En las novelas que cuentan historias en la Historia siempre es difícil trazar la frontera entre la ficción y la realidad. Esta obra es una ficción, una historia apócrifa de la invención de la imprenta en la que no se pretende ni validar ni desmentir las teorías acerca de la autoría de dicha creación, pero sí recoger material documental sobre los posibles «padres» del invento. Quizá nunca se sepa con precisión la veraz sucesión de los hechos, pero bien pudiera haber sido un relato controvertido como el que aquí se halla. A pesar de que la autoría que mayor disputa ofrece es de procedencia holandesa, se ha querido mantener un origen germánico a favor de la atribución más comúnmente conocida. Qué duda cabe, sin embargo, que los grandes inventos de la Historia son siempre una sinergia de distintas mentes, hechos y circunstancias; de ahí la grandeza del progreso cuando sobrepasa a los individuos y se deja abrazar por las colectividades transformando en inútil cualquier lucha por frenarlo.
Es una licencia del autor hacer transcurrir los hechos en Colonia, aunque cabe decir que no fue lejos de allí donde realmente tuvieron lugar. Es también una licencia del autor haber considerado que en esa ciudad libre gobernaba un solo alcalde cuando en realidad y en aquella época, curiosidad histórica, lo hacían dos personas que ostentaban el mismo cargo en simultáneo.
Esta novela es un tributo a los innovadores. Ellos se adelantan a las necesidades de la humanidad, respondiendo a retos que esta ni siquiera ha llegado a plantearse y ayudándola a progresar. A otros corresponde la ética de la correcta utilización de esos avances.