Como digo, llevo en casa recluido dos largos meses y en este tiempo las visitas de los amigos han sido fundamentales, sin olvidar el día en el que el ministro Corbacho se presentó en mi casa para concederme la Medalla del Trabajo. Mis nietas no daban crédito y entre tanto guardaespaldas, protocolo, flores y ministros sacaron la conclusión de que su abuelo era el tipo más famoso de España.
Pero vuelvo a mis amigos, los que me han ayudado, y siguen haciéndolo, a atravesar este desierto. Ángel Artal ha sido uno de mis apoyos; puedo casi asegurar que tras darme el alta de la neumonía ha venido a casa todos los días: me tomaba la tensión, me auscultaba, me oía el corazón y ladeaba la cabeza queriéndome decir que las cosas no iban bien del todo. También Borrás, siempre acompañado de algún dulce y de su buen humor, y Emilio Gastón y Eloy, que venían a informarme de las cosas más insólitas. Un día del mes de enero Eloy llegó para decirme que querían investirme doctor honoris causa por la Universidad de Zaragoza; acepté, como no podía ser de otra forma. Luego vino un murmullo negro de voces envidiosas que decían que yo no tenía méritos para ser nombrado doctor honoris. Eloy llamó muy preocupado y yo le dije que estuviera tranquilo. Que Juana y yo estábamos tranquilos, que bastante teníamos con lo que teníamos.
Pepe Melero ha sido otro de los asiduos y Pérez Latorre, que en esos momentos andaba liado con la rehabilitación de la estación de Canfranc. Un día, antes de que la enfermedad se enquistara como lo está haciendo, me llevó a ver la obra y disfruté con sus palabras y con mis recuerdos. Por casa en esos días pasaron amigos y más amigos: Luis, Félix, Ignacio, Ismael, Eva, Cristina, Mari, Rodolfo, Antonio, Marina, Joaquín, José Luis Polo, con su mundo y su humor colmado de aciertos… Es imposible nombrarlos a todos; me gustaría, pero las fuerzas y la memoria fallan cada vez más.
Sin embargo, y a pesar de los amigos, las horas de soledad han sido muchas y en esas horas mi cabeza se iba siempre hacia lugares y tiempos muy lejanos, cuando de verdad estaba vivo y sentía la vida en toda su grandeza.