«Me gustaría saber qué será de nosotros, Robert. ¿Qué nos depara el destino?».
El mundo sabe muy bien lo que fue de Oscar Wilde. Tras los éxitos de 1893 llegaron los juicios de 1895 y también la desgracia, la prisión y el exilio. Constance murió en Génova en 1898. Oscar, en París, en 1900. Tenía cuarenta y seis años. Como él dijo: «Mi cuna estaba en manos de los Hados».
Es del mismo modo conocido lo que fue de Arthur Conan Doyle. Gracias a Sherlock Holmes, encontró la fama y la fortuna en todo el mundo. Gracias a sus grandes cualidades —a su integridad, su valor y el servicio que prestó a su país durante la guerra de los Bóers—, halló también el honor. Fue nombrado caballero en 1902 por el rey Eduardo VIII. Gracias a Conan Doyle, también el joven Willie Hornung conoció la fortuna. Por sugerencia de Arthur, Willie creó un personaje que rivalizó en éxito con Sherlock Holmes: un embaucador profesional y ladrón de joyas llamado Raffles, «el ladrón aficionado». Y, también gracias a Arthur, conoció el amor. En 1893, se casó con Connie, la hermana menor de Conan Doyle, y llamó a su primer hijo Arthur Oscar en honor a los dos hombres a los que más admiraba, su cuñado y Oscar Wilde. «Nomen est omen», dijo en el bautizo de su hijo.
Bram Stoker murió en 1912, después de haber creado a su Drácula. Willie Hornung lo hizo en 1921; Arthur Conan Doyle, en 1930. Walter Sickert y Edward Heron-Allen siguen aún con vida. Wat es hoy uno de los grandes hombres del arte inglés y Edward es sobre todo conocido, supongo, por su escandalosa novela The Cheetah Girl. Bosie también está vivo. Nos vemos de vez en cuando, cuando estoy en Inglaterra, y hablamos de los viejos tiempos y bebemos champán vintage a la salud de Oscar.
Bosie se casó. La verdad es que nunca me gustó demasiado su esposa. (¡Tampoco creo que a él le gustara demasiado!). Su hermano, Francis Drumlanrig, murió en 1894 a la edad de veintisiete años de un tiro cuando cazaba en Somerset. ¿Un accidente? ¿Suicidio? ¿Asesinato? Nadie lo sabe con seguridad. Hasta el fin de sus días, su padre, el marqués de Queensberry, siguió convencido de que Drumlanrig y lord Rosebery eran amantes. Ésa fue la gran obsesión de Queensberry. Y, para su desgracia, el mismo año en que murió su hijo, lord Rosebery fue nombrado primer ministro.
Rosebery mantuvo su promesa a Arthur Conan Doyle. Su administración prohibió las peleas de gallos en Escocia. Y, a su vez, en el mismo año, Bram Stoker también mantuvo su palabra con el doctor y convenció a Henry Irving para que produjera y protagonizara una obra escrita por el creador de Sherlock Holmes. La pieza se tituló Historia de Waterloo. Fue el último de los grandes éxitos del magnífico actor.
Sin embargo, nada ni nadie logró convencer a Henry Irving para que representara el papel de Sherlock Holmes en el escenario. El primer actor que lo hizo fue Charles Brookfield. Sí, es cierto.
Brookfield siguió obsesivamente interesado en Oscar a medida que pasaban los años. En los primeros meses de 1895 fue él quien facilitó a la policía los nombres y direcciones de varios de los jóvenes de dudosa reputación que, durante su juicio, aportaron pruebas contra Oscar Wilde. Y la noche del 25 de mayo de 1895 —el día en que, en el Old Bailey, Oscar fue juzgado culpable de comportamiento indecente y condenado a dos años de prisión y trabajos forzados— Charles Brookfield y el marqués de Queensberry organizaron una gran fiesta de gala para festejar el veredicto, compartiendo los gastos de la celebración. Brookfield contribuyó con trece guineas.