Anduvieron por la orilla del lago. No había un ruido en el aire, tampoco lo cruzaba el silencio de un ángel, sólo la voz de Julia Corzas contándole a su tercer marido el fin de un sueño.

—¿Y nuestra historia? —preguntó él atrapando la moneda con la que había jugado mientras caminaban—. ¿No vas a contarla? —dijo detenido en el umbral de la puerta esgrimiendo la sonrisa que solía dar al despedirse.

—En otro libro —contestó Julia Corzas.

Luego entró en la casa evocando un principio. Aún temblaba en la mezcla de sus alas la misma inquietud de los viejos tiempos. Tarareó una canción. ¿Qué otra cosa ha de hacerse en días así? La tarde también era naranja y se iba tras el agua y los montes. Guardó el tablero de ajedrez.