SI cabe idealismo en el arte, venid a buscarlo en los huacos[4]. Venid a admirar símbolos, a interpretar miradas, a leer historias trágicas. ¡Interpretad la risa de los huacos! No busquéis la intensidad filosófica en ellos entre los que representan mazorcas de maíz o imitaciones de pelícanos, como no buscaríais ahora el arte entre las baratijas de un bazar de mercado. Id más arriba. Buscad el arte «con vuestros propios ojos».
¡La risa de estas figurillas de barro, la mirada de estos ojos sin luz, la actitud de estos hombres que luchan! No es una risa sana, definida, risa de pueblo feliz bajo el sol fecundante. Es una mueca enfermiza, un gesto de ironía. Es la parte de caricaturas de aquellas edades. Un arte original, porque hay en él la escritura simbólica, el culto a la verdad y la caricatura filosófica. Estos hombres del Gran Imperio del Sol no tuvieron pinturas, ni libros, ni monedas, no tuvieron teatro, de manera que sus pensamientos, sus deseos, sus creencias, sus amarguras, su alma toda la pusieron en sus huacos.
Estos objetos de arcilla son, pues, obras de filosofía, piezas estatuarias, lienzos heráldicos, libros de historia. En casi todos la risa es el motivo de la fisonomía. La risa en todas las gamas, desde el gesto imperceptible como una insinuación dulcísima de Monna Lisa, hasta el gesto doloroso y torturador de las grandes bocas abiertas que ríen a pleno pulmón, con sus dos filas de dientes enormes. Y entre esos huacos simbólicos los hay que llegan hasta nosotros, indescifrables, mudos, misteriosos y en algunos hay que venir hasta Leonardo, hasta Goya, hasta Baudelaire, sí, hasta Baudelaire, porque esos objetos de barro son decadentes: ¡hay que verles sonreír!
Eran aquellos alfareros unos grandes ironistas. La risa, motivo triunfal, invadió en ellos todos los campos, desde los bufos de sus narraciones, hasta el simbolismo de sus estatuillas, en las que a través de la risa salta su espíritu atormentado por miedos desconocidos.
En este salón del museo donde la República exhibe en pecaminosa promiscuidad la edad colonial y la incaica, puede resucitar, aunque no íntegra, la vida de los hijos del Sol: largas filas de huacos, de vitrinas con telas, armas, diosecillos y momias; telas de lana suavísima de vicuña, tejidas por femeninas manos, con dibujos simétricos, con guerreros nobles, con animales sagrados. Adornos de oro, pendientes de plata, piedras, collares de conchas opalinas, de semillas raras, de garras de fieras desconocidas y de colmillos de animales fabulosos. Vestidos como los de los soldados romanos recamados de discos de oro y de plata. Gorros que cubren las orejas y que en los niños dan determinada forma al cráneo. Coronas imperiales empenachadas con plumas rarísimas. Brazaletes. Diademas de oro y plata para las frentes reales y las cabelleras nobles.
Hay en el centro grandes jarrones, ventrudos y esculpidos. Vasos pintados como búcaros, platos pequeñines y coloreados con signos mitológicos, pinzas de metal para depilar, piedras pulidas que acusan coquetería de las damas, instrumentos de tatuaje, alfileres con grandes cabezas planas llenas de pedrería, y collares, muchos, muchísimos collares con cuentas de objetos raros. Pero en todo lo que de esas gentes queda, las plumas y las telas bien valen un tratado voluminoso y profundo de coquetería, de gracia y de frivolidad. Telas que acarician, pieles que electrizan, plumas que atraen. Y, dominándolo todo, como objeto de un culto más grande, sus flautas, sus quenas, sus tamborcillos. Flautas que cantan amores, quenas que dicen penas y amarguras, tambores que ensordecen y aterran. Todo el espíritu de esos artistas, de esas mujeres, de esos amantes que nos hablan desde el misterio de sus siglos remotos y dudosos.
¿Y estos objetos muertos, estos trajes de pasadas fiestas raras, estos arreos descoloridos ya por el tiempo; estas muertas glorias del sol y de su imperio, mudas y abismadas, olvidadas o mistificadas por los profanos, quién sabe si hablan más de su perdida gloria que los últimos restos de la raza que hoy se pierde en los campos, se entumece en las punas y llora sin saber por qué en lo alto de las colinas incaicas?…