El acertijo
Danica supo por la expresión del maestre que se acercaba, y por el hecho de que Kierkan Rufo, que caminaba arrastrando los pies, fuera pisándole los talones, que Cadderly había vuelto a hacer algo mal. Apartó el libro que leía y cruzó los brazos encima de la mesa frente a ella.
Avery, normalmente educado con los invitados de la biblioteca, fue directo al grano con rapidez y aspereza.
—¿Dónde está él? —preguntó el maestre.
—¿Él? —contestó Danica. Sabía muy bien que Avery se refería a Cadderly, pero no le gustaba el tono del maestre…
—Sabes… —dijo Avery en voz alta, pero entonces entendió los reparos de Danica y se serenó, miró alrededor, y enrojeció avergonzado.
—Lo siento, Lady Danica —se disculpó con sinceridad—. Sólo pensaba… Quería decir, tú y… —golpeó el suelo con un pie para recomponerse y proclamó—. ¡Que Cadderly me decepciona demasiado!
Danica aceptó las disculpas con una sonrisa y una inclinación de la cabeza al entender, e incluso simpatizar con los sentimientos de Avery. Cadderly era un espíritu libre que se distraía con facilidad, y, como muchas organizaciones religiosas, la Orden de Deneir estaba basada firmemente en la disciplina. No era un cometido difícil para Danica recordar tan sólo unas pocas de las muchas veces que había esperado a Cadderly en un lugar y una hora determinados, sólo para, a la larga, irse y volver a sus aposentos sola, maldiciendo el día en que descubrió su juvenil sonrisa y sus ojos inquisitivos.
A pesar de sus frustraciones, la joven no podía negar las punzadas en su corazón cuando miraba a Cadderly. Su sonrisa se ensanchó mientras pensaba en él, volando ante la cara de Avery enrojecida por la ira. Aunque tan pronto Danica volvió su atención otra vez al presente y miró por encima del hombro de Avery, su sonrisa desapareció. Allí estaba Kierkan Rufo, inclinado levemente a un lado, como siempre, pero con una expresión de preocupación en vez de la máscara de presunción que mostraba cuando vencía a su rival.
Danica aguantó la mirada del joven, su gesto inconsciente reveló sus verdaderos sentimientos hacia él. Sabía que era amigo de Cadderly, una clase especial de amigo, y nunca hablaba mal de Rufo ante él, pero a pesar de todo, en su corazón nunca confió en él.
Rufo había hecho muchos intentos con Danica, empezando en su primer día en la Biblioteca Edificante, la primera vez que se encontraron. Danica era joven y guapa y estaba familiarizada con estos intentos, pero Rufo la había enervado en esa ocasión. Cuando rechazó a Rufo de buenas maneras, él se quedó mirando por encima de ella, inclinando la cabeza y mirando con fijeza, durante mucho tiempo, sin pestañear, con la misma mirada helada en la cara. Danica no sabía con exactitud qué era lo que había causado entonces su rechazo a Rufo, pero sospechaba que eran sus ojos oscuros y hundidos. Irradiaban la misma inteligencia que Cadderly, pero si los de Cadderly eran inquisitivos, los de Rufo eran conspiradores. Los ojos de Cadderly refulgían con júbilo como si estuvieran en una permanente búsqueda de respuestas a los incontables misterios del mundo, los de Rufo también recogían información, pero éstos, creía Danica, buscaban la ventaja.
Rufo nunca se había rendido con Danica, incluso después de que su floreciente relación con Cadderly estaba en boca de todo el mundo en la biblioteca. Rufo aún se acercaba a ella, y ella aún lo rechazaba, pero algunas veces lo descubrió, por el rabillo del ojo, sentado al otro lado de la habitación mientras le clavaba los ojos, estudiándola como si fuera un libro divertido.
—¿Sabes dónde está? —le preguntó Avery, en un tono más controlado.
—¿Quién? —respondió Danica, sin apenas oír la pregunta.
—¡Cadderly! —gritó el maestre azorado.
Danica lo miró, sorprendida por el repentino arrebato.
—Cadderly —repitió Avery, al recobrar la compostura—. ¿Sabes dónde puedo encontrar a Cadderly?
Danica hizo una pausa y evaluó la pregunta y la mirada en la cara de Rufo, preguntándose si debería estar preocupada. Lo último que sabía, era que Avery era el que controlaba los movimientos de Cadderly.
—No lo he visto esta mañana —respondió con honestidad—. Pensaba que lo habíais puesto a trabajar en la bodega por lo que decían los hermanos Rebolludo.
Avery asintió con la cabeza.
—Así también lo creía yo, pero parece como si nuestro querido Cadderly ya hubiera tenido bastantes tareas. No me ha informado esta mañana, como le había sido ordenado, ni estaba en su habitación cuando fui a buscarlo.
—¿Ha estado en su habitación esta mañana? —preguntó Danica. Su mirada de nuevo se vio atraída por Kierkan Rufo, temiendo por Cadderly y de alguna manera adivinando que si éste había tenido algún problema, Rufo tenía que ver con ello.
La reacción del joven no disminuyó sus sospechas. Parpadeó, una de las pocas veces en la vida que Danica lo había visto parpadear, y con dificultad trató de parecer indiferente al volver la mirada.
—No puedo decirlo —replicó Avery y también se volvió hacia Rufo en busca de respuestas.
El joven larguirucho únicamente se encogió de hombros.
—Lo dejé en la bodega —dijo—. Llevaba mucho tiempo allí antes de que él llegara. Creí adecuado irme antes que él.
Antes de que Avery pudiera sugerir que fueran a buscar en la bodega, Danica le había dado un empujón y se dirigía hacia el lugar.
La oscuridad y el peso. Ésos eran las realidades de los apuros de Cadderly, la oscuridad y el peso. Y el dolor. También había dolor. No sabía dónde estaba o cómo había llegado a este lugar oscuro o por qué no se podía mover. Estaba estirado en el suelo boca abajo, sepultado por alguna cosa. Trató de pedir ayuda algunas veces pero le faltaba el aire.
Imágenes de esqueletos andantes y gruesas telarañas se movían con rapidez alrededor de su consciencia mientras permanecía allí, pero no tenía una definición real, ni ningún hecho concreto en su memoria. En algún punto, ¿un sueño?, los había visto, pero si aquel lugar tenía algo que ver con éste, no podía saberlo.
Entonces vio el parpadeo de la luz de una antorcha, lejano pero acercándose a él, y tan pronto las sombras dejaron ver unos anaqueles abiertos y altos, reconoció los alrededores.
—La bodega —gruñó Cadderly, aunque el esfuerzo fue muy doloroso—. ¿Rufo? —Todo era un borrón. Recordaba haber bajado desde la cocina para unirse a Rufo en su inventario, y recordaba haber empezado el trabajo lejos de su amigo, pero eso era todo. Con toda seguridad había pasado algo después de eso, pero Cadderly no tenía recuerdos de ello, ni de cómo había llegado a esta situación.
—¿Cadderly? —llamó Danica. Pero no era una antorcha sino tres las que habían entrado en la enorme bodega.
—¡Aquí! —boqueó Cadderly a pleno pulmón, aunque el resoplido no era lo suficientemente alto para ser oído. Las antorchas se desplegaron en diferentes direcciones, algunas veces desaparecían de la vista de Cadderly, otras parpadeaban a intervalos regulares al moverse tras las estanterías llenas de botellas.
—¡Aquí! —jadeó tan a menudo como pudo. No obstante, la bodega era ancha y estaba dividida por docenas de estanterías de vinos; no fue hasta bastantes minutos más tarde que los gritos de Cadderly fueron oídos.
Kierkan Rufo lo encontró. El alto joven le pareció más cadavérico que nunca a Cadderly, al mirar las sombras que se extendían por las facciones angulosas de Rufo. Rufo pareció sorprendido de encontrar a Cadderly, luego echó una ojeada a su alrededor, como indeciso en el modo de actuar.
—Podrías… —intentó Cadderly, y se paró para coger aire—. Por favor… Me… Sácame esto de encima.
Rufo aún vacilaba, mientras su cara mostraba confusión e inquietud.
—Por aquí —pidió ayuda al fin—. Lo he encontrado.
Cadderly no percibió mucho alivio en el tono de Rufo.
Éste dejó su antorcha y empezó a sacar los barriles que tenían atrapado a Cadderly. Por encima del hombro, Cadderly vio que Rufo levantaba un tonel por encima de la cabeza y una idea pasó por su mente, que el larguirucho lo había levantado a propósito y pretendía dejarlo caer en su cabeza. Entonces llegó Danica corriendo, y ayudó a Rufo a apartarlo.
Quitaron todos los barriles antes de que llegara el Maestre Avery, y Cadderly empezó a levantarse.
Danica lo sostuvo.
—¡No te muevas! —ordenó con firmeza. Su expresión era grave, sus almendrados ojos castaños serios e inflexibles—. No hasta que haya mirado tus heridas.
—Estoy bien —trató de insistir Cadderly, pero sabía que sus palabras caían en saco roto. Danica se había asustado, y la joven testaruda pocas veces se molestaba en discutir cuando estaba asustada. De nuevo trató de levantarse sin demasiado entusiasmo, pero esta vez la fuerte mano de Danica le detuvo, presionando en un punto determinado de la nuca.
—Hay maneras de detener tus forcejeos —prometió Danica, y Cadderly no lo dudó. Puso la mejilla sobre los brazos y dejó que Danica lo hiciera a su manera.
—¿Cómo ha pasado esto? —preguntó el regordete Avery, con la cara enrojecida, que aún resoplaba al unirse a ellos.
—Estaba contando botellas cuando me fui —dijo Rufo con nerviosismo.
Cadderly, confundido, frunció el ceño cuando trató de poner en orden el desbarajuste mental. Tenía la incómoda sensación de que Rufo esperaba que su explicación sonara como una acusación, y Cadderly se preguntó qué papel había jugado Rufo en sus problemas. Una sensación de algo duro —¿una bota?—, contra su espalda desapareció demasiado rápido para tener algún sentido.
—No lo sé —contestó Cadderly con honestidad—. Apenas puedo recordarlo. Estaba contando… —Se detuvo y sacudió la cabeza frustrado. La vida de Cadderly se basaba en el conocimiento, no le gustaban los acertijos ilógicos.
—Y zanganeaste —finalizó Avery—. Te fuiste a explorar cuando tendrías que haber estado trabajando.
—Las heridas no son muy graves —cortó Danica de repente.
Cadderly sabía que ella había desviado a propósito la creciente agitación del maestre, y le dio las gracias con una sonrisa mientras ésta le ayudaba a levantarse. Era bueno estar de pie otra vez, aunque tuvo que apoyarse en Danica durante varios minutos.
De alguna manera la suposición de Avery no se ajustaba a los recuerdos de Cadderly, fueran los que fueran. No creía que únicamente zanganeara para meterse en problemas.
—No —declaró—. No fue así. Había algo aquí. —Miró a Danica y luego a Rufo—. ¿Una luz?
Oír la palabra activó otro recuerdo de Cadderly.
—¡La puerta! —gritó de repente.
Si la luz de las antorchas hubiera sido más intensa, todos habrían notado el enrojecimiento de la cara de Kierkan Rufo.
—La puerta —repitió Cadderly—. Detrás del muro de barriles.
—¿Qué puerta? —preguntó Avery.
Cadderly se detuvo a pensar un momento pero no tenía respuestas. Su estimable fuerza de voluntad luchó inconscientemente contra el conjuro de bloqueo mental de Barjin, pero todo lo que recordaba era la puerta, una puerta, en algún sitio. Y dondequiera que ésta llevara, Cadderly sólo podía suponerlo. Decidió buscarla otra vez, rodeó los barriles y los apartó.
Había desaparecido.
Cadderly se quedó pasmado durante un largo rato, observando con fijeza los polvorientos ladrillos de la pared sólida.
—¿Qué puerta? —volvió a preguntar con impaciencia el maestre.
—Estaba aquí —insistió Cadderly con tanta convicción como pudo reunir. Se acercó al muro y lo tocó. También eso resultó inútil—. Recuerdo… —empezó a explicarse. Notó que una mano se le posaba en el hombro.
—Te has dado un golpe en la cabeza —dijo Danica con calma—. No es sorprendente estar confundido después de un golpe como éste, pero no acostumbra a ser duradero —añadió para reconfortarlo.
—No, no —protestó Cadderly, pero dejó que Danica lo apartara.
—¿Qué puerta? —preguntó Avery, aturdido, por tercera vez.
—Se ha golpeado la cabeza —interrumpió Danica.
—Pensé… —empezó Cadderly—. Debe de haber sido un sueño —miró a Avery directamente—, pero qué sueño tan extraño.
El suspiro de Rufo se oyó.
—¿No está muy mal herido? —preguntó el larguirucho joven, avergonzado, cuando las expresiones de curiosidad de los presentes se volvieron hacia él.
—No demasiado —replicó Danica, con el tono de su voz apuntando sus sospechas.
Cadderly apenas se dio cuenta, estaba demasiado concentrado tratando de recordar.
—¿Qué debe haber aquí debajo? —preguntó impulsivamente.
—Nada que deba preocuparte —contestó Avery con brusquedad.
—¿Criptas? —preguntó Cadderly, mientras los esqueletos andaban intangiblemente, de nuevo, por su subconsciente.
—¡Nada que deba preocuparte! —respondió Avery con severidad—. Me estoy cansando de tu curiosidad, hermano.
Cadderly también estaba contrariado, no disfrutaba con los rompecabezas de su propia mente. La mirada de Avery era inflexible, pero Cadderly estaba demasiado alterado como para estar asustado.
—¡Ssh! —susurró Cadderly con sarcasmo, llevándose un dedo a los labios—. No querréis que Deneir, cuyo mandamiento es la búsqueda de conocimiento, os oiga decir eso.
La cara de Avery se tornó tan roja que Cadderly casi esperó que estallara.
—Vete a ver a los sanadores —gruñó el maestre a Cadderly—, luego ven a verme. Tengo miles de tareas para ti. —Se volvió y salió del lugar como un huracán con Rufo pisándole los talones, aunque durante todo el camino hacia las escaleras, estuvo mirando atrás por encima de los hombros.
Danica dio un codazo enérgico y doloroso a Cadderly, contra sus severamente amoratadas costillas.
—Nunca sabes cuando mantener la boca cerrada —dijo ella—. Si sigues hablando así al maestre Avery, ¡nunca encontraremos la oportunidad de vernos! —Con la antorcha en una mano y la otra en la espalda del joven, lo empujó con brusquedad hacia las distantes escaleras.
Cadderly la miró; pensando que le debía una disculpa, pero vio que Danica aguantaba la risa y se dio cuenta de que en realidad no reprobaba su sarcasmo.
Barjin observó cómo el denso vapor de humo rojizo se elevaba del frasco abierto y se deslizaba entre las grietas del techo, abriéndose camino hacia la biblioteca de arriba. El avieso clérigo aún tenía algunos preparativos que hacer para completar el ritual con formalidad, tal como se acordó en el Castillo de la Tríada, pero éstos eran una mera formalidad. El Horror Más Sombrío había sido liberado, y la maldición del caos estaba en camino.
Aquí tardaría más tiempo en cobrarse un número de víctimas, supo Barjin, que el que necesitó con Haverly en el Castillo de la Tríada. De acuerdo con Aballister, Haverly había respirado una dosis concentrada directamente a sus pulmones. Producir el elixir era demasiado caro para lograr esos efectos en cada uno de los enemigos, por eso la mezcla en la redoma de humo sin fin había sido muy diluida. Los clérigos de este lugar absorberían el elixir gradualmente, cada hora acercándolos más al borde de la ruina. Barjin no tenía dudas. Creía en los poderes del elixir, en los poderes de su diosa, y en particular con él sirviéndole de intermediario.
—Veamos cómo se comportan estos tontos piadosos cuando sus auténticas emociones se pongan al descubierto —rió con disimulo hacia Mullivy. El zombie no respondió, desde luego. Estaba muy quieto, sin pestañear, impasible. Barjin le dirigió una mirada agria y se volvió hacia la redoma de humo sin fin.
—Los próximos días serán los más peligrosos —murmuró—. A partir de ahí los clérigos no tendrán poder para enfrentarse a mí. —Volvió a mirar a Mullivy y sonrió con malevolencia.
—Estaremos preparados —prometió Barjin. Ya tenía docenas de esqueletos animados y había imbuido más conjuros en el cadáver de Mullivy para fortalecerlo. Y, desde luego, estaba Khalif, el soldado más apreciado por Barjin, que esperaba sus órdenes en el sarcófago justo al lado de la puerta de la sala del altar.
Barjin se proponía añadir nuevas y más horribles aberraciones a su creciente ejército. Primero destaparía la piedra del nigromante para ver qué aliados nomuertos podría traerle. Luego, haría caso del consejo de Aballister y abriría un portal a los planos inferiores, invocando monstruos menores para servirle como consejeros y exploradores en su maligna red en expansión.
—Dejemos que los clérigos botarates vengan tras nosotros —dijo Barjin, mientras sacaba un libro antiguo y maligno, un libro de brujería y nigromancia, de los pliegues de su túnica—. ¡Dejemos que vean el horror que les ha caído encima!