DESPENSA

La novia de su marido no era ni guapa ni fea, aunque según los ojos de Almudena si hubiera que ponerla en la categoría de las cosas que se guardan en la despensa, sería una mezcla de avena cruda con frijol criollo. Más desabrida y turbia ni el agua de jabón que se queda en la lavadora después de usarla. Para vestirse no tenía un gusto preciso, lo único cierto es que nada se le veía precioso. Tampoco habían tenido buen gusto los padres que le pusieron los labios plegados como un holán. Por eso, cuando Almudena no conseguía evitar que la imagen de semejante espécimen se le atravesara, tejía un trabalenguas: lo que más le disgustaba no es que su marido tuviera una novia fea, sino que fuera tan fea la novia de su marido.