En barco o en barcaza

La última parte del río Ebro, aunque parezca mentira, es navegable. Se puede hacer de dos maneras: desde Amposta en dos pequeños barcos de cabotaje, con restaurante y todo; o de una forma mucho más barata, pero también muy divertida: desde una de las lentas barcazas que reciben a los turistas y en las que el «capitán» me explicaba los secretos de las dos orillas. Su voz era ronca y como si se tratase de una letanía me decía:

—En una de ellas todavía permanecen las huellas de lo que se denominaba camí de sirga, que era por donde las mulas arrastraban aguas arriba a las barcazas que habían descendido desde Mequinenza, llevando carbón a los pueblos de las orillas.

Recuerdo que Jesús Moncada inmortalizó esa historia en una magnífica novela que llevaba ese título.

El capitán se volvió y a lo largo de las orillas me mostró unos cajones que eran criaderos de angulas.

—No son para los vascos —anunció—, aunque allí vea usted un gran barracón que pone Aguinaga. Las angulas se crían aquí y se las llevan todas los japoneses, para hacerlas mayores, y comerlas en esos mejunjes que tanto les gustan.

Olmos, así se llamaba el «capitán», era un hombre tranquilo que sabía mucho del delta y del Mediterráneo. En un momento dado miró hacia el fondo y, señalando algo que yo no conseguía ver, explicó:

—No se puede cruzar la «barra», es muy peligrosa y en los días que se ve así, ni los pescadores la cruzan.

Entre el río y el mar se agitaba fuerte un oleaje turbio, que debido a su dificultad para atravesarlo, recibe ese nombre. Dicho y hecho: volvimos hacia arriba, a Deltebre, para luego pasear tranquilamente por las tierras sembradas de arroz, llegar al restaurante La Fusta y tomar una buena ensalada y unas anguilas que sabían apestosamente a río turbio, pero que resultaron interesantes en ese mediodía luminoso. En una pequeña barquichuela recorrí la laguna de La Encanyisada y recuerdo que en algún momento me creí que andaba por Venecia. Eso es lo bueno de viajar: soñar y pensar que estás en todas partes y en ningún lugar.