Capítulo IV

Sonó una lenta y asmática tos… Luego la monumental tejedora habló:

—Ginebra, estás cansada. Es mejor que te vayas a la cama.

La joven se sobresaltó; sus dedos interrumpieron su mecánica acción.

—No estoy cansada, mamá.

Gerard apreció la musicalidad de su voz. Tenía esa dulce y cantarina tonalidad que presta encanto a las más convencionales expresiones.

—Sí lo estás. Yo lo sé. No creo que mañana puedas salir a visitar nada.

—¡Sí que podré! Estoy perfectamente.

Con voz ronca, casi áspera, su madre replicó:

—No, no lo estás. Estás a punto de ponerte enferma.

—¡No, no!

La muchacha empezó a temblar violentamente. Una voz suave y serena intervino.

—Subiré contigo, Jinny.

La joven, de grandes y pensativos ojos grises y cabello oscuro, se puso en pie. La anciana señora Boynton dijo:

—No. Deja que vaya sola a su habitación.

La muchacha protestó:

—¡Quiero que Nadine venga conmigo!

—Claro que te acompañaré.

Dio un paso adelante.

—La niña prefiere ir sola, ¿verdad, Jinny? —dijo la vieja.

Hubo una pausa, que duró apenas un momento, y entonces Ginebra Boynton, con voz súbitamente apagada, dijo:

—Sí, prefiero ir sola. Gracias, Nadine.

Se alejó. Su alta y angular figura se movía con una gracia sorprendente.

El doctor Gerard bajó el periódico y miró a placer a la señora Boynton. Esta observaba cómo su hija salía del comedor y en su rostro se percibía una peculiar sonrisa. Era una vaga caricatura de aquella otra, encantadora y etérea, que un momento antes había transfigurado el rostro de la muchacha.

Después, la vieja miró a Nadine, que había vuelto a sentarse. Esta elevó los ojos y se encontró con los de su suegra. Su rostro permanecía impasible. La mirada de la vieja estaba cargada de malicia.

«¡Qué absurda tiranía!» —pensó el doctor Gerard.

De pronto, la mirada de la anciana cayó sobre él y le cortó la respiración. Eran unos ojos pequeños, negros y provocadores, de los cuales emanaba una especie de poder, una fuerza, una oleada de maldad. El doctor Gerard sabía algo acerca del poder de la personalidad. Se daba cuenta de que no estaba frente a una inválida consentida y tiránica que buscaba satisfacer sus caprichos. Aquella anciana era una fuerza definida. En su mirada maligna halló cierta semejanza con la de una cobra. La señora Boynton podía ser vieja, inválida y víctima de la enfermedad; pero no estaba indefensa. Era una mujer que conocía el significado del poder, que lo había ejercido durante toda su vida y que jamás había dudado de su propia fuerza. El doctor Gerard había conocido una vez a una mujer que llevaba a cabo un peligrosísimo y espectacular número con tigres. Había visto cómo las enormes y escurridizas bestias se arrastraban hacia sus lugares y realizaban sus degradantes trucos. Los ojos y los gruñidos acallados de aquellos animales hablaban de odio, un odio fanático y amargo, pero todos ellos obedecían y se humillaban. Aquella era una mujer joven, una mujer de una oscura y arrogante belleza, pero en sus ojos Gerard había visto la misma mirada.

Une dompteuse[1] —dijo el doctor Gerard para sus adentros.

Y entonces comprendió lo que la inofensiva charla familiar escondía. Era odio, un río turbulento de odio.

«¡Mucha gente me consideraría absurdo y fantasioso! —pensó el doctor Gerard—. ¡Estoy frente a una típica familia americana que se divierte en Palestina y me pongo a construir una historia de magia negra alrededor de ella!».

Miró con mayor interés a la joven a la que llamaban Nadine. Llevaba una alianza en la mano izquierda. Mientras Gerard la observaba, Nadine lanzó una rápida mirada al rubio y apático Lennox. Entonces se dio cuenta…

Aquellos dos eran marido y mujer, pero la mirada de ella era más la de una madre que la de una esposa, una mirada protectora y llena de ansiedad. Y se dio cuenta de algo más: de todos los que formaban aquel grupo, sólo Nadine Boynton era inmune al hechizo de su suegra. Podía sentir repugnancia por la anciana, pero no le tenía miedo. El poder no la tocaba. Era desgraciada, estaba profundamente preocupada por su marido, pero era libre.

El doctor Gerard se dijo:

—Todo esto es muy interesante.