Capítulo VII

Sarah estuvo preguntándose todo el día si Carol Boynton acudiría aquella noche a su cita.

Sospechaba que no. Temía que Carol reaccionase negativamente después de las confidencias que le había hecho por la mañana.

Sin embargo, se preparó para recibirla. Se vistió con una bata de satén azul, sacó su lamparilla de alcohol y puso agua a hervir.

Pasada la una de la madrugada, cuando estaba ya a punto de desistir de esperarla y de irse a la cama, alguien llamó a la puerta. La abrió y se retiró rápidamente para dejar entrar a Carol.

—Temía que se hubiera acostado —dijo la muchacha sin aliento.

—¡Oh, no! La estaba esperando —en su actitud, Sarah mostraba una calculada naturalidad—. ¿Quiere tomar un poco de té? Es auténtico Lapsang Souchong. Fue a buscar una taza. Carol estaba muy nerviosa e insegura, pero después de tomar el té y una galleta se calmó un poco.

—Es gracioso —dijo Sarah sonriendo.

Carol la miró un poco estupefacta.

—Sí —dijo sin gran convencimiento—. Supongo que lo es.

—Como las fiestas de medianoche que solíamos celebrar en el colegio —continuó Sarah—. Supongo que usted no debe de haber ido al colegio.

Carol negó con la cabeza.

—No. Nunca hemos salido de casa. Teníamos una institutriz. Varias institutrices. Nunca se quedaban demasiado tiempo.

—¿No salieron nunca para nada?

—No. Siempre hemos vivido en el mismo sitio. Este viaje es el primero que he hecho en mi vida.

Como sin darle importancia, Sarah aventuró:

—Debe de haber sido una aventura muy interesante para ustedes.

—¡Oh, sí! Ha sido todo como un sueño.

—¿Qué fue lo que decidió a su madrastra a venir al extranjero?

La sola mención del nombre de la señora Boynton alteró a Carol. Sarah dijo rápidamente:

—Estoy a punto de empezar a ejercer como médico, ¿sabe? Acabo de licenciarme. Su madre, o mejor dicho su madrastra, me interesa mucho, desde el punto de vista clínico. Yo diría que es un caso patológico.

Carol la miró fijamente. Aquel era sin duda un punto de vista desconcertante para ella. Sarah había hablado como lo hizo con una intención deliberada. Se daba cuenta de que para su familia la señora Boynton aparecía como una especie de ídolo obsceno y poderoso. La finalidad de Sarah era desposeerla de su aspecto más terrorífico.

—Sí —dijo—. Se trata de una especie de enfermedad, de delirio de grandeza que se apodera de algunas personas. Se vuelven autócratas e insisten en que todo se haga tal como ellas dicen. El trato con este tipo de enfermos es muy difícil.

Carol dejó la taza sobre la mesa.

—¡Estoy tan contenta de poder hablar con usted! —exclamó—. Realmente, creo que Ray y yo nos hemos vuelto un poco raros. Nos hemos resentido mucho de todas estas cosas…

—Hablar con un extraño es siempre bueno —dijo Sarah—. Dentro del círculo familiar se tiene tendencia a exagerar.

Después, como quien no quiere la cosa, preguntó:

—Si no son ustedes felices, ¿cómo no han pensado nunca en marcharse de casa?

Carol pareció sobresaltarse.

—No. ¿Cómo íbamos a pensarlo? Quiero decir que… mamá nunca nos lo permitiría.

—Pero ella no podría impedírselo —dijo Sarah suavemente—. Son ustedes mayores de edad.

—Yo tengo veintitrés años.

—Exactamente…

—Pero, aun así, no sabría cómo… Quiero decir que no sabría adónde ir ni qué hacer. Parecía aturdida.

—No tenemos dinero, ¿sabe?

—¿No tienen amigos a quienes recurrir?

—¿Amigos? —Carol movió negativamente la cabeza—. No, no conocemos a nadie.

—¿Ninguno de ustedes ha pensado nunca en abandonar la casa?

—No, no lo creo. No podríamos.

Sarah cambió de tema. El desconcierto de la muchacha le parecía muy penoso.

—¿Quiere usted a su madrastra? —preguntó. Carol negó lentamente con la cabeza.

—La odio —susurró—. Lo mismo que Ray… A menudo hemos… hemos deseado que muriera.

Sarah volvió a cambiar de tema.

—Hábleme de su hermano mayor.

—¿Lennox? No sé qué le ocurre. Ahora ya apenas habla. Va por el mundo como si estuviese dormido. Nadine está muy preocupada por él.

—¿Aprecia a su cuñada?

—Sí. Nadine es distinta. Siempre es buena. Pero es muy desgraciada.

—¿A causa de su hermano?

—Sí.

—¿Hace mucho tiempo que están casados?

—Cuatro años.

—¿Y siempre han vivido en la casa?

—Sí.

—¿Le gusta eso a su cuñada?

—No.

Hubo una pausa. Luego Carol explicó:

—Hace cuatro años hubo un gran lío. Como ya le he dicho, en casa ninguno de nosotros sale para nada. Paseamos por los jardines, pero eso es todo. Sin embargo, Lennox salía de noche. Iba a bailar a un sitio llamado Fountain Springs. Al enterarse mamá se enfureció terriblemente. Fue horroroso. Entonces pidió a Nadine que viniese y se quedase con nosotros. Nadine era prima lejana de papá. Era muy pobre y estudiaba para enfermera. Estuvo con nosotros un mes. ¡No puede imaginarse lo mucho que nos alegraba tener a alguien de fuera en casa! Ella y Lennox se enamoraron y mamá dijo que era mejor que se casaran en seguida y siguiesen viviendo con la familia.

—¿Y Nadine estuvo de acuerdo? Carol vaciló.

—No creo que le entusiasmara la idea, pero en realidad no le importaba demasiado. Más tarde quiso marcharse, con Lennox, por supuesto…

—Pero no se fueron —dijo Sarah.

—No. Mamá no quiso ni oír hablar de ello. Carol hizo una pausa y luego prosiguió:

—No creo que a mamá le siga gustando Nadine. Nadine es… rara. Nunca se sabe lo que está pensando. Trata de ayudar a Jinny y a mamá eso le desagrada.

—¿Jinny es su hermana menor?

—Sí. Su verdadero nombre es Ginebra.

—¿También ella es… desgraciada? Carol movió dubitativamente la cabeza.

—Últimamente Jinny se ha portado de una forma muy rara. Siempre ha estado un poco delicada de salud y mamá la está fastidiando continuamente; eso empeora las cosas. Y ya le digo, Jinny ha estado muy rara estos últimos tiempos. A veces… me asusta. No siempre sabe lo que hace.

—¿La ha visitado algún médico?

—No. Nadine lo propuso pero mamá no lo permitió… y Jinny se puso histérica chillando que no quería ver a ningún doctor. Estoy muy preocupada por ella.

De pronto Carol se puso en pie.

—No quiero entretenerla más. Ha sido usted muy amable dejándome que le hablase de todo esto. Debe de considerarnos una familia muy extraña.

—Oh, en realidad, todo el mundo es extraño —replicó Sarah suavemente—. Vuelva otra noche. Y si quiere, traiga a su hermano.

—¿Me lo permite?

—Sí. Hablaremos y urdiremos algún plan secreto. Me gustaría que conocieran ustedes a un amigo mío, el doctor Gerard, un francés muy agradable.

La sangre afluyó a las mejillas de Carol.

—¡Es fantástico! —exclamó—. ¡Ojalá no se entere mamá de esto!

—¿Por qué habría de enterarse? —dijo Sarah y en seguida añadió—: ¿Qué le parece mañana por la noche a la misma hora?

—¡Oh, sí! Seguramente pasado mañana nos marcharemos.

—Entonces queda fijada la cita para mañana. Buenas noches.

—Buenas noches y muchas gracias.

Carol salió de la habitación de Sarah y se deslizó silenciosamente por el pasillo. Su dormitorio estaba situado en el piso superior. Cuando llegó, abrió la puerta y se quedó petrificada en el umbral. La señora Boynton estaba sentada en un sillón junto a la chimenea vestida con una bata roja. Un grito leve se escapó de la garganta de Carol Boynton.

—¡Oh!

Dos ojos negros taladraron los suyos.

—¿Dónde has estado, Carol?

—Yo…

—¿Dónde has estado?

Era una voz ronca y apagada, cargada de aquel tono amenazador que siempre hacía latir el corazón de Carol con un terror fuera de toda razón.

—He ido… a ver a la señorita King… Sarah King.

—¿La joven que habló con Raymond anoche?

—Sí, madre.

—¿Tienes intención de volver a verla?

Carol movió los labios sin que de ellos brotara ni una sola palabra. Al fin asintió con la cabeza. Era el pánico… verdadero pánico.

—¿Cuándo?

—Mañana por la noche.

—No irás. ¿Lo comprendes?

—Sí, madre.

—¿Lo prometes?

—Sí, sí…

La señora Boynton se incorporó trabajosamente. Maquinalmente, Carol se acercó a ella para ayudarla. La anciana cruzó despacio la habitación, apoyándose en el bastón. Al llegar a la puerta se detuvo y se volvió hacia la aterrorizada muchacha.

—A partir de ahora, ya no tienes nada que ver con la señorita King, ¿entendido?

—Sí, madre.

—Repítelo.

—Ya no tengo nada que ver con la señorita King.

—Bien.

La señora Boynton salió de la habitación y cerró la puerta tras ella.

Con cierta dificultad, Carol atravesó la habitación. Se sentía muy enferma. Todo su cuerpo parecía como de madera, irreal. Se desplomó sobre la cama y lloró convulsivamente.

Era como si un hermoso paisaje se hubiese abierto ante ella, un paisaje de sol, árboles y flores…

Y de nuevo los negros muros se habían cerrado a su alrededor.