PROLOGO

Este es el comienzo típico de una novela de Emilio Salgari. Como recomendaba Horacio, la obra comienza in medias res, en plena acción, en el nudo del asunto.

Luego vendrán las explicaciones, pero, como primera medida, el lector se ve lanzando a un torbellino tumultuoso del que ya le es difícil salir hasta la última página.

Las novelas de Emilio Salgari tomaron al asalto Italia a finales del siglo pasado. No tardaron en invadir casi toda Europa, y muy especialmente España.

¿Quién era este italiano que tan bruscamente echaba por la borda la literatura blanda y sentimental que dominaba en las lecturas juveniles?

Era un forzado de la pluma, un hombre que para dar de comer a su familia pasaba horas y horas inclinado sobre una mesita en un modestísimo primer piso de la ciudad de Turín. Rellenaba cuartilla tras cuartilla con su letra menuda y difícil de entender mientras fumaba incesamente. Más de cien cigarrillos al día sostenían su tensión nerviosa. Apenas comía. Al atardecer, salta solo a dar un largo paseo por las afueras, mientras revolvía en su cabeza las próximas aventuras de sus héroes.

De aquella calle pobre del norte de Italia surgían historias que tenían por escenario los lugares más remotos del mundo: Malasia y Araucunia, las Antillas y África austral…

«Capitán Emilio Salgari» proclamaban las portadas brillantemente coloreadas de las ediciones italianas de aquellas historias. Pero, aunque estudió para marino mercante, es dudoso que consiguiera el título de capitán…

Había nacido en Verana en una fecha que no está totalmente clara. Él dice, en tinas memorias suyas publicadas postumamente, en 1929, que fue el 25 de septiembre de 1863. Es de suponer que, aunque esas memorias están muy elaboradas por los encargados de la edición, la fecha sea válida. Otros dan el 22 de agosto de 1862 y el 25 de agosto de 1863.

Su padre, que era comerciante de tejidos, le quería dedicar al comercio, pero el chico, que en la escuela fue pésimo estudiante, se rebeló. Quería ir al mar. Soñaba con aventuras y países lejanos. Los padres terminaron por llevarle al Instituto Náutico de Venecia, donde estudió unos años. En aquella época era dado a las pendencias y a las travesuras violentas. Se dedicó a aprender esgrima, que probablemente le atraía más que las lecciones teóricas.

De los dieciocho a los veintidós años cumplió su aspiración de navegar. Según unos, sólo lo hizo en barcos de cabotaje por el Adriático y el Mediterráneo. Otros aseguran que viajó por todo el mundo. En sus memorias, estos años de navegación están cubiertos por una fantasía en la que le vemos en unión de su famoso personaje Sandokan, corriendo aventuras por la Malasia. Las fiebres tropicales, dice, le obligaron a volver a su patria.

Se inició entonces en el periodismo, en el diario «Arena» de Verona. Tenía frecuentes polémicas con un rival del periódico «Adige» llamado Giuseppe Biasioli y terminó por abofetearle y desafiarle a duelo. El encuentro se riñó a sable en febrero de 1885 y Biasioli recibió un tajo en la cara que le dejó marcado para siempre. Salgari fue castigado con 50 liras de multa y cincuenta días de encarcelamiento en una fortaleza.

Comenzó a publicar novelas en forma de folletín en el periódico. Tras unos primeros intentos, escribió «I misteri della Jungla Nera» (Los misterios de la India en la versión española), que tuvo notable éxito. Le pagaron muy mal, como siempre durante toda su vida.

Por aquellos años conoció a la que había de ser su mujer. Actuaba ella en una compañía de aficionados que daban representaciones benéficas, y el periodista Salgari escribía reseñas enormemente elogiosas de la señorita Aida. Se casaron en 1892. Fue por entonces cuando abandonó el periodismo y se entregó por completo a la tarea de escribir novelas.

Las condiciones eran muy duras. Firmó un contrato por el que se comprometía a escribir tres volúmenes al año, cuyos derechos de autor cedía por la cantidad de 3000 liras. Escribía sin tregua, porque necesitaba más, y recurría incluso a lanzar novelas con seudónimo para evadir ciertas cláusulas de su contrato.

El matrimonio tuvo cuatro hijos, a los que pusieron nombres exóticos, como extraídos de las novelas de su padre: Fátima, Nadir, Romero, Ornar.

Mientras tanto, sus libros invadían Italia y se hacían muy buenas tiradas de ellos (hasta 80 000 ejemplares). El único que no obtenía beneficio era el autor.

Emilio Salgari, según los que le conocieron en su edad madura, era un hombre bajo, un poco calvo, con el rostro bondadoso, pese a sus fieros mostachos, algo abandonado en el vestir, sencillo y generoso, de modales bruscos y propenso a los arranques de ira y a las impaciencias. No le gustaban las diversiones. Rara vez iba al teatro y no frecuentaba cafés ni tertulias. Amaba extraordinariamente a su familia. El pensamiento del porvenir, de la vejez en la pobreza, le angustiaba continuamente.

Esta angustia se fue transformando en una depresión cada vez más grave. En 1908, una enfermedad de los ojos estuvo a punto de dejarle ciego. La felicidad del escritor al verse curado por un buen médico fue grandísima, pero poco duradera. Su mujer, enferma también de neurastenia, oscilaba al borde de la locura y Emilio Salgari hizo un primer intento de suicidio en 1910.

En 1911, cuando Aida hubo de ser llevada a una casa de salud, la mente del pobre novelista no pudo resistir más. Hay unas páginas suyas de aquellos últimos días que revelan cómo se perdía en las tinieblas de la desesperación. El 25 de abril, después de escribir una desgarradora despedida a sus hijos, Emilio Salgari se alejó de la ciudad y desapareció en un bosquecillo al que solía retirarse para pasear y meditar.

Al día siguiente encontraron su cuerpo acuchillado.

* * *

«El Rey del Aire» es una novela del período más fecundo de Emilio Salgari. Publicada en 1907, recoge de forma original dos temas muy vivos en aquella época. Uno, el de la navegación aérea; otro, el de las conspiraciones nihilistas contra el zar de Rusia y los feroces castigos que sufrían los forzados de Siberia.

En 1907, habían volado ya en su primer avión los hermanos Wilbur y Orville Wright, y en Europa comenzaban sus famosos vuelos los franceses Forman y Blériot. Todo el mundo civilizado se apasionaba con aquel tema, tan fascinante como ahora lo son las expediciones espaciales. Eran los comienzos de la navegación aérea, y sus problemas no estaban en absoluto resueltos. Ni siquiera se podía predecir si el triunfante iba a ser el globo dirigible o el aeroplano. Salgari, como otros novelistas de fantasía, puso su parte con una máquina maravillosa movida por aire líquido. El Gavilán sirve para deshacer una injusticia atroz en el imperio del zar… La combinación es irresistible y las emociones se suceden vertiginosamente.

Aquí hay que decir que, según cuentan sus hijos, Salgari escribía sin valerse de biblioteca alguna, sin consultar libros. Por ello, a veces, como en esta novela, cometía errores geográficos y de otro género, como veréis más adelante. Lo extraño es que en un libro como éste, en el que la acción se desplaza desde el Extremo Oriente a San Petersburgo, y desde allí a las islas del Atlántico Sur, no cometiera más… Pero éstos son defectos menores. Como siempre, los héroes de Salgari son generosos y valientes, la justicia triunfa al final; las aventuras son trepidantes.

La acción rápida y sin detenciones, y la lectura tremendamente entretenida. Para ayudarla, incluimos al final unas notas que aclararán algunos puntos.