LA FIESTA ENTRE LOS LABIOS
A veces, a mitad de una tarde, la evoco con la misma precisión que si la viera. Pero me cuesta contarla. Algo de inasible tenían las alas de sus ojos, algo de fugaz la sonrisa y la voz llena de audacias con que nos atrapaba. Eran como un hechizo la suavidad y la prisa de su lengua, la sabiduría juguetona de su mirada. Nunca, ni siquiera cuando la pena le tomó la vida como un agravio, ni siquiera cuando sólo mirarla debió ser llorar con ella, le conocí un desfalco, un lamento, un día de tregua.
Verla vivir fue siempre encontrar ayuda para estar vivo. Incluso cuando lucía tan frágil que uno hubiera querido acunarla, cabía una fortaleza entre sus manos.
Le pregunté un atardecer de largas, inacabadas confidencias, si podía imaginar cuánto enriquecía con su vida las de otros. Me palmeó un hombro. Llevaba puesto un traje claro y la ironía como una luz contra la frente.
¿De dónde sacaba Diana Laura la fiesta entre los labios que iba regalándole sin más a la vida que tanto le debía? ¿Y de dónde sacó todos los días la paz y la paciencia, la ceremonia y el buen juicio con que le daba valor y temple a su alegría?
Apenas había dejado el hospital por primera vez, cuando me explicó su empeño en que nadie le notara la enfermedad: «Pongo todas las pastillas en el mismo frasco, y me busco un escondite a la hora en que debo tomarlas». Hasta ese extremo cuidaba de su dolor a quienes la querían.
Nunca buscó la compasión, tal vez por eso, cuando quiero pensarla con pesar por ella, termino sintiendo pena por nosotros. Hay una mezcla de furia y desamparo en quienes añoramos su lucidez oponiéndose al horror, contraviniendo la infamia. Mujer de un solo hombre, de una sola palabra, de una lealtad como agua, de un solo sueño indómito, de una pasión por la vida que no perdió ni siquiera cuando todo parecía perdido, Diana Laura no es mujer que se olvida. Pensarla siempre es admirar su valor y su estirpe, evocar su sonrisa y la luna indómita entre sus ojos, siempre será invocarla.
Vivió tan ávida y de modo tan intenso que marcó nuestro mundo con su pasión, nuestros pesares con su alegría implacable, nuestras convicciones con su perseverancia, nuestro temor con su ardiente valentía. Había algo de inasible y fugaz en Diana Laura, como algo de inasible hay en nuestros mejores sueños y nuestras más entrañables esperanzas.