Versos de Alphonsin

Mayo…

«HOY, Alphonsin me ha leído estos versos que le envío. Son una visión de la ciudad. Al principio el tísico describe amorosamente su patria —porque todos los que aquí venimos, hemos renunciado a nuestras patrias lejanas—. En seguida se burla de los que esperan, habla de su tisis que es la muerte —el gran beso de la muerte—. Dice cómo va a morir, pero tiene el temor lírico de la nueva ciudad. Él me ha dicho:

—Cuando vengan los fuertes, los sanos, los musculosos a buscar el metal de los cerros, ya los tísicos no vendrán. Y esos hombres sanos y rosados, torpes, ambiciosos y buenos, profanarán el encanto y el recuerdo de nuestra ciudad. En los rincones donde se besan nuestros tísicos, ellos fecundarán nuevas vidas, y en la gruta donde ora Rosalinda la triste, ellos instalarán sus maquinarias. En lugar de jazmineros habrá chimeneas: el humo de las máquinas manchará la limpidez azul del cielo y el sonido estridente de las sirenas destrozará la paz de la aldea. ¡Y nuestras tumbas, Abel, nuestras tumbas profanadas! Sacarán nuestros huesos para quemarlos, regarán líquidos desinfectantes, volverán a nacer las casas, y sobre la vida nuestra que pasó, sobre nuestros huesos carcomidos, sobre nuestro recuerdo, edificarán su vida. Una nueva vida, gérmenes nuevos, generaciones fecundas. Y las bandadas de hombres fuertes, enormes, musculosos y torpes, desfilarán como un insulto al recuerdo de nuestros cuerpos débiles, esbeltos, flexibles y sutiles… Y el agua de la vertiente que está junto a la Virgen de la gruta ya no servirá para detener la sangre de los pulmones de nosotros, sino para alimentar los motores de instalaciones futuras…

Lea usted los versos:

Éste es como un pequeño templo de la naturaleza,

una hora de silencio, un oasis de paz,

una aldea de ensueño… Un paisaje hecho símbolo

en estas tardes de silenciosa musicalidad.

Aquí sollozan los vencidos y los desengañados;

oran los que fugaron de la loca bacanal;

los que vieron romperse en mil pedazos

la endeble y fina lanza de su idealidad,

y el que tenía una amada hecha de ensueño y de lirio

que no lo quiso besar más

cuando en su rostro anémico, afilado y marchito

apareció la fúnebre sonrisa de la Margarita de Duval.

Aquí sonríen ideando

al caballero que las ha de libertar

las amantes que esperan en sus fiebres una hora

que no es la de la muerte, sino la hora medioeval

de la llegada del buen príncipe

que ha de venir armado y amoroso del lado del mar;

pero el caballero de la muerte

en una hora neblinosa, viene y las hace cabalgar

en el caballo negro del Misterio

llevándolas hasta el distante reino sombrío de la Eternidad.

Todas las tardes pasan ojerosas y ardientes

ante la reja enmadejada por la yedra de mi mansión de soledad

hacia el remanso, silenciosas,

las caras ebrias de colores, interiormente carcomidas,

como manzanas, por el mal.

Y un temor lírico me envuelve

y sin querer me hace pensar

en los grandes cuerpos musculosos

de los pobladores que vendrán

con sus rojas cabezas y sus picas como dobles guadañas,

y, manchando la limpidez horizontal

con sus enormes máquinas y sus chimeneas enormes

fijarán la silueta de la nueva ciudad;

abrirán las entrañas de los cerros morados

y las convertirán en metal;

y entonces las amadas pálidas y los desilusionados,

los que sueñan con las cosas que nunca se han de realizar,

y que son el encanto de esta ciudad de ensueño,

¡desaparecerán!

Aquí hay una blanca amada que en las noches de luna

me ha dado su negra cabellera a besar,

me ha oprimido con sus brazos temblorosos y cálidos de fiebres,

me ha envuelto en la agonía de su mal

y me ha hecho la promesa de sus labios

para una hora que ella dice cercana y que yo veo llegar.

Me ha dicho: —Cuando la naturaleza

se haga sentir íntimamente más,

cuando la vida en un segundo nos sonría silenciosa,

cuando sea un instante de paz

que envuelva como un velo nuestras almas,

entonces mis labios se te ofrecerán…

Y tengo un temor lírico

del instante que va a llegar.

Va a ser en una hora neblinosa:

por la entreabierta celosía la Dicha, muerta, va a pasar

y espero, espero, espero,

y en esta aldea de ensueños que es como un oasis de paz,

en este pequeño templo de la naturaleza,

en estas horas de silenciosa musicalidad,

el beso de la amada que en una tarde neblinosa

junte a sus labios mis labios, celebre el gran beso inmortal

y me inicie en el camino de lo insondable, de lo obscuro,

en el desconocido reino del más allá,

en el espacio en que las grandes almas viven,

en los tres tiempos de la vida: lo que ha sido, lo que es

y lo que será;

y espero, espero, espero

la hora del Gran Beso Inmortal

y un temor lírico que anuncia la llegada

del caballero misterioso que ha de perderse en el lejano reino

sombrío de la eternidad.

Lo ha escrito en tinta roja; me asegura que ello no es tinta sino sangre de sus pulmones…»