DIVERTIMENTO PARA SORDOS

La verdad es que Eugenia hablaba sola. Y hablaba bien. Sobre todo en la noche, cuando su marido se iba durmiendo con el libro en las manos y ella se desvestía comentando una historia sin dar explicaciones, ni describir lo indescriptible, ni contar lo que por sabido se calla:

—Guapa ella. La otra no. ¡Qué mujer tan fea! No, más feo él. Pero lo que pasó fue bonito. Cuentan. ¿En Oaxaca? No. En Moscú. Creo que era primavera. ¿O invierno? Primavera. Al principio. Ella llevaba abrigo, de eso sí me acuerdo. Eso dijeron. ¿Y la otra? ¡Qué mujer más fea era la otra! ¿Para él cuál sería la otra? ¡Qué mujer más fea! La otra no. La otra muy guapa. Esa llevaba guantes. Simpática. Pero llorona. ¡Qué manera de llorar! Y todo por un hombre tan tonto. Tan fatuo. Eso, tan fatuo. Lo único que le importaba era dar discursos. A lo mejor se enamoraba para seguir dando discursos. Hasta en la madrugada. A cualquier hora. ¿Quién le podía creer algo a ese señor? ¡Qué señor! Nada más recordarlo. Ridículo hasta la ceremonia. Y con abrigo gris. Gris todo él. ¿Cómo pudo? ¿Cómo no iba a poder? Si mentiroso fue siempre. Y pedante. No. A veces simpático. Muchas veces. No tantas. Cursi. Eso sí, a veces cursi. Pero lo cursi pega: ¡qué cartas le escribía! Horrendas. Divinas. Y tomaba fotos. ¿Qué pensar? Ni recordarlo al cabrón. La pobre bruta se enamoró de él como si fuera de verdad. Como si tomara fotos para guardarlas. Pobrecita. Las tomaba para que lo vieran tomarlas. No, pobrecita no. Lo paso bien. Pero luego muy mal. ¿Le habrá salido la cuenta? Sí. Sí le salió la cuenta. Depende. A veces decía que no. Y lloraba. Otras veces no lloraba y era para llorar. ¿Cuál lloraría más? Qué mujer más fea. ¿La otra? No sé. ¿O algo tendría? Seguro algo tenía. ¿Las piernas? Los tacones. No usaba tacones. Sí, la otra usaba tacones. ¿Cuál era la otra? ¿De qué lado estoy? Del de la otra. ¿Cuál es la otra? ¿La fea? ¿Cuál era la fea? La otra. Feo él. Ese por todos lados. Y fatuo. Y ¿cómo decía su hermana? Tóxico. Eso. Una persona tóxica. Qué daño le hizo a la pobre de la otra. ¿O no? Algún bien le habrá hecho. ¿Aunque fuera tóxico? No, si era tóxico no. Hay que ver la enredadera. Dijo el jardinero que el insecticida era tóxico y hacía seis meses que estaban esperando a que floreara. Seguro la mató. Jardinero necio. ¿Y la otra? Algo de tóxica habría tenido la otra. ¿Cuál de las otras? Nunca como él. ¿Qué habría sido de él? Salía en los periódicos. Una parte suya estaba en los periódicos. La otra parte no existía. ¿O existe lo que se inventa? ¡Qué fea mujer! La otra no. La otra era guapa. Cuando era la otra. Porque de que le daba por ser ella. No. Ella tenía su chiste. Sí, tenía su chiste. Estaba medio loca. Los locos siempre tienen su chiste. Cantaba. Sí, cantaba: loco él y loca yo. ¿Qué habría sido de él? Tóxico. Guapo. Qué guapo ni que nada. Insoportable, cretino. Mentiroso. Dicen que muy mentiroso.

—Eugenia, ¿vas a venir a dormir o vas a seguir hablando sola? —le preguntó su marido.

—No estoy hablando sola.

—¿Qué haces entonces?

—Comento —dijo Eugenia.

—Tienes razón: qué mujer más fea —dijo el marido.

—¿Cuál?

—La otra.

—¿Cuál era la otra?

—No sé. La otra de la que tú hablabas.

—¿Yo hablaba?

—Comentabas —dijo el marido.

—¿Comenté? Yo no comenté. Yo hablo sola.