11

Extravagancias

Cadderly se sentó ante la ventana abierta mientras contemplaba el amanecer y daba de comer a Percival nueces de cacasa y galletas. La mañana le dio sentido al nombre de las Llanuras Brillantes, la hierba mojada por el rocío captando la temprana luz del sol y lanzándola hacia el cielo en una danza deslumbrante. El sol se elevó y la franja de luz se acercó a los pies de las Montañas Copo de Nieve. Rincones umbríos y valles salpicaban la región, una neblina etérea se levantó al sur, desde el valle del río Impresk, tapando el este del vasto lago.

—¡Augh! —gritó Cadderly, apartando la mano de la ardilla hambrienta. Percival había dado un mordisco demasiado ansioso, al atravesar la galleta hasta la mano de Cadderly. Se apretó la herida entre el pulgar y el índice para detener la hemorragia.

Percival apenas pareció darse cuenta de la molestia de Cadderly, mientras lamía con afán los restos de nueces de cacasa de sus patas.

—Es culpa mía, supongo —admitió Cadderly—. ¡No puedo esperar que tú te comportes racionalmente cuando hay nueces de cacasa y mantequilla por los que luchar!

La cola de Percival se movía nerviosamente, pero ésa era la única indicación que tenía Cadderly de que la ardilla aún estaba escuchando. El joven volvió su atención al mundo exterior. La luz del sol había alcanzado la biblioteca, y aunque Cadderly tuvo que entornar los ojos ante la creciente luminosidad, la notaba cálida y maravillosa sobre la cara.

—Será otro bonito día —comentó, y cuando pronunció estas palabras, se dio cuenta de que con toda probabilidad se pasaría la mayor parte del día en la bodega oscura y lúgubre, o en cualquier otro agujero que el Maestre Avery encontrara para él.

—Quizá pueda engañarlo para que esta mañana me deje cuidar las tierras —le dijo Cadderly a la ardilla—. Puedo ayudar al viejo Mullivy.

Percival chilló excitado ante la mención del jardinero.

—Lo sé —dijo Cadderly reconfortándolo—. A ti no te gusta Mullivy. —Se encogió de hombros y sonrió al recordar el día que había visto al encorvado y viejo jardinero agitando un rastrillo y escupiendo amenazas al árbol en el que Percival y otras ardillas estaban sentados, quejándose de las cáscaras de bellota esparcidas por el suelo acabado de rastrillar.

—Aquí te quedas, Percival —dijo Cadderly, dejando el resto de las galletas en el alféizar de la ventana—. Tengo muchas cosas que hacer antes de que Avery me ponga al día. —Dejó a Percival sentado en el alféizar, y la ardilla continuó comiendo y royendo, al tiempo que lamía sus patas, mientras tomaba la cálida luz del sol, habiendo olvidado en apariencia cualquier agravio producido por la mención de Mullivy.

—¡Son murciélagos! —aulló Iván—. ¡No puedes convertirte en uno de ellos!

—¡Du-dad! —replicó Pikel indignado.

—¿Pensáis que nos tienen? —rugió Iván—. ¡Díselo, chico! —gritó a Cadderly, que acababa de entrar en la cocina—. ¡Dile a este zoquete que los enanos no pueden ser druidas!

—¿Quieres ser druida? —preguntó Cadderly con interés.

—¡Oo oi! —dijo un feliz Pikel—. ¡Du-dad!

Iván había oído bastante. Enarboló una sartén, al tiempo que caían al suelo los huevos a medio freír, y se la lanzó a su hermano. Pikel no fue lo bastante rápido para apartarse de la trayectoria del proyectil, pero se las arregló para agacharse, recibiendo el golpe en la coronilla sin sufrir daños importantes.

Aún furioso, Iván alcanzó otra sartén, pero Cadderly agarró su brazo para detenerlo.

—¡Un momento! —suplicó Cadderly.

Iván se detuvo sólo un instante, incluso silbó para mostrar su paciencia.

—¡Suficiente! —chilló y empujó a Cadderly al suelo. El enano levantó la sartén y cargó, pero Pikel, ahora armado del mismo modo, estaba preparado.

Cadderly había leído muchas historias de heroísmo que describían el ruido del choque de los aceros, pero nunca se había imaginado el sonido atribuido a dos enanos enfrentándose con sartenes.

Iván dio el primer sartenazo, un avieso golpe al antebrazo de Pikel. Éste gruñó y se desquitó descargando, en un movimiento descendente, la sartén directamente sobre la cabeza de Iván.

Iván dio un paso atrás, al tiempo que trataba de detener las vueltas que le daban los ojos. Miró a un lado, a una mesa desordenada, y le vino una inspiración de repente, sin duda por el golpe en la cabeza. Pikel le devolvió la sonrisa.

—¿Pucheros? —preguntó Iván.

Pikel asintió con entusiasmo, y los dos se lanzaron hacia la mesa para buscar uno que se adecuara a las circunstancias. La comida empezó a volar por todas partes, seguida de ollas que habían probado ser demasiado pequeñas o demasiado grandes. Luego Iván y Pikel se volvieron a encarar, llevando sus fiables sartenes y con la cabeza protegida por las ollas de la cena de la noche anterior.

Cadderly lo observó todo embobado, no del todo seguro de cómo tomarse los hechos. A veces parecía una comedia, pero los crecientes verdugones y magulladuras en los brazos y las caras de Iván y Pikel decían algo diferente. Cadderly había visto a los hermanos discutir con anterioridad, y con seguridad había llegado a esperar todo tipo de cosas extrañas de los enanos, pero esto era demasiado descabellado, incluso para los dos hermanos.

—¡Parad ya! —aulló Cadderly. La respuesta de Pikel llegó en la forma de un hacha de carnicero que no acertó la cabeza de Cadderly por escaso margen, y que se hundió dos dedos en la puerta de roble, a su lado. Cadderly miró con incredulidad el mortífero instrumento, que aún vibraba por la fuerza del lanzamiento de Pikel, y supo que sucedía algo terrible y muy peligroso.

A pesar de ello, el clérigo no se amilanó y redirigió sus esfuerzos.

—Conozco un tipo de lucha mucho mejor —gritó, mientras se movía con cautela hacia los enanos.

—¿Eh? —preguntó Pikel.

—¿Mucho mejor? —añadió Iván—. ¿Para luchar?

Iván ya parecía convencido, Pikel ganaba la batalla de los cacharros de cocina, pero Pikel se aprovechó de su vacilación para atacarlo con más dureza. La sartén de Pikel zumbó al trazar un ancho arco, golpeando el codo de Iván y dejando al enano de barba amarillenta desequilibrado. Pikel vio la oportunidad con claridad. Una infame sartén se elevó otra vez para repetir el golpe.

—¡Los druidas no luchan con armas de metal! —se desgañitó Cadderly.

—Oo —dijo Pikel, deteniendo el balanceo de la sartén. Los hermanos cruzaron las miradas, se encogieron de hombros, y dejaron las ollas y las sartenes en el suelo.

Cadderly tenía que pensar rápido. Despejó una parte de la mesa larga.

—Siéntate aquí —ordenó a Iván, mientras levantaba un taburete—. Y tú aquí —le dijo a Pikel, señalando un segundo asiento al otro lado de la mesa.

—Poned los codos del brazo derecho sobre la mesa —explicó Cadderly.

—¿Un pulso? —se mofó Iván con incredulidad—. Déjame volver a mi sartén.

—¡No! —voceó Cadderly—. No. Esto es mejor, una verdadera prueba de fuerza.

—¡Bah! —resopló Iván—. ¡Lo machacaré!

—¿Oh? —dijo Pikel.

Se agarraron las manos con tosquedad y empezaron el pulso antes de que Cadderly pudiera dar la salida, o alinearlos. Reflexionó un instante sobre los dos, quería quedarse y ver cómo terminaban las cosas, pero Cadderly se dio cuenta de que los hermanos estaban en igualdad de condiciones, y que la competición podría durar un rato. Cadderly oyó el arrastrar de pies de los clérigos tras la puerta de la cocina, era la hora de los cánticos del mediodía. Cualquiera que fuera la emergencia, Cadderly de ningún modo podía llegar tarde a la ceremonia reglamentaria. Observó la contienda unos instantes más, sacudió la cabeza y se fue. Conocía a Iván y Pikel desde hacía más de una década, desde su infancia, y nunca había visto a ninguno de los dos levantar la mano al otro. Y por si esto no era suficiente, el hacha de carnicero, que aún vibraba en la puerta, confirmaba de manera categórica que algo anormal estaba pasando.

La voz del Hermano Chaunticleer sonó con su habitual calidad, llenando el gran salón de notas perfectas y a la reunión de clérigos y estudiosos de verdadero placer, pero los más observadores del grupo, Cadderly incluido, pasearon la mirada ante la reacción del gentío, como si notaran que algo fallaba en el canto de Chaunticleer. La entonación era perfecta y las palabras también, pero parecía haber una carencia en la fuerza de la canción.

Chaunticleer no se dio cuenta. Cantaba como siempre, las mismas canciones que había cantado durante años. Aunque esta vez, a diferencia de las otras, Chaunticleer estaba, sin duda alguna, distraído. Sus pensamientos vagaban por los ríos a los pies de las montañas, aún llenos por el deshielo de las nieves y rebosantes de truchas y percas plateadas. Siempre se había dicho que la pesca estaba por detrás del canto en el corazón del hermano Chaunticleer. Ahora el clérigo estaba descubriendo que las apreciaciones sobre sus preferencias no eran demasiado correctas.

Entonces ocurrió.

El Hermano Chaunticleer olvidó la letra.

Estaba de pie en el podio del gran salón, perplejo, tan pronto las innegables imágenes de aguas turbulentas y peces saltando se añadieron a su confusión, y llevó al canto más allá de sus pensamientos.

Se elevaron susurros por todo el salón; bocas abiertas de incredulidad. El Decano Thobicus, un hombre siempre tranquilo, se dirigió con calma hacia el podio.

—Continúe, Hermano Chaunticleer —dijo con suavidad, en tono conciliador.

Chaunticleer no podía continuar. La canción a Deneir no era rival para el alegre sonido de truchas saltando.

Los murmullos se volvieron acalladas risas. El Decano Thobicus aguardó unos instantes, y luego siseó algo a la oreja del Maestre Avery, y éste, claramente más agitado que su superior, despidió a la concurrencia. Se volvió para preguntar algo a Chaunticleer, pero el clérigo cantante ya se había ido, corriendo en pos de la caña y el anzuelo.

Cadderly usó la confusión en el gran salón para desaparecer ante los ojos vigilantes de Avery. Había perdido toda una monótona mañana fregando suelos, pero había acabado sus tareas y era libre, por lo menos hasta que Avery lo descubriera ocioso y le mandara nuevos quehaceres. Ahora Avery estaba ocupado, intentaba imaginar qué le había ocurrido al Hermano Chaunticleer. Si Cadderly interpretaba correctamente la gravedad de los desaguisados de éste, el maestre estaría ocupado con Chaunticleer por algún tiempo. Chaunticleer era considerado uno de los clérigos más devotos de la orden de Deneir, y su deber más importante, su única prioridad real, era el cántico del mediodía.

Cadderly también estaba preocupado por los hechos ocurridos en la ceremonia, y en especial después de su visita matinal a los enanos. Más preocupante que los problemas de Chaunticleer con las canciones, era que Danica no se había presentado a la ceremonia. No pertenecía a las religiones de Deneir o de Oghma y después de todo no se requería su presencia, pero contadas veces se perdía el evento, y nunca sin decirle a Cadderly que no iría.

Incluso más inquietante, Kierkan Rufo no había asistido.

Aunque la biblioteca estaba en el primer piso y no muy lejos del gran salón, Cadderly decidió empezar su investigación en aquel lugar. Se encaminó hacia allí con rapidez, sus pasos se aceleraron mientras le acuciaban las sospechas. El sonido de un quejido que venía de un corredor lateral lo detuvo de repente.

Cadderly se asomó por la esquina para ver a Kierkan Rufo bajar las escaleras, mientras se apoyaba pesadamente en la pared.

Rufo parecía no estar en sus cabales, su cara estaba cubierta de sangre y casi se caía a cada paso.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Cadderly, lanzándose a ayudar a su amigo.

Una mirada salvaje apareció en los ojos de Rufo y de un manotazo apartó las manos de Cadderly. El acto le costó al desorientado chico su equilibrio y cayó al suelo.

La manera en la que Rufo cayó le reveló mucho a Cadderly. Rufo se intentó coger con un brazo, el mismo que había utilizado para abofetear a Cadderly, pero el otro permanecía flácido a su lado, inútil.

—¿Dónde está? —requirió Cadderly, de repente muy asustado.

Agarró a Rufo por la solapa, a pesar de sus protestas, y lo puso en pie, observando de cerca las heridas de la cara. La sangre continuaba fluyendo de la nariz, sin duda rota, y uno de los ojos estaba hinchado, amoratado y casi cerrado. Tenía numerosas heridas, y la manera en la que respingó cuando Cadderly lo levantaba, le hizo notar que tenía más golpes en el abdomen o un poquito más abajo.

—¿Dónde está? —repitió Cadderly.

Rufo apretó los dientes y volvió la mirada.

Cadderly le giró la cabeza a la fuerza.

—¿Pero a ti qué te pasa? —requirió Cadderly.

Rufo le escupió en la cara.

Cadderly resistió el impulso de golpearle. Siempre hubo tensión en su amistad con Rufo, un elemento de rivalidad que había aumentado cuando Danica llegó a la biblioteca. Cadderly, que normalmente se salía con la suya con Danica y los maestres, se dio cuenta de que a menudo contrariaba a Rufo, pero nunca, antes de esto, el larguirucho le había mostrado una hostilidad semejante.

—Si le has hecho daño a Danica, volveré a buscarte —advirtió Cadderly, aunque pensó que era harto improbable. Soltó la túnica ensangrentada de Rufo y corrió escaleras arriba.

El rastro de sangre de Rufo le llevó hasta el ala sur del tercer piso, la zona de huéspedes de la biblioteca. A pesar de la urgencia, detuvo el rastreo al acercarse a la habitación de Histra, ya que se oían gritos en su interior. Al principio pensó que la sacerdotisa de Sune estaba en peligro, pero al ir a coger la manecilla, reconoció los gritos que no eran precisamente de dolor.

Estaba demasiado preocupado para ruborizarse, y se precipitó en dirección a los aposentos de Danica.

La sangre lo llevó hasta la puerta de Danica, como se había temido y golpeó la puerta con fuerza.

—¿Danica? —gritó.

Sin respuesta.

Cadderly llamó con más urgencia.

—¿Danica? —dio un alarido—. ¿Estás ahí?

Silencio.

Cadderly bajó el hombro y se lanzó hacia la puerta cerrada, que atravesó con facilidad.

Danica estaba totalmente inmóvil en medio de la habitación, sobre la alfombra gruesa que usaba para entrenarse. Mantenía las manos abiertas ante ella, en una posición meditativa, sin darse cuenta de que alguien había entrado en la habitación. Su concentración se situaba justo ante ella, en un bloque sólido de piedra, aguantado por dos caballetes.

—¿Danica? —volvió a preguntar Cadderly—. ¿Estás bien? —Se acercó a ella con indecisión.

Danica volvió la cabeza y sus ojos en blanco se posaron en él.

—Por supuesto —dijo—. ¿Por qué no debería estarlo?

Sus mechones rubios estaban llenos de sudor y sus manos manchadas de sangre seca.

—Acabo de ver a Kierkan Rufo —comentó Cadderly.

—Como yo —dijo Danica con calma.

—¿Qué le ha pasado?

—Trató de poner sus manos donde no debía —dijo Danica como quien no quiere la cosa, y volvió a mirar el bloque de piedra—. Le detuve.

Nada de eso tenía sentido para Cadderly, Rufo la había mirado de manera lasciva y de hito en hito, pero nunca había sido tan insensato como para tocar a Danica.

—¿Rufo te atacó? —preguntó.

—Dije que trató de tocarme.

Danica rió histéricamente, y eso también enervó al clérigo.

Cadderly se atusó el pelo y miró por la habitación por si encontraba alguna pista que le dijera algo más. Seguía sin creer que Rufo se abalanzara sobre Danica de manera tan descarada, pero aún más importante había sido la respuesta de Danica. Ella era una luchadora concentrada y disciplinada. Cadderly no hubiera esperado semejante paliza como la que, en apariencia, le había dado a Rufo.

—Le has hecho mucho daño —dijo Cadderly, que necesitaba conocer la respuesta de Danica.

—Se recuperará —fue todo lo que contestó ella.

Cadderly agarró su brazo, proponiéndose girarla para poder ver su cara. Danica fue más rápida. Su brazo se movió de atrás a delante, soltándose del agarre, luego agarró con la mano el dedo pulgar de Cadderly y lo dobló hacia atrás, casi poniéndolo de rodillas. Sólo una mirada de ella habría apartado a Cadderly y, francamente, creyó que le rompería el dedo.

Luego la mirada de Danica se dulcificó, como si de repente reconociera al hombre que estaba a su lado. Soltó el pulgar y le rodeó la cabeza con el brazo, para acercarlo.

—¡Oh, Cadderly! —lloró entre besos—. ¿Te he hecho daño?

Cadderly la apartó y la observó fijamente durante un largo rato. Parecía estar bien, excepto por la sangre de Rufo en las manos y una curiosa y apremiante mirada en los ojos.

—¿Has estado bebiendo vino? —preguntó Cadderly.

—Por supuesto que no —replicó Danica, sorprendida ante la pregunta.

—Sabes que sólo se me permite un vaso… —su voz se perdió al volver a endurecer la mirada.

—¿Dudas de mi compromiso ante un voto? —preguntó con aspereza.

Cadderly frunció el ceño confundido.

—Déjame en paz.

Su tono era serio, y cuando Cadderly, aturdido, no respondió de inmediato, recalcó su punto de vista. Los dos estaban separados medio metro, pero la flexible monje lanzó una patada que se quedó entre los dos y agitó el pie amenazante frente a la cara de Cadderly.

La soltó y se apartó.

—¿Qué mosca te ha picado? —preguntó.

Las facciones de Danica se volvieron a suavizar.

—Golpeaste a Rufo con saña —dijo Cadderly—. Si se insinuó de malas maneras…

—¡Me interrumpió! —cortó Danica—. Él… —miró el bloque de piedra, y luego se volvió de nuevo a Cadderly, otra vez ceñuda—. Y ahora tú me interrumpes.

Cadderly se apartó con sensatez.

—Me iré —prometió—. Si me dices qué estoy interrumpiendo.

—¡Soy un verdadero discípulo del Maestro Penpagh D’Ahn! —gritó Danica como si eso lo contestara todo.

—Desde luego que sí —dijo Cadderly.

Su respuesta tranquilizó a la chica.

—Ha llegado el tiempo para Gigel Nugel —dijo ella—. ¡El Cráneo de Hierro, pero mi meditación no debe ser interrumpida!

Cadderly evaluó el sólido bloque por un momento, una piedra, mucho más grande que la del boceto de Penpagh D’Ahn, luego la cara delicada de Danica, mientras trataba, sin éxito, de digerir lo que le había dicho.

—¿Planeas romper esa piedra con la cabeza?

—Soy un auténtico discípulo —reiteró Danica.

Cadderly casi se desmayó.

—No lo hagas —imploró, al tiempo que se acercaba a ella.

Al ver la amenaza latente, Cadderly puso sus brazos atrás y dio sus argumentos.

—Aún no —suplicó—. Esto es un gran evento en la historia de la Biblioteca. El Decano Thobicus debería ser informado. Podríamos hacer de ello una exhibición pública.

—Esto es algo privado —replicó Danica—. ¡No es una cosa curiosa que mostrar para divertimento de los descreídos!

—¿Descreídos? —murmuró Cadderly, y en ese momento supo que la etiqueta le incluía a él, pero por más razones que las distintas creencias de ambos. Tenía que pensar con rapidez.

—Pero —improvisó—, seguro que el acontecimiento debe ser atestiguado y anotado como es debido.

Danica le miró con curiosidad.

—Para futuros discípulos —explicó Cadderly—. ¿Quién vendrá a estudiar al Gran Maestro Penpagh D’Ahn en un centenar de años? ¿Ese discípulo no debería beneficiarse de las prácticas y éxitos de la Gran Maestro Danica? No debes ser egoísta con estos logros. A buen seguro que eso no estaría de acuerdo con las enseñanzas de Penpagh D’Ahn.

Danica reflexionó sobre sus palabras.

—Sería egoísta —admitió.

Incluso el beneplácito reforzó los miedos de Cadderly de que sucedía algo realmente malo. Danica tenía una mente aguda y nunca antes había sido manipulada con tanta facilidad.

—Esperaré a que hagas los preparativos —acordó—. ¡Pero no mucho! El momento del Cráneo de Hierro ha llegado. Sé que esto es verdad. Soy un auténtico discípulo del Gran Maestro Penpagh D’Ahn.

Cadderly no supo cómo continuar. Intuyó que si dejaba a Danica, volvería de inmediato a intentarlo. Echó una ojeada por la habitación, y al final posó la mirada en la cama de Danica. —Sería bueno que descansaras— propuso.

Danica miró la cama y luego a Cadderly, con una expresión maliciosa.

—Conozco una cosa mejor que dormir —ronroneó, mientras se acercaba a él. El ansia con que le dio el beso hizo temblar las rodillas de Cadderly y le prometió cosas maravillosas.

Pero no de esta manera. Recordó que algo malo le pasaba a Danica, de que algo estaba, en apariencia, mal con casi todo lo que le rodeaba.

—Tengo que irme —dijo apartándose— a ver al Decano Thobicus para hacer los preparativos. Tú ahora descansa, seguramente necesitarás las fuerzas.

Danica le dejó marchar a regañadientes, sinceramente dividida entre su percepción del deber y las necesidades del amor.

Cadderly llegó hasta el primer nivel a trompicones. Los pasillos estaban alarmantemente vacíos y silenciosos, y no sabía a dónde dirigirse. Tenía pocos amigos íntimos en la biblioteca, no estaba por la labor de ir a ver a Kierkan Rufo con su problema, y quería mantenerse alejado de los aposentos y los estudios del Decano Thobicus y los maestres para evitar un encuentro con Avery.

Al final volvió a la cocina y encontró a Iván y a Pikel cerca del colapso por agotamiento, mientras continuaban, con terquedad, el forcejeo. Cadderly sabía que los enanos eran testarudos, pero había pasado más de una hora desde que habían empezado el pulso.

Cuando Cadderly se acercó, sacudiendo la cabeza con incredulidad, descubrió lo cabezotas que podían llegar a ser los hermanos Rebolludo. Sus brazos estaban llenos de cardenales debido a las venas rotas y sus cuerpos temblaban violentamente ante el continuo esfuerzo, sin embargo, sus expresiones seguían siendo ceñudas.

—Te voy a ganar —gruñó Iván.

Pikel le devolvió el gruñido y se tensó ante el ímpetu del otro.

—¡Deteneos! —ordenó Cadderly. Los dos enanos volvieron la mirada al darse cuenta, en ese momento, de que alguien había entrado en la cocina.

—Le puedo ganar —aseguró Iván a Cadderly.

—¿Por qué estáis luchando? —preguntó Cadderly, al adivinar que los enanos no lo recordarían.

—Tú mismo estabas aquí —replicó Iván—. Viste que él lo empezó todo.

—¿Oh? —dijo Pikel con sarcasmo.

—¿Qué empezó? —preguntó Cadderly.

—¡La lucha! —refunfuñó Iván encolerizado.

—¿Cómo?

Iván se había quedado sin respuestas, y miró a Pikel, que sólo se encogió de hombros.

—¿Entonces por qué os peleáis? —volvió a preguntar Cadderly sin esperar una respuesta.

Los dos enanos se detuvieron al unísono y se sentaron, al tiempo que se miraban, cada uno a un lado de la mesa.

—¡Mío hermano! —gritó Iván, de pronto, saltando sobre la mesa. Pikel lo cazó en medio del salto y los abrazos y las palmadas en la espalda fueron casi tan violentos como lo había sido el pulso.

Iván se volvió contento hacia Cadderly.

—¡Él es mío hermano! —proclamó el enano.

Cadderly esbozó una sonrisa forzada y se figuró que podría ser mejor entretener a los enanos como lo había hecho con Danica.

—Pronto será la hora de cenar —fue todo lo que tuvo que decir.

—¿Cenar? —rugió Iván.

—¡Oo oi! —añadió Pikel, y desaparecieron girando como pequeños tornados barbudos, mientras limpiaban la cocina a fin de poder preparar la cena. Cadderly esperó sólo unos minutos, para asegurarse de que los enanos no volverían a sus trifulcas, entonces se deslizó fuera de la cocina y se dirigió a comprobar cómo estaba Danica.

La encontró en su habitación durmiendo a pierna suelta. La arropó con las sábanas, y luego fue hacia la piedra para ver lo que podía hacer para llevársela.

—¿Cómo te las arreglaste para subir esto aquí? —preguntó, mientras observaba el pesado bloque. Se necesitarían al menos dos o tres hombres fuertes, e incluso entonces, las escaleras no serían fáciles de franquear. Por ahora, Cadderly creyó que con sólo dejar caer la piedra de los caballetes al suelo sería suficiente para detener a Danica en sus intentos de hacer el Cráneo de Hierro. Se dirigió a la cama y cogió las sabanas más gruesas, las anudó y las envolvió alrededor del bloque, luego pasó los extremos por una argolla en el techo. Cadderly agarró los extremos que colgaban y se aupó para poder empujar el bloque con los pies. Los caballetes se inclinaron volcando y la argolla crujió, pero el contrapeso de Cadderly bajó el bloque envuelto con lentitud y sin ruido.

Usó las patas del caballete como palancas, utilizándolas para apartar las sábanas con rapidez de debajo de la piedra. Luego volvió a arropar a Danica, y se marchó, al tiempo que su mente se apresuraba para encontrar alguna razón lógica para todos los extraños sucesos del día.

Era un roble maravilloso, desde luego uno de los mejores árboles, y Newander golpeaba cada una de las ramas mientras subía. La vista desde las ramas más altas era espléndida, una imagen que le puso la piel de gallina.

Aunque al volverse para admirar las montañas del sudeste, la sonrisa de Newander desapareció.

Allí estaba la Biblioteca Edificante, un bloque cuadrado que en la distancia se veía a duras penas. Newander no había pretendido estar fuera durante tanto tiempo, a pesar de toda la libertad y el individualismo que su orden le brindaba, sabía que Arcite no estaría contento.

Un pájaro descendió y se posó no muy lejos de la cabeza del druida.

—Debería estar en camino —le dijo el druida, aunque quería permanecer aquí, en la espesura, lejos de las tentaciones de la civilización.

A regañadientes, Newander empezó a bajar del árbol. Con la distante biblioteca fuera de la vista, estuvo tentado de caminar en la dirección contraria, aunque no lo hizo. Al tiempo que se reprendía por sus miedos y debilidades, de mala gana empezó a andar hacia la biblioteca, hacia sus deberes.

Cadderly pretendía echarse y descansar durante unos momentos en su habitación. A pesar de que sólo era media tarde, el día había sido agotador. Pronto el joven clérigo roncaba con estrépito, aunque inquieto.

Desde las profundidades de sus sueños neblinosos llegaron los nomuertos, esqueletos y necrófagos horripilantes, que intentaban alcanzarle con sus huesudas manos y afilados dedos.

Estaba sentado en una negrura como boca de lobo. Gotas de sudor frío surcaban su cara y las sábanas estaban húmedas y pegajosas. Oyó un ruido a un lado de la cama. No se había desnudado cuando se echó, y palpando sus ropas encontró su buzak y el tubo de luz.

Algo se acercaba.

Sacó el tapón y la luz inundó la habitación. Cadderly casi lanzó el buzak aterrorizado, pero se las arregló para frenar su ataque cuando reconoció el pelaje blanco de un amigo.

Tan sorprendido como Cadderly, Percival atravesó la habitación a todo correr mientras volcaba toda clase de cosas, y se lanzó bajo la cama. Unos instantes más tarde la ardilla subió con cuidado hasta los pies de Cadderly y con lentitud se movió hacia la axila donde se hizo un ovillo.

Cadderly se alegró de tener compañía. Tapó el tubo, aunque lo mantuvo en la mano, y pronto se durmió.

Los muertos vivientes le estaban esperando.