Tutankamón en el extranjero
El descubrimiento de la tumba del rey Tutankamón fue un momento definitorio en la historia cultural de principios del siglo XX. Sobrepasó las fronteras de la arqueología y disparó la imaginación de la gente en todo el mundo, influyendo profundamente tanto en la alta cultura como en la popular, y dio a conocer a millones de personas la civilización del Antiguo Egipto.
JAROMIR MALEK[281]
El brote de egiptomanía que siguió en 1922 al descubrimiento de Tutankamón fue exacerbado, en 1923, por el desvelamiento de una bellísima y ahora mundialmente famosa cabeza de Nefertiti, en Berlín. La cabeza de piedra enyesada y pintada fue descubierta en Amarna por Ludwig Borchardt en diciembre de 1912, pero nunca se había exhibido públicamente. Quizá sería injustamente cínico suponer que el calendario fue deliberado, que Nefertiti era un «spoiler» alemán, dirigido a apartar la atención del Tutankamón británico. Si ésa era la intención, fracasó espectacularmente. Nefertiti, que hasta el momento se había contemplado como una figura menor y relativamente insignificante de Amarna, inmediatamente ocupó su lugar junto a Ajenatón y Tutankamón como celebridad del mundo antiguo; Tiya, que hasta aquel momento había sido la reina más importante, de alguna manera quedó injustamente relegada a un papel de segunda fila. El período de Amarna, un período cuyo arte, moda e incluso estilo de peinados se situaban tan claramente junto al estilo art déco contemporáneo, se volvió tan familiar como nunca había sido. Ese fenómeno no era nuevo; una oleada de egiptomanía comparable siguió a la campaña de Napoleón en Egipto y la publicación de la Description. Tampoco era un fenómeno puramente occidental, aunque fue en Occidente donde resultó más obvio.[282] Sin embargo, quizá fue la primera vez que el Antiguo Egipto penetró en las vidas de las personas corrientes a través de los medios de comunicación, la producción masiva y el comercio minorista, en el cual nuevas tiendas, como Woolworth, ofrecían un estilo adaptado y estandarizado para casi todos los hogares. Tan intensa fue la fascinación con la época dinástica que se sugirió incluso (bastante en serio) que una extensión del metro londinense, que pasaba por Tooting y Camden Town, llevara el nombre de Tootancamden.[283]
Aquellos que no podían viajar a Egipto, podían visitar a Tutankamón sin salir de su casa. El 23 de abril de 1924 (Día de San Jorge), el rey Jorge y la reina María inauguraron la exposición del Imperio Británico en Wembley. Incluida en el Parque de Atracciones, junto con algunas electrizantes, como la gran montaña rusa, el trenecito panorámico y el «suelo movedizo», estaba una «Tumba de Tutankamón» muy convincente (para aquellos que no habían visto el original, claro). La entrada costaba 1 chelín y 3 peniques, u 8 peniques para los niños, y por ese precio, el visitante podía experimentar la excavación arqueológica más famosa del mundo, que había sido creada «por el ingenioso método de formar una entrada en el lugar que en la tumba real sería de roca sólida, y el reducido espacio se ha resuelto convenientemente y el visitante ve los objetos como si estuvieran enmarcados en un cuadro».[284] El resplandeciente despliegue de réplicas de los objetos de la tumba incluía el sarcófago pero no, por supuesto, los ataúdes ni la momia, ya que nadie los había visto aún.
Aquellos objetos se consideraron unas réplicas extremadamente buenas; los jeroglíficos eran una copia tan bien hecha que los lingüistas los podían leer y entender. Habían sido creados para la exposición por un equipo entusiasta de doce artesanos empleados por la firma de los señores William Aumonier e Hijos, y habían contratado a Weigall como consultor para proporcionar el requerido aire de autenticidad egiptológica y aprobación. El público estaba entusiasmado. Carter, que nunca fue hombre que se sometiera a los caprichos del gusto popular, mucho menos. Suponiendo que las réplicas se basaban en los planos y fotografías de la excavación, de los que tenía el derecho de autor, hizo un decidido intento de detener la exposición. El 22 de abril de 1924, el día antes de la inauguración oficial, la primera plana del Daily Express informaba: «El señor Carter intenta poner una bomba en Wembley… intento de cerrar la tumba del faraón… emitida una orden judicial… se dice que las réplicas son ilegales». La misma página anunciaba la muerte de Marie Corelli que, especial hasta el fin, expresó el deseo de que el momento de su muerte se consignase como las siete de la mañana, aunque en realidad muriera a las ocho, porque no aprobaba el cambio de hora veraniego en Gran Bretaña. Carter abandonó la denuncia cuando le aseguraron que Aumonier había obtenido su información de las muchas fotografías sin derechos de autor tomadas por Weigall, el Daily Mail y otros.
En 1992, el historiador cultural Christopher Frayling escribió The Face of Tutankhamen, una serie de televisión de cinco capítulos para la BBC, y un libro que la acompañaba, explorando la forma en que el descubrimiento de Tutankamón fue recibido e interpretado por el público occidental no especializado. Como de pasada, mencionaba que era imposible evaluar la precisión de las réplicas de Wembley ya que, junto con las demás atracciones del Parque de Atracciones, fueron vendidas al final a otras ferias: «Ocasionalmente se han dado avistamientos, pero hasta el momento todos han resultado proceder de otras atracciones “egipcias” extrañas y exóticas».[285] De hecho, las réplicas habían acabado en Hull, ciudad natal de William Aumonier, donde las compró el señor Albert Reckitt. Después de unos años en su colección privada, los objetos fueron donados al Museo de la ciudad de Hull, y se exhibieron en el Museo Mortimer en 1936. Se volvieron a exhibir en 1972 coincidiendo con la auténtica exposición de Londres Tesoros de Tutankamón, y de nuevo en 1993 cuando, con una agradable simetría, Frayling fue invitado a inaugurar la exposición. Hoy en día se exhiben en el Museo de Historia de Hull’s Hands.[286]
La primera oleada de «tutmanía» fue disipándose gradualmente de modo que, en la época de la muerte de Carter, la egiptología había vuelto más o menos a su lugar «adecuado», como reducto de académicos secos y polvorientos. Sin embargo, desde los años sesenta en adelante, una serie de exposiciones itinerantes sobre Tutankamón han servido para reavivar el interés público con relativa frecuencia, recaudando una cantidad de dinero considerable para buenas causas egiptológicas. La gira más conocida, la exposición de 1972-1979 Tesoros de Tutankamón, visitó Gran Bretaña, la URSS, Estados Unidos, Canadá y Alemania Occidental. La etapa británica (albergada por el British Museum y patrocinada, convenientemente, por The Times) se convirtió en la primera exposición «superventas» de Inglaterra. I. E. S. Edwards, conservador de Egiptología del British Museum que tuvo un papel fundamental en la planificación y la realización de la exposición de 1972, reconoció que la exposición podía significar cosas diferentes para la gente:
Yo creía en tiempos que quizá nosotros tuviésemos un derecho especial para reclamar la exposición, porque la tumba había sido descubierta por un arqueólogo británico, pero Magdi Wahba [director de Relaciones Internacionales del Ministerio de Cultura] me desengañó enseguida. Dijo que no era así como lo veía el egipcio medio. A los británicos se les había permitido excavar en lo que siempre había prometido ser uno de los yacimientos más ricos de Egipto. Ellos habían hecho ese maravilloso descubrimiento gracias a la generosidad de los egipcios, que les habían permitido excavar allí, una recompensa suficiente en sí misma.[287]
La exposición de Londres atrajo a 1.656.151 visitantes, encantados de pagar 50 peniques, que era el precio para los adultos. Esos visitantes compraron 458.000 ejemplares del catálogo de la exposición, y 306.000 ejemplares de la guía resumida, dando así un beneficio por las publicaciones solamente de 405.000 libras. El British Museum y The Times pudieron recuperar sus gastos y la UNESCO recibió 654.474 libras que se dedicaron a salvar los monumentos de Filae en Egipto. Mientras tanto, los beneficios indirectos dieron un empuje muy importante a la economía local. La gira actual, Tutankamón y la edad de oro de los faraones (Gran Bretaña, Estados Unidos, Australia) incluye menos objetos de Tutankamón y no lleva la icónica máscara funeraria, pero se ha convertido en la exposición itinerante con más éxito del mundo, atrayendo audiencias de 1.096.473 en la O2 de Londres, 1.270.000 en el Franklin Institute de Filadelfia y 1.044.743 en el Field Museum de Chicago.
Casi noventa años después del descubrimiento de su tumba, las exposiciones que muestran objetos reales o réplicas de Tutankamón son tan populares como siempre. Resulta difícil saber si su interés se extiende al propio Tutankamón o es sólo un reflejo de nuestra fascinación moderna por el consumismo. Ciertamente, suscita algunas preguntas interesantes. ¿Apreciamos a Tutankamón por lo que era, o por la mitología que le ha transformado en la celebridad antigua por excelencia en el ámbito mundial? ¿No será que nosotros, la generación del consumo exacerbado, nos vemos atraídos por la enorme cantidad de objetos de su tumba y su relumbrón, sencillamente, prefiriendo su máscara de oro a su rostro real?