Epílogo

Extracto del Evening Shout:

«Lamentamos anunciar la muerte de lady Westholme, miembro del Parlamento, a causa de un desgraciado accidente. Lady Westholme, que era aficionada a viajar a países lejanos, siempre llevaba un pequeño revolver con ella. Estaba limpiándolo cuando este se disparó accidentalmente y le produjo la muerte. El fallecimiento fue instantáneo. Damos nuestro más sentido pésame a lord Westholme, etc., etc.».

Una cálida noche de junio, cinco años más tarde, Sarah Boynton y su marido estaban sentados entre bastidores en un teatro de Londres. La obra representada era Hamlet. Sarah estrechó el brazo de Raymond cuando las palabras de Ofelia surgieron flotando por encima de las candilejas: «¿Cómo podré distinguir tu amor verdadero de otro cualquiera? Por su sombrero y su bastón y sus sandalias. Está muerto y se ha ido, señora. Está muerto y se ha ido. A su cabeza, un césped de hierba verde; a sus pies, una piedra. ¡Oh!».

A Sarah se le hizo un nudo en la garganta. Aquella exquisita y beatífica belleza, aquella sonrisa encantadora y etérea, la de alguien que había superado el dolor y había llegado a una región donde los espejismos eran verdad…

Sarah murmuró para sí misma:

—¡Es preciosa…!

La inolvidable y armoniosa voz, con su siempre bello tono, pero disciplinada y modulada para ser un instrumento perfecto.

Cuando el telón cayó al final del acto, Sarah dijo con decisión:

—Jinny es una gran actriz. ¡Una actriz maravillosa!

Más tarde se sentaron alrededor de una mesa en el Savoy. Ginebra, sonriendo, distante, se volvió hacia el hombre barbudo que estaba a su lado.

—Fue estupendo, ¿verdad, Theodore?

—Estuviste fantástica, chérie.

Una sonrisa de felicidad afloró a los labios de la joven.

—Tú siempre creíste en mí —murmuró—. Tú siempre supiste que podría hacer grandes cosas… dominar multitudes…

En una mesa a poca distancia, el Hamlet de la noche estaba diciendo en tono lóbrego:

—¡Su amaneramiento! Desde luego, a la gente le gusta sólo al principio, pero lo que yo digo es que eso no es Shakespeare. ¿Vieron ustedes cómo echaba a perder mi mutis? Nadine, sentada enfrente de Ginebra, dijo:

—¡Es excitante estar aquí, en Londres, con Jinny representando a Ofelia y hecha una celebridad!

—Os agradezco mucho que hayáis venido. Ha sido hermoso teneros a todos aquí —dijo Ginebra con suavidad.

—Somos una familia normal —dijo Nadine sonriendo y recorriendo a todos con la mirada. Después, se dirigió a Lennox—. Creo que los niños podrían ir a la matinée, ¿no te parece? ¡Ya son mayorcitos y tienen tantas ganas de ver a la tía Jinny en el escenario!

Lennox, un Lennox sereno, alegre y con sentido del humor, levantó su copa.

—Por los recién casados, el señor y la señora Cope. Jefferson Cope y Carol agradecieron el brindis.

—¡El enamorado infiel! —dijo Carol riendo—. Jeff, ¿por qué no bebes a la salud de tu primer amor, que está sentado justo delante de ti?

Raymond dijo en tono de broma:

—Jeff se está poniendo colorado. No le gusta que le recuerden los viejos tiempos.

Su rostro se ensombreció de repente.

Sarah le tomó la mano y la nube se alejó. Él la miró y sonrió.

—¡Parece sólo un mal sueño!

Una pulcra figura se detuvo junto a su mesa. Hércules Poirot, impecable y elegante, con las puntas de sus bigotes mirando orgullosamente hacia arriba, hizo una reverencia:

Mademoiselle —le dijo a Ginebr—, mes hommages. ¡Estuvo usted soberbia!

Todos lo saludaron afectuosamente y le hicieron un lugar junto a Sarah. Miró a su alrededor con una sonrisa y, cuando los demás volvieron a enfrascarse en la charla, se inclinó un poco hacia Sarah y le dijo:

—Eh bien, parece que ahora todo va bien en la famille Boynton.

—Gracias a usted —dijo Sarah.

—Su marido se está haciendo muy famoso. Hoy he leído una excelente crítica de su último libro.

—Es realmente un libro muy bueno, aunque esté mal que yo lo diga. ¿Sabe que Carol y Jefferson Cope se han casado por fin? Y Lennox y Nadine tienen dos niños encantadores, monísimos, como dice Raymond. Y en cuanto a Jinny, bueno, creo que Jinny es un talento.

Dirigió su mirada al otro lado de la mesa, a aquella cara encantadora, enmarcada por el cabello rojo dorado, y, de repente, tuvo un pequeño sobresalto.

Durante un momento, se puso muy seria. Lentamente, se llevó la copa a los labios.

—¿Está usted brindando, madame? —preguntó Poirot.

Sarah respondió:

—De repente… he pensado… en ella. Al mirar a Jinny, he visto, por primera vez, el parecido. Es la misma fuerza, sólo que en Jinny hay luz allí donde en ella sólo había tinieblas.

Ginebra dijo inesperadamente:

—Pobre mamá… era mala… Ahora que todos somos tan felices, siento pena por ella. Nunca consiguió lo que esperaba de la vida. Tuvo que ser muy desgraciada.

Casi sin que mediara pausa, su voz tembló ligeramente al pronunciar unas palabras de Cimbelina, mientras los otros escuchaban hechizados: «Ya no tengas miedo del calor del sol, ni de la rabia furiosa del invierno; has completado tu tarea en este mundo, has vuelto a casa y has obtenido tu premio».