A las doce…

A las doce del mediodía de un martes 29 de octubre me daban la Medalla de Bellas Artes junto a otras diez personas. Fue un acto sobrio y rápido, lo cual agradecí. Al salir de allí intenté llegar al coche y de repente sentí que las piernas no eran mías y que todo el calor del mundo se apoderaba de mi cuerpo maltrecho y enfermo.

—Paula, no puedo —dije.

Me sentaron en un banco frente al puerto, mientras Paula se acercaba hasta el parking para coger el auto. Salimos de Santander atravesando calles interiores que si bien no me recordaban a Zaragoza, sí que en alguna medida me acercaban a mi ciudad. Tenía ganas de estar en Zaragoza; tenía miedo y ganas de estar en Zaragoza.