El mundo de Barjin
Cadderly se levantó en la más absoluta oscuridad, no podía ver su mano ni moviendo los dedos justo a pocos centímetros de la cara. Aunque los otros sentidos le decían mucho. Podía oler el polvo denso y sentir los pegajosos hilos de telaraña que colgaban por doquier.
—¡Rufo! —llamó, pero su voz no llegó a ningún sitio en el aire corrompido, únicamente le recordó que estaba solo en la oscuridad. Se arrastró hasta ponerse de rodillas y se dio cuenta de que tenía arañazos en una docena de sitios, en particular en un lado de la cabeza, y que su túnica tenía costras como si fueran de sangre seca. La antorcha descansaba a su lado pero al alcanzarla, Cadderly se dio cuenta que se había apagado muchas horas antes.
Cadderly chasqueó los dedos, y luego se llevó la mano al cinturón. Un momento después sacó el tapón de un tubo cilíndrico y un rayo de luz cortó la oscuridad. Incluso para Cadderly, la luz parecía un intruso en esos corredores que sólo habían conocido la oscuridad durante muchos siglos. Una docena de pequeñas criaturas se escabulleron en los extremos del ángulo de visión de Cadderly, justo fuera de la luz.
«Mejor dejar que se vayan —pensó—, que permitirles aguardar en la oscuridad a que me acerque».
Cadderly examinó los alrededores más cercanos con el tubo de luz abierto de par en par, y en particular enfocando la escalera desvencijada que estaba junto a él. Algunos peldaños aguantaban unidos en la parte de arriba, cerca de la puerta cerrada, pero muchas de las tablas estaban diseminadas por el suelo, al parecer rotas por la pesada caída de Cadderly. No era fácil retroceder por ese camino, se dijo a sí mismo, y estrechó el haz de luz para poder iluminar a mayor distancia. Estaba en un corredor, uno de los muchos que se cruzaban y entrelazaban para formar un laberinto parecido a un panal, a juzgar por las muchas entradas que se alineaban en las paredes de cada lado. Los arcos de soporte eran similares a los de arriba, en la biblioteca, pero con un diseño arquitectónico más antiguo, eran incluso más anchos y más bajos, y parecían aún más achaparrados al estar cubiertos por capas de polvo, telarañas colgando, y promesas de cosas espeluznantes.
Cuando Cadderly se tomó un tiempo para examinarse, descubrió que su túnica estaba, como había esperado, manchada con su propia sangre. Observó que había una tabla rota a su lado, muy astillada y con manchas oscuras. Con indecisión, el joven clérigo se desabrochó la túnica y la dejó a un lado, esperando ver una aparatosa herida.
En vez de eso vio un corte y una magulladura. A pesar de que los clérigos dedicados a Deneir, incluso los de su edad, eran consumados sanadores, Cadderly a duras penas había ejercitado las artes curativas. Aunque podía decir, por las manchas en la tabla astillada, que la herida era profunda y eso era obvio no sólo por la camisa mojada sino porque había perdido una considerable cantidad de sangre. La herida estaba sin lugar a dudas cicatrizando, y si alguna vez había sido seria, ahora ya no lo era.
—¿Rufo? —llamó Cadderly otra vez, mientras se preguntaba si su compañero bajó tras él y lo curó. No hubo respuesta, ni un sonido en el pasillo polvoriento—. ¿Si no ha sido Rufo, entonces quién? —se preguntó en voz baja. Se encogió de hombros un momento más tarde, el acertijo estaba más allá de su comprensión.
—Joven y fuerte —se congratuló Cadderly sin tener otra respuesta. Se estiró para apartar el resto de dolores y finalizó la inspección de la zona, al tiempo que se preguntaba si había alguna manera de reconstruir lo suficiente la escalera para subir hasta la puerta. Dejó el tubo de la luz en el suelo y unió algunas tablas. La madera estaba muy deteriorada, rota más allá de toda esperanza, aunque Cadderly pensó que demasiado para haber sido causada sólo por su caída. Muchas piezas no eran nada más que astillas, como si hubieran sido golpeadas reiteradamente.
Al cabo de un rato, Cadderly abandonó la idea de volver a través de la bodega. La madera, vieja y podrida, nunca soportaría su peso incluso si podía encontrar una manera de unirla otra vez.
—Podría ser peor —murmuró, mientras recogía la luz y sacaba el buzak de una bolsa. Respiró hondo para tranquilizarse y empezó, cualquier camino parecía tan bueno como otro.
Unas cosas reptantes pasaban velozmente hacia agujeros oscuros por el perímetro del rayo de luz y notó que un escalofrío le recorría la espalda al imaginar otra vez cómo podría ser este recorrido en la oscuridad.
Los muros eran de obra vista en muchos de los pasajes, aplastada bajo incontables toneladas y agrietada por muchos sitios. Los bajorrelieves habían desaparecido, las líneas del cincel de un artista llenas del polvo de los siglos, el delicado detalle de las esculturas reemplazado por el trabajo artístico de las telas de araña. En algún lugar, en la tenebrosa distancia, Cadderly oyó el gotear del agua, un monótono y muerto tumptump.
—Los latidos de las catacumbas —murmuró torvamente, y la idea no le reconfortó.
Vagó durante muchos minutos, tratando de descubrir un esquema lógico para entender la disposición del túnel. Mientras que los constructores de la biblioteca original habían sido un grupo metódico y habían planeado con cuidado el diseño de las catacumbas, los propósitos iniciales, y las direcciones de los diferentes túneles habían sido adaptados a lo largo de las décadas para encajar en las necesidades cambiantes de la estructura superior.
Cada vez que Cadderly pensaba que tenía alguna noción de dónde podía estar, la siguiente esquina se la quitaba de la cabeza. Se movió a lo largo de un corredor ancho y bajo, tomando la precaución de mantenerse alejado de las cajas de madera alineadas en las paredes. «Si era la zona de almacenaje», pensó, «debe haber cerca una salida al exterior, quizás un túnel lo suficientemente grande para los carros». El corredor finalizó en una gran bóveda que se dividía en forma de abanico bajo dos arcos más pequeños a izquierda y derecha. Éstos estaban llenos de telarañas tan gruesas que Cadderly tuvo que coger una tabla de las cajas sólo para poder hacer un agujero para atravesarlas.
Los pasillos, más allá de la intersección abovedada, eran idénticos, construcción de piedra y tan sólo la mitad de anchos que el corredor por el que había pasado. Su instinto le dijo de ir a la izquierda, pero no era más que una conjetura, porque gracias a los sinuosos caminos, Cadderly, en realidad, no sabía dónde estaba en relación a los edificios superiores.
Mantuvo un paso ligero, mientras seguía el estrecho haz de luz y trataba de ignorar los chillidos de las ratas y los peligros imaginarios de los lados y a su espalda. Sus miedos eran persistentes, y cada paso le costaba más esfuerzo. Movió la luz de lado a lado y vio que los muros de este pasaje estaban llenos de agujeros oscuros, nichos. Escondites, imaginó Cadderly, para monstruos agazapados.
Se volvió con lentitud, acompañado de la luz, y se dio cuenta, en la estrecha iluminación del camino que se extendía ante su mirada, que había dejado atrás los primeros grupos de esos nichos. Un escalofrío recorrió su espalda, al imaginarse el propósito de estos agujeros incluso antes de que la luz incidiera apropiadamente para ver su interior.
Cadderly dio un salto atrás. El lejano tumptump de las catacumbas continuó sin parar, pero el corazón del joven erudito se detuvo durante unos instantes, porque el haz de luz se posó sobre un esqueleto sentado a sólo un metro de él. Si este pasillo había sido habilitado para el almacenaje, ¡sin lugar a dudas sus mercancías eran macabras! Donde una vez hubo cajas de comida, ahora sólo había alimento para los carroñeros. Cadderly descubrió que había entrado en las criptas, los tumbas de los primeros estudiosos de la Biblioteca Edificante.
El esqueleto parecía impasible y abstraído, con el sudario andrajoso y las manos cruzadas sobre el regazo. Las telarañas se extendían desde una docena de ángulos en el pequeño nicho, pareciendo aguantar la osamenta en su enderezada postura.
Cadderly sublimó su creciente terror al recordar que éstos eran simplemente restos naturales, los restos de grandes hombres, de buen corazón y pensamiento, y que él, también, un día se parecería al esqueleto sentado ante él. Miró atrás, contó cuatro nichos a cada lado de las paredes del pasillo y reflexionó si debía volver sobre sus pasos.
Con testarudez, Cadderly apartó todos sus miedos por irracionales y se volvió a centrar en el camino que seguía. Mantuvo la luz en mitad del pasillo, sin querer ver en los nichos, sin querer probar hasta dónde llegaba su determinación.
Pero sus ojos miraban ineludiblemente a los lados, hacia la oscuridad silenciosa. Se imaginó cráneos volviéndose con lentitud a su paso.
Algunos miedos no eran tan fáciles de conquistar.
Un ruido atrás, a su izquierda, hizo volverse a Cadderly con el buzak preparado. Sus reflejos defensivos lanzaron el arma antes de que su mente pudiera registrar la fuente del ruido, una pequeña rata que se arrastraba a través del tambaleante cráneo.
El roedor salió disparado hacia las telarañas y la oscuridad cuando los discos le dieron de lleno en la frente. La inestable calavera también voló, rebotando en la pared del fondo del nicho, cayendo por delante de su antiguo propietario, y deteniéndose con un tableteo entre las piernas del esqueleto sentado.
Cadderly rió quedo, una risa tranquilizadora ante su cobardía. El sonido murió con rapidez tan pronto la polvorienta calma regresó al antiguo pasaje, y Cadderly se relajó… hasta que el esqueleto cogió el cráneo de entre sus piernas y se lo volvió a poner.
Cadderly tropezó con la pared a su espalda, y de repente sintió que unos huesos le agarraban el codo. Se apartó, con un movimiento lanzó el buzak al nuevo enemigo, y se volvió para huir, sin pararse a ver el daño que había causado el arma. Aunque, al mover la luz a su alrededor, vio que los esqueletos que había dejado atrás se habían levantado y congregado en el corredor, y ahora avanzaban con sus caras agarrotadas en sonrisas macabras, sus brazos extendidos como si desearan empujar a Cadderly a su reino oscuro.
Sólo había un camino libre y hacia allí se dirigió a toda prisa mientras trataba de mantener los ojos hacia adelante, e ignorar el ruido de huesos que hacían todavía más esqueletos al levantarse de cada uno de los nichos por los que pasaba. Sólo podía esperar que cerca no hubiera arañas monstruosas, pensó mientras cargaba a través de otra arcada llena de redes, degustando telarañas y escupiéndolas con asco. Trastabilló y cayó más de una vez pero siempre consiguió levantarse, corriendo a ciegas, sin saber a dónde debía dirigirse, sólo que tenía que mantener a los muertos vivientes a su espalda.
Más pasillos. Más criptas. El ruido de huesos aumentó detrás de él y volvió a oír, alarmantemente claro, el tumptump, el goteo, el latido de las catacumbas. Se lanzó contra otra arcada llena de telarañas, y luego otra, hasta llegar a una intersección con tres pasillos. Giró a la izquierda para descubrir que los esqueletos ya se habían levantado para bloquear su camino.
Corrió hacia la derecha, demasiado atemorizado para analizar cualquier patrón a seguir, demasiado ocupado para darse cuenta de que estaba siendo dirigido.
Llegó a otra bóveda baja y notó que ésta no tenía redes, pero no tuvo tiempo para detenerse y considerar las implicaciones. Estaba en un corredor más alto y más ancho, una sala magnífica, y vio que los nichos no estaban llenos de esqueletos con las mortajas hechas harapos, sino de sarcófagos erguidos, con detalles exquisitos de metales y piedras preciosas.
Cadderly sólo los atisbó por un instante, porque al final del largo corredor vio claridad, no luz diurna, a la que habría dado la bienvenida con los brazos abiertos, pero a pesar de todo era luz, que se asomaba entre las grietas y los cierres aflojados de una antigua puerta.
El tableteo se intensificó, resonando a su alrededor. Una espectral niebla roja se elevó a sus pies, al tiempo que seguía sus pasos y añadía a la escena una calidad surreal y onírica. Realidad y pesadilla luchaban en sus pensamientos precipitados, la razón luchando contra el miedo.
Cadderly sabía que la luz era determinante para esa batalla.
El joven estudioso se tambaleó hacia adelante, arrastrando los pies como si la propia niebla pesara demasiado sobre ellos. Bajó los hombros, proponiéndose empujar la puerta, cargar directamente contra la luz.
La puerta se abrió con un chirrido justo antes de la colisión, trastabilló y cayó de rodillas en el suelo limpio de la habitación. Entonces la puerta se cerró por iniciativa propia, para dejar fuera, en la oscuridad, la niebla roja y el ruido de huesos. Cadderly permaneció muy quieto durante un largo rato, confundido mientras trataba de tranquilizarse.
Al cabo de un rato, el joven se levantó vacilante para reconocer la habitación, casi sin darse cuenta de que, a su espalda, la puerta se había cerrado. Estaba impresionado por la limpieza de esta sala, demasiado fuera de lugar en estas catacumbas. Reconoció el lugar como una antigua sala de estudio, era de una apariencia similar y contenía muebles parecidos a los estudios que aún se usaban en la propia biblioteca. Algunos gabinetes pequeños, mesas de trabajo, estanterías vacías colocadas a intervalos regulares por la habitación, y un brasero que descansaba sobre un trípode junto a la pared de la derecha. Dos antorchas ardían en los candelabros de la pared, y los muros estaban cubiertos de estantes vacíos excepto por unos pocos y desperdigados pergaminos, amarillos por el tiempo, y una ocasional escultura pequeña, que quizá fue la tapa de un libro. La mirada de Cadderly se dirigió primero hacia el brasero, al notarlo extrañamente fuera de lugar, pero fue el despliegue en el centro de la sala lo que finalmente captó su atención.
Allí estaba situada una mesa estrecha y alargada, con un cobertor púrpura y escarlata extendido sobre ella y que colgaba por delante y a los lados. Encima de la mesa había un pequeño estrado, y encima de éste una botella cerrada con un gran tapón y llena de una sustancia roja y brillante. Frente a la botella había un cuenco plateado, quizá de platino, de intrincado diseño y cubierto de extrañas runas.
Cadderly apenas estaba sorprendido, o alarmado, por la niebla azul que cubría el suelo y se arremolinaba a sus pies. La aventura entera le había dado una impresión de borrosa irrealidad. Racionalmente, podía decirse que estaba del todo despierto, pero el dolor apagado a un lado de la cabeza le hizo preguntarse la gravedad con la que se la había golpeado. Aunque fuera lo que fuera, Cadderly estaba ahora más intrigado que asustado, y así, con un gran esfuerzo, se obligó a levantarse y dio un paso cauteloso hacia la mesa central.
Allí había dibujos, tridentes con puntas rematadas en forma de redoma, bordados en la tela. Se dio cuenta de que las pociones de los dibujos eran parecidas a la real, la que estaba encima de la mesa. Pensó que conocía muchos de los símbolos sagrados y los blasones de las ligas más importantes de los Reinos, pero éste le era totalmente extraño. Deseó haber preparado algunos conjuros que pudieran revelar más cosas del extraño altar, si es que lo era. El joven sonrió ante su propia ineptitud, después de todo raras veces preparaba algún conjuro, e incluso cuando se tomaba el tiempo, sus logros con la magia sacerdotal estaban lejos de ser los esperados. Era más un erudito que un clérigo, y veía sus votos a Deneir más como un pacto de actitud y prioridades que como un compromiso de devoción.
Al acercarse a la mesa, vio que el cuenco plateado estaba lleno de un líquido transparente, con toda probabilidad agua, aunque Cadderly no se atrevió a hundir los dedos en ella. Estaba más intrigado por la botella incandescente, Cadderly le dio poca importancia al recipiente, pero el reflejo de la redoma en ese extraño cuenco cubierto de runas, de pronto, captó su atención y por alguna razón la soltó.
Cadderly se sintió arrastrado hacia la imagen reflejada. Se acercó directo hacia la escudilla y se inclinó, con la cara casi tocando el líquido. Entonces, como si una piedrecita hubiera caído en el líquido, pequeñas ondas circulares se movieron desde el centro exacto. Lejos de romper la concentración de Cadderly en el reflejo, la danza acuática la acentuó. La luz rebotó y giró alrededor de las diminutas olas y la imagen de la botella se alargó y dobló, de lado a lado.
Cadderly supo de alguna manera que el agua era agradablemente cálida. Quiso sumergirse en el cuenco, para silenciar todos los sonidos del mundo a su alrededor en una calma líquida y no sentir nada excepto la calidez.
La imagen aún estaba allí, bamboleándose de manera seductora, capturando los pensamientos de Cadderly.
Levantó la mirada hacia la botella. En lo más profundo de su ser sabía que algo estaba mal y que debía resistirse a las sensaciones extrañamente reconfortantes. Los objetos inanimados se suponía que no sugestionaban.
Abre la botella, dijo una voz en su cabeza. No reconoció la voz confortante, pero era prometedora de placeres. Abre la botella.
Antes de darse cuenta de lo que hacía, tenía la botella en las manos. No tenía ni idea de lo que el recipiente era en realidad, ni cómo ni por qué se había levantado este altar desconocido. Aquí había un peligro, percibió Cadderly, pero no podía discernirlo con claridad, las ondas en el cuenco plateado habían sido demasiado subyugantes.
Abre la botella, dijo la tranquila sugestión una tercera vez. Cadderly no pudo determinar si debía o no resistirse y ese titubeo debilitó su resolución. El tapón estaba bien cerrado, pero no demasiado, y salió con un sonoro ¡fump!
El ruido penetró a través de la confusa neblina que era la mente del joven erudito, sonó como la llamada a la realidad de un clarín, avisándolo del riesgo que había asumido, pero era demasiado tarde.
Un humo rojo salió del frasco engullendo a Cadderly y esparciéndose para llenar la habitación. Cadderly se dio cuenta del error al instante y se movió para devolver el tapón a su sitio, pero un enemigo inadvertido, que observaba desde detrás de un armario, ya estaba dispuesto para actuar.
—¡Detente! —ordenó una voz inquebrantable desde un lado de la habitación.
Cadderly tenía el tapón casi puesto en la botella cuando sus manos dejaron de moverse. El humo aún se desparramaba. Cadderly no pudo reaccionar, no pudo moverse en absoluto, ni siquiera pudo hacer que sus ojos se volvieran. Su cuerpo entero quedó extrañamente adormecido, hormigueó a causa de su paralización por un control mágico. Instantes más tarde, vio una mano aparecer a su lado pero a pesar de eso no sintió cómo la botella era arrancada de sus manos. Luego fue girado a la fuerza para enfrentarse a un hombre que no conocía.
El hombre estaba cantando y moviendo las manos aunque Cadderly no podía oír las palabras. Reconoció los movimientos como algún tipo de conjuro y supo que estaba en terrible peligro. Su mente luchó contra la parálisis que le había doblegado.
Era un esfuerzo inútil.
Cadderly sintió cómo se cerraban sus ojos. La sensibilidad volvió de golpe a sus extremidades, pero todo se volvió oscuro a su alrededor y se sintió a sí mismo cayendo, cayendo para siempre.
—Ven jardinero —dijo Barjin. Del mismo armario en que Barjin se había escondido vino el cadáver pálido de Mullivy.
Barjin se tomó un momento para inspeccionar a su nueva víctima. El tubo de luz de Cadderly y el buzak, junto a una docena de curiosidades, intrigaron al clérigo, pero Barjin olvidó con rapidez la idea de coger algo. Había usado el mismo conjuro de amnesia en este chico que en el alto y anguloso en la bodega.
Barjin sabía que este hombre, no como el otro, tenía una mente y una voluntad fuertes, e inconscientemente lucharía contra el conjuro. Los objetos desaparecidos podrían ayudarlo en su lucha por recuperar partes bloqueadas de la memoria, y para el clérigo, solo y bajo un ejército virtual de enemigos, eso podría ser desastroso.
Barjin puso una mano sobre la maza hambrienta. Quizás ahora pudiera matar a éste, añadir al joven clérigo a su ejército de nomuertos de manera que no le diera ningún problema en el futuro. El clérigo malvado descartó la idea tan pronto como le había venido, su diosa, una deidad del caos, no aprobaría la eliminación de una ironía tan atroz, este hombre había servido de catalizador para la maldición, ¡dejemos que vea la destrucción creada por sus propias manos!
—Tráelo —ordenó Barjin, dándole a Cadderly al zombie. Con un solo brazo, rígido y con poco esfuerzo, Mullivy levantó a Cadderly del suelo.
—Y trae la vieja escalera —añadió Barjin—. Debemos volver a la bodega. Tenemos mucho trabajo que hacer antes del amanecer.
Barjin se retorció las manos con renovado interés. La primera parte del ritual se había ejecutado con facilidad, todo lo que quedaba para completar la maldición, soltar por completo el Horror Más Sombrío sobre la Biblioteca Edificante, eran unas pocas ceremonias menores.