Prefacio

Mi nombre es Robert Sherard y fui amigo de Oscar Wilde. Nos conocimos en París, en 1883. Él tenía en aquel entonces veintiocho años y ya había alcanzado la fama como escritor, hombre de avezado ingenio, raconteur y por haberse convertido en la «personalidad» preeminente del momento. Yo tenía veintidós años y no era más que un aspirante a periodista y a poeta y prácticamente un desconocido. Nos vimos por última vez en 1900, de nuevo en París, no mucho antes de su muerte prematura. Durante los diecisiete años que duró nuestra amistad, mantuve un diario de nuestros encuentros. Aunque no fuimos amantes, conocí bien a Oscar. No creo faltar a la verdad si me atrevo a afirmar que pocos le conocieron mejor que yo. En 1884, fui el primero a quien Oscar recibió tras su boda con Constance Lloyd. En 1895, fui también el primero que le visitó en Wandsworth Gaol tras su encarcelamiento. En 1902, me convertí en su primer biógrafo.

Cuando escribí ese primer testimonio de la vida de Oscar, conté lo acontecido lo mejor que supe y pude. Dije la verdad y nada más que la verdad…, aunque no toda. Poco antes de su muerte, confesé a Oscar que planeaba escribir sobre él después de que él nos abandonara. Su respuesta fue terminante: «No lo cuentes todo. ¡Aún no! Cuando escribas sobre mí, no hables de los asesinatos. Deja eso para más adelante». Así lo he hecho… hasta ahora. Escribo estas líneas en septiembre de 1939. Estoy ya viejo y el mundo está al borde de una nueva guerra. Mi tiempo se acaba, pero antes de marcharme tengo aún por delante un último cometido: contar todo lo que sé sobre el Oscar Wilde poeta, dramaturgo, amigo y detective…

En De Profundis, mi amigo me hizo un gran honor. Me describió como «el más valeroso y caballeroso de todos los seres brillantes que pueblan el mundo». Oscar Wilde fue siempre extremadamente bondadoso conmigo y ruego que me crean si les digo que he puesto en las páginas que siguen a este prefacio todo mi empeño a fin de hacerle justicia.

RHS.

Dieppe, Francia.

Septiembre de 1939.