidamente.

—¡Druida, Pikel! —aulló Cadderly, al tratar de encontrar algo que devolviera al enano a la realidad—. Piensa como un druida. ¡Visualiza a los animales! ¡Conviértete en un animal!

—¿Eh? —dijo mientras se levantaba la olla y miraba ausente a Cadderly.

—¡Animales! —chilló Cadderly—. Druidas y animales. ¡Un animal puede levantarse y marcharse! Salta… Serpiente Pikel. ¡Salta como una serpiente enroscada!

El improvisado yelmo volvió a caer sobre los ojos del enano, pero Cadderly no se desanimó, porque oyó un sonido siseante que venía de debajo y notó el ligero movimiento de Pikel al tensar los músculos de brazos y piernas.

Una docena de esqueletos le alcanzaron.

Y la serpiente enroscada restalló.

Pikel se levantó en un arrebato salvaje mientras bateaba con los dos brazos y pateaba con ambas piernas, incluso mordió el antebrazo de un esqueleto. Tan pronto recuperó la vertical recogió con rapidez su garrote y empezó la embestida más cruenta y frenética que Cadderly había presenciado nunca. Encajó una docena de golpes pero no le preocupó. Sólo una idea, el recuerdo de que su hermano le había llamado, corría con claridad por la mente del aspirante a druida.

Vio a Iván salir del nicho y atisbó el hacha de éste, atorada en el embrollo de dos nomuertos que se dirigían sin vacilar hacia Iván. Los alcanzó bastante antes de que llegaran ante su hermano.

El tronco machacó una y otra vez, aporreando a los esqueletos, mientras los castigaba por robar el arma de Iván.

—Ya es suficiente, hermano —gritó Iván contento, al recuperar el hacha del montón de huesos—. ¡Aún hay más muertos vivientes a los que machacar!

Cadderly fue más hábil que los lentos esqueletos y se unió a los hermanos.

—¿Hacia dónde? —dijo sin aliento.

—Adelante —contestó Iván sin dudarlo.

—¡Oo oi! —asintió Pikel.

—Mantente justo entre nosotros —gruñó Iván destruyendo el cráneo de un esqueleto que se había aventurado demasiado cerca.

Al avanzar por el corredor, las tácticas de Cadderly mejoraron. Utilizó los buzak sólo para los cráneos, al tener menos posibilidades de que se quedaran enganchados, y usó el bastón para alejar a los que se le acercaban demasiado.

Mucho más devastadores para los esqueletos eran los dos guerreros que flanqueaban al joven erudito. Pikel gruñía como un oso, ladraba como un perro, ululaba como una lechuza, y siseaba como una serpiente, pero cualquiera que fuera el sonido que saliera de su boca no alteraba las aplastantes rutinas de ataque con el garrote.

Iván no estaba menos furioso. Encajaba un golpe por cada uno que daba, pero mientras los esqueletos a veces se las arreglaban para infligir dolorosos arañazos, cada uno de sus golpes despedazaba una de sus hileras en huesos desperdigados e inútiles.

El trío se abrió paso a través de un arco abovedado, en torno a esquinas pronunciadas, y aún a través de otro corredor. Pronto había más huestes de esqueletos detrás que al frente, y la distancia únicamente se ensanchó a medida que encontraban menos resistencia que entorpeciera sus pasos. Los enanos parecían disfrutar de los, ahora, desequilibrados combates y Cadderly tenía que recordarles continuamente la importante misión para prevenir que volvieran a buscar más nomuertos que aporrear.

Al final se dieron cuenta del problema y Cadderly tuvo un momento para detenerse y tratar de orientarse. Sabía que la puerta, la crítica puerta con la luz que la atravesaba, no podía estar muy lejos de aquí, pero los corredores entrecruzados daban pocas referencias para darle un empujoncito a su memoria.

Druzil concluyó por la cantidad total de esqueletos machacados que estos invasores no eran víctimas sometidas por la maldición del caos. Se acercó con rapidez por detrás a los intrusos que corrían, tomando cuidado, aun siendo invisible, de mantenerse en la seguridad de las sombras. No permitió que Cadderly y los enanos se perdieran de vista, usó la telepatía para volver a contactar con Barjin, y esta vez pidió al clérigo ayuda directa.

Dame las palabras de activación de los esqueletos, pidió Druzil.

Barjin dudó, sus métodos malvados le forzaban a considerar si el imp podría intentar quitarle el control.

Dime las palabras o prepárate a enfrentarte a un grupo formidable, advirtió Druzil. Ahora puedo servirte bien, mi amo, pero sólo si escoges con sensatez.

Barjin se había despertado para descubrir que el peligro, de pronto, se acercaba, y no pensaba arriesgarse a perder lo que había conseguido tan minuciosamente. Seguía sin confiar en el imp (ningún amo sabio lo haría) pero calculó que podía manejar a Druzil si se reducía a eso. Por otro lado, si el imp trataba de volver a los esqueletos contra él, podía simplemente ejercer su voluntad sobre ellos y volver a recuperar su control.

Destruye a los intrusos, dijo la orden telepática, y la siguió con una cuidadosa enumeración de todas las órdenes mágicas y frases reconocibles por sus fuerzas esqueléticas.

Druzil no necesitaba el empuje de Barjin. Proteger el frasco de su preciada maldición del caos era más importante para él de lo que nunca podría ser para el clérigo. Memorizó todas las frases e inflexiones oportunas para manejar los esqueletos, luego, al ver que Cadderly y los enanos se habían parado a descansar en un corredor apartado y vacío, regresó para recuperar a las restantes fuerzas de nomuertos.

La próxima vez que los intrusos se los encontraran, los esqueletos no serían una banda desorganizada y sin rumbo.

—Los rodearemos y golpearemos al unísono —prometió Druzil a los esqueletos, aunque las palabras no significaban nada para los monstruos sin mente, tenía que oírlas a pesar de ello—. Vamos a hacer trizas a los enanos y al humano —continuó mientras aumentaba su excitación. El caótico imp no pudo contener inmediatamente sus deseos, cavilando en las posibilidades de enviar las huestes de esqueletos contra Barjin. Apartó la absurda idea tan pronto la pensó. Barjin le servía bien por ahora, tal como Aballister había hecho.

¿Pero quién sabía lo que le depararía el futuro?