Conocer a tus aliados
La sala de reuniones del Castillo de la Tríada era bastante diferente del gran salón ornamentado de la Biblioteca Edificante. El techo era bajo y su puerta era achaparrada, con rejas, y fuertemente vigilada. Una mesa triangular dominaba la habitación, con tres sillas a cada lado, un grupo para los magos, otro para los guerreros y otro para los clérigos.
Examina la habitación, sugirió Druzil telepáticamente a Aballister que ya estaba en la habitación. El imp escrutó a través de los ojos del mago, usando su vínculo telepático para ver todo aquello que Aballister estaba mirando. Aballister hizo lo que le había dicho, dirigió su mirada en torno de la mesa triangular, primero a Ragnor y los otros dos guerreros, y luego a Barjin y sus dos compañeros sacerdotes.
Druzil rompió la conexión mental súbitamente y rió entre dientes, sabiendo que había dejado a Aballister completamente confundido. Podía sentir al mago intentar restablecer el vínculo, podía oír los pensamientos de Aballister llamándolo.
Pero Aballister no era un experto en telepatía, el imp había usado esta forma de comunicación durante más décadas que las que tenía la vida de Aballister, y era él quien decidía dónde y cuándo se establecía la comunicación. Por ahora, Druzil no tenía razones para continuar el contacto, había visto todo lo que necesitaba. Barjin estaba en la sala de reuniones y estaría ocupado por algún tiempo.
Druzil encontró su núcleo mágico, su esencia etérea, que le permitía trascender las reglas físicas que gobernaban a las criaturas de este plano. Unos segundos más tarde, el imp se desvaneció, volviéndose invisible, luego desapareció aleteando por los corredores hacia un ala del Castillo de la Tríada a la cual raramente iba.
Era un asunto arriesgado, Druzil lo sabía, pero si la maldición del caos iba a estar en manos del clérigo, entonces tenía que saber más de él.
Sabía que la puerta de Barjin estaría cerrada y fuertemente guardada contra intrusiones, pero consideraba esto un problema menor estando uno de los guardaespaldas de Barjin de pie, rígido justo al otro lado de la sala. Druzil entró en la mente del hombre lo justo para implantar una sugestión, una orden mágica.
Hay un intruso en la habitación de Barjin, dijo la llamada telepática de Druzil.
El guardia echó una ojeada nerviosa por un momento, como si buscara la fuente de la voz. Clavó los ojos durante un tiempo en la puerta de Barjin, mirando justo a través del imp, entonces con precipitación palpó unas llaves, dijo una palabra mágica para prevenir la explosión de los glifos, y entró.
Druzil vocalizó en silencio la misma orden mágica y lo siguió.
Después de unos minutos inspeccionando la, en apariencia vacía, habitación, el guardia sacudió la cabeza y se fue, cerrando la puerta a sus espaldas.
Druzil rió con disimulo ante la facilidad con la que podía controlar a algunos humanos. Pero el imp no tenía el tiempo ni el ánimo para regodearse, no con todos los misteriosos secretos de Barjin abiertos para ser inspeccionados.
La habitación era lo usual para un personaje de la categoría de Barjin. Una cama grande con dosel dominaba el muro opuesto a la puerta, con una mesilla de noche a su lado. Druzil se frotó las manos con impaciencia al dirigirse hacia la mesa. Encima, al lado de la lámpara, había un libro encuadernado en negro, y al lado, algunas plumas y un tintero.
—Qué considerado por tu parte el tener un diario —dijo Druzil con voz áspera, mientras abría el libro con cuidado. Leyó las primeras anotaciones, tenían fecha de hacía dos años. Muchas eran maldades de Barjin, relatos de sus abusos en los reinos septentrionales de Vaasa, Damara, y Narfell. El respeto de Druzil, ya de por sí considerable hacia el clérigo, aumentó al devorar las páginas. Barjin una vez había comandado un ejército y servido a un poderoso señor— no había referencias del hombre, si lo era —no como clérigo, ¡pero sí como mago!
Druzil se detuvo a considerar esta revelación, siseó y continuó la lectura.
Aunque formidable, Barjin admitió que no había sido el mago más poderoso al servicio de su señor; otra vez una referencia ambigua hacia el misterioso amo, dándole a Druzil la impresión que a lo mejor Barjin, incluso años atrás, temió escribirlo o decir en voz alta el nombre de la criatura. El ascenso al poder de Barjin había venido más tarde, cuando el ejército había adquirido un fervor religioso y su señor había asumido, aparentemente, un estado de divinidad.
No pudo contener una risita socarrona ante los notables paralelismos entre el ascenso del clérigo y transformación de la maldición del caos en un agente directo de una diosa.
Barjin se convirtió en un sacerdote y comandó un ejercito para colmar los deseos de su malvado amo de conquistar todo el norte. Los planes se arruinaron completamente cuando una orden de paladines, Druzil siseó ruidosamente cuando leyó esta maldita palabra, surgió en Damara y organizó un ejército propio. El amo de Barjin y muchos de sus secuaces cayeron, aunque el clérigo consiguió salir con vida y una parte de la riqueza acumulada por el ejército.
Barjin escapó al sur con unos pocos esbirros. Desde que su proclamado «dios» había desaparecido, sus poderes de clérigo habían disminuido considerablemente. Druzil se detuvo a pensar sobre esta revelación, en ningún lugar Barjin mencionaba su pretendido encuentro con la encarnación de Talona.
El diario continuaba para explicar la unión de Barjin con el triunvirato en el Castillo de la Tríada, otra vez sin mencionar la encarnación. Druzil rió con disimulo ante el oportunismo de Barjin. Incluso un año antes, llegando como un lamentable refugiado, el clérigo había embaucado a los líderes del castillo y había usado su fanatismo contra ellos.
Después de un mes en el castillo, Barjin había ascendido al tercer rango en la jerarquía sacerdotal, y sólo unas semanas más tarde, había tomado el mando como indiscutido jefe representativo de Talona. Y a pesar de todo, Druzil se dio cuenta, mientras pasaba las páginas con rapidez, que Barjin no pensaba lo suficiente en su diosa para escribir más que unas referencias de pasada.
Aballister estaba en lo correcto, Barjin era un impostor, un hecho que parecía importar poco, Druzil volvió reír ante la ironía, ante el caos puro.
Conocía lo suficiente el resto de la historia de Barjin, había estado presente incluso antes de su llegada. El diario, lamentablemente, no ofrecía más revelaciones, pero el imp no estaba decepcionado cuando cerró el libro, allí había más objetos para ser investigados.
Las ropas nuevas de Barjin, un gorro cónico y unas túnicas caras recamadas en rojo con la nueva insignia del triunvirato, colgaban al lado de la cama. Un engendro del símbolo de Talona, las tres lágrimas dentro de los extremos de un triángulo, que dibujaba un tridente, con sus tres púas rematadas por frascos en forma de lágrima, muy parecidos al que contenía la maldición del caos. Barjin la había diseñado personalmente, y sólo Ragnor se había resistido algo.
—Así que quieres divulgar la palabra de tu dios —murmuró Druzil unos instantes más tarde cuando descubrió bajo la cama un saco de dormir, una tienda plegada y una mochila llena. Cuando alcanzó los objetos dio súbitamente un salto atrás al sentir una presencia. Sintió los indicios de una comunicación telepática, pero no de Aballister. Con impaciencia, se introdujo bajo la cama y sacó los objetos fuera, al tiempo que reconocía inmediatamente la fuente telepática, la maza de Barjin.
—Dama Ululante —dijo Druzil, al devolver la manifestación telepática mientras examinaba el objeto de artesanía. La cabeza de obsidiana era la de una bonita joven, atractiva y extrañamente inofensiva. Druzil vio a través de la apariencia grotesca. Sabía que no era un arma forjada en el plano material, que estaba forjada en el Abismo, en los Nueve Infiernos, en Tarterus, o en alguno de los planos inferiores. Era sensible, obviamente, y estaba hambrienta. Druzil podía sentir su apetito, su sed de sangre. Observó con asombrada alegría cómo la maza realzaba ese punto, su cabeza de obsidiana lanzó una mirada lasciva y su boca dentada se abrió.
Druzil juntó sus manos y sonrió con malevolencia. Su respeto por Barjin continuó creciendo, cualquier mortal que llevara semejante arma debía ser sin lugar a dudas, poderoso. Los rumores alrededor de la fortaleza expresaban con desdén que Barjin no propiciaba el uso de la daga, el arma típica de los clérigos de Talona, pero al ver la maza de cerca y al sentir su terrible poder, Druzil estuvo de acuerdo con la elección del clérigo.
Dentro de la tienda plegada, encontró un brasero y un trípode casi tan intrincados y cubiertos de runas como los de Aballister.
—También eres mago, Barjin —musitó el imp, preguntándose qué futuros acontecimientos implicaría esto. De pronto Druzil imaginó lo que podría haber sido su vida si hubiese ido a través del brasero de Barjin, ante su llamada, en vez del de Aballister.
La mochila llena guardaba otros objetos maravillosos. Druzil encontró una vasija de platino forjado con incrustaciones de gemas, que sin duda valía la fortuna de un rey. Druzil lo dejó con cuidado en el suelo y siguió rebuscando en la mochila, tan eufórico como un orco hambriento agitando su mano en un nido de ratas.
Sacó un objeto pesado y consistente, del tamaño de un puño y envuelto en tela negra. Fuese lo que fuese emanaba energías mágicas con claridad, y Druzil tuvo cuidado de levantar sólo una de las puntas de la tela para echar un vistazo. Vio un gran zafiro negro, y lo reconoció como la piedra del nigromante, y al instante la envolvió de nuevo en la tela protectora. Si se exponía, esta clase de piedra podría llamar a los muertos, invocando necrófagos, fantasmas, o cualquier muerto viviente del área.
De propiedades similares era el pequeño frasco de cerámica que Druzil inspeccionó a continuación. Lo destapó y olió su contenido, estornudando al entrar cenizas en su ancha nariz.
—¿Cenizas? —murmuró el imp al mirar el interior con curiosidad. Bajo la tela negra la piedra del nigromante latió, y Druzil lo tuvo claro—. Un espíritu muerto hace tiempo —musitó cerrando con celeridad el frasco.
Ninguna cosa más tenía particular interés, por lo que Druzil lo empaquetó todo con cuidado y lo dejó en el mismo sitio en el que lo encontró. Se subió a la cama confortable, seguro de su invisibilidad, relajado, cavilando sobre todo aquello que había aprendido. Este Barjin era un humano con muchas habilidades, clérigo, mago, general, nociones de brujería, nigromancia, y quién sabe si algo más.
—Sí, un hombre con muchos recursos —sentenció Druzil. Se sintió mejor ante la implicación de Barjin en la maldición del caos. Comprobó telepáticamente durante un momento, mediante Aballister, que la reunión estaba en su pleno apogeo, y luego se congratuló de su astucia y puso sus regordetas manos tras la cabeza.
Pronto estuvo dormido.
—Sólo tenemos una botella adecuada —dijo Aballister en representación de los magos—. Las redomas de humo infinito son difíciles de crear, requieren gemas y metales raros, y todos sabemos lo costoso de elaborar incluso una pequeña cantidad del elixir. —Sintió cómo Barjin posaba sobre él una mirada escrutadora ante la referencia a los costos.
—No hables del Horror Más Sombrío como si fuera un elixir —exigió el líder religioso—. Antes podía haber sido sólo una poción mágica, pero ahora es mucho más.
—Tuanta Quiro Miancay —cantaron los otros dos clérigos, hombres feos, llenos de cicatrices, y de manchas tatuadas que cubrían cada centímetro de su piel.
Aballister le devolvió la mirada a Barjin. Quiso gritar ante la falsedad del clérigo, levantar a los otros dos contra él, pero sabiamente frenó su arrebato. Sabía que cualquier acusación contra Barjin produciría el efecto contrario y que él sería el blanco de las iras de los creyentes. Tenía que admitir que las estimaciones de Druzil habían sido correctas, el clérigo sin lugar a dudas había consolidado su poder.
—Preparar el Horror Más Sombrío —concedió Aballister—, ha vaciado nuestras arcas. Empezar de nuevo y crear más, y además adquirir otra botella, puede confirmar que estamos más allá de nuestras posibilidades.
—¿Porqué necesitamos esas botellas estúpidas? —interrumpió Ragnor—. Si el material es tan bueno como dices, entonces…
La respuesta de Barjin fue rápida.
—El Horror Más Sombrío es meramente un agente de Talona —explicó el clérigo con calma—. En sí mismo, no es un dios, pero nos ayudará a cumplir los designios de Talona.
Los ojos de Ragnor se entrecerraron amenazadores. Era obvio que la paciencia del ogrillón estaba justo a punto de acabarse.
—Todos tus seguidores aceptan el Tuanta Quiro Miancay —le recordó a Ragnor—, lo aceptan con todo su corazón. —Ragnor se recostó sobre el respaldo de su silla, sobresaltándose ante las implicaciones amenazadoras.
Aballister estudió a Barjin durante un largo rato, amedrentado por la facilidad con la que el clérigo había calmado al ogrillón. Era alto, enérgico e imponente, pero en el aspecto físico no era rival para Ragnor. Lo normal era que la fuerza física fuera todo lo que importara a un guerrero poderoso, y Ragnor normalmente mostraba menos respeto a los clérigos y a los magos del que daba al más despreciable de sus soldados. Barjin parecía ser la excepción, y en particular últimamente, pues Ragnor no se había opuesto a él en ninguna cuestión.
Aballister, aunque preocupado, no estaba sorprendido. Supo que los poderes de Barjin estaban más allá de las habilidades físicas de un clérigo. Era un seductor y un hipnotizador, un cuidadoso estratega que ponderaba la mente de su oponente por encima de todo lo demás, y usaba sus conjuros tanto para reforzar una situación favorable, como para debilitar a aquellos que pretendía destruir. Precisamente, unas semanas antes, se descubrió una conspiración dentro del avieso triunvirato. El único prisionero había resistido los interrogatorios de Ragnor, pagando con un dolor increíble y unos cuantos dedos del pie, pero Barjin tuvo al miserable hablando durante una hora, cantando de buen grado todo lo que sabía de sus compañeros conspiradores.
Corría la voz de que el hombre torturado creía realmente que Barjin era un aliado, hasta que el clérigo le destrozó la cabeza. Aballister no tenía ninguna duda acerca de aquellos rumores y no estaba sorprendido, así trabajaba Barjin, pocos podían resistir el carisma hipnótico del clérigo. Aballister no sabía demasiado de la antigua deidad de Barjin, perdida en los eriales de Vaasa, pero lo que había visto del repertorio de conjuros del clérigo refugiado estaba más allá de la norma de lo que él podía esperar de un sacerdote. De nuevo se apoyó en los rumores para encontrar respuestas, rumores que apuntaron que Barjin tenía nociones de hechicería así como de magia sacerdotal.
Barjin aún hablaba con reverencia del elixir cuando Aballister volvió su atención otra vez a la reunión. El sermoneo del clérigo tenía a sus compañeros y a los camaradas de Ragnor sobrecogidos. Aballister sacudió la cabeza y no se atrevió a interrumpir, consideró otra vez el rumbo que había tomado su vida, cómo la encarnación le había conducido a Druzil, y éste le había entregado la fórmula. Entonces la encarnación había dirigido a Barjin al Castillo de la Tríada. Ésta era la parte del rompecabezas que no encajaba en el razonamiento de Aballister. Después de vigilar al clérigo durante un año, Aballister seguía convencido de que Barjin no era un verdadero discípulo de Talona, pero volvió a recordar que éste, sincero o no, promovía la causa, y todo esto gracias a su dinero e influencia, de manera que toda la región pronto podría ser reclamada en el nombre de la diosa.
Aballister dejó escapar un profundo suspiro; éstas eran las paradojas del caos.
—¿Aballister? —inquirió el clérigo. El mago se aclaró la garganta con nerviosismo y echó una mirada alrededor, al darse cuenta que se había perdido buena parte de la conversación.
—Ragnor preguntaba acerca de la necesidad de las botellas —explicó educadamente Barjin.
—Las botellas, sí —vaciló Aballister—. El elix… El Horror Más Sombrío es potente con o sin ellas. Se necesitan cantidades diminutas para que la maldición del caos haga su efecto, pero dura poco tiempo. Con las redomas de humo infinito, el material divino se libera continuamente. Hemos creado sólo unas pocas gotas, pero creo que hay suficiente líquido para que funcione durante meses, quizá años, si la mezcla dentro de la botella es correcta.
Barjin miró alrededor e intercambió expresiones de asentimiento con sus camaradas clérigos.
—Hemos decidido que el agente de Talona está listo —declaró.
—Has decidido… —balbució aturdido el mago Dorigen.
Aballister clavó la mirada largo tiempo en Barjin. Había decidido tomar el mando de la reunión y sugerir lo mismo que ahora decía el clérigo, una vez más Barjin estaba un paso por delante, se había adelantado para robarle su idea.
—Somos los representantes de Talona —replicó Barjin con frialdad ante la afrenta de Dorigen. Sus camaradas asintieron estúpidamente.
Los dedos de Aballister cerrados con fuerza sobre la silla de roble casi rompieron un trozo de ésta.
—La diosa nos ha hablado, nos ha rebelado sus deseos —continuó Barjin con suficiencia—. ¡Nuestras conquistas empezarán pronto!
Ragnor golpeó la mesa con el puño mostrando su acuerdo con excitación, ahora el clérigo hablaba en términos que el guerrero ogrillón podía entender.
—¿Quién planeas que lleve la botella? —preguntó Ragnor sin ambages.
—La llevaré yo —contestó Aballister con presteza. Supo tan pronto oyó sus palabras, que su exigencia sonaba desesperada, un último intento para recobrar su posición de poder.
Barjin le lanzó una mirada escéptica.
—Fui yo quien tuvo un encuentro con la encarnación de Talona —insistió Aballister—. Y quien descubrió la fórmula para el Horror Más Sombrío.
—Por eso te lo agradecemos —remarcó el clérigo en tono condescendiente. Aballister empezó a protestar, pero se sentó en la silla cuando un mensaje mágico fue murmurado a su oreja. No luches contra mí por esto, mago, advirtió Barjin con calma.
Aballister supo que el momento crítico se acercaba. Si lo dejaba ahora, sintió que nunca podría recuperar su posición en el Castillo de la Tríada, pero si discutía con Barjin, con el arrebato religioso que el clérigo había inspirado, se dividiría la orden y podría encontrarse solo.
—Los clérigos de Talona llevarán la botella, desde luego —respondió Barjin a Ragnor—. Somos los verdaderos discípulos.
—Tú eres una rama del triunvirato gobernante —se atrevió a recordarle Aballister—. No reclames el Horror Más Sombrío como únicamente tuyo.
Ragnor no lo vio de la misma manera.
—Déjaselo a los clérigos —dijo el ogrillón.
La sorpresa de Aballister desapareció tan pronto se dio cuenta de que el ignorante guerrero, desconfiado ante la magia, estaba simplemente aliviado por no tener que llevar la botella.
—De acuerdo —zanjó Barjin con rapidez. Aballister empezó a hablar, pero Dorigen le puso una mano sobre el hombro y a continuación le lanzó una mirada rogándole que lo dejara.
—¿Tienes algo que decir, buen mago? —preguntó Barjin.
Aballister sacudió la cabeza y se hundió en la silla, y en el desánimo.
—Entonces está decidido —dijo Barjin—. El Horror Más Sombrío caerá sobre nuestros enemigos, llevado por mi segundo —señaló con la cabeza al clérigo de su derecha y al de su izquierda—; y por mi tercero.
—¡No! —saltó Aballister, al ver una manera de salvar algo de este desastre. Todas las miradas cayeron sobre él, vio a Ragnor poner la mano sobre la empuñadura de su espada—. ¿Tu segundo? —preguntó el mago, y ahora era él el que fingía un tono de incredulidad—. ¿Tu segundo? —Aballister se levantó de la silla y mantuvo los brazos extendidos.
—¿No es éste el agente directo de nuestra diosa? —sermoneó—. ¿No es éste el principio de nuestras ambiciones más grandes? No, sólo Barjin es apropiado para llevar tan preciado artefacto. Sólo Barjin puede empezar como es debido el reino del caos. —La asamblea se volvió como si fueran uno en dirección a Barjin, y Aballister volvió a su asiento, pensando que al final había engañado al astuto clérigo. Si podía sacar a Barjin del Castillo de la Tríada durante un tiempo, podría volver a ocupar su posición de interlocutor más importante de la hermandad.
Inesperadamente, el clérigo no discutió.
—Yo la llevaré —dijo. Miró a los otros clérigos, que estaban sorprendidos, y añadió—. E iré yo solo.
—¿Toda la diversión para ti? —reclamó Ragnor.
—Solamente la primera batalla de la guerra —respondió Barjin.
—Mis guerreros ansían una batalla —presionó Barjin—. ¡Tienen sed de sangre!
—¡Tendrán todo lo que puedan beber y más! —restalló el clérigo—. Pero yo iré primero y debilitaré a nuestros enemigos. Cuando vuelva, Ragnor puede liderar el segundo asalto.
Esto pareció satisfacer al ogrillón, y ahora Aballister entendió el plan de Barjin. Al ir en solitario, no sólo dejaría sus cohortes de sacerdotes para vigilarlo, también dejaría a Ragnor y sus soldados. Siempre compitiendo por el poder, el ogrillón, con el estímulo de los clérigos que quedaban, no permitiría a Aballister y a los magos recuperar una posición sólida.
—¿Dónde la dejarás? —preguntó Aballister—. ¿Y cuándo?
—Se han de hacer preparativos antes de que me vaya —respondió Barjin—. Cosas que sólo un clérigo, un verdadero discípulo, podría entender. Y sobre el dónde, no es de tu incumbencia.
—Pero… —empezó Aballister, para ser interrumpido con aspereza.
—Únicamente Talona me lo dirá —gruñó Barjin con carácter definitivo.
Aballister lo miró encolerizado pero no respondió. El clérigo era un oponente escurridizo, cada vez que lo tenía acorralado, él simplemente invocaba el nombre de la diosa, como si eso lo respondiera todo.
—Está decidido —continuó Barjin, al ver que no habría más réplicas—. La reunión ha finalizado.
Oh, lárgate, barboteó Druzil telepáticamente. Aballister le buscaba, trataba de entrar en su mente. Druzil sonrió ante su capacidad para mantener al mago apartado de su mente y se dio la vuelta con pereza.
Entonces el imp se dio cuenta de lo que podría significar la llamada de Aballister. Se sentó de un salto y miró en la mente de Aballister el tiempo suficiente para ver que el mago había vuelto a sus aposentos. Druzil no tenía intención de dormir tanto, hubiera querido largarse del lugar antes de que finalizara la reunión.
Druzil permaneció muy quieto cuando se abrió la puerta y Barjin entró en la habitación.
Si hubiera estado más atento, el clérigo habría notado la presencia invisible. Pero Barjin tenía otras cosas en su mente. Se lanzó hacia la cama y Druzil reculó, pensando que Barjin quería atacarlo. Pero Barjin, ansioso, se puso de rodillas y cogió la mochila y la maza encantada.
—Tu y yo —dijo Barjin a la maza, manteniéndola ante él—, difundiremos la palabra de su diosa y recogeremos las recompensas del caos. Ha pasado mucho tiempo desde que te regalaste con la sangre de los humanos, querida mía, demasiado tiempo —la maza no pudo responder en voz alta, desde luego, pero a Druzil le pareció ver una sonrisa en la cara esculpida de la hermosa chica.
—Y tú —dijo Barjin dirigiéndose al interior de la mochila, al frasco lleno de cenizas, pensó Druzil—, príncipe Khalif. ¿Podría ser tiempo de que volvieras a caminar sobre la tierra? —Barjin cerró la mochila y soltó una risotada sincera y contagiosa a la que Druzil casi se unió.
El imp recordó de pronto que él y Barjin no eran, por el momento, aliados formales, y que el clérigo demostraba ser un enemigo peligroso. Afortunadamente para el imp, el sacerdote, con sus prisas, no había cerrado la puerta. Druzil se descolgó de la cama, usando el sonido de las carcajadas de Barjin como cobertura, y se deslizó fuera de la habitación, no sin antes pronunciar, por si acaso, la contraseña para el glifo guardián al cruzar el dintel.
Barjin dejó el Castillo de la Tríada cinco días más tarde, llevando la redoma del humo sin fin. Viajó con un pequeño destacamento de guerreros de Ragnor, que sólo le servirían de escolta hasta el asentamiento humano de Carradoon, cerca del Lago Impresk, en las estribaciones del sudeste de las Montañas Copo de Nieve. Barjin iría solo desde allí hasta su destino final, el cual él y sus clérigos conspiradores todavía no habían revelado a los otros líderes del triunvirato.
De vuelta a la fortaleza, Aballister y los guerreros aguardaron tan pacientemente como fue posible, confiados en que llegaría su turno.
Las fuerzas de Ragnor no eran tan pacientes. El ogrillón quería guerra, quería empezar la ofensiva ahora mismo, aunque no era una criatura estúpida. Sabía que con sus pequeñas fuerzas, apenas un centenar de guerreros, a menos que se las arreglara para engatusar a las tribus vecinas de goblinoides para que se le unieran, no lo tendría fácil para conquistar el lago, las montañas y el bosque.
A pesar de su razonamiento, Ragnor estaba ansioso. Desde su primer día en el Castillo de la Tríada, hacía casi cinco años, el ogrillón había jurado venganza en el Bosque de Shilmista, a los elfos que habían vencido a su tribu expulsándolo a él y a los otros refugiados lejos del bosque.
Cada miembro del Castillo de la Tríada, desde el soldado más despreciable hasta el mago o el clérigo más poderoso, habían hablado del día en que saldrían de sus escondidas madrigueras y asolarían la región. Ahora todos contenían el aliento, mientras esperaban la vuelta de Barjin, mientras esperaban la confirmación de que la conquista había comenzado.