TUTANKAMÓN: VIDA Y MUERTE
¿Qué importa a nadie, excepto a los egiptólogos y arqueólogos, que LORD CARNARVON y el señor HOWARD CARTER encontrasen en Egipto la tumba del REY TUTANKAMÓN, que reinó y murió más de trece siglos antes de nuestra era? ¿De qué sirve esta nueva prueba de que, en días tan distantes, se soltara el cordón de plata, se rompiera el cuenco de oro, o la jarra se hiciera pedazos en la fuente? Vanidad de vanidades, todo es vanidad, y no hay nada nuevo bajo el sol. Estos antiguos reyes y su pueblo, con sus luchas, ambiciones y conquistas, sus herejías y sus ortodoxias, sus joyas y sus carruajes de ceremonia, ¿no han muerto acaso todos, como otras civilizaciones que los siguieron, como nuestra civilización también puede desaparecer, por muy bien fundada que parezca estar una década antes? ¿Por qué, si nada perdura, si no hay promesa alguna de permanencia en pensamiento o acto, si nuestros pequeños sistemas tienen su día y dejan de existir, deberían los hombres recrearse en las eras pretéritas, viendo que, a pesar de todas sus investigaciones, no pueden arrojar luz sobre cosa alguna que pueda servir como guía para el futuro, ni establecer principio alguno salvo el de la inevitabilidad del cambio? Para semejantes preguntas no existe ninguna respuesta lógica que no sea, a su manera, una paráfrasis del consejo: come, bebe y sé feliz de todas las formas que puedas. Por tanto, si el regocijo del arqueólogo o el egiptólogo surge de cavar en tumbas y ordenar y comparar minuciosamente sus hallazgos, que ningún hombre les envidie su triste pasatiempo, sino que más bien se dedique a su propia afición lo mejor que pueda.
The Times, 1 de diciembre de 1922
La valiosa conclusión es que hay un objetivo para toda actividad humana, por muy inútil que pueda parecernos inicialmente, como:
Reyes muertos en sus tumbas, civilizaciones pasadas y sus registros, por mucho que puedan iluminarnos sobre la historia de la humanidad, en sí mismos son menos importantes que la actividad que conduce a su descubrimiento.