Catalizador
Pikel sacudió ligeramente la cabeza y continuó mezclando el contenido del caldero con la enorme cuchara de madera mientras Cadderly sopesaba las malas noticias de Iván.
—¿Puedes acabar la ballesta? —preguntó Cadderly.
—Puedo —contestó Iván—, pero pienso que deberías estar más preocupado ante la que te espera, chico. La directora no estaba muy contenta cuando encontró su tapiz en mi cocina, y se puso muy seria cuando vio que Pikel había derramado salsa en una esquina.
Cadderly dio un respingo ante ese comentario. La directora Pertelope era una mujer tolerante, en especial con Cadderly y sus inventos, pero por encima de todo lo demás valoraba su colección de arte. El tapiz que mostraba la guerra élfica era uno de sus favoritos.
—Lo siento si os he causado algún problema a los dos —dijo Cadderly con sinceridad, aunque el honesto arrepentimiento no le impidió hundir los dedos en un cuenco que Iván había usado hacía poco para hacer un pastel—. No creo…
—Ningún problema —refunfuñó el enano, agitando los brazos para que no se preocupara—. Precisamente te hemos echado todas las culpas a ti.
—Tú acaba la ballesta —dijo Cadderly con una risita poco entusiasta—, que yo iré a ver a la Maestre Pertelope para poner las cosas en su sitio.
—A lo mejor la Maestre Pertelope vendrá a verte —dijo una voz desde la entrada de la cocina que estaba a la espalda de Cadderly. El joven estudioso se volvió con lentitud y se sobresaltó aún más cuando vio que el Maestre Avery estaba al lado de Pertelope.
—Así que has pasado de mala conducta a robo —destacó Avery—. Me temo que tu permanencia en la biblioteca está llegando a su fin, Hermano Cadderly, aunque esta desafortunada situación no era del todo inesperada, dada tu heren…
—Debes darle la oportunidad de explicarse —interrumpió Pertelope, lanzando una repentina mirada furiosa en dirección a Avery—. No estoy contenta, cualquiera que sea la excusa que puedas darme.
—Tenía… —tartamudeó Cadderly—. Quería…
—¡Basta! —ordenó Avery mientras miraba ceñudo a Cadderly y a la directora—. Podrás explicarte sobre el tapiz de la Maestre Pertelope más tarde —dijo a Cadderly—. Primero, dime por qué estás aquí. ¿No tienes trabajo que hacer? Pensaba que te había dado suficiente para mantenerte ocupado, pero si piensas lo contrario, ¡puedo corregir la situación!
—Estoy ocupado —insistió Cadderly—. Sólo quería comprobar la cocina, estar seguro de que no me había dejado algo por limpiar. —Tan pronto Cadderly miró alrededor, se dio cuenta de la ridiculez de sus palabras. Iván y Pikel nunca mantenían demasiado limpio el lugar. La mitad del suelo estaba cubierta de harina derramada, y la otra mitad con un surtido de especias y salsas. Cuencos enmohecidos, algunos vacíos y otros medio llenos de las comidas de la última semana, algunos con viandas de aún hacía más tiempo, situados en cada rincón, mostrador o mesa disponibles.
Avery frunció el ceño al descubrir que era mentira.
—Asegúrate de que la tarea se hace correctamente, Hermano Cadderly —dijo con dulzura el maestre rezumando sarcasmo—. Luego te puedes unir al Hermano Rufo en el inventario de la bodega. Serás informado de cómo procederá el Decano Thobicus con respecto a la más grande de tus infracciones. —Avery se volvió y con paso majestuoso se fue, pero Pertelope no lo siguió inmediatamente.
—Sé que querías devolver el tapiz —dijo la imponente anciana—. ¿Podría saber, después de todo, por qué tuviste la necesidad de cogerlo? Podías haber preguntado.
—Sólo lo necesitaba para unos días —contestó Cadderly. Miró a Iván y le señaló el cajón, el enano llegó hasta él y sacó la ballesta casi acabada.
Los ojos castaños de Pertelope brillaron ante el espectáculo. Atravesó la cocina y con indecisión cogió la pequeña arma de la mano del enano.
—Prodigioso —murmuró con verdadero respeto ante la reproducción.
—Gracias —replicó Cadderly con altanería.
—¡Oo oi! —añadió Pikel en tono triunfal.
—Os la habría mostrado —explicó Cadderly—, pero pensé que la sorpresa habría sido mayor cuando estuviera acabada.
Pertelope sonrió afectuosamente a Cadderly.
—¿Puedes terminarla sin el tapiz?
Cadderly asintió con la cabeza.
—Entonces la veré cuando esté acabada —dijo la directora de repente con seriedad—. Deberías haber preguntado por el tapiz —le reconvino, y entonces miró alrededor y añadió en voz baja—. No tengas miedo del Maestre Avery. Se exacerba, pero olvida rápido. Le gustas, cualquiera que sean sus baladronadas. Ahora, vuelve a tus deberes.
Barjin se deslizó de barril en barril, mientras estudiaba al hombre anguloso que trabajaba clasificando botellas de vino. El inicuo clérigo había sospechado que su víctima, el catalizador de la maldición del caos, vendría de la bodega, pero su ánimo se recobró cuando inesperadamente encontró a su hombre trabajando aquí, en su primera incursión más allá de la escalera desvencijada. La puerta hacia las catacumbas inferiores estaba ingeniosamente escondida, sin duda por el sediento jardinero, en una esquina alejada y atiborrada de la bodega. La puerta había sido olvidada durante mucho tiempo por los sacerdotes de la biblioteca, cosa que permitía a Barjin un acceso fácil y disimulado.
El placer de Barjin disminuyó bastante cuando consiguió acercarse lo suficiente por un lado de la habitación para lanzar algunos conjuros de investigación al sujeto. Los mismos conjuros habían dado resultados ambiguos en el jardinero; Barjin no hubiera dado por seguro si el viejo miserable era lo que necesitaba hasta que los glifos de protección lo hubieron lanzado lejos de la botella, pero los conjuros no eran tan ambiguos con respecto a Kierkan Rufo. El sujeto no era un ser inocente y no tendría más suerte con la poción mágica que el jardinero.
—Hipócrita —gruñó Barjin en silencio. Permaneció en las sombras y se preguntó cómo podría, a pesar de todo, encontrar algún uso para el larguirucho joven. Con certeza, la bodega no era un lugar común de visita, y Barjin no podía permitir a cualquiera que se paseara por ella sin sacarle un beneficio.
Estaba aún pensando en ello cuando, de improviso, un segundo clérigo apareció brincando por la escalera. Barjin observó con curiosidad al sonriente joven, con el pelo agitándose sobre sus hombros bajo un sombrero de ala ancha, al acercarse a hablar con el larguirucho. Los conjuros de investigación de Barjin aún no habían acabado, y cuando se centró en el recién llegado, su curiosidad se transformó en gozo.
Éste era su catalizador.
Observó un poco más, lo suficiente como para discernir que había algo de tensión entre los dos, luego se retiró a hurtadillas por la puerta escondida. Sabía que sus próximos movimientos iban a ser críticos y debían ser planeados con delicadeza.
—¿Podemos trabajar juntos? —pidió Cadderly con una voz exageradamente conciliadora.
Kierkan Rufo lo miró enfurecido.
—¿Tienes algunas artimañas planeadas contra mí? —preguntó—. ¿Alguna fruslería con la que reírte a mis expensas?
—¿Me estás diciendo que no te lo merecías? —preguntó Cadderly—. Empezaste la guerra cuando llevaste a Avery a mi habitación.
—Compadezco al soberbio escriba —respondió con mordacidad.
Cadderly empezó a contestar, pero se contuvo. Se compadecía de Rufo, en verdad era un clérigo despabilado. Cadderly sabía que los maestres habían dejado de lado a Rufo después del éxito de Cadderly con el libro del mago. Cadderly sabía que la herida era demasiado reciente como para mencionarla aquí, y ninguno de los dos deseaban trabajar juntos.
Rufo explicó su sistema de inventariado para que sus listas fueran compatibles. Cadderly vio algunas maneras de mejorarla pero no dijo nada.
—¿Lo entiendes? —preguntó Rufo, al tiempo que le daba a Cadderly un papel de inventario.
—Un buen sistema —dijo Cadderly y asintió.
Rufo lo despidió con brusquedad, y luego continuó su inventario, mientras andaba con lentitud entre los estantes largos y oscuros.
Un destello de luz en una esquina lejana captó la atención del joven larguirucho, pero desapareció tan pronto como surgió. Rufo irguió la cabeza, recogió la antorcha y avanzó con lentitud hacia la esquina. Un muro de barriles se anteponía en su camino, pero descubrió un hueco en un lado.
—¿Hay alguien ahí? —preguntó Rufo, un poco nervioso. Con la antorcha por delante, se asomó por el resquicio y vio el antiguo portal.
—¿Qué es esto? —dijo una voz a sus espaldas. Rufo dio un salto, sorprendido, se le cayó la antorcha a los pies, y volcó un barril al apartarse de la llama. No se tranquilizó cuando finalizó el estrépito y volvió la mirada a la cara sonriente de Cadderly.
—Es una puerta —replicó Rufo entre dientes.
Cadderly recogió la antorcha y miró con atención.
—¿Ahora podríamos ver a dónde conduce? —preguntó de forma retórica.
—No es de nuestra incumbencia —dijo Rufo con firmeza.
—Desde luego que sí —replicó Cadderly—. Es parte de la biblioteca y ésta es de nuestra incumbencia.
—Debemos decírselo a un maestre y dejar que él decida la manera adecuada de investigarlo —propuso Rufo—. Ahora dame la antorcha.
Cadderly lo ignoró y se acercó hacia la pequeña puerta de madera. Se abrió con facilidad mostrando una escalera descendente, y Cadderly se sorprendió y alegró una vez más.
—¡Seguramente esto nos traerá más problemas! —se quejó Rufo a sus espaldas—. ¿Deseas contar y limpiar hasta que cumplas cien años?
—¿Los niveles más bajos? —dijo Cadderly exaltado, al tiempo que ignoraba el aviso. Volvió la mirada hacia Rufo, con la cara resplandeciente gracias a la luz de la antorcha.
El nervioso Rufo se apartó de la extrañamente sombreada imagen. No pareció entender la exaltación de su compañero.
—Los niveles más bajos —repitió Cadderly como si pensara que esas palabras guardaran algún significado—. Cuando la biblioteca fue construida, mucha parte de ella estaba bajo tierra. Las Copo de Nieve eran más salvajes entonces, y los fundadores pensaron que un complejo subterráneo sería defendido con más facilidad. Las catacumbas más profundas fueron abandonadas cuando las montañas fueron menos peligrosas y el edificio ampliado. Con el tiempo se pensó que todas las salidas habían sido selladas. —Miró la sugerente escalera—. En apariencia éste no es el caso.
—Entonces se lo debemos decir a un maestre —declaró Rufo con nerviosismo—. No es nuestro trabajo investigar puertas escondidas.
Cadderly le lanzó una mirada de incredulidad, sin apenas creerse que Rufo fuera tan infantil.
—Se lo diremos —acordó el joven erudito hundiendo la cabeza en la oscuridad de la polvorienta abertura—. A su tiempo.
A corta distancia, Barjin observó a los dos chicos con ansiosa impaciencia, mientras con una mano agarraba la maza cruel que le proporcionaba seguridad. El malvado clérigo sabía que se la había jugado al invocar el destello mágico que señaló la localización de la puerta. Si los dos jóvenes decidían ir y decírselo a sus maestros, Barjin tendría que interceptarlos forzosamente. Sin embargo Barjin nunca había sido paciente, por ello había venido directamente a la Biblioteca Edificante en primer lugar. Había un cierto peligro en su jugada al venir aquí y descubrirles la puerta, pero los potenciales logros de ambas acciones no podían ser ignorados. Si estos dos decidían explorar, entonces Barjin habría dado un paso de gigante para poder realizar sus deseos.
Desaparecieron de la vista tras el muro de barriles, por lo que Barjin se deslizó con lentitud tras ellos.
—Las escaleras son bastante sólidas, aunque sean antiguas —oyó decir a Cadderly—. Y se adentran bajo tierra a gran profundidad.
Pareciendo escéptico, incluso asustado, el anguloso clérigo se apartó con lentitud del área escondida.
—El maestre —murmuró en voz baja al tiempo que se volvía hacia las escaleras.
Barjin salió tras él.
Antes de que Rufo pudiera lanzar un grito, el conjuro del maligno clérigo cayó sobre él. La vista de Rufo se posó con rapidez sobre los ojos oscuros de Barjin y se quedaron en esa posición ante la mirada hipnótica de éste. En los estudios de magia, la hechicería siempre había sido el fuerte del carismático Barjin. La adopción de Talona no había disminuido ese toque, aunque los clérigos de la Señora de la Ponzoña normalmente no eran adeptos de tal magia, y Kierkan Rufo no era un oponente difícil.
Ni lo eran las sugestiones, acentuadas por la magia, de Barjin, hacia el hipnotizado Rufo, contrarias a los deseos más profundos del joven larguirucho.
Cadderly avanzó con lentitud hacia la puerta abierta sin apartar la mirada de la atrayente oscuridad situada más allá de los exiguos límites de la luz de su antorcha. «¿Qué maravillas permanecían aquí abajo en las habitaciones más antiguas de la Biblioteca Edificante?», se preguntó. «¿Qué secretos largamente olvidados acerca de los fundadores y los primeros estudiosos?». —Debemos investigar, estaremos trabajando aquí abajo durante muchos días— dijo Cadderly mientras se inclinaba hacia adelante y miraba con atención la escalera. —Nadie tendría que saberlo hasta que decidamos explicárselo.
A pesar de que la curiosidad lo corroía por los misterios que asomaban ante él, Cadderly tuvo el suficiente discernimiento para darse cuenta de que había sido traicionado tan pronto sintió una bota golpear la parte baja de su espalda. Se agarró a la débil barandilla, pero la madera se le rompió en la mano. Se las ingenió para girarse y vio a Rufo agazapado en el bajo dintel, con una expresión extraña, impávida, en su cara oscura y hundida.
La antorcha de Cadderly salió despedida y él dio unas cuantas vueltas en la oscuridad, rebotando escaleras abajo hasta caer pesadamente en el suelo de piedra situado más abajo. El mundo se tornó oscuro; y ya no oyó cómo se cerraba la puerta situada más arriba.
Kierkan Rufo, esa noche, fue directo desde la bodega a su habitación, deseando no encontrarse a nadie ni responder preguntas. Los recientes acontecimientos eran sólo un borrón para el joven hechizado. Recordaba vagamente lo que le había hecho a Cadderly, pero no estaba seguro de si había sido real o sólo un sueño. También recordaba haber cerrado y bloqueado la puerta disimulada. Allí había algo más, luchando por salir de la oscuridad, justo fuera del alcance de los recuerdos de Rufo.
Por mucho que lo intentó, el pobre Rufo no pudo recordar nada acerca de Barjin, como resultado de las instrucciones retorcidas del fascinante clérigo. En el fondo de su mente, Rufo tenía la sensación de que había hecho un amigo esta noche, uno que entendía sus frustraciones y que estaba de acuerdo en que Cadderly era un hombre ignominioso.