Recuperación
En diciembre de 1922, Pierre Lacau, jefe del Servicio de Antigüedades Egipcio, escribió formalmente a lord Carnarvon. Una versión corregida de su carta, traducida del francés, fue publicada en The Times el 14 de diciembre de 1922:
Todos mis colegas están enormemente impresionados, no sólo por los extraordinarios resultados obtenidos, sino también por el método con el que se ha llevado a cabo su trabajo. Desean unánimemente asociarse con su Presidente [el propio Lacau] al expresarle a usted todas sus felicitaciones y agradecimientos. Ha unido usted a su nombre uno de los mayores descubrimientos hechos no sólo en Egipto, sino en todos los dominios de la arqueología.
En lo que respecta a su colaborador, el señor Howard Carter, que ha llevado a cabo los trabajos durante tantos años, para él es la coronación más excelente de una carrera, y la recompensa más asombrosa que cualquier arqueólogo pudiera tener. Tal recompensa es plenamente merecida, porque ha proporcionado un hermoso ejemplo de método y paciencia, la virtud más rara en un excavador. Ojalá sea emulado a menudo.
Me gustaría añadir que el comité en pleno se ha sentido especialmente conmovido y emocionado por las condiciones de completo desinterés en las que se han llevado a cabo los trabajos. Éste es un ejemplo de la excavación ideal que se debería llevar a cabo en el futuro. Ha probado usted, para gran asombro de otros, que es posible aceptar en interés de la ciencia condiciones de excavación desinteresada. También Egipto y nuestra ciencia le deben a usted pleno reconocimiento. Hasta el momento, Egipto sólo se ha manifestado en artículos de prensa que pretendían ser desagradables para usted y para mí. Eso, sin embargo, no importa en absoluto. El Soberano y el Consejo de Ministros aprecian plenamente el auténtico aspecto, y la opinión pública egipcia, cuando lo comprenda (ahora que tiene todos los detalles a su disposición) le dará las gracias, estoy seguro, como debe ser.
La primera temporada: 1922-1923
Para proteger la tumba anónima y sus desconocidos contenidos, Carter volvió a enterrar la escalera y colocó enormes losas de piedra encima. Luego se resignó a una tensa espera. El 18 de noviembre de 1922 abandonó Luxor y se dirigió a El Cairo, donde se reunió con Carnarvon y su hija, lady Evelyn Herbert. Volvió a Luxor el 21, y Carnarvon le siguió dos días más tarde. Con la ayuda del amigo de Carter, el ingeniero retirado y arquitecto Arthur Callender, la limpieza de la escalera inferior se completó en la tarde del 24 de noviembre. En el relleno de la parte inferior de la escalera apareció una mezcla de objetos, incluyendo grandes cantidades de cerámica rota, un escarabeo de Tutmosis III y fragmentos de cajas que llevaban inscritos los nombres de Amenhotep III, Ajenatón, Neferneferuatón y Meritatón, y también Tutankamón. Eso era curioso. ¿Por qué tantos nombres reales de la 18.a dinastía asociados con esa única tumba? Carter se convenció de que había descubierto un depósito de finales de la 18.a dinastía, una tumba similar en diseño y uso, quizá, a la cercana KV 55.
Cuando la puerta quedó plenamente expuesta, apareció un tipo de sello distinto. Ahora ya se podía leer un nombre: Tutankamón. Tutankamón, pues, o sus funcionarios, habían sellado su tumba. Sus sellos estaban intactos y eran antiguos, y quedaba claro que no había habido una brecha reciente en la seguridad. Pero también quedaba claro que la parte superior de la esquina izquierda de la puerta mostraba señales de manipulación: la tumba había sido abierta y resellada al menos dos veces en la Antigüedad, y aunque se podía suponer razonablemente que nadie se molestaría en volver a sellar una tumba vacía, no se podía decir en absoluto que Carter hubiese descubierto un depósito o un enterramiento intacto.
El tapiado de la puerta (mampostería cubierta de yeso) fue desmontado el 25 de noviembre, revelando un pasadizo descendente lleno hasta el techo de escombros de color claro y esquirlas de caliza. Allí aparecían también las inconfundibles señales de saqueo: un túnel abierto a través de la esquina superior izquierda del relleno, alineado directamente con la brecha de la puerta exterior, relleno a su vez con escombros oscuros. Pasaron dos días limpiando aquel pasadizo y examinando su relleno. Éste también mostraba un curioso surtido de hallazgos, incluyendo fragmentos de cerámica, sellos de vasijas, jarrones de alabastro rotos e intactos, y los odres de piel abandonados por los antiguos trabajadores que sellaron con yeso la tumba interior. Mientras, el práctico Callender estaba ocupado construyendo una rejilla de madera para proteger la tumba, ahora expuesta.
El 26 de noviembre, Carter y Carnarvon (más lady Evelyn, Callender y un pequeño grupo de trabajadores) se encontraron otra vez ante una puerta bloqueada y enyesada, que llevaba el sello de la necrópolis y el sello de Tutankamón. De nuevo había pruebas inconfundibles de manipulación y resellado en la esquina superior izquierda de la puerta. Carter (que luego calificaría aquél como «el mejor de todos los días, el más maravilloso que he vivido, y desde luego no espero volver a vivir otro semejante») estaba a punto de descubrir los daños que habían provocado los antiguos saqueadores. Parece justo dejarle a él el momento exacto del descubrimiento:
Había llegado el momento decisivo. Con las manos temblorosas abrí una abertura diminuta en la esquina superior izquierda. La oscuridad y un espacio vacío, en toda la extensión que podía alcanzar una varilla de hierro de prueba, mostraron que lo que había más allá estaba hueco, y no relleno, como el pasadizo que acabábamos de despejar. Se hizo la prueba de la vela, como precaución para los posibles gases nocivos, y luego, abriendo un poco el agujero, introduje la vela y miré dentro. Lord Carnarvon, lady Evelyn y Callender estaban de pie detrás de mí, ansiosos, esperando oír el veredicto. Al principio yo no veía nada, porque el aire caliente que escapaba de la cámara hacía parpadear la llama de la vela, pero al final, cuando mis ojos se acostumbraron a la luz, los detalles de la habitación que había dentro fueron surgiendo lentamente de la niebla, extraños animales, estatuas y oro… por todas partes el brillo del oro. Durante un momento (a los demás que estaban esperando les debió de parecer una eternidad) me quedé mudo por el asombro, y cuando lord Carnarvon, que ya no podía soportar más el suspense, me preguntó ansiosamente: «¿Ve algo?», lo único que pude hacer fue murmurar las palabras: «Sí, cosas maravillosas». Luego, ensanchando el agujero un poco más para que ambos pudiéramos ver, introdujimos una linterna eléctrica.[62]
Al día siguiente se abrió oficialmente la puerta y se conectó una línea eléctrica al suministro del Valle. La dura luz eléctrica confirmó lo que había sugerido la parpadeante vela de Carter. La Antecámara estaba atestada con un vasto surtido de objetos: carros desmontados, tres lechos de oro tallados en forma de animales exóticos y numerosos baúles, cajas, recipientes y envoltorios, todos, presumiblemente, llenos de tesoros. Todos los objetos grandes y muchos de los pequeños llevaban el nombre de Tutankamón. Sin embargo, no había señal alguna de sarcófago o de ataúd. El muro sur era de piedra viva, pero una puerta pequeña y sellada una sola vez en el muro occidental, quebrada por los ladrones y sin reparar, ofrecía la posibilidad de que al otro lado hubiese más tesoros. El muro norte, custodiado por dos imponentes estatuas del propio rey, era más prometedor aún: un muro de partición, obviamente, albergaba la entrada bloqueada y enyesada a una cámara o múltiples cámaras.
Sin embargo, un agujero muy obvio, lo suficientemente grande como para que cupiese un chico o un hombre esbelto, había sido restaurado y vuelto a sellar por los funcionarios de la necrópolis. Por tanto, no era seguro en absoluto que Tutankamón descansase todavía en lo que ahora veían claramente que era su tumba.
Todas las dudas desaparecieron cuando, poco después de la apertura oficial de la Antecámara, Carter, Carnarvon y lady Evelyn reabrieron el agujero de los ladrones y se introdujeron en lo que resultó ser la Cámara de Enterramiento, que estaba al otro lado. Con la curiosidad ya satisfecha se retiraron, volviendo a bloquear el agujero y ocultando el yeso moderno tras una tapa de un cesto, cuidadosamente colocada, que se ve claramente en las fotografías contemporáneas. Aunque se sugirió que lo hicieron el 26 de noviembre, inmediatamente después del momento de las «cosas maravillosas», parece mucho más probable que esperasen hasta la noche del 27, cuando la puerta interior ya había sido destapada. Esperando a ese momento, habrían organizado menos jaleo en la puerta y habrían tenido menos problemas para avanzar por la Antecámara, llena de objetos; sus acciones, por tanto, habrían resultado menos obvias.[63]
No hay registro oficial de esa aventura nocturna, pero lady Evelyn se la contó a su medio tío, Mervyn Herbert, justo antes de la apertura oficial de la Cámara de Enterramiento. Herbert, que había jurado mantenerlo en secreto, consignó esa conversación en su diario y concluyó, de una manera bastante optimista: «Los únicos que saben algo de esto son los trabajadores, ninguno de los cuales se atreverá a decir una palabra a nadie sobre este asunto».[64] De hecho, la inspección no oficial era un «secreto» ampliamente conocido. El químico y conservador Alfred Lucas, ciertamente, lo sabía todo: se fijó en el yeso moderno en cuanto lo vio:
De la puerta que conducía a la cámara de enterramiento, se dice que «un examen más atento reveló el hecho de que se había abierto una pequeña brecha junto a la parte baja… y que el conjunto, por tanto, había sido posteriormente rellenado y resellado». Se dio un misterio considerable en torno a ese agujero de los ladrones. Cuando yo vi por primera vez la tumba hacia el 20 de diciembre, el agujero estaba oculto por la bandeja de mimbre, o tapa, y algunas cañas cogidas del suelo que el señor Carter había colocado allí delante… Lord Carnarvon, su hija y el señor Carter ciertamente entraron en la cámara de enterramiento y también en la cámara de piedra, que posteriormente quedó sin puerta, antes de la apertura formal. No estoy seguro de si el señor Callender, que también estaba presente en aquel momento, entró también en la cámara de enterramiento o no, pero era un hombre corpulento, y una vez oí un comentario que me hizo pensar que el agujero era demasiado pequeño para que cupiese.
El tema del agujero y su estado cuando lo encontraron, si estaba abierto o cerrado, es un asunto que no tiene importancia arqueológica, y en sí mismo no vale la pena ni mencionarlo…[65]
Abrir la cámara sellada privadamente, sin invitar a que asistiera el Servicio de Antigüedades, era descortés y además significaba una violación del permiso para excavar de Carnarvon. Ciertamente, no se habría considerado una conducta aceptable en una excavación de hoy en día. Sin embargo, dado lo que estaba pagando Carnarvon por la excavación, dado que él era responsable de custodiar la tumba y sus contenidos, y que esperaba conseguir una parte de sus objetos, su curiosidad quizá sea comprensible. Carter tenía un motivo mucho más personal para querer saber exactamente qué había detrás del muro de partición. En 1898 había descubierto la «Tumba del Caballo», llamada así porque su caballo casi tropezó literalmente con ella. Excavada en 1900, y descubriendo lo que había parecido ser una tumba grande y no violada, planeó una gran apertura de la «cámara de enterramiento» sellada, invitando, entre otros huéspedes ilustres, al cónsul general de Gran Bretaña, lord Cromer. Desgraciadamente, cuando se abrió la cámara, sólo contenía tres barcos de madera y algunas vasijas. Arqueológicamente, la Tumba del Caballo es muy interesante, porque se encontró en ella también una estatua de madera que indica que pudo formar parte del ajuar funerario del faraón Nebepetre Montuhotep II del Reino Medio, pero los visitantes no se molestaron en ocultar su decepción. Carter nunca olvidó aquella humillación.
Sin embargo, por mucho que simpaticemos con los motivos de Carter y Carnarvon, la inspección furtiva fue un hecho arqueológico nefasto para el cual no hay excusa posible. La apertura de la cámara sellada tenía que haberse documentado plenamente, y no tenía que haberse tocado nada en la Antecámara antes de haberlo consignado todo. El caso es que no sólo la posición de la cesta frente al agujero de los ladrones se había falsificado en las fotos oficiales, sino que también se habían desplazado otros objetos de la Cámara. Lucas aseguraba que podía identificar un objeto que se había retirado de la Cámara de Enterramiento en aquella primera visita clandestina, y que luego se restituyó en un lugar ligeramente distinto:
Esa caja de perfume no se encontró en el sarcófago, como asegura el señor Carter, sino fuera, o bien dentro de la capilla externa, y yo creo que dentro. La vi en casa del señor Carter antes de la apertura oficial de la cámara de enterramiento, y evidentemente, fue encontrada cuando lord Carnarvon y el señor Carter penetraron por primera vez en la cámara de enterramiento.[66]
No existe motivo alguno para dudar de la veracidad de la afirmación de Lucas: escribe como amigo y colega de Carter, y está claro que no le preocupa demasiado la incursión en la cámara. Su relato deja pendientes dos cuestiones. Una, lo preciso que puede ser el registro oficial del contenido de la Cámara de Enterramiento. Y otra, quizá más importante, ¿se llevaron algo más de la cámara?
La apertura oficial fue seguida por una serie de días abiertos para los ricos y poderosos. La excavación parecía ya una especie de diversión para la élite, como muestra la crónica del Illustrated London News del 16 de diciembre:
La apertura oficial de la tumba, o cámaras funerarias, del rey Tutankamón, encontrado por el conde de Carnarvon y el señor Howard Carter en el Valle de los Reyes, junto a Luxor, tuvo lugar el 29 de noviembre. Antes de la apertura, la hija de lord Carnarvon, lady Evelyn Herbert, dio una gran fiesta con una comida en el valle. Entre los invitados se encontraban lady Allenby y el gobernador de la provincia de Kena, Abdel Aziz Bey Yehia, que ha proporcionado una asistencia valiosísima en la custodia de los tesoros.
La fotografía que acompaña el texto muestra una mesa formal preparada en el Valle, una imagen bastante improbable. Cuando algunos nativos emprendedores empezaron a anunciar felicitaciones navideñas con el tema de Tutankamón, The Times se dispuso a dar la noticia al mundo. El artículo, escrito con la ayuda de Carter en el Valle de los Reyes y enviado a Luxor por un mensajero, fue publicado en Londres el 30 de noviembre de 1922:
Por la manera en que el contenido estaba dispuesto era evidente que aquel depósito no había permanecido intacto desde que fue enterrado. No había duda de que aquella maravillosa colección de objetos formaba parte de la parafernalia funeraria del rey Tutankamón, cuyo cartucho se ve por todas partes, en ambas formas, y que fueron trasladados de alguna tumba donde estuvieron colocados originalmente, y a fin de preservarlos de los ladrones fueron transferidos para su seguridad a estas cámaras.
El sellado y bloqueado de las puertas y los pasadizos que luego fueron abiertos sugiere que los ladrones de metal atacaron esas cámaras, y que inspectores de Rameses [sic] IX tuvieron motivos para entrar y volver a sellarlas. Desde el famoso Abbot y otros papiros, se sabe bien que estas tumbas reales sufrieron a manos de los ladrones. Pero fuera lo que fuese lo que contenían originalmente estas cámaras, su contenido hoy en día es suficiente para causar sensación en el mundo de la egiptología. Aumentan considerablemente nuestro conocimiento de la historia y el arte del Antiguo Egipto, y los expertos que estaban presentes en la apertura de hoy consideran que el descubrimiento probablemente se encontrará entre los más importantes de los tiempos modernos…
Lo que añade interés a este descubrimiento es que todavía hay una tercera cámara sellada, que custodian significativamente las dos figuras del rey descubierto, y que quizá resulte ser la auténtica tumba del rey Tutankamón, con miembros de la familia herética enterrados con él. Hasta que la enorme cantidad de material que hay en las otras cámaras no se haya retirado por completo, resultará imposible dilucidar los contenidos de esa tercera cámara.
The Times tenía razón. La atestada Antecámara tenía que quedar despejada antes de que se pudiera abrir oficialmente la Cámara de Enterramiento. Afortunadamente, Carter comprendía a la perfección la mayor paradoja de la arqueología: que el excavador que despeja un lugar necesariamente lo destruye, y sabía que tenía que trabajar despacio y metódicamente para poder preservar el diseño original de las cámaras en sus registros. Cada objeto debería ser registrado por separado in situ (numerado, fotografiado, marcado en el plano de la tumba, descrito y dibujado) antes de llevárselo a un laboratorio de conservación para su tratamiento inmediato y su posterior fotografiado. Luego había que empaquetarlo todo de la manera más segura para que emprendiera el largo viaje a El Cairo. En El Cairo se podían requerir más trabajos de conservación, antes de que los objetos pudiesen exhibirse. Estaba claro que no era una tarea que pudiera emprender a solas ningún excavador, por muy decidido que fuese. Tendría que buscar ayuda profesional y suministros, y para eso tendría que acudir a El Cairo.
La seguridad debía ser la prioridad fundamental de Carter. Habría que colocar una puerta de metal para proteger la tumba, ya que la puerta de madera construida por Callender sencillamente no era lo bastante fuerte para disuadir a los ladrones. Mientras, la ausencia de Carter del Valle significaba que el suministro eléctrico debía ser desconectado, la entrada a la tumba bloqueada con pesados maderos, la escalera enterrada de nuevo bajo lo que se calculaba que serían 1.700 toneladas de arena, roca y desechos, y todo el lugar vigilado por guardias. Ese procedimiento, que tomaría mucho tiempo, habría que llevarlo a cabo cada vez que la tumba fuese cerrada, y deshacerlo cada vez que se reabriera, como protección esencial no sólo contra los ladrones, sino también contra las inundaciones que podían filtrarse en la tumba y destruirlo todo.
Cuando Carter abordó el tren para El Cairo, Carnarvon zarpó hacia Inglaterra. Entrevistado por el corresponsal especial de The Times en Marsella el 16 de diciembre, le persuadieron para que revelase sus planes:
«Estamos resignados a la necesidad de esperar», dijo lord Carnarvon. «La pared que impide el paso a la cámara interior no se puede tocar sin un riesgo grave para las antigüedades valiosas amontonadas en indescriptible confusión en la cámara exterior. El trabajo de empaquetarlas y trasladarlas requiere el mayor de los cuidados y delicadeza en su manejo. La mayoría están maravillosamente bien conservadas, pero después de tres mil años bajo tierra, todo está muy reseco y frágil. No nos hemos atrevido a tocar nada. Existe el peligro de que las incrustaciones de las cajas se desplacen y las telas se deshagan bajo nuestro contacto. Todo hay que tratarlo con preparados para preservarlo antes de tocarlo. Será cuestión de que intervengan los químicos expertos». Lord Carnarvon añadió que se propone volver a Luxor a finales de enero para supervisar personalmente el vaciado de la cámara exterior.
De vuelta en Londres, Carnarvon entretuvo al rey Jorge y la reina María con un relato de sus aventuras. Y lo más importante, inició unas negociaciones formales con The Times. Era probable que Tutankamón resultase una sangría para los recursos de Carnarvon durante un largo tiempo por venir. Por supuesto, esperaba recibir una parte de los objetos de la tumba, y esos podrían venderse para sufragar los gastos. Las sumas implicadas podían resultar enormes: el 2 de diciembre, el Daily Express valoró los bienes de la tumba en unos 3 millones de libras; el 4 de diciembre el New York Times sugirió 15 millones de dólares. Sin embargo, parecía inteligente capitalizar el obvio valor comercial de Tutankamón, y negociar acuerdos en exclusiva. Tutankamón ya había entrado en la cultura popular occidental, y otros hacían dinero con el descubrimiento. En Estados Unidos, inevitablemente, se estaban haciendo preguntas sobre la propiedad del nombre. ¿Se podía registrar el derecho de propiedad de Tutankamón, o Tut, o Tut-tut? Aunque sospechaba que el Daily Mail pagaría más, Carnarvon prefirió tratar con el más refinado Times. El 9 de enero de 1923 firmó un contrato:
El conde por la presente nombra a The Times como único agente para la venta en todo el mundo, a periódicos, revistas y otras publicaciones, de todo tipo de artículos de prensa, entrevistas y fotografías (aparte de fotografías en color y cinematografía, ambas cosas excluidas de este acuerdo) relacionados con las obras de excavación presente y futura dirigidas por el conde y sus agentes en el Valle de las Tumbas de los Reyes…[67]
Carnarvon recibiría 5.000 libras al firmar el acuerdo, más el 75 por ciento de los beneficios netos por encima de ese pago inicial. A partir de ese momento, el relato más importante y preciso de los acontecimientos del Valle no lo proporcionarían las revistas científicas, sino un periódico británico de tirada nacional. Un plan ambicioso de filmar una película de los trabajos en el Valle nunca llegó a materializarse, aunque los estudios Goldwyn expresaron un enorme interés por el esquema de un guión preparado por el propio conde. Éste habría incluido filmaciones documentales de las excavaciones reales y reconstrucciones hechas por actores.
Financieramente, el trato de The Times era un movimiento sensato. En el aspecto práctico también tenía sentido, ya que restringía el número de periodistas que interrumpirían el trabajo en la tumba. Pero fue un movimiento que distanció a la prensa mundial, gran parte de la cual tenía enviados prestos y esperando noticias en el Valle. Los periodistas excluidos estaban furiosos, sin excepción. Con Reuters (representada por V. Williams), el Daily Express (H. V. Morton), el Daily Mail (Weigall) y el Morning Post y New York Times (ambos A. H. Bradstreet) en cabeza, formaron una alianza anti-Times. Negándose a abandonar Luxor, aunque se les escamoteaba cualquier forma de historia oficial, usaron unos medios que los excavadores consideraban poco limpios para obtener información bajo mano, y publicaron lo que pudieron. Los periodistas egipcios, que se enfrentaban a la perspectiva de que se los excluyera de un descubrimiento en su propio país, estaban especialmente indignados, y en una época de creciente nacionalismo, no tardó mucho en aparecer la cuestión de la propiedad de las tumbas. ¿Qué derecho tenían unos extranjeros de perturbar la paz de los reyes muertos de Egipto y aprovecharse de ellos?
Como necesitaba asistencia con urgencia, Carter apeló por telegrama a Albert M. Lythgoe, jefe del Departamento de Arte Egipcio del Metropolitan Museum de Nueva York. La respuesta fue inmediata y entusiasta:
Carter a Lythgoe, Metropolitan Museum, Nueva York, 7 de diciembre de 1922
[D]escubrimiento colosal necesito mucha ayuda podría plantearse prestarnos a Burton para registrar pásenos gastos a su debido tiempo agradecería respuesta inmediata saludos Carter.
Lythgoe a Carter, 7 de diciembre de 1922
Encantados de ayudar en todo lo posible. Por favor, llame a Burton y a cualquier otro miembro de nuestro personal. Telegrafío a Burton a ese fin. Lythgoe.[68]
El equipo de Carter variaría de una temporada a otra, pero en esencia estarían Callender y el químico del gobierno Lucas, y además, como préstamo por parte del Metropolitan Museum, el arqueólogo y conservador Arthur Mace y el fotógrafo Harry Burton. Burton fue particularmente bienvenido, ya que había resultado imposible tomar unas fotos decentes en el interior de la oscura tumba y, dado el posible riesgo de incendio, nadie se atrevía a experimentar con el flash. Sus imágenes y algunas películas breves todavía resultan valiosas hoy en día pues, aunque algunas sin duda fueron poses deliberadamente adoptadas para la prensa, ofrecen un testimonio ocular suplementario muy útil a los registros escritos de Carter. El arquitecto Walter Hauser y el artista Lindsley Foote Hall, también aportados por el Metropolitan Museum, dibujarían el plano de la tumba, mientras que Gardiner trabajaría en todos los textos e inscripciones. Algunos miembros adicionales y ocasionales del equipo incluían también a Percy Newberry, que trabajó con los especímenes botánicos, y su esposa, Essie, que ayudó con los tejidos, y también James Henry Breasted, fundador del Oriental Institute en Chicago.
El sargento en funciones Richard Adamson casi con toda seguridad no formó parte del equipo, aunque aseguraba que había custodiado la tumba noche y día durante siete años, durmiendo en un lecho de campaña en la Cámara de Enterramiento y poniendo música a fuerte volumen con su gramófono portátil para espantar a los ladrones. Adamson no contó esta historia curiosa hasta la muerte de su esposa y de todos los miembros importantes del equipo en 1966. Rápidamente se convirtió en un conferenciante popular, que presentaba una serie de proyecciones de diapositivas publicadas en libros y revistas. Colaboró con el autor Barry Wynne en la escritura de Tras la máscara de Tutankamón (1972), y como «último miembro superviviente de la expedición de Tutankamón» fue entrevistado por el Daily Mail en agosto de 1980. Sin embargo, Adamson está excluido de todos los relatos oficiales y no oficiales del descubrimiento: nunca le menciona ningún visitante de la tumba ni periodista, y no se le incluye entre los muchos cientos de fotógrafos. Existe una prueba más convincente aún (su certificado de matrimonio y los certificados de nacimiento de sus tres hijos) que indica que Adamson no estaba en Egipto en la época en que él asegura que estuvo.[69]
Carter volvió a Luxor con enormes cantidades de materiales incluyendo cinco kilómetros y medio de algodón hidrófilo y varios miles de bombillas eléctricas. La tumba se volvió a abrir el 16 de diciembre de 1922 y se colocó una puerta de seguridad de acero el 17. El Valle se convirtió entonces en taller de Carter, y la KV 55 en cuarto oscuro fotográfico, la KV 15 (Seti II) pasó a ser laboratorio y almacén combinados, y la KV 4 (Ramsés XI) la fundamental «tumba del almuerzo». Ya se podía iniciar al fin la tarea de vaciar la Antecámara. Esto resultó difícil: la cámara estaba atestada con multitud de objetos que en una tumba convencional real, de un tamaño mucho más grande, probablemente habrían estado distribuidos en varios almacenes. Había sido saqueada y restaurada de una manera un poco arbitraria dos veces. Todo estaba junto y mezclado, y los objetos se balanceaban precariamente unos sobre otros, no había espacio para maniobrar, incluso entrar en la habitación era difícil, ya que el equipo se veía obligado a pasar por encima de la «copa del deseo» —un jarrón de calcita semitranslúcida con asas en forma de flor de loto, con figuras arrodilladas sujetándolo que simbolizaban la eternidad— que se encontraba justo en la puerta. Carter comparó aquel trabajo de vaciado con jugar «un gigantesco juego del mikado», un juego de salón popular que requería que los jugadores usaran la destreza física y mental para extraer palitos de un montón sin mover los demás palitos. De hecho, como llegó a darse cuenta más tarde:
Había un poco de confusión, es cierto, pero era una confusión ordenada, y de no haber sido por las pruebas de saqueo proporcionadas por el túnel y las puertas vueltas a sellar, uno podría haberse imaginado a primera vista que nunca había ocurrido ningún saqueo, y que la confusión se debía más bien al descuido oriental en la época del funeral.[70]
El equipo fue trabajando en torno a la habitación en dirección contraria a las agujas del reloj, empezando por la derecha de la entrada (dirigiéndose hacia la esquina del nordeste) y acabando con los carros desmontados que se encontraban a la izquierda de la puerta. Las obras avanzaban con una lentitud exasperante y enervante, mientras el equipo luchaba por evitar que los objetos se desmoronaran bajo su contacto. Cada baúl o paquete extraído sano y salvo del montón de la tumba, luego tenía que sufrir su propia miniexcavación en el laboratorio de conservación. Sólo el contenido de una de las cajas concordaba con su etiqueta original; todas las demás contenían una mezcla de objetos amontonados de cualquier manera por los restauradores.
El primer objeto que se extrajo para su tratamiento (un hermoso baúl conocido hoy en día como la «Caja Pintada») proporciona un ejemplo perfecto de los problemas que se encontraron los conservadores. El baúl de madera había sido enyesado y pintado en toda su superficie exterior con escenas tradicionales de caza en el desierto (tapa) y fieras batallas que representaban a Tutankamón triunfante en su carro derrotando a sus enemigos sirios (cuerpo). El yeso estaba algo desconchado y en las junturas faltaba algún fragmento, pero a primera vista el baúl parecía encontrarse en buen estado. Por tanto, se limpió y los fragmentos descoloridos se trataron con bencina, y el conjunto fue pulverizado con una solución de celuloide. Sin embargo, después de tres semanas en la atmósfera seca de la tumba de conservación, la madera empezó a encogerse y el yeso pintado a torcerse. El baúl fue tratado, por lo tanto, con una mezcla de cera de parafina, que penetró en el yeso y lo volvió a consolidar. En el interior de la caja se encontraba una curiosa mezcla heterogénea de objetos medio podridos que Mace, en la anotación de su diario del 10 de enero de 1923, describió como «un revoltijo, todo mezclado de cualquier manera». Ese revoltijo incluía un par de sandalias tejidas, tres pares de sandalias de cuero, al menos siete túnicas con cuentas y finamente decoradas, incluyendo un manto de imitación de piel de leopardo, dos bolsas o gorros, dos collares de cerámica vidriada, taparrabos, rollos de tela y vendas, un guante y un reposacabezas dorado. Muchas de las túnicas fueron imposibles de salvar: «una masa de tela podrida, en gran parte con la consistencia del hollín, tachonada por completo de rosetas y lentejuelas de oro y de plata».[71] Algunas eran a todas luces prendas infantiles, cosa que hizo suponer a Mace, por primera vez, que Tutankamón podía haber accedido al trono siendo un niño. Costó tres semanas a Mace vaciar aquel único baúl, recogiendo los fragmentos de material trocito a trocito y fotografiando cada fase de la operación.
5. La «Caja Pintada»: un objeto muy hermoso por sí mismo, que albergaba un revoltijo de ropajes.
La tarde del viernes 16 de febrero, la puerta de la Cámara de Enterramiento fue desmontada en presencia de los invitados, arqueólogos y funcionarios del gobierno.[72] Enfocado por dos lámparas que apuntaban hacia el muro, Carnarvon empezó con un breve pero impresionante discurso, dando las gracias a todos los que habían ayudado en las obras hasta el momento. Mervyn Herbert nos cuenta que su hermano estaba inusualmente nervioso, «como un colegial travieso», por si alguien se daba cuenta de que el muro ya había sido abierto.[73] De pie en una plataforma de madera designada especialmente, Carter también pronunció un discurso, que según Herbert fue menos impresionante que el de Carnarvon. Luego, después de quitarse la ropa hasta quedar solo con pantalones y camiseta, localizó el dintel de madera en la parte superior de la puerta y aplicó la palanca, trabajando por razones de seguridad desde arriba hacia abajo. Mace fue sacando los bloques de la pared y se los tendió a Callender, que se los fue pasando a una cadena de trabajadores para apilarlos fuera de la tumba. El grupo de periodistas, que habían pasado la tarde muy deprimidos, sentados en el parapeto de la tumba, oyendo lo que ocurría dentro, recibió deliberadamente una información falsa por parte de los trabajadores: primero se habían encontrado ocho momias, luego cuatro, luego una estatua enorme. Era inevitable que parte de esas informaciones falsas llegaran a la prensa.
Al cabo de quince minutos, Carter había hecho un agujero lo suficientemente grande como para introducir una lámpara eléctrica; ésta reveló lo que parecía una pared de oro sólido. Poco después pudo introducir un colchón por el agujero, para proteger el muro dorado de la mampostería que pudiera caer. Dos horas después los presentes pudieron introducirse por el agujero, de tres en tres, y dejarse caer en la Cámara de Enterramiento. Carter registró sus impresiones de esa primera visita oficial a la Cámara:
Estábamos sin duda en la cámara sepulcral, porque allí, alzándose por encima de nosotros, se encontraba una de las grandes capillas doradas dentro de las cuales se introducía a los reyes. Tan enorme era la estructura (5,2 m por 3,3 m y 2,75 m de alto, supimos después) que casi llenaba la zona entera de la cámara, y un espacio de sólo unos 60 cm la separaba de las paredes en las cuatro direcciones, mientras que la parte superior, con cornisa y bocel, llegaba casi hasta el techo. De arriba abajo tenía incrustaciones de oro, y en sus costados se encontraban incrustados también paneles de cerámica vidriada azul, en los cuales se representaban, repetidos, los símbolos mágicos que asegurarían su fortaleza y su seguridad.[74]
La enorme y muy frágil capilla dorada estaba equipada, en la cara este, con unas puertas dobles que estaban cerradas con cerrojo, pero no selladas. Ansiosamente, Carter retiró los cerrojos de ébano y abrió de par en par las puertas, revelando un segundo sarcófago dorado cubierto con un delicado paño mortuorio de lino con flores de bronce dorado aplicadas. Ese sarcófago estaba cerrado con cerrojo por arriba y por abajo y sellado con dos sellos: el sello de la necrópolis, del chacal con nueve cautivos atados, y el propio sello de la necrópolis de Tutankamón.
En el estrecho espacio entre la capilla exterior y los muros de la cámara se encontraba una cantidad de objetos que a los ojos modernos parecerían desconcertantemente heterogéneos, pero que habían sido elegidos deliberadamente por los enterradores por su significado ritual: dos lámparas de calcita, un ganso de madera, dos cajas, dos jarras de vino, un «objeto ritual» no identificado, once remos mágicos, una capilla doble, dos «fetiches de Anubis» (una piel de animal, llena de fluido para embalsamar, colgada de una pértiga), símbolos jeroglíficos de madera dorada que simbolizaban «el despertar» y un ramillete funerario. Ocultos a la vista en los muros pintados, cuatro nichos contenían los ladrillos mágicos que ayudarían a Tutankamón en su renacimiento. Al abrir la Cámara de Enterramiento, una puerta abierta reveló otra habitación repleta de objetos que incluían un templete canópico dorado y brillante, un objeto de un significado y una belleza tal que puso un nudo en la garganta a Carter, una persona que normalmente no dejaba transparentar nada. Aquel «Tesoro» sería guardado y permanecería intacto hasta 1927. Asombrados por lo que habían visto, los cansados visitantes abandonaron la tumba después de las cinco de la tarde, y al estilo típicamente británico, se fueron a tomar el té. The Times dio la noticia al mundo, que permanecía expectante:
Hoy, entre la 1 y las 3 de la tarde, ha tenido lugar el momento culminante en el descubrimiento de la tumba de Tutankamón, cuando lord Carnarvon y el señor Howard Carter han abierto la puerta interior sellada… El proceso de abrir esa puerta que contenía la insignia real y estaba custodiada por dos estatuas protectoras del rey ha costado varias horas de cuidadosas manipulaciones, bajo un calor intenso. Finalmente ha acabado en una revelación maravillosa, porque ante los espectadores ha aparecido el resplandeciente mausoleo del rey, una cámara espaciosa, bellamente decorada, completamente ocupada por un inmenso sarcófago cubierto de oro y con incrustaciones de cerámica vidriada azul brillante.
Los dos días siguientes estuvieron ocupados con visitas y comidas privadas para egiptólogos y visitantes distinguidos; entre los últimos estuvo la reina Isabel de Bélgica y su hijo, el príncipe Leopoldo. Fue la primera de varias visitas reales, y la reina, entusiasta aficionada a la egiptología, se convirtió en una pesadez para los arqueólogos porque interrumpía su trabajo. También fue incómodo cuando el corpulento general sir John Maxwell se quedó atascado en el agujero todavía pequeño de la pared de la Cámara de Enterramiento. En el diario de Mervyn Herbert se consigna, con alguna simpatía, que cuatro hombres tuvieron que empujar y tirar hasta conseguir liberarlo «con el ruido de una botella de champán, y con daños en lo que él erróneamente describía como su pecho». Siempre habría una tensión incómoda entre el trabajo científico de los excavadores, que veían la tumba como su propio laboratorio privado, y la explotación de la tumba como espectáculo público por parte de las autoridades e incluso en ocasiones de los propios arqueólogos. El Valle se había convertido en la atracción turística de moda para la élite, con Carnarvon y lady Evelyn como guías; cualquiera que pudiera reivindicar la menor relación con cualquier miembro del equipo se sentía libre para presentarse, no invitado pero con una carta de presentación, para hacer un recorrido personal que, inevitablemente, detenía todos los trabajos.
6. Carter (izquierda), Carnarvon y la pared parcialmente desmontada, enyesada y sellada que daba a la Cámara de Enterramiento.
El público en general estaba condenado a merodear con los periodistas más allá de los muros perimetrales de la tumba. No era, quizá, tan malo como parece, ya que todo objeto sacado de la tumba tenía que pasar ante su vista en ruta hacia el santuario de la tumba de conservación. Este inacabable desfile de objetos funerarios (la constante anticipación de que podía aparecer en cualquier momento algo importante) aseguraba que el interés por la tumba aumentase, en lugar de disminuir. Luxor estaba inundado de visitantes (los hoteles más emprendedores establecieron tiendas en sus jardines donde podían dormir los turistas, por una sola e incómoda noche, en estrechos catres), y la expedición vivía en condiciones casi de asedio:
La tumba atraía como un imán. El peregrinaje empezaba a hora muy temprana de la mañana. Los visitantes llegaban en burro, en carros especiales para la arena, en coches de dos caballos, y procedían a instalarse en el Valle para pasar el día. En la parte superior del nivel más alto de la tumba había un muro bajo, y allí, cada uno ocupaba un espacio y se establecía, esperando que ocurriese algo. A veces era así, muy a menudo no lo era, pero eso no parecía suponer diferencia alguna para su paciencia. Allí se quedaban sentados toda la mañana, leyendo, hablando, escribiendo, fotografiando la tumba y unos a otros, bastante satisfechos si al final podían echar un vistazo a algo…[75]
Los que no podían visitar Egipto, escribían: el volumen de correo recibido por la oficina postal de Luxor se dobló o incluso se triplicó, y la oficina de telégrafo estaba desbordada por el número de despachos periodísticos. A Carter lo bombardeaban con correspondencia de todas las partes del mundo, gente que le deseaba suerte, pedigüeños, escolares, estudiosos, gente que quería vender o comprar antigüedades, gente que le ofrecía dinero para dar conferencias, y lo que se podría calificar vagamente como «excéntricos», incluyendo aquellos que creían ser egipcios reencarnados. Todos querían respuesta del famoso arqueólogo.
En la tumba, las condiciones eran de calor, humedad y mucha tensión. Una grave pelea entre Carter y Carnarvon, nunca explicada, que acabó dramáticamente en que Carter prohibiera a Carnarvon entrar en su casa durante un breve tiempo, fue una señal de que el equipo necesitaba un respiro de la tumba, de la prensa, del público y unos de otros. El 26 de febrero de 1923 se cerró la tumba; al día siguiente se clausuraron los laboratorios y el equipo se dispersó. Mientras Carter, como de costumbre, decidía esconderse en su casa de Luxor, Lucas se fue a El Cairo y Callender a Armant. Mace acompañó a Carnarvon y a lady Evelyn que cogieron un barco hacia el sur y pasaron unos días de tranquilidad en Asuán. En este viaje fue cuando Carnarvon recibió la picadura de un mosquito en la mejilla, un hecho cotidiano en el Nilo. Pero poco después de su regreso a Luxor se cortó la costra de la picadura mientras se afeitaba. A partir de ahí el relato de la tragedia varía. La mayoría afirma que Carnarvon se curó la herida de inmediato con yodina (al estar ya enfermo, viajaba con un botiquín muy bien provisto); unos pocos aseguran que dejó que la herida sangrase libremente, y sin darse cuenta permitió a una mosca «increíblemente sucia» que se posara en ella.[76] La herida se infectó enseguida y Carnarvon empezó a encontrarse mal. Unos pocos días de descanso en cama, a insistencia de lady Evelyn, pronto hicieron que se sintiera mejor, pero luego llegó una repentina recaída. Sin querer admitir que se encontraba muy enfermo, Carnarvon viajó a El Cairo para empezar a discutir la división de sus hallazgos con el Servicio de Antigüedades. Allí su estado se deterioró rápidamente. Se le envenenó la sangre y a continuación siguió una neumonía. Lady Carnarvon voló a El Cairo con el médico personal de su marido, el doctor Johnson, y lord Porchester, el heredero de Carnarvon, acudió en barco desde la India. A la 1.45 de la mañana del 5 de abril de 1923, Carnarvon moría. Su cuerpo fue embalsamado en Egipto y luego devuelto a Inglaterra para ser enterrado en Beacon Hill, parte de la propiedad de Highclere.
Carter, que había viajado a El Cairo para apoyar a lady Evelyn durante la enfermedad de su padre, y que se quedó para ayudar a lady Carnarvon con las disposiciones del funeral, volvió a Luxor para ir reduciendo paulatinamente la excavación. Los hallazgos fueron guardados en cajas de embalaje y transportados en el ferrocarril de Décauville (un tranvía que permitía empujar unas vagonetas abiertas por una vía temporal) hasta el río. Esta operación no fue tan fácil como parece, porque no había vías suficientes para cubrir la distancia desde el Valle hasta el río, y por tanto hubo que desmontarlas y volver a colocarlas a medida que el tren de vagonetas iba avanzando. En el río, las cajas se cargaron en un vapor. Cuando el buque llegó a El Cairo el 21 de mayo, Carter ya estaba preparado para recibirlo. Le llevó tres días desembarcar todos los objetos, transportarlos al museo, desembalarlos y colocarlos para su exhibición.
La Segunda Temporada: 1923-1924
La concesión para trabajar en el Valle expiró con la muerte de Carnarvon. Sin embargo, el Servicio de Antigüedades estaba ansioso por continuar el vaciado de la tumba y no quería financiarlo. Por tanto, las obras empezaron tal y como se había planeado en octubre de 1923, ya que lady Carnarvon quiso terminar el trabajo de su marido, aunque sin llevar a cabo más excavaciones en el Valle. Además de sus otras obligaciones, Carter asumió entonces el papel de enlace con las autoridades y la prensa, un cargo que aquellos que recordaban el tristemente famoso «asunto Saqqara» tenían motivos para ver con aprensión. Carter era un hombre que tenía muchos talentos, pero la diplomacia no era uno de ellos.
Desde el principio de la temporada hubo problemas. Carter nos proporciona un resumen inusualmente diplomático y en esencia poco informativo de los acontecimientos que conducirían a la clausura de la tumba y amenazarían la seguridad de los contenidos que quedaban:
Gradualmente empezaron a surgir problemas. Los periódicos competían por reportajes, los turistas no dejaban de intentar lo que fuera para obtener permisos para visitar la tumba, se desataron inacabables celos; días que deberían haber estado dedicados al trabajo científico se perdieron en negociaciones que a menudo no resultaban útiles, mientras las exigencias de la arqueología quedaban en un segundo plano. Pero éste no es lugar para sopesar las opciones de una controversia que ahora ya ha terminado, y no serviría de nada relatar con detalle la larga serie de incidentes desagradables que importunaron nuestro trabajo. Todos somos humanos. Ningún hombre es siempre sabio… quizá menos que ninguno el arqueólogo que encuentra que sus esfuerzos por llevar a cabo una tarea totalmente absorbente se ven frustrados por mil inconvenientes e irritaciones sin fin. No me corresponde a mí adjudicar la culpa de lo que ocurrió, pero tampoco responsabilizarme de una disputa en la cual, en un momento dado, pareció amenazado el interés de la arqueología en Egipto.[77]
Carter creía que había que controlar el número de visitantes que hacían perder el tiempo prohibiendo las visitas informales y planificando al mismo tiempo una serie de días de puertas abiertas. Tras muchísimas negociaciones y repetidos viajes entre Luxor y El Cairo, se acabó llegando a un acuerdo hasta cierto punto. El Servicio de Antigüedades emitiría unos permisos de visitante que limitarían el número de turistas pidiendo acceso a la tumba. En teoría esto tenía que haber funcionado, pero en la práctica el Servicio emitía permisos más o menos para todo aquel que los pedía, mientras que Carter también era dado a romper sus propias reglas, y encontraba difícil negar la admisión a las familias egipcias importantes o a destacados diplomáticos. El problema del acceso de la prensa era más difícil. Carter sugirió que podía resolverse sencillamente «empleando» a Arthur Merton, corresponsal de The Times, como miembro oficial del equipo de la excavación. Merton emitiría unos informes diarios que The Times recibiría a tiempo para la edición de la tarde, y los periódicos egipcios los recibirían al día siguiente. Así esperaba que las noticias del Valle llegasen más o menos simultáneamente a Londres y El Cairo, y otros periódicos podían obtener su información en los boletines ya publicados. Naturalmente, los representantes de Reuters y del Morning Post presionaron incansablemente contra el nombramiento de Merton por parte de Carter, mientras la prensa egipcia y un número creciente de nacionalistas egipcios continuaban su campaña contra la arqueología colonialista.
Las diferencias nimias sobre la prensa y el acceso público a la tumba eran extraordinariamente fatigosas, pero también eran un síntoma, más que una causa. Carter había quedado atrapado en una situación política que no podía resolver. El Protectorado Británico estaba llegando a su fin y Egipto se estaba convirtiendo en un Estado moderno e independiente. Fuad I se había proclamado rey en 1922; se anunciaba una nueva Constitución en 1923, y habría elecciones generales en 1924. El Servicio de Antigüedades todavía lo dirigía un francés, Pierre Lacau, pero éste, políticamente astuto, ya no quería que le viesen condescendencia hacia los excavadores extranjeros en lo que muchos empezaban ya a contemplar como la explotación de la herencia histórica egipcia. Pronto se impuso una nueva norma: un inspector del Servicio de Antigüedades debía estar siempre presente para supervisar los trabajos llevados a cabo en los yacimientos. Entonces, el 1 de diciembre de 1923, llegó la exigencia de que Carter entregase una lista formal de todos los miembros del personal de su excavación para que lo aprobase el Servicio de Antigüedades. Hoy en día es un procedimiento habitual; el Servicio de Antigüedades tiene derecho a vetar a cualquiera que considere poco adecuado para trabajar en cualquier yacimiento arqueológico. Pero en los años veinte aquello se consideró una impertinencia sin precedentes y un ataque poco sutil al portavoz de prensa recién nombrado, Merton. Carter intentó discutir, pero no había lugar para la negociación. Lacau se mantuvo firme: «… el gobierno ya no discute, sino que le informa de su decisión».
Mientras tanto, los trabajos continuaban en medio de todas las distracciones. Carter había sacado las dos estatuas guardianas de la Antecámara, y demolió totalmente el muro que la separaba de la Cámara de Enterramiento. Aun con ese muro ausente, el equipo se veía obligado a trabajar en unas condiciones de gran estrechez e incomodidad, mientras se esforzaban por desmantelar las capillas, difíciles de manejar, pesadas y extremadamente frágiles, que encajaban tan estrechamente en la Cámara de Enterramiento que, sin descartar la posibilidad de que fueran simplemente los sarcófagos interiores de un conjunto mucho más grande, parecían haber sido diseñadas a medida para aquel espacio. Tal y como recordaba Carter: «nos dábamos golpes en la cabeza, nos cogíamos los dedos, teníamos que estrujarnos para salir y entrar como comadrejas, y trabajar en todo tipo de posturas embarazosas».[78] Pronto quedó bien claro que los antiguos carpinteros también habían trabajado con dificultades en aquel espacio restringido. A pesar de una infinidad de instrucciones rascadas o pintadas en los componentes de las capillas, éstas no habían sido ensambladas correctamente. Había abolladuras y grietas, quedaban restos del trabajo de carpintería en el suelo y, lo más sorprendente de todo, las puertas de las capillas estaban mal alineadas, de modo que daban al este y no al oeste. Este arreglo inusual probablemente se adoptó para aprovechar el espacio extra ofrecido por el Tesoro; sólo podemos preguntarnos el efecto que pudo tener aquello en el espíritu de Tutankamón mientras partía en su viaje final alejándose del sol poniente, en lugar de dirigirse hacia él.
Las puertas de la segunda capilla se habían abierto y habían revelado una tercera capilla dorada y sellada. El 3 de enero de 1924, en presencia de un pequeño grupo de eruditos, se abrió esta capilla y reveló una cuarta, cuyas puertas estaban cerradas, pero no selladas. Dentro de aquella cuarta capilla se encontraba un gran sarcófago de cuarcita:
Ciertamente, fue un momento de gran emoción, cuando contemplamos el espectáculo mejorado por el llamativo contraste (el brillo del metal) de las capillas de oro que lo protegían. Especialmente deslumbrantes resultaban la mano tendida y el ala de una diosa esculpidas en un extremo del sepulcro, como para rechazar a cualquier posible intruso. Simbolizaba una idea hermosa en su concepción, y parecía realmente una ilustración elocuente de la perfecta fe y la tierna solicitud por el bienestar de su amado que animaba a la gente que moraba en aquella tierra hace más de treinta siglos.[79]
Ese momento de belleza y triunfo tranquilo se vio amargado por dos quejas malintencionadas enviadas a Lacau, una asegurando que se había permitido a un representante de The Times contemplar el procedimiento, y la otra que no había ningún inspector del Servicio de Antigüedades presente cuando se abrieron las puertas de la capilla. Ambas resultaron falsas, ya que Rex Engelbach, inspector general del Servicio de Antigüedades, había asistido a la apertura y pudo confirmar que todo se llevó a cabo con la mayor corrección, pero dejaron mal sabor de boca. El 10 de enero, Lacau escribió una carta muy tensa a Carter, dejando bien claro que la tumba y todos sus contenidos se consideraban propiedad egipcia. Por aquel entonces, la buena relación que en tiempos existió entre Carter y Lacau se había disipado por completo. Carter creía que Lacau intentaba impedir que la valiosa investigación se llevase a cabo siguiendo las normas más elevadas, en beneficio de Egipto y la egiptología, mientras al mismo tiempo se negaba a reconocer los derechos que podía tener la familia Carnarvon sobre la obra que habían financiado. También pensaba que Lacau en particular, y el Servicio de Antigüedades en general, se comportaban de una manera innecesariamente ofensiva, cuando debían estar apoyando los derechos de los egiptólogos contra las exigencias de los políticos. Lo que pensaba Lacau está menos documentado, pero parece que creía, sencillamente, que Carter y su equipo estaban explotando con arrogancia unas propiedades egipcias sobre las cuales, como no egipcios, no tenían autoridad moral alguna.
Tras otro mes de duro trabajo, las cuatro capillas habían sido desmanteladas, sus paneles laterales apoyados en el muro de la Cámara de Enterramiento y su parte superior almacenada en la Antecámara. Ya era hora de abrir el sarcófago interno, pero una grieta que corría por el centro de la tapa amenazaba con convertir aquella operación en algo realmente difícil. Se colocaron unas escuadras de hierro a lo largo de la tapa y se introdujo un sistema de poleas para que se levantase toda de una sola pieza. Carter había invitado a diecisiete egiptólogos a asistir a la elevación, que estaba planeada para el 12 de febrero. El día antes, sin embargo, el Ministerio de Obras Públicas envió una objeción, estipulando que sólo se podía permitir que asistieran quince invitados a la tumba. El tema se resolvió amistosamente y, tal como se había planeado, frente a un público compuesto de dignatarios egipcios, funcionarios del Servicio de Antigüedades y egiptólogos, la tapa de granito se fue izando y quedó suspendida sobre su base de cuarcita. En su interior yacía una figura vendada. Carter y Mace apartaron los frágiles paños de lino y:
… cuando quitamos el último, una exclamación de asombro escapó de nuestros labios, tan maravillosa era la visión que contemplaron nuestros ojos: una efigie dorada del joven rey, de excelente factura, llenaba el hueco del interior del sarcófago. Era la tapa de un magnífico ataúd antropomorfo…[80]
Al día siguiente, la tumba se abrió a la prensa, y entonces se permitió a «las damas», las esposas y familiares de los arqueólogos, que tanto habían sufrido, que asistieran a una visita privada del sarcófago interno y sus contenidos. Pero a última hora de la tarde del 12 de febrero, el gobierno envió un telegrama. La visita de la prensa podía continuar, pero las damas no entrarían en la tumba, ya que no tenían permiso oficial. Esa orden venía del ministro de Obras Públicas, Morcos Bey Hanna, a través de su subsecretario, Mohammed Zaghlul Pasha. Lacau, que encontró incomprensible aquella decisión y escribió a Carter para decírselo, se llevó todas las culpas por no impedirlo. Sin embargo, quizá no resulte tan incomprensible. El nacionalista Morcos Bey Hanna no tenía motivos para plegarse a los deseos de los británicos. Después de todo, ellos le habían metido en prisión por traición, e intentaron que lo ahorcaran el año anterior.
Furioso, el equipo (Carter, Mace, Lythgoe, Breastead, Gardiner y Newberry) mantuvo una conferencia urgente en el hotel Winter Palace. Ésta acabó con una cruda declaración por parte de Carter:
Debido a absurdas restricciones y descortesías por parte del Departamento de Obras Públicas y el Servicio de Antigüedades, todos mis colaboradores, como protesta, se han negado a trabajar más en las investigaciones científicas del descubrimiento de la tumba de Tut.ankh.amen.
Por tanto, me veo obligado a anunciar al público que inmediatamente después de la visita de la prensa a la tumba, esta mañana, entre las 10 y el mediodía, la tumba quedará cerrada y no se llevará a cabo en ella ningún otro trabajo.
Al fin los periodistas tenían algo de lo que escribir. Mientras componían sus titulares: «Cierre en Luxor», la tumba quedó abandonada exactamente tal y como estaba, con la tapa del sarcófago interior precariamente suspendida en el aire. Carter tenía la sensación de que él, su equipo y lady Carnarvon habían sufrido una grave ofensa. El Servicio de Antigüedades, sin embargo, vio el cierre de la tumba como una reacción excesiva e infantil a un asunto de naturaleza trivial. Y más importante aún: lo vieron como una contravención directa del permiso de lady Carnarvon para despejar la tumba. El 20 de febrero de 1924 le retiraron formalmente el permiso; el 22, unos funcionarios del Servicio de Antigüedades confiscaron la tumba y, ya que Carter se había negado a entregarles las llaves, unos trabajadores contratados cortaron los candados de las puertas de la tumba. Mientras Carter iniciaba una acción legal, la respuesta de sus colegas quedó silenciada. Aquellos que trabajaban en la tumba con él le apoyaron, pero los que excavaban lejos de Tebas se resistían a dejarse implicar en una disputa esencialmente local, que podía desbordarse y amenazar su propio trabajo.
No estaba en la naturaleza de Carter darse por vencido fácilmente. Siguieron meses de negociaciones, complicados por el hecho de que Carter se había comprometido a dar una larga serie de conferencias en Estados Unidos y Canadá, un compromiso que no podía romper, ya que ahora no tenía ninguna otra fuente de ingresos.
La tercera temporada: 1924-1925
Carter volvió a Egipto el 15 de diciembre de 1924. Se encontró tratando con un régimen totalmente distinto. El 19 de noviembre, el Sirdar británico (comandante en jefe del ejército egipcio), sir Lee Stack, había sido asesinado. Eso condujo a la caída del gobierno nacionalista y a la imposición de unos controles británicos mucho más estrictos. Saad Zaghlul Pasha había dimitido, y fue reemplazado como primer ministro por Ahmed Ziwar Pasha, antiguo conocido de Carter. Se encontraron accidentalmente en el hotel Continental de El Cairo, y así iniciaron unas discusiones extraoficiales sobre el futuro de la tumba. Siguieron una serie de reuniones oficiales, y al final se llegó a un acuerdo. Lady Carnarvon continuaría pagando las obras en la tumba y sus objetos, pero los herederos de Carnarvon renunciarían a todos los derechos sobre la tumba y The Times perdería su monopolio informativo. La cuestión de la compensación fue sonando hasta 1930, año en que a los herederos les ofrecieron 35.867 libras, 13 chelines y 8 peniques como compensación por sus costes. Lady Carnarvon había prometido pagar un cuarto de esa cantidad a Carter, pero al final le pagó 8.012 libras inicialmente, y 546 libras 2 chelines 9 peniques más tarde, aquel mismo año. El Metropolitan Museum, cuyos costes se habían estimado en unas 8.000 libras, no recibió nada.
7. Protegiendo una de las dos estatuas de guardianes que permanecían en pie ante la entrada de la Cámara de Enterramiento, antes de trasladarla.
A partir de finales de enero de 1925, la breve temporada de trabajos siguió con una calma poco habitual. No se sacó nada de la tumba. Por el contrario, el equipo se concentró en los objetos que ya esperaban para su estudio en el laboratorio de conservación. Ese trabajo vital (fascinante para los egiptólogos) no era noticiable en ningún sentido. Al no haber cada día una exhibición de artículos que abandonaban la tumba, ni tampoco luchas políticas, los reporteros se dispersaron enseguida. Después de dos meses muy productivos, se enviaron diecinueve cajas de antigüedades por vapor al Museo de El Cairo, y Carter y Callender viajaron al norte en coche (Carter se había convertido en gran entusiasta de los automóviles) para supervisar su desembalaje.
La cuarta temporada: 1925-1926
Se reemprendieron los trabajos el 11 de octubre de 1925, con la atención firmemente concentrada en la Cámara de Enterramiento. Carter intentó extraer a Tutankamón de su sarcófago interior antes de que la estación turística de invierno estuviese en pleno apogeo, ya que la afluencia de visitantes entorpecería sus operaciones. Sin embargo, recuperar la momia resultó mucho más difícil de lo que nadie había supuesto. No resultó aparente de inmediato, pero Tutankamón había sido introducido en un juego de tres ataúdes antropomorfos (con forma humana) muy ajustados, colocados en unas andas bajas e introducidos en el sarcófago rectangular. Había poco espacio para maniobrar, los ataúdes eran extremadamente frágiles, y el peso combinado de ataúdes y momia ascendía nada menos que a una tonelada y cuarto.
La primera tarea era levantar la tapa del ataúd externo. Éste se había sujetado por la base mediante un sistema de clavijas de plata que aseguraban diez lengüetas de plata que encajaban en unos huecos de la base. El 13 de octubre se quitaron las clavijas y, usando las asas originales de plata, se levantó la tapa. Ésta expuso un segundo ataúd de madera dorada cubierto por un sudario de lino podrido y guirnaldas de flores de loto y aciano que se desintegraban, entretejidas con hojas de olivo y de sauce.
Este segundo ataúd antropomorfo era mucho más frágil que el primero; mostraba señales de humedad y parte de sus incrustaciones se estaban desprendiendo. Con sólo un centímetro de espacio separándolo del ataúd exterior (Carter ni siquiera podía introducir el dedo meñique entre ambos), lo más sensato era extraer los ataúdes combinados del hondo sarcófago antes de intentar levantar la segunda tapa. Se introdujeron unas clavijas de acero en los huecos originales de la base exterior del ataúd, y se usó un aparato para levantarlos y elevar los ataúdes introducidos uno dentro de otro por encima del sarcófago. Se colocaron rápidamente unas tablas de madera por encima del sarcófago, y la base exterior del ataúd se bajó colocándose en esa mesa improvisada. Desgraciadamente, aunque la tapa del segundo ataúd estaba fija en la base usando el mismo sistema de lengüetas y huecos que el ataúd exterior, no tenía asas. Por tanto no era fácil levantarla. Después de dos días de deliberaciones, se extendieron las clavijas que sujetaban las lengüetas lo más lejos que se pudo de la base del ataúd exterior, se sujetaron unos alambres a esas clavijas y, con lo que parece un movimiento contrario a la intuición, se dejó quieto el segundo ataúd, mientras se bajaba el exterior, dejando el segundo ataúd colgado de una manera algo precaria de su grúa. El ataúd exterior vacío se colocó en el sarcófago para almacenarlo, y todo el segundo ataúd entero se bajó sobre una bandeja de madera colocada sobre el sarcófago abierto.
Se levantó la tapa del segundo ataúd, con considerables dificultades, el 23 de octubre, revelando un tercer ataúd antropomorfo con un sudario de lino de un marrón rojizo cuidadosamente metido a su alrededor para dejar expuesto el rostro. A diferencia de los dos anteriores, este tercer ataúd estaba hecho de oro batido. Ahora resultaba obvio por qué el peso del conjunto de ataúdes apenas disminuía a medida que iban retirando los ataúdes exteriores.
Quizá fuera de oro, pero su ataúd interno no brillaba nada:
… los detalles de la ornamentación estaban ocultos por una capa negra y lustrosa debida a los ungüentos líquidos que evidentemente se habían vertido en profusión sobre el ataúd. Como resultado, ese objeto sin par no sólo estaba desfigurado (como se comprobó posteriormente, de forma temporal) sino que se había pegado por completo al interior del segundo ataúd, y el líquido consolidado había llenado el espacio entre el segundo y el tercer ataúd, casi hasta el nivel de la tapa del tercero.[81]
El ataúd más interno, todavía yaciendo en la base del segundo, fue llevado a la Antecámara, donde había más espacio para moverse. Allí se cubrió la base del segundo ataúd con una capa de cera de parafina caliente, que al enfriarse dejó bien firmes sus delicadas incrustaciones. Finalmente, se extrajeron las clavijas de oro que sujetaban en su lugar la tercera tapa, usando unos destornilladores largos adaptados al efecto. Se levantó la tapa y apareció la momia de Tutankamón, con la cabeza y los hombros cubiertos por una máscara funeraria.
Ante nosotros, ocupando todo el interior del ataúd de oro, se encontraba una momia impresionante, muy pulcra y cuidadosamente tratada, sobre la cual se habían vertido ungüentos para embalsamar… en gran cantidad, endurecidos y ennegrecidos por el tiempo. En contradicción con el aspecto general, oscuro y sombrío, debido a esos ungüentos, se encontraba una máscara brillante y bruñida, se diría que magnífica, que imitaba el aspecto del rey, cubriendo su cabeza y sus hombros, que como los pies, habían sido intencionadamente evitados cuando vertieron los ungüentos.[82]
Los ungüentos a base de resina, que todavía estaban pegajosos en algunos puntos, formaban parte del ritual funerario: Carter estimaba que habían vertido quizá dos cubos enteros encima del rey, evitando cuidadosamente cubrir la cara y los pies. Los ungüentos habían adherido el rostro vendado del rey a su máscara funeraria, y tanto la máscara como su cuerpo al ataúd interior, que en sí mismo estaba también pegado a la base del segundo ataúd. Una vez extrajeron a Tutankamón, Carter hizo una apuesta calculada:
… el interior del ataúd dorado había que forrarlo por completo con gruesas placas de zinc, que no se funden a temperaturas de menos de 520° C. Se dio entonces la vuelta a los ataúdes sobre unos caballetes, el exterior protegido contra el calor excesivo y el fuego por varias mantas empapadas con agua. Nuestro siguiente procedimiento fue colocar bajo el hueco del ataúd de oro diversas lámparas Primus de parafina ardiendo a toda llama. El calor de las lámparas debía regularse para que mantuviese la temperatura por debajo del punto de fusión del zinc. Aquí hay que observar que la capa de cera aplicada en la superficie del segundo ataúd actuó como pirómetro. Mientras siguiera sin fundir bajo la manta humedecida estaba claro que no habría temor alguno de daños.
Aunque la temperatura a la que se llegó fue de unos 500° C, pasaron varias horas antes de que se notase algún efecto. En el momento en que se hicieron obvias las señales de movimiento, se apagaron las lámparas y se dejaron los ataúdes suspendidos sobre los caballetes, donde, después de una hora, empezaron a separarse…
Y en cuanto a la máscara:
De la misma manera que el exterior del ataúd dorado estaba cubierto por una masa viscosa, también lo estaba el interior, al cual se adhería todavía la máscara dorada. Esa máscara también se había protegido envolviéndola con una manta húmeda doblada, empapada continuamente de agua, y su rostro humedecido con unos tampones mojados. Como se había visto sujeta a toda la potencia del calor recogido en el interior del ataúd, se liberó y levantó con relativa facilidad…[83]
Una vez separadas las piezas, el ungüento se pudo eliminar con la ayuda de algunos disolventes de limpieza y un soplete. Resultó obvio que la máscara estaba formada por láminas de oro batido unidas. La superficie de la máscara era de oro de 18,4 quilates, el tocado de oro de 22,5 quilates, y la máscara que se encontraba por debajo de 23 quilates. Había líneas de soldadura en torno a los bordes de la cara y la frente, y unos remaches visibles en la base de la garganta, mientras que la barba era de una pieza separada, hecha de oro con incrustaciones de cerámica vidriada. La máscara llevaba el tocado nemes: un paño que cubría la cabeza y la nuca, con largos faldones de tela descendiendo por detrás de cada oreja hasta el hombro. El tocado llevaba incrustaciones de pasta vítrea azul, y ostentaba en la frente el buitre y la cobra protectores. Los textos inscritos en la parte posterior de la máscara estaban tomados del Libro de los Muertos.
El 31 de diciembre de 1925, el ataúd interior y la máscara funeraria viajaron hacia el norte por tren, escoltados por Carter, Lucas y unos guardias armados. Para mayor seguridad, el tren fue cambiado de vía directamente hasta los jardines del Museo. El resto de la temporada se dedicó a conservar los ataúdes y la joyería.
La quinta temporada: 1926-1927
Se reemprendieron los trabajos con la restitución de la momia y los sarcófagos de granito. Una vez seguro Tutankamón, se volvió la atención hacia el Tesoro. Esa habitación también había sido saqueada, y muchos de sus baúles mostraban las huellas inconfundibles de los sellos rotos. Sin embargo, parecía que habían sufrido menos problemas, o al menos fueron mejor restaurados que los de las otras cámaras. Allí se encontraba una serie de artefactos de elevado simbolismo que incluía una enorme capilla coronada con la figura de chacal del dios funerario Anubis, una enorme cabeza de vaca dorada muy curiosa, representando una forma de la diosa Hathor, y una flota de barcos que permitirían a los muertos navegar a Abidos, el centro de culto de Osiris. Lo más asombroso de todo era el objeto que había llamado la atención de Carter cuatro años antes: el magnífico templete canópico preparado para conservar las entrañas de Tutankamón:
Frente a la puerta, en el extremo más alejado, se encontraba el monumento más hermoso que había visto jamás. Era tan bello que uno se quedaba boquiabierto de asombro y admiración. La parte central consistía en un baúl grande en forma de capilla, completamente lleno de incrustaciones de oro y coronado por una cornisa de cobras sagradas. Rodeándolo —pero independientes— se encontraban unas estatuas de las cuatro diosas tutelares de los muertos, unas figuras graciosas, con los brazos protectores extendidos, tan naturales y llenas de vida en su pose, tan lastimera y compasiva la expresión de sus rostros, que uno sentía que mirarlas era casi un sacrilegio. Cada una de ellas custodiaba la capilla por un lado, pero mientras las figuras de la parte delantera y trasera mantenían la mirada firmemente clavada en su protegido, a las otras dos se les había otorgado una nota de conmovedor realismo, porque sus cabezas estaban ligeramente vueltas a un lado, mirando por encima del hombro hacia la entrada, como si vigilaran para que no hubiera ninguna sorpresa. Hay una grandeza tal en ese monumento que llama de forma irresistible a la imaginación, y no me avergüenza confesar que me puso un nudo en la garganta.[84]
El Anexo fue la última cámara que se despejó. Era la más afectada por los robos, y a diferencia de la «confusión ordenada» de la Antecámara, su restauración pareció haberse realizado mediante el equivalente antiguo a barrer debajo de la alfombra. No había ni un solo centímetro de espacio en el suelo para que Carter y su equipo pudieran permanecer de pie, y la pila de artículos funerarios alcanzaba una altura, en algunos lugares, de 1,8 m:
… un batiburrillo casi indescriptible de todo tipo de enseres funerarios, caídos unos encima de otros. Cabeceros de cama, sillas, taburetes, banquetas, escabeles, tableros de juego, cestas para la fruta, todo tipo de vasijas de alabastro y jarras de vino de cerámica, cajas con figuras funerarias, juguetes, escudos, arcos y flechas y otros proyectiles, todo patas arriba. Cofres abiertos y tirados, con su contenido desperdigado, y de hecho, todo en desorden.[85]
El hecho de que el suelo del Anexo estuviese casi un metro por debajo del suelo de la Antecámara no hacía más que añadir problemas para Carter: los primeros objetos tuvieron que transportarlos miembros del equipo que colgaban de la puerta cabeza abajo, con una cuerda pasada por las axilas, mientras los sujetaban tres o cuatro hombres de pie en la Antecámara. En cuanto pudieron ponerse de pie en la habitación, Carter se dio cuenta de que el Anexo originalmente se había usado para almacenar comida, vino, aceites y perfumes, más algunos muebles variados que correspondían más bien a la repleta Antecámara. Los trabajos se llevaron a cabo lenta y metódicamente, siguiendo un modelo ya probado y experimentado, hasta que se sacó la última pieza del Anexo el 15 de diciembre. Hubo que prestar atención entonces al laboratorio de conservación y a las grandes capillas, que todavía estaban almacenadas por piezas en la Antecámara.
Las temporadas finales: 1928-1930
La temporada de 1928-1929 fue muy pacífica, aunque el equipo se vio acosado por las enfermedades. La temporada de 1929-1930 resultó más delicada. Con el trabajo ya casi terminado, lady Carnarvon había abandonado su concesión, y a partir de 1930 todos los costes los sufragaba el gobierno egipcio. Esto causó problemas a Carter, que como extranjero sin cargo oficial alguno, de repente se encontró expulsado de la tumba y del laboratorio. Su reacción refleja (discutir que las puertas de acero, cerraduras y llaves en realidad pertenecían a lady Carnarvon, y no al Servicio de Antigüedades) hizo poco por ayudar a resolver el conflicto. Finalmente se acordó que las llaves las conservaría un inspector local del Servicio de Antigüedades, que llegaría cada día para abrir las tumbas.
8. «Copa del deseo» de Tutankamón: jarrón de calcita en forma de loto.
La última pieza de las capillas fue extraída de la tumba de Tutankamón en noviembre de 1930. El trabajo de conservación prosiguió durante un año más, y hasta febrero de 1932 no se envió la última remesa de ajuar funerario a El Cairo. El largo trabajo de Carter había concluido por fin, y era libre de volver su atención a la publicación académica de su trabajo.
Carter nunca acabó la publicación de la tumba de Tutankamón. Esto puede explicar por qué nunca recibió ningún reconocimiento oficial por el trabajo de su vida. Los pocos honores académicos que recibió vinieron de fuera. En 1924 recibió un doctorado honoris causa de Yale, y ese mismo año se convirtió en miembro de la Real Academia de Historia de Madrid. Recibió una condecoración del rey de Egipto en 1926 y una condecoración del rey de Bélgica en 1932. Dado que vivió en una época en que prominentes arqueólogos y egiptólogos británicos eran nombrados caballeros habitualmente (sir Flinders Petrie, Leonard Woolley, Max Mallowan, Mortimer Wheeler y Alan Gardiner eran contemporáneos o casi contemporáneos), podía haber esperado algo similar. Su falta de patrocinador, de institución que le apoyase y, quizá, de buena cuna, no ayudaron a su causa, pero a lo mejor había que culpar a su compleja personalidad. La opinión entre sus contemporáneos parece que estuvo dividida: unos pensaban que simplemente era tímido e inseguro por su falta de educación formal, y otros que era un hombre grosero, autoritario y dominante.
Carter murió en Londres el 2 de marzo de 1939. Después de un funeral poco vistoso y al que apenas asistió nadie, fue enterrado en una tumba anónima en el cementerio de Putney Vale. Una simple lápida de piedra conmemoraba: «Howard Carter, arqueólogo y egiptólogo, 1874-1939».[86] Su tumba fue prácticamente olvidada, de modo que cuando en 1991 el arqueólogo Paul Bahn fue a presentar sus respetos al que quizá fue el arqueólogo más famoso de la historia, la piedra de la lápida estaba rota y apenas era posible leer el epitafio. Bahn escribió un artículo en la revista Archaeology en Estados Unidos diciendo que habría que hacer algo para restaurar la tumba para el septuagésimo aniversario del descubrimiento de la tumba de Tutankamón, y los lectores empezaron a mandar cheques.[87] Naturalmente, The Times recogió la historia. El British Museum se decidió a encargar una nueva lápida y los cheques fueron devueltos a los generosos lectores norteamericanos. Hoy en día la tumba ostenta una lápida mucho más espléndida, dedicada a «Howard Carter, egiptólogo, descubridor de la tumba de Tutankamón en 1922. Nacido el 9 de mayo de 1874, muerto el 2 de marzo de 1939». Hay dos citas en textos jeroglíficos: «Oh, noche, extiende tus alas sobre mí como las estrellas imperecederas», una versión del himno a la diosa de la noche, Nut, que está inscrito en muchos ataúdes del Reino Nuevo, se encuentra al pie del marco. La lápida contiene una forma abreviada de la oración grabada en la «copa del deseo» de Tutankamón:
Que tu espíritu viva, que puedas gastar millones de años, tú que amas Tebas, sentado de cara al viento del norte, con los ojos llenos de felicidad.