He hablado de ella a lo largo de esta novela, memorias o qué sé yo. Verónica ha compartido mis momentos más tristes y quizá también los más duros: cuando empezamos a comprender que la quimio no iba a frenar este cáncer o cuando descubrimos que la metástasis había llegado hasta los huesos.
Sé que mi vida ha sido intensa y, sin embargo, ahora permanezco recluido en una casa que es mi casa, pero que a veces me parece un calabozo. Juana dice que las cosas podían ir peor y yo reflexiono y me digo que eso es imposible. Luego miro el largo pasillo de mi casa y en alguna ocasión pienso que si ésta es la vida que me espera, menuda mierda. Pero sigo aquí día tras día, esperando que mis piernas algún día vuelvan a ser las de aquel chaval de quince años al que no se le ponía nada por delante.
Mi situación se ha ido deteriorando de tal forma que últimamente Verónica viene a casa a verme; hemos hecho buena amistad. Ella suele aparecer los martes, con su bicicleta y sus ganas de vivir. Me mira, me dice que me encuentra algo mejor y luego me anuncia que con el PSA no podemos hacer mucho, que no conseguimos que baje.
—¿Entonces? —le pregunto.
—Vamos a intentarlo con estas otras pastillas.
—¿Tú crees? —musito.
—Sí —dice ella.
Siempre hay una nueva pastilla, un nuevo medicamento al que agarrarte antes que pensar que todo está perdido. Me gusta saber que Verónica va a venir ya que ella me coloca en el lado de la vida en el que están los buenos. Al despedirse, le gusta detenerse en la puerta del salón y volver a mirarme y decirme que nos vemos pronto; algunos días, cuando ella se marcha, me quedo más desolado y entonces decido volver al mundo maravilloso de los recuerdos, a ese lugar en el que todos éramos felices.
—¿Cómo estás?
Mi hija Ángela suele estar con Verónica y conmigo en esas tardes de martes. Mi mujer no suele hacerlo, le gusta llevar a mis nietas al coro y salir de casa, huir de ese olor que todo lo impregna y que es el del enfermo.
—Bien —digo—. ¿Sabes?, quizá me tomaría un vino.
Ángela vuelve con una botella de vino y nos servimos una copa cada uno. Luego brindamos y nos miramos. Ella me mira y yo sé que cada vez ve mis ojos más vacíos y tristes. Luego sonríe.