Autopsia
Para la mayoría de los investigadores, y sobre todo los absortos en la investigación arqueológica, hay momentos en que su trabajo se vuelve de interés trascendental, y tuvimos la buena suerte de pasar por uno de esos períodos raros y maravillosos. La época que siguió inmediatamente siempre la recordaremos con la satisfacción más profunda. Después de años de fatigas (excavar, conservar y registrar) íbamos a ver, con los ojos de la realidad, lo que sólo teníamos hasta el momento en nuestra imaginación.
HOWARD CARTER[117]
De los muchos miles de objetos hallados en la tumba de Tutankamón, la momia del rey se podría considerar el objeto más importante. Sin embargo, quizá porque caía en una incómoda tierra de nadie entre objeto y restos humanos, curiosamente recibió poca atención por parte del equipo de excavaciones. Carter, que normalmente era tan meticuloso a la hora de preservar los detalles más triviales, parece que se sintió feliz de dejar que realizasen la autopsia otros más cualificados. El anatomista Douglas Derry, el primero en examinar el cuerpo de Tutankamón, publicó un breve resumen de su trabajo como apéndice al segundo libro popular de Carter sobre Tutankamón (1927), pero a petición de Carter se escribió «para que fuese comprensible para los legos y el hombre de la calle».[118] Su informe mucho más largo y científico siguió sin publicar y se olvidó hasta que, en 1972, el cirujano dental F. Filce Leek reconstruyó los resultados de la autopsia original y publicó The Human Remains from the Tomb of Tut’ankhamun.
La momificación artificial era una respuesta práctica al deseo de conservar el cadáver para siempre. Ese deseo de conservación era en sí mismo una respuesta a la creencia egipcia única de que sólo aquellos con un cuerpo similar a la vida podían esperar vivir más allá de la muerte, ya que ese cuerpo proporcionaría un puente entre el espíritu del difunto y las ofrendas proporcionadas por los vivos. Hoy en día, aunque el egipcio no es el único pueblo que ha intentado la preservación artificial del cadáver, la momificación se ha convertido en el ritual egipcio antiguo por definición, y la momia vendada, el artefacto egipcio por definición.
13. El muro norte de la Cámara de Enterramiento muestra al momificado Tutankamón sufriendo la «ceremonia de Apertura de la Boca», que llevaba a cabo Ay (derecha); Tutankamón, con forma humana, recibido por la diosa Nut (en medio) y Tutankamón y su espíritu ka abrazados por el rey.
La momificación era tanto una ciencia práctica como un rito religioso. Para crear una momia adecuada (un Osiris vendado e inerte que llevase todo el potencial para la vida) debían estar presentes ambos elementos. Ninguna momia, por muy bien preparadas que estuviesen sus vendas, podía esperar una restauración de la vida si no había sufrido los rituales correctos en el taller del enterrador. Aunque los aspectos rituales del proceso se han perdido casi por completo, tenemos unos conocimientos bastante completos de los aspectos prácticos, sangrientos y violentos, de la momificación, derivados de la experimentación moderna (que, naturalmente, tiene sus limitaciones), la investigación científica y de poder desenvolver de vez en cuando alguna momia antigua, y de las obras de los autores clásicos a los que encantaba registrar todo lo que podían de una práctica que contemplaban como algo realmente singular. La descripción realista de Heródoto ha demostrado ser muy útil en ese sentido, y aunque es improbable que realizase visita alguna al taller de un enterrador cuando visitó Egipto en el siglo V a. C., su relato concuerda en muchos aspectos con las observaciones modernas:
El proceso más perfeccionado es como sigue: se extrae la cantidad máxima posible de cerebro a través de los agujeros de la nariz mediante un gancho de hierro, y lo que no alcanza el gancho, se aclara y se elimina mediante drogas; a continuación, se abre el costado con un cuchillo de pedernal y se extrae todo el contenido del abdomen; la cavidad entonces se limpia por completo y se lava primero con vino de palma y luego con una infusión de especias machacadas. Después se rellena con mirra pura pulverizada, casia y otras sustancias aromáticas con la excepción del incienso, y se cose de nuevo, después de lo cual el cuerpo se coloca en natrón y se cubre enteramente con él durante setenta días, nunca más. Cuando este período, que no se debe exceder, se acaba, se lava el cuerpo y se envuelve de pies a cabeza en tiras de lino cortadas y embadurnadas por la parte inferior con resina, que los egipcios usan comúnmente en lugar de cola. En ese estado se devuelve el cuerpo a la familia, que tiene ya un sarcófago de madera con figura humana, y se coloca allí.[119]
Carter leyó a Heródoto, e incluso citó sus escritos sobre momificación en su diario. Por tanto comprendía bien, al menos de forma básica, los procesos que habría tenido que sufrir el cuerpo de Tutankamón, y antes de que se revelase la momia, podía reconstruir con bastante precisión los acontecimientos que sucedieron inmediatamente después de la muerte del rey.
Egipto es un país cálido, infestado de moscas. Suponiendo que muriera en Egipto, habrían llevado a Tutankamón al taller del enterrador (más realista: a la tienda del enterrador) lo más rápidamente posible, antes de que apareciese la putrefacción. Tradicionalmente los enterradores trabajaban al borde del desierto, a medio camino entre la tierra de los vivos y la tierra de los muertos. De ese modo sus talleres, a los que a menudo se accedía por barco, servían como primer estadio ritual en el viaje a la vida eterna, y mantenían al mismo tiempo una distancia saludable de las viviendas. Como era un rey, Tutankamón probablemente habría tenido un taller propio, o incluso puede que fuese embalsamado en los mismos terrenos de su templo conmemorativo. Allí le desnudarían, le tenderían en una mesa de embalsamar ligeramente inclinada, y lo lavarían con una solución de natrón, una mezcla —que se da comúnmente en la naturaleza— de carbonato de sodio decahidratado y bicarbonato de sodio, usada como jabón y como conservante.
El cerebro, cuya función era desconocida, se desechaba al principio del proceso de momificación. Esto normalmente se conseguía rompiendo el hueso etmoides (el que separa la cavidad nasal de la cavidad del cráneo), introduciendo una cuchara de mango largo por el agujero de la nariz y agitando vigorosamente hasta que el cerebro se volvía lo suficientemente líquido para gotear por la nariz. La cavidad de la calavera, una vez vacía, se llenaría en parte con resina. El corazón, por el contrario, se contemplaba como el órgano esencial del razonamiento. Como tal, se necesitaría en la otra vida, cuando hubiese que testificar ante Osiris. Por tanto se dejaba en su sitio, y si se extraía accidentalmente, se volvía a coser de inmediato, aunque no siempre en su posición original.
A continuación harían una incisión en el costado izquierdo de Tutankamón, y se extraerían sus entrañas (estómago, intestino, pulmones e hígado). Ésta era una parte sucia aunque fundamental de los procedimientos: como saben todos los cocineros no vegetarianos, estos órganos se estropean enseguida si se dejan dentro del cuerpo. La insistencia en extraer los órganos a través de un agujero relativamente pequeño y situado en un lugar poco conveniente (y no a través de la incisión en forma de Y utilizada en las autopsias modernas) nos indica la resistencia a dañar el cadáver o bien la adhesión a un ritual particular. El muerto Tutankamón necesitaría sus órganos internos. Conservados en natrón, se introdujeron en ataúdes antropomorfos en miniatura etiquetados con los nombres de los protectores hijos de Horus: Imseti, con cabeza humana (guardián del hígado); Hapy, con cabeza de babuino (guardián de los pulmones); Duamutef, con cabeza de perro (guardián del estómago), y Qebehsenuef, con cabeza de halcón (guardián de los intestinos). Los cuatro ataúdes se envolvieron en lino, se les aplicaron ungüentos y se almacenaron en huecos tallados en la base de un baúl canópico de calcita. Los huecos fueron taponados con cabezas regias talladas en calcita. El baúl canópico se colocó entonces en un cofre dorado custodiado por las figuras de las diosas protectoras Isis, Neftis, Serket y Neit. Durante el funeral, su templete canópico se colocaría cerca de la momia, en el Tesoro.
De vuelta en el taller del embalsamador, se enfundarían las uñas de manos y pies de Tutankamón y su cadáver se cubriría por dentro y por fuera con sal de natrón.[120] Entonces habría que dejarlo cuarenta días, hasta que se secara del todo. Ese cuerpo desecado, que sería mucho más ligero de peso y oscuro de color, habría que lavarlo, aplicarle aceites y envolverlo con paños impregnados en resina para devolverle su forma. El proceso de envolverlo sería largo y complicado, ya que los enterradores empleaban una mezcla de vendas, almohadillas de lino y sábanas para dar una apariencia de vida al cadáver, y una mezcla de dijes y amuletos distribuidos entre las capas del vendaje, para asegurar su protección. Una vez el cuerpo desecado y algo tieso, y los miembros difíciles de manejar, se requeriría mucha más habilidad de la que quizá apreciamos.[121] Finalmente, la momia enmascarada se colocaría en su ataúd interno. Setenta días después de entrar en el taller de los enterradores, Tutankamón se habría transformado en un Osiris latente, dispuesto para su funeral.
La autopsia, como la excavación, es un proceso destructivo. Una vez realizado es imposible devolver al sujeto a su estado original y sólo unos registros exhaustivos y la plena publicación pueden preservar el cuerpo, aunque de forma virtual, para las generaciones futuras. Carter comprendía muy bien la naturaleza destructiva de la arqueología, y estaba dispuesto a tomarse infinitas molestias para conservar los frágiles objetos de la tumba de Tutankamón. Sin embargo, no vio ningún motivo en absoluto por el cual la momia de Tutankamón no debiera ser desenvuelta de inmediato, aunque el proceso de desenvolverla inevitablemente causaría su destrucción. Lacau, que como director general del Servicio de Antigüedades era responsable de la conservación de todos los objetos antiguos de Egipto, incluidas las momias, no hizo nada para detener el proceso. En realidad, Lacau insistió en estar presente para observar (y quizá disfrutar) el proceso de desenvolver la momia, que iba a ser el clímax de una serie de etapas teatrales de la excavación (la apertura de la Cámara de Enterramiento y la apertura del sarcófago fueron los otros dos momentos estelares). Fue el anatomista Douglas Derry quien sintió la necesidad de justificar la autopsia, aunque su principal argumento (que la autopsia conservaría la momia de Tutankamón) no se sostiene ante un detallado escrutinio:
Se podrían decir aquí unas palabras, como corresponde, en defensa del proceso de desenvolver y examinar a Tut-ankh-Amen. Muchas personas contemplan semejante investigación como un sacrilegio, y consideran que debería haberse dejado al rey como estaba… Se comprenderá que una vez hecho un descubrimiento semejante al de la tumba de Tut-ankh-Amen, y conocidas las noticias de la riqueza de los objetos contenidos en la tumba, dejar algo de valor en la tumba es atraer los problemas… El mismo argumento se aplica al hecho de desenvolver al rey, a cuya persona de ese modo se le puede ahorrar el rudo trato infligido por los ladrones, codiciosos de obtener las joyas sembradas en profusión por su cuerpo. La historia se ha visto muy enriquecida por la información que podía proporcionar el examen anatómico, que en este caso… era de considerable importancia.[122]
Carter, Lacau y sus colegas reflejaban aquí una opinión de principios del siglo XX, que veía a la momia como poco informativa y poco decorativa. No todo el mundo estaba de acuerdo con ellos, y por primera vez los egiptólogos tuvieron que enfrentarse a una reacción que se transmitió a través de la sección de cartas al director de los periódicos nacionales. El obispo de Chelmsford se sintió inspirado para escribir unas líneas:
AL EDITOR DE THE TIMES
Señor: Me pregunto a cuántos de nosotros, nacidos y criados en la era victoriana, nos gustaría pensar que en el año, digamos, 5923, la tumba de la reina Victoria se viera invadida por un grupo de extraños que desvalijaran su contenido, sacaran el cuerpo de la gran reina del mausoleo en el que ha sido colocada, entre el dolor de todo el pueblo, y lo exhibieran para que todos los que lo desearan sin excepción pudieran verla.
Surge la pregunta de si un trato que consideramos indecoroso en el caso de la gran reina inglesa no es igualmente indecoroso en el caso del rey Tutankamón. No niego el gran valor histórico que se puede obtener del examen de la colección de jolyería [sic], muebles y, por encima de todo, papiros descubiertos en la tumba, y me doy cuenta de que un interés más amplio puede justificar su investigación completa e incluso, en casos especiales, su temporal retirada. Pero, en cualquier caso, protesto fuertemente en contra de que se saque el cuerpo del rey del lugar donde ha descansado durante miles de años. Tal movimiento bordea la indecencia, y se enfrenta a todos los sentimientos cristianos concernientes a la tristeza de los lugares de enterramiento de los muertos.
J. E. Chelmsford
Obispado, Chelmsford, 1 de febrero.[123]
El popular autor Rider Haggard estaba menos preocupado por la autopsia que por lo que le ocurriría al final a los restos de Tutankamón. Le desagradaba muchísimo la sala de las momias en el Museo de El Cairo y le preocupaba que pronto Tutankamón se pudiese añadir a esa morbosa colección. Al escribir en The Times diez días después que el obispo, propuso una solución ingeniosa:
Les insto… a que después de examinar esos restos, fotografiarlos y modelarlos con cera, ya que se considera que su propio sepulcro no es seguro para ellos, se lleven a todos los reyes y los coloquen en una de las cámaras de la Gran Pirámide, y la sellen con cemento de tal modo que sólo la destrucción de todo el bloque de acres de piedra sólida pudiera revelarlos de nuevo a ojos de los hombres.[124]
Petrie, hablando en nombre de la comunidad egiptológica, estaba en desacuerdo; ¿por qué estropear una bonita pirámide?, preguntaba. Sir John Maxwell tampoco estuvo de acuerdo:
Si la opinión pública en este asunto tiene razón, entonces, para ser coherente, todos los cuerpos de ricos y pobres por un igual habría que entregarlos a la tierra, y todos los museos nacionales deberían devolver sus momias a Egipto para que las volviesen a enterrar. Pero hay que recordarle a la buena gente de casa que en todos los museos, los días festivos, ¡a la multitud le gustan muchísimo sus momias![125]
A lo largo de todo el siglo XIX, los occidentales se habían preocupado por lo que ocurriría con sus propios cadáveres después de la muerte. A algunos les preocupaba que pudieran ser enterrados vivos accidentalmente, y llegaban a extremos que ahora nos parecen ridículos para asegurarse de escapar a semejante horror, diseñando ataúdes de seguridad equipados con banderas y campanas y «hospitales de espera» donde podían yacer los muertos, sin ataúd y observados atentamente, hasta que se iniciase la putrefacción más allá de toda duda razonable.[126] A otros (la inmensa mayoría) les preocupaba no ir intactos y enteros a la tumba, y de ese modo no poder responder a la trompeta que los llamaría y que anunciaría sin duda alguna la resurrección.[127] La idea de la autopsia, de diseccionar y profanar el cadáver, era aborrecible para la mayoría de la gente, y más aún dado que en Gran Bretaña, durante muchos años, era el castigo máximo y más horrible impuesto a los criminales ejecutados. Todavía calientes, incluso alguna vez con el corazón todavía latiendo, los muertos se sacaban directamente del cadalso y se llevaban a la sala de disección donde, frente a un contingente de estudiantes de medicina, artistas y curiosos morbosos, se veían sometidos a inimaginables indignidades. Al final, una vez terminada la profanación, se les negaba un entierro digno. La escasez de cuerpos de ahorcados condujo, naturalmente, a un mercado negro de ladrones de cadáveres (cuerpos frescos o casi frescos que «resucitaban» de sus tumbas) y finalmente culminó en la aprobación de la Ley de Anatomía de 1832. A partir de ese momento, fueron los pobres y los indigentes, aquéllos cuyos cuerpos nadie reclamaba, los destinados a la mesa de autopsias.
Esa preocupación por la protección y entierro adecuado del cuerpo raramente se extendía a los egipcios muertos hacía mucho tiempo. Quizá los cadáveres egipcios, sencillamente, fueran demasiado antiguos para inspirar respeto. Para muchos no se trataba de restos humanos, sino de un recurso infinito que había que desenterrar, comprar, vender, exhibir, destruir y ocasionalmente incluso consumir. A partir del siglo XV, una momia era un bien muy preciado, y se ingería en muchos casos como medicina;[128] durante el XIX, se usaba como ingrediente de la pintura «marrón momia», que se explicaba por su propio nombre. La sugerencia de que se usaran las momias también para suministrar combustible a los ferrocarriles egipcios fue sólo un rumor iniciado por el escritor Mark Twain, aunque, como descubrieron algunos ladrones de tumbas, las momias ardían excepcionalmente bien.
En 1898, Thomas Cook & Hijo podían alardear de haber escoltado a 50.000 viajeros a Egipto, proporcionando barcos espléndidos de tres pisos para el largo viaje por el Nilo.[129] Como el cálido clima de El Cairo se consideraba saludable, esas cifras fueron en aumento año tras año. Los egipcios daban la bienvenida a los turistas: tenían un efecto benéfico en la economía y en los monumentos, bastante abandonados, que el Servicio de Antigüedades ahora se veía obligado a cuidar. Pero como todos los turistas, aquéllos querían recuerdos que les rememorasen su visita. Algunos encontraban que una momia o un fragmento de momia era el recuerdo perfecto de las vacaciones perfectas, y a muchas personas respetables les parecía normal volver a casa con un cuerpo humano, una cabeza o una mano para la exhibición en su gabinete de curiosidades privado. Esas reliquias impresionaban a sus familiares y amigos y asustaban a los sirvientes y (en algunos casos) a los posibles ladrones. El ejemplo más celebrado del poder protector de una momia era el hogar del doctor James Douglas, en Phoenixville, Pennsylvania, que tenía dos momias sin vendas en sus ataúdes exhibidas notoriamente en una galería acristalada, y a quien nunca robaron, aunque las casas del vecindario sufrían robos a menudo.[130]
Tan grande era la demanda que algunos egipcios emprendedores se pusieron con entusiasmo a falsificar momias, o bien uniendo trozos de momias realmente antiguas (junto con diversos restos), o bien vendando a algunos muertos no tan antiguos, para vendérselos a los europeos crédulos. Los rumores de que algunas momias «antiguas» en realidad eran turistas desaparecidos recientemente no eran más que cuentos, y desde luego, apócrifos. El hecho de que tratar con antigüedades (y por supuesto, con cuerpos muertos) fuese ilegal, no hacía otra cosa que añadir emoción a la compra. Incluso Amelia B. Edwards, que más tarde fundaría el Fondo de Exploración de Egipto, una sociedad dedicada a conservar y registrar las antigüedades egipcias antiguas, pudo verse temporalmente seducida por el turbio mundo del comercio con momias:
… A partir de aquel momento, todos los ladrones de momias de aquel lugar nos miraban como presas legales suyas. Atraídos hacia un antro tras otro, nos mostraron todos los bienes robados de Tebas. Algunas de aquellas cosas eran muy curiosas e interesantes… Abundaban los trozos de ataúd de momia, esculturas murales y tabletas sepulcrales; y en una ocasión incluso nos llevaron ante la presencia de… una momia… Mientras tanto, intentamos en vano echar el ojo a los codiciados papiros. Un árabe se introdujo una o dos veces en una tumba después de caer la noche, y habló de ello vagamente con el dragomán, pero nunca llegó a decir nada concreto. Primero ofreció una momia por 100 libras. Encontrando, sin embargo, que ni le compraríamos su papiro sin verlo ni su momia a ningún precio, anduvo regateando y dudando un día o dos, evidentemente intentando que compitiéramos con algún rival o rivales desconocidos, y luego desapareció. Esos rivales, supimos después, eran los M. B. Ellos compraron tanto la momia como el papiro a un precio enorme, y luego, incapaces de soportar el aroma de su antiguo egipcio, ahogaron al querido difunto al final de la semana.[131]
Ese fenómeno no se limitaba a los europeos. Como decía a sus lectores el Harper’s Magazine de Nueva York:
El viajero moderno no se contenta con coleccionar cuentas y estatuillas funerarias y tales chucherías. Debe llevarse a casa un antiguo egipcio en properia persona. La cantidad de negocios que se han hecho estos últimos años con ese nefasto tipo de baratijas ha sido considerable. Un agente extranjero y comerciante de vinos de El Cairo me aseguraba que cuando volvió de la Segunda Catarata, en 1874, esa misma temporada «pasó» y embarcó no menos de dieciocho momias tebanas, y muchos otros agentes estaban probablemente igual de ocupados y tenían el mismo éxito.[132]
Era fácil recoger restos humanos, pero era mucho menos fácil deshacerse de ellos. A lo largo del tiempo, a medida que empezaban a descomponerse, o cuando sus propietarios morían o sencillamente pasaban a tener nuevas aficiones, muchos de esos egipcios no deseados eran enterrados (y olvidados inmediatamente) en jardines occidentales, donde yacen todavía, una posible causa de confusión para los arqueólogos del futuro. Unos pocos y selectos recibieron entierros más sofisticados. La momia medio podrida de Amenherjepshef (que a pesar de su nombre, que suena sospechosamente a ramésida, fue identificado como hijo pequeño del rey Senwosret III de la 12.a dinastía) fue incinerada por el fiel episcopaliano George Walcott Mead. Mead enterró los restos en su parcela familiar en el cementerio del Oeste en Middlebury, Vermont, bajo una lápida que llevaba un aj, un pájaro ba y una cruz. Dejó bien clara su visión del asunto: «En tiempos fue un ser humano. Es bueno y adecuado que tenga un entierro cristiano».[133]
Más a menudo, las momias no deseadas eran donadas, a menudo despojadas de sus vendas y frecuentemente infestadas de polillas y de moho, al museo local. Allí servían como objetos de exhibición, interesantes pero poco informativos, para entretener al público en general. Pocas de las momias podían alardear de tener un nombre, procedencia o historia. Se conservaban unos hechos básicos sobre el difunto (sexo, edad, altura, color del pelo, quizá incluso la causa de la muerte), pero aparte de eso resultaban inútiles, su valor se limitaba a la joyería que en tiempos se había colocado entre sus vendas. Esas momias tenían muy poco interés para los egiptólogos profesionales, muchos de los cuales eran lingüistas y no arqueólogos ni científicos. Algunos sentían una repulsión instintiva a que se los asociase con cuerpos muertos (por su falta de interés en los restos de Tutankamón, parece que Carter formaba parte de este grupo). Otros contemplaban las momias con desagrado, ya que representaban el desafortunado aspecto «popular» de la egiptología. El público, contrariamente, se sentía fascinado, y pagaba por asistir al desenvolvimiento o desenrollado de una momia. Estos actos eran entretenimientos públicos más que investigaciones científicas propiamente dichas, aunque había algunas excepciones honrosas. El cirujano Thomas Pettigrew, por ejemplo, obtenía unos buenos ingresos comprando y desenvolviendo públicamente algunas momias, pero también tomaba notas detalladas de su trabajo, y su History of Egyptian Mummies de 1834 fue un gran éxito popular.
El descubrimiento de dos depósitos reales, a finales del siglo XIX, anunció un cambio de actitud. Los egiptólogos se enfrentaron de repente con un grupo de individuos bien conocidos y de procedencia bien identificada cuyos cuerpos podían hacer una auténtica contribución a la comprensión de la historia egipcia. La momia regia había cruzado la frontera entre el objeto impersonal y la persona real. Sin embargo, se consideró totalmente apropiado que esas momias sufrieran una autopsia por parte de Gaston Maspero, excelente egiptólogo y lingüista, pero que no tenía conocimientos médicos. Sus autopsias se llevaron a cabo a un ritmo acelerado: Ramsés II, uno de los faraones más importantes de Egipto, quedó desnudo en sólo quince minutos. Maspero cortó las vendas sin más, sin hacer ningún intento de desenrollarlas. Si se hubiese desenvuelto hoy en día (cosa que ya no podrá ser) se habría precisado un equipo entero de expertos y muchos meses de trabajo intensivo. Las momias reales fueron examinadas de nuevo por Smith, cuya publicación en 1912 de The Royal Mummies sigue siendo la autoridad habitual en este tema.
En el Museo de Manchester, en 1908, Margaret Murray, antigua alumna de Petrie, sí que tenía algunos conocimientos médicos. Murray reunió un equipo de expertos para realizar una doble autopsia a un par de momias de la 12.a dinastía conocidas como «Los dos hermanos».[134] Se enfrentó vigorosamente a aquellos que cuestionaron no su técnica, sino su derecho a desenvolver las momias:[135]
Para la mayoría de la gente pocas ideas son más repugnantes que perturbar a los muertos. Abrir tumbas, quitar los objetos colocados allí por manos amorosas, y desenrollar e investigar los cuerpos parece para muchas mentalidades no solamente repulsivo, sino bordeando el sacrilegio… No tengo nada que decir a esas personas. Sus objeciones, sus opiniones incluso, son una ofensa para la ciencia.[136]
El enfoque multidisciplinario de Murray ha prosperado, y hoy en día el Centro para la Egiptología Biomédica KNH de la Universidad de Manchester, encabezado por la profesora Rosalie David, está dedicado a la investigación sobre las momias. Los expertos de Manchester están embarcados en el estudio de los tipos de tejido, parásitos y enfermedades, y esperan que su trabajo no sólo explore la salud de los que llevan muertos mucho tiempo, sino que también contribuya a la erradicación de una de las más persistentes enfermedades parasitarias modernas, la esquistosomiasis (bilharziosis). Mientras, debido a un curioso vuelco del destino, el Museo de Manchester, que ya no se ocupa directamente de estudios sobre momias, se encontró en el centro de una tormenta egiptológica cuando en mayo de 2008 decidió, por cuestiones éticas, cubrir las momias desenvueltas y parcialmente envueltas que se exhibían en sus galerías. Las momias vendadas quedaron descubiertas. La abrumadora respuesta del público fue que los visitantes del museo querían ver las momias. No lo contemplaban como voyeurismo, ni como un abuso a los derechos de los egipcios muertos, y un significativo número sentía incluso que eso era lo que hubiesen querido los propios egipcios. Además, encontraban las momias envueltas siniestras y desagradables. Tras un período de experimentación y consultas, la política del Museo de Manchester se ha modificado, y sólo una de las momias desenvueltas permanece parcialmente cubierta.
Igual que la egiptología ha avanzado a lo largo del último siglo, también han avanzado las técnicas médicas. Las momias ya no se desenvuelven de una manera habitual, y sólo cuando una momia está irreparablemente dañada (se está pudriendo bajo sus vendas, por ejemplo), los egiptólogos biomédicos sacan sus escalpelos. Por el contrario, los expertos ahora confían en procedimientos no invasivos, como los rayos X en 3D y la toma de diminutas muestras de tejido para el análisis histológico del ADN.
El 31 de octubre de 1925, los envoltorios exteriores de la momia de Tutankamón, incluyendo un collar de flores, bandas de oro, un par de manos doradas que sujetaban un cayado y un mayal y un escarabeo de resina negra, fueron retirados. Las tiras grabadas de la momia (dos bandas longitudinales y cuatro transversales) sin duda se habían realizado para otra persona y no le quedaban bien. Además:
En algunos casos se habían recortado deliberadamente algunos cartuchos, insertando oro liso en su lugar, pero en uno de los casos permanece el cartucho original, que es el de Semenj-ka-Ra. De modo que esto nos lleva a la suposición de que esas placas en particular eran restos del entierro de este rey utilizadas para Tutankamón.[137]
Carter intentó extraer la momia de su sarcófago interior, pero no lo consiguió. Tanto la momia como su máscara de oro seguían obstinadamente pegadas, y Carter no podía aplicar la fuerza necesaria para separarlas sin correr el riesgo de dañar gravemente la frágil momia. Esperando que el calor del sol ablandara la resina, Carter contrató a diez hombres fuertes para que sacaran el ataúd fuera de la tumba. Después de dos días recibiendo los rayos del sol, Tutankamón seguía pegado, y Carter se resignó a llevar a cabo la autopsia con el rey metido dentro de su máscara y el sarcófago interior, que a su vez seguía pegado dentro del ataúd intermedio.
El 11 de noviembre tuvo lugar la autopsia en el pasadizo exterior de la tumba de Seti II, en presencia de algunos funcionarios del Servicio de Antigüedades y diversos huéspedes egipcios y europeos, que, como revelan los diarios de Carter, pronto se aburrieron del procedimiento y se impacientaron por la necesidad de tomar frecuentes fotografías. Lo llevó a cabo Derry, profesor de anatomía en la Facultad Médica de la Universidad Egipcia, y el doctor Saleh Bey Hamdi de Alejandría, antiguo director de la Facultad de Medicina. Derry había trabajado previamente en las momias de la 11.a dinastía recuperadas del templo-tumba de Nebepetre Montuhotep II, pero no era la persona más adecuada para dirigir la autopsia, y su elección cayó como un mazazo a su antiguo profesor, Smith, que había sido recomendado a Carnarvon por Lythgoe, del Metropolitan Museum, como «el único que debería tener responsabilidad en las pruebas de ese tipo». Hubo un intercambio de cartas insolentes y desagradables entre Smith y Carter, pero Carter no vaciló en su decisión. Ciertamente, que le tuviesen que llamar para realizar esa vital operación inspiró a Smith para escribir a The Times ya el 15 de diciembre de 1922:
Sería una verdadera desgracia que los cuerpos envueltos [Smith esperaba que Tutankamón hubiese sido enterrado con Anjesenamón] no se estudiaran plenamente para obtener de ellos la valiosa información que queremos tan urgentemente los estudiosos de la historia de la momificación y del llamado «ritual de embalsamamiento», porque si se hacen registros y fotos completas del aspecto externo de la momia, será posible reemplazar los envoltorios externos después de que se haya hecho el examen. Pero estén las momias desenvueltas o no, es de la mayor importancia obtener una serie de fotografías en rayos X de ellas antes de hacer nada. Porque, aunque se lleve a cabo el proceso de desenvolverlas, las radiografías podrían proporcionar una información importante, y resultarían también una guía muy útil para el investigador durante el desenvolvimiento de la momia. Se debe llevar a cabo la preparación adecuada antes de que se abra la cámara mortuoria, para poder hacer ese examen con rayos X.
Carter se había propuesto hacer que examinaran a Tutankamón con rayos X antes de su autopsia, pero el radiógrafo había muerto y, como no disponían de sustituto alguno, se tuvo que abandonar el plan para permitir que se procediese a la autopsia tal y como se había planeado. Eso fue muy desafortunado.
Tras embadurnar las envolturas externas con cera de parafina fundida, Derry hizo una incisión justo en medio de la momia, cortando desde el borde inferior de la máscara hasta los pies, y cortando también el lienzo exterior, atado al cuerpo mediante vendas de lino que pasaban alrededor de lo que (supuestamente) eran los tobillos, rodillas, caderas y hombros. Había esperado que podría sacar a Tutankamón de su envoltura externa para que la autopsia se pudiese llevar a cabo de una manera convencional; sin embargo, cuando retiró el lino endurecido, se dio cuenta de que no sería posible:
Habíamos esperado, eliminando una fina capa externa del vendaje de la momia, liberarla en los puntos de adhesión al ataúd para poder sacarla, pero en eso nos vimos decepcionados de nuevo. Encontramos que el lino situado debajo de la momia y el propio cuerpo estaban tan empapados con los ungüentos que se había formado una masa como la brea en el fondo del ataúd, y lo sujetaba tan firmemente incrustado que fue imposible soltarlo, a riesgo de que sufriera grandes daños. Aun después de quitar cuidadosamente gran parte de las vendas, el material consolidado hubo que eliminarlo con un cincel por debajo de los miembros y el tronco, antes de poder quitar los restos del rey.[138]
Tutankamón se encontraba en un estado de conservación mucho peor que cualquiera de las momias de la 18.a dinastía recuperadas de los dos depósitos reales. Éstas se habían separado de sus vendas originales sólo un siglo o así después de ser enterradas. En el caso de Tutankamón, 3.000 años de contacto con ungüentos aplicados generosamente habían tenido un efecto oxidante, quemando su piel y reduciendo sus vendas a la consistencia del hollín:
… los hilos que en tiempos sujetaban las manos [de oro] y los adornos en su lugar, sobre la cubierta de lino exterior, estaban podridos, y en consecuencia, las distintas partes se rompían al menor contacto… cuanto más avanzábamos, más evidente se hacía que las vendas exteriores y la momia se encontraban en un estado calamitoso. Se habían carbonizado completamente por la acción desencadenada por los ácidos grasos de los ungüentos con que las habían empapado.[139]
Lucas identificó ese proceso como una combustión lenta y espontánea. El antropólogo físico Robert Connolly está de acuerdo, y se le ha citado sugiriendo que Tutankamón quizá fuera un peligro de incendio en su propia tumba: «La resina generaba un enorme calor. Si no hubiese estado en un ataúd estanco, toda la tumba habría ardido en llamas».[140] Por el contrario, varias autoridades sugerían que la combustión del cuerpo pudo deberse al mal uso del calor por parte de Carter y Derry para separar el cuerpo de su máscara y su ataúd.[141]
Derry se vio obligado a trabajar con el cuerpo desde las piernas hacia arriba. Al cabo de cinco días, el torso y los miembros estaban expuestos y había llegado a la cabeza, que todavía seguía cubierta por la máscara. Ambas cosas fueron separadas con «cuchillos calientes», dejando la máscara todavía pegada al ataúd, vacío por lo demás. Derry extrajo el cuerpo desmembrándolo. Tutankamón fue decapitado, sus brazos separados por los hombros, codos y manos, sus piernas por las caderas, rodillas y tobillos, y el torso cortado desde la pelvis por la cresta ilíaca. Una vez completa la investigación científica, fue vuelto a montar en una bandeja de arena para los fotógrafos, y algunas partes se adhirieron con resina para dar el aspecto de un cadáver intacto. Su cabeza, envuelta en algodones, se fotografió de una manera que sugería que todavía estaba unida al cuerpo. El relato de la autopsia por parte de Carter, escrito para un público general, no hace mención alguna de este desmembramiento. Se ha convertido en objeto de acalorado debate si esto debe interpretarse como un acto de falsificación deliberada (el ocultamiento culpable de una profanación) o sencillamente como un medio respetuoso de ofrecer algo de privacidad a un rey dañado.[142]
Una anotación en el cuaderno de Carter, fechada el 1 de octubre de 1925, revela que originalmente se proponía envolver de nuevo la momia: «Este examen científico debería llevarse a cabo tan callada y respetuosamente como sea posible pero… No volveré a envolver la momia hasta que sepa si los ministros quieren inspeccionar los restos regios». Su diario del 23 de octubre de 1926 sugiere que se hizo así: «El primer ataúd externo, conteniendo la momia del rey, finalmente vuelta a vendar, fue colocado en el sarcófago esta mañana». Sin embargo, en 1968, un equipo dirigido por Ronald Harrison, profesor de Anatomía de la Universidad de Liverpool, abrió el sarcófago sellado y encontró a Tutankamón sin reconstruir y yaciendo todavía en su bandeja de arena. El equipo de Liverpool tomó una muestra de piel y, como no tenían permiso para sacar a Tutankamón de su tumba, usaron un aparato de rayos X portátil ligeramente anticuado para examinar sus restos.
Su trabajo se filmó y se emitió en la televisión británica en 1969, pero aunque se publicaron artículos de Harrison en Buried History y en Antiquity, las radiografías nunca se publicaron en la literatura médica.[143] Diez años después, un tercer examen, llevado a cabo por James E. Harris, jefe del Departamento de Ortodoncia de la Universidad de Michigan, hizo de nuevo una radiografía del rey, concentrándose en la cabeza y los dientes.[144] Tras el examen resultó obvio que Tutankamón se estaba deteriorando. Había daños en las orejas, su piel se había oscurecido y los ojos se habían hundido.
El trabajo más reciente sobre los restos de Tutankamón lo realizó —como parte de un extenso programa, todavía en marcha, de estudios de momias del Reino Nuevo— un equipo de expertos con base en El Cairo y bajo la dirección del doctor Zahi Hawass, entonces presidente del Consejo Supremo de Antigüedades. Este equipo ha tenido acceso a todo tipo de modernas técnicas de análisis, incluyendo pruebas de ADN y exploraciones por tomografía computerizada (TAC). En 2005 se escaneó a Tutankamón y se usaron más de 1.700 imágenes para reconstruir su cuerpo en 3D.[145] En 2007 fue transferido a un nuevo sarcófago de cristal con temperatura y humedad controladas. Allí descansa hoy en día; es el único rey (por lo que sabemos hasta el momento) que yace en su propia tumba en el Valle de los Reyes.
La autopsia de Derry
The Times, 14 de noviembre de 1923
Luxor: 12 de noviembre. La momia del faraón Tutankamón fue extraída hoy de sus vendajes. El cuerpo fue encontrado cubierto de oro, con estrellas de oro en el corazón y los pulmones. Una daga grande de oro se encontraba con el cuerpo. Se espera que mañana se publique un comunicado oficial. Reuters
Los pies vendados de Tutankamón habían sufrido algunos daños por frotación contra los costados de su ataúd interior. Ese daño, sin embargo, era insignificante comparado con el daño causado por la carbonización dentro de las vendas, que hacía imposible realizar una inspección plena y adecuada de las vendas. Carter estimó que los embalsamadores habían empleado dieciséis capas de vendas, y que se habían usado distintos tipos de lino, y que el mejor (usado para la capa interna y la más externa) parecía batista de la mejor calidad. Los miembros se envolvieron individualmente, igual que los dedos de pies y manos; el abdomen estaba envuelto con lienzos impregnados de resina, y la cabeza coronada por una curiosa almohadilla de lino cuya forma cónica recordó a Carter una corona. Por lo que podía ver Carter, «el modo de vendar era el practicado usualmente en las momias del Imperio Nuevo». Sin embargo, «cuando se podía discernir algún detalle del método de envoltorio, las pruebas sugerían precipitación… que es la opinión más consensuada entre los científicos presentes».[146]
Mientras Derry iba retirando las vendas pieza a pieza, empezaron a aparecer joyas, amuletos y ropa entre las diversas capas. Había más de 150 amuletos, cada uno de ellos destinado a ayudar al rey en su viaje a la otra vida. Tutankamón llevaba brazaletes en cada brazo (siete en el derecho y seis en el izquierdo), anillos en los dedos y un surtido de collares y pectorales en el pecho. Llevaba dediles de oro en los dedos de manos y pies, y unas sandalias de oro. Un delantal o falda de oro, extendida desde su cintura a las rodillas, y dos dagas, una de oro y la otra de ese metal nuevo tan interesante, hierro, iban unidas a un cinturón. Una diadema de oro hermosa pero sencilla rodeaba la cabeza de Tutankamón; debajo de ella, una banda de oro sujetaba un frágil khet o tocado de lino (en forma de bolsa). Bajo el tocado había varias capas de vendas, y finalmente un casquete ajustado de cuentas, sujeto por otra banda de oro. El lino del gorro se había podrido, dejando en su lugar las cuentas azules y rojas de cristal y oro. Como era demasiado frágil para quitarlo, fue consolidado con cera de parafina y lo dejaron donde estaba. Hoy en día ha desaparecido. Parece improbable que pudiera robarse (no como pieza entera, al menos), y es posible que sencillamente las cuentas se fueran cayendo de la cabeza.
El cuerpo de Tutankamón medía 1,63 m. Suponiendo que debió encogerse ligeramente durante la momificación, eso indica que mediría 1,67 m de alto: la misma altura que las dos estatuas de guardianes que custodiaban la puerta de la Cámara de Enterramiento. Tenía los brazos flexionados por el codo y doblados encima del estómago, el izquierdo por encima del derecho. Una herida de embalsamamiento «irregular», de sólo 8,6 cm de largo, estaba situada, como era de esperar, en el costado izquierdo del cuerpo, corriendo desde el ombligo hasta el hueso de la cadera. Curiosamente, no había placa alguna de embalsamamiento para cubrir y reparar mágicamente esa herida, pero en los vendajes se descubrió una placa oval de oro en el lado izquierdo del cuerpo. Examinando los genitales de Tutankamón —el escroto aplanado por el proceso de embalsamamiento y el pene (50 mm de longitud) ligado en posición erecta—, Derry no pudo ver vello púbico alguno y tampoco pudo determinar si el rey estaba circuncidado.
La piel del cuerpo del rey era de un color grisáceo, quebradiza y cuarteada; piel y carne juntas sólo ocupaban 2-3 mm de grosor y se podían separar con toda facilidad del hueso. La piel del rostro, que había quedado protegida por la máscara funeraria, era de un color más oscuro y marcada con manchas blancas de natrón. Había una lesión o cicatriz grande en la mejilla izquierda, por encima del hueso de la mandíbula, junto al oído. Tutankamón no llevaba barba (había sido enterrado con un equipo de afeitado completo, que fue robado por los saqueadores de tumbas, que dejaron sólo la etiqueta) y su cabeza afeitada estaba cubierta por una sustancia blanca que Derry identificó como ácido graso. El lóbulo de su oreja izquierda ostentaba una perforación grande, de 7,5 mm, pero estaba vacía; el lóbulo de la oreja derecha faltaba y se presume que se quedó pegado en las vendas. Sus ojos estaban medio abiertos, con las pestañas todavía en su sitio, y los labios ligeramente abiertos, revelando unos dientes delanteros prominentes que se pueden observar también en otras momias reales de la 18.a dinastía. La nariz, aplastada por las vendas, tenía metidos unos tapones de lino impregnado con resina. A Carter, Tutankamón le pareció «de un tipo extraordinariamente refinado y culto. El rostro tenía unos rasgos bellos y bien formados. La cabeza mostraba un fuerte parecido estructural con la de Ajenatón».[147] Por Ajenatón, Carter se refería a la momia de la KV 55 con quien nos encontramos por última vez en el capítulo 2. Derry estuvo de acuerdo en que el cráneo de Tutankamón tenía la misma forma distintiva, «ancha y con la parte superior plana (platicefálica)» que la calavera de la KV 55.[148]
Derry observó que las muelas del juicio superior e inferior derecha «acababan de salir de las encías y habían alcanzado la mitad del tamaño del 2.o molar. Los del lado izquierdo no se pueden ver con facilidad, pero parecen en el mismo estadio de crecimiento». Es una observación curiosa. No se podía abrir a la fuerza la boca cerrada de Tutankamón sin causarle daños graves, y sin el uso de la tecnología de los rayos X, Derry no podía haber visto las muelas traseras de Tutankamón. Eso, combinado con su afirmación de que el cráneo estaba vacío, aparte de la capa de resina (algo que no podía haber resultado aparente con los tapones de la nariz en su lugar), condujo a Leek, que era dentista y experto en la investigación de restos antiguos, a deducir que Derry debió de cortar la cabeza. Usando una técnica estándar de la autopsia, probablemente hizo una incisión por debajo de la barbilla, pasando en torno al borde interno de la mandíbula y continuando hacia arriba, hacia el paladar. Luego debieron de reparar los daños con resina.[149]
Se obtuviera como se obtuviera, esa prueba dental, combinada con el análisis de los huesos (el examen de la epífisis, o placas de crecimiento al final de los huesos grandes), indicaba que Tutankamón había muerto entre los diecisiete y los diecinueve años de edad.
Los exámenes de Harrison y Harris
De acuerdo con Derry, el equipo de Liverpool estimó que Tutankamón había muerto entre los dieciocho y los veintidós años. Esto se ha discutido ocasionalmente: Lee sugería que quizá tuviera sólo dieciséis años; Harris que quizá tuviese veintisiete, pero hoy en día se acepta ampliamente que Tutankamón tenía unos dieciocho años al morir.
La muestra de piel indica que Tutankamón y la momia de la KV 55 compartían el mismo grupo sanguíneo, relativamente raro (A2 con antígenos MN presentes); en el mismo análisis, la abuela de Ajenatón, Tuya, resultó tener también el A2N.[150] Las medidas de Harris confirmaron posteriormente la observación de Derry de una similitud próxima en morfología craneofacial entre Tutankamón y KV 55 (y Tutmosis IV, padre de Amenhotep III). Esta similitud era lo bastante fuerte para indicar que Tutankamón y KV 55 podían ser hermanos o padre e hijo.
14. Radiografía del tórax de Tutankamón hecha por Harrison, que muestra las costillas cortadas en el lado derecho y las rotas en el izquierdo. La mayor parte de los fragmentos de costilla han desaparecido, junto con toda la parte frontal de tórax y el esternón. En la parte superior se ven algunas cuentas, que presumiblemente proceden de la camisa con cuentas que originalmente llevaba el cuerpo, y que quizá se usó para cubrir los daños accidentales y la destrucción del tórax entero por parte de los embalsamadores.
15. Radiografía de Harrison de la parte inferior del torso de Tutankamón que muestra el denso paquete en la cavidad pélvica (presumiblemente, lino empapado de resina) y la destrucción del lado izquierdo del hueso de la pelvis, del que faltan varias piezas. Posiblemente sea el resultado de un «accidente fatal». También es posible ver el relleno en la parte inferior del tórax y la zona dañada donde Derry cortó el cuerpo por la mitad.
16. Radiografía de Harrison de la base del cráneo de Tutankamón; se ve la línea de resina.
Los rayos X de Harrison confirmaron que la cabeza de Tutankamón había sido rellenada en parte con resina. Se podían observar dos capas de resina distintas, y como estaban en ángulo recto una con respecto a la otra, parece que una se debió de introducir cuando el cuerpo yacía supino, y la otra cuando la cabeza estaba echada hacia atrás o, menos probablemente, el cuerpo entero colgando cabeza abajo. Se identificó un pequeño trozo de hueso en la cavidad del cráneo; parece probable que fuese un fragmento del hueso etmoides destrozado, y en la película de la BBC, Harrison dio la opinión de que era un artefacto post mórtem. Sin embargo, un examen más atento con rayos X mostraba que el hueso etmoides todavía estaba intacto en 1969 (aunque sufrió algunos daños en 2005). Eso condujo a Connolly a sugerir que el cerebro de Tutankamón no se extrajo de la forma convencional, sino que se licuó y se extrajo por la nariz.[151]
Las telas endurecidas con resina que llenaban la cavidad del pecho habían impedido a Derry realizar un examen completo del torso superior. Los rayos X de Harrison, por tanto, produjeron conmoción: eran obvios los grandes daños sufridos en aquella zona, y faltaban el esternón y parte de las costillas. Estaba claro que Tutankamón no pudo nacer sin esternón. Esos daños debieron de ocurrir durante la momificación o inmediatamente antes, o quizá durante el examen de Derry. Derry, sin embargo, no hace ninguna mención de quitar trozos del pecho (resulta difícil comprender por qué podría desear hacer una cosa así) y parece que al menos algunas de las costillas ya estaban rotas en la Antigüedad, y no fueron cortadas durante la autopsia. Harrison observó también que el corazón de Tutankamón se hallaba ausente: una curiosa omisión, dado que el corazón tenía que realizar importantes funciones en la otra vida. Un escarabeo de resina negra, que llevaba inscrito el hechizo 29b del Libro de los Muertos, podía haberse destinado a reemplazarlo.
El corazón no era la única parte del cuerpo que faltaba. El pene de Tutankamón era claramente visible en las fotos de Burton, pero Harrison no lo encontró. Durante largo tiempo circuló el rumor de que había sido robado como macabro souvenir, probablemente durante la Segunda Guerra Mundial, cuando la tumba no estuvo bien custodiada. Eso condujo a acusaciones de graves negligencias, y a un montón de bromas desafortunadas referidas a las «joyas de la corona» perdidas, que sólo cesaron cuando en 2006 el equipo de Hawass descubrió el pene escondido en la arena de la bandeja. El doctor Eduard Egarter Vigl, experto en miembros momificados, ha podido confirmar que aunque el pene se encogió durante el proceso de momificación, y quedó algo aplastado por las vendas, el joven rey estaba «normalmente constituido».[152]
Exámenes recientes
El equipo de Hawass ha confirmado que el pecho de Tutankamón sufrió graves daños antes de la momificación (o, menos probable, durante la autopsia de Derry) y que los huesos pélvicos se hallan prácticamente ausentes. También observaron que el muslo izquierdo se rompió al morir o muy cerca del momento de la muerte. Su trabajo indica que Tutankamón pudo haber sufrido una larga lista de problemas de salud, incluyendo el pie izquierdo deforme, huesos enfermos en el pie derecho, paladar hendido, escoliosis y malaria. Muchas de esas conclusiones han sido contestadas, en particular, la anormalidad congénita del pie (Talipes equinovarus) está cuestionada, ya que no resulta raro que esa deformidad del pie resulte ser un curvamiento causado por unos vendajes demasiado tensos.[153] ¿Era Tutankamón un rey enfermo con problemas de movilidad? Su tumba incluía 130 bastones y cañas de paseo, pero el bastón también podía ser un símbolo de autoridad, un arma o una pieza de equipo deportivo. Junto con los bastones también había una armadura, seis carros y un arsenal de arcos y flechas, bastones para arrojar, hondas, porras, espadas, escudos y dagas. Las imágenes y artefactos de su tumba muestran a Tutankamón sentado realizando tareas (disparar, por ejemplo) que se podía esperar razonablemente que realizase de pie, pero también le muestran de pie realizando hazañas heroicas: el valiente (¿o atolondrado?) Tutankamón se balancea en un frágil barco de papiro para arponear a un hipopótamo en las marismas, o bien conduce su carro a gran velocidad persiguiendo a unos avestruces por el desierto. En su Caja Pintada, de nuevo se pone de pie triunfante en su carro mientras derrota a sus enemigos sirios. Esas imágenes son convencionales en la realeza. Se atienen a una tradición de siglos que dictaba que los reyes, fuera cual fuese su aspecto real y su carácter, debían aparecer siempre físicamente perfectos y valientes. No sabemos nada del rey, aparte de esa propaganda: no podemos establecer si Tutankamón era valiente o físicamente apto. Los nuevos reyes tradicionalmente reforzaban su reclamación al trono provocando una lucha con los enemigos tradicionales de Egipto, los nubios por el sur y los asiáticos por el nordeste. Referencias fragmentarias de los templos de Karnak, Luxor y Medamud sugieren que las tropas de Tutankamón hicieron campaña contra ambos enemigos, mientras las imágenes de la tumba del general Horemheb en Menfis muestran a asiáticos y libios haciendo un llamamiento por la paz. Sin embargo, el simple hecho de que los primeros reyes ramésidas de la 19.a dinastía se vieran obligados a pasar muchos años restaurando la frontera norte de Egipto sugiere que, a pesar de lo que su propaganda nos quiera hacer creer, y por muchas campañas que llevasen a cabo, Tutankamón y sus sucesores, Ay y Horemheb, no fueron grandes generales que disfrutasen de múltiples victorias.
Para gran desilusión de Carter, Derry fue incapaz de determinar cómo había muerto Tutankamón. Algunas causas de muerte (como la viruela, que había dejado obvias señales en el cuerpo) se podían excluir, pero eso apenas conseguía limitar el campo. Durante muchos años se aceptó (sin motivo aparente) que Tutankamón había muerto de tuberculosis. Finalmente, la tuberculosis se descartó como causa de la muerte porque las radiografías que hizo Harrison de la espalda del rey muerto indicaron que las placas epifisiarias seguían en su sitio.
Ya en 1923 Mace había propuesto una situación más dramática. Tutankamón, demasiado joven para haber muerto de muerte natural, quizá fue asesinado por su sucesor, Ay:
El resto es pura conjetura… Tenemos motivos para creer que era poco más que un niño cuando murió, y que su sucesor, Eye [Ay], fue quien apoyó su candidatura al trono y actuó como consejero suyo durante su breve reinado. Fue Eye además quien arregló las ceremonias funerarias, y quizá fuera él quien preparó también su muerte, juzgando que ya había llegado el momento de asumir las riendas del gobierno por sí mismo.[154]
En teoría es una idea sostenible. Algunos reyes fueron realmente asesinados por sus súbditos. Sus muertes no fueron obra de fanáticos políticos o de locos que actuaban al azar, sino el resultado de sofisticadas conspiraciones tramadas en el harén real, donde madres ambiciosas y sus hijos igualmente ambiciosos conspiraban para desviar la sucesión del heredero designado. El complot más conocido de todos ellos tuvo como resultado la muerte de Ramsés III, de la 20.a dinastía, y siguió a ella un juicio que supuso la ejecución o suicidio forzado de todos los implicados. Una conspiración anterior, bastante bien documentada, supuso el asesinato del fundador de la 12.a dinastía, Amenemhat I. El regicidio, por tanto, no se puede descartar automáticamente. Pero resulta difícil de entender por qué iba a querer alguien matar a Tutankamón. Su reinado estaba corrigiendo despacio, pero con mano segura, el caos de la época de Amarna, y no existe señal obvia alguna de que estuviera haciendo algo que preocupase a alguien. Más aún, aquellos cercanos al rey (la gente que es más probable que lo pudiera matar) tuvieron la oportunidad de impedir su elevación al trono cuando lo heredó, de niño. ¿Por qué esperar a que el niño se convirtiera en hombre?
La teoría del crimen probablemente habría muerto de muerte natural de no ser por la «prueba» proporcionada por la radiografía del cráneo que hizo Harrison en 1968 y la publicación de su artículo en Buried History:
Mientras examinábamos las radiografías del cráneo de Tutankamón, descubrí un pequeño fragmento de hueso situado en el lado izquierdo de la cavidad del cráneo. Éste podría haber formado parte del hueso etmoides, y se habría desplazado de la parte superior de la nariz cuando se metió un instrumento en la cavidad craneal durante el proceso de embalsamamiento. Por otra parte, los rayos X sugieren que ese fragmento de hueso está fusionado con el cráneo que lo recubre y podría ser indicativo de una factura depresiva, que hubiese curado. Eso podía significar que quizá Tutankamón murió de hemorragia cerebral causada por un golpe en el cráneo con un instrumento romo.[155]
El fragmento de hueso (en realidad son dos, y ambos en el lado derecho del cráneo, y no en el izquierdo) es una pista falsa, un objeto post mórtem que pudo crearse cuando Derry entró en la cavidad craneal.[156] De mucho mayor interés era una zona oscura en la base del cráneo, donde éste se une con el cuello. Se ha sugerido que puede suponer una hemorragia causada por un golpe en la parte de atrás de la cabeza. ¿Pudo ser atacado Tutankamón por detrás mientras dormía?[157] Una zona emborronada en la zona oscura puede indicar, o quizá no, una membrana calcificada formada por encima de un coágulo de sangre. Si es una membrana, complica el tema sugiriendo que pudo sobrevivir al menos dos meses después del golpe que recibió en la cabeza.
Los que han desarrollado la teoría del asesinato con golpe en la cabeza tuvieron que centrarse en la única radiografía publicada. Un nuevo examen más reciente de todas las radiografías de Harrison ha mostrado que la «membrana calcificada» es simplemente un lado de la pared posterior de la fosa, que se proyecta sobre el otro:
Todos los hallazgos anormales que se han relatado antes se pueden considerar situaciones post mórtem y falta de comprensión de la anatomía normal de la base del cráneo… Actualmente, las teorías que proponían el asesinato como posible causa de muerte de Tutankamón no se ven apoyadas por ningún examen crítico de las radiografías del joven faraón.[158]
Ese diagnóstico se ve confirmado por el reciente examen egipcio de la momia, que no ha descubierto pruebas de golpe alguno en la cabeza de la momia.
Si no fue asesinado mediante un golpe en la cabeza, ¿cómo murió Tutankamón? Inicialmente, el equipo de Hawass sugirió que su pierna izquierda rota podía haber desencadenado una infección fatal o una embolia grasa, o que Tutankamón, sencillamente, se desangró hasta morir. Más tarde sugirieron que quizá muriera por los efectos de la malaria en un cuerpo constitucionalmente debilitado. Desde entonces, varios expertos han expresado la opinión de que esto es muy improbable ya que, aunque la malaria puede resultar muy grave y ofrecer riesgo de muerte para los niños pequeños, los adultos normalmente desarrollan inmunidad a la enfermedad. Otros han propuesto una anemia drepanocítica, o una enfermedad metabólica de los huesos llamada hipofosfatasia. Por supuesto, no hay necesidad alguna de buscar enfermedades exóticas o inusuales; en tiempos de Tutankamón, una simple diarrea era mortal.
Las pruebas estadísticas extraídas de nuestra propia sociedad reacia a los riesgos confirman lo que nos dice el sentido común. Los accidentes son mucho más comunes que los asesinatos, y los accidentes son la mayor causa de muerte involuntaria entre los varones jóvenes. Los daños sufridos en el pecho por Tutankamón y su pierna rota apoyan la hipótesis de la muerte por accidente. ¿Podría haberlo matado, como ha sugerido recientemente Benson Harer, un hipopótamo?[159] El hecho de que no fuese momificado de una forma demasiado eficiente y de que falte el corazón (¿quizá estaba ya podrido?), sugiere que hubo un retraso en la entrega de su cuerpo a los embalsamadores. Suponiendo que no fuese sencillamente el resultado de daños post mórtem en el taller del enterrador, puede también ser prueba de muerte en un campo de batalla extranjero.
17. El abanico de oro con plumas de avestruz de Tutankamón (las plumas se pudrieron hace mucho tiempo), un objeto autorreferencial.
Existe otra posibilidad. El abanico dorado con plumas de avestruz es un objeto autorreferencial bellamente realizado. El mango, cubierto por una lámina de metal, nos dice que las cuarenta y dos plumas, alternando marrón y blanco, que en tiempos adornaron la parte superior del abanico, se habían tomado de unos avestruces capturados por el propio rey mientras cazaba en el desierto del este de Heliópolis (junto a la moderna El Cairo). La escena grabada en la parte superior semicircular del abanico muestra, en una cara, a Tutankamón saliendo en su carro a cazar avestruces, y en el reverso, el rey triunfante que volvía con su presa. Los avestruces eran unas aves muy importantes; sus plumas y sus huevos se consideraban artículos de lujo. Cazar avestruces (un deporte regio de la época del Reino Nuevo, desarrollado tras la introducción del coche y el caballo en el Segundo Período Intermedio) era el ideal para que un rey demostrase su control sobre las fuerzas indisciplinadas de la naturaleza. Era un sustitutivo de la batalla, y como tal, una ocupación peligrosa. Ese abanico fue recuperado entre las paredes de la tercera y cuarta capilla de la Cámara de Enterramiento, junto al cuerpo del rey. ¿Podría tener una relación particular con su muerte?