DE POR VIDA
Él estuvo casado con Marisa desde que empezó su noviazgo, cuando una tenía diecisiete años y el otro veinte. Largo noviazgo que sin embargo derivó en un precoz matrimonio, porque entre ellos todo matrimonio era precoz como su tardía infancia.
Ninguno había dejado atrás la sensación infantil de que la vida era eso que otros decidían por ellos, eso que consolaban y resolvían los padres.
Vivieron juntos veinte años y un buen día se divorciaron como se habían casado: porque les llegó la hora.
Al rato y por fin él consiguió trabajo y volvió a casarse. Porque no hay nada mejor para un marido inútil que dejarlo nadar a solas. Todos flotan. Él se hizo de una mujer trabajadora y firme que no había nacido en cuna muy cuidada y que resultó buenísima para hacer bien su trabajo.
Marisa no sufría el asunto. Más bien la enorgullecía que su novio de la adolescencia, su marido de la segunda infancia se hubiera vuelto tan útil y afanoso. Él había sido parte de su vida de tal modo y tanto tiempo que no podía pensarlo sino como al mismo que quiso y conoció cuando tenían quince años.
Contaba de él y sus logros con un entusiasmo que encantó a la amiga con la que su hermana la veía conversar desde lejos mientras regaba el pasto. Se acercó.
—¿De quién hablan? —preguntó.
—De Julieta, la esposa de mi marido Andrés.