Vuelta de tuerca
El verano de 2009 lo pasé con más pena que gloria, porque en junio Verónica me comunicó —nos comunicó a todos— que había metástasis en huesos y que las cosas no pintaban demasiado bien. Las sesiones de quimio no las aguantaba, así que entre Germá y ella habían decidido que comenzase un tratamiento de quimio en pastillas. Juana había estado casi todo el invierno organizando un viaje a Austria que no llegamos a hacer y que ahora, supongo, jamás llegaré a hacer.
Cuando las cosas se tuercen —en aquel momento se habían torcido— uno decide agarrarse a la vida de una forma excepcional. Decidí eso: agarrarme a la vida y torné las cartas en positivo, pasando entre Villanúa y Altafulla uno de mis mejores veranos. Aquel mayo Eduardo, Carbonell y yo habíamos sacado al mercado el LP Vaya tres, y debo decir que para mí fue la mejor terapia.
De todos los conciertos que dimos recuerdo especialmente el que tuvo lugar en Lanuza. Aquel día vinieron mis hijas Ángela y Paula y recuerdo que fuimos felices, acariciando ese lugar perfecto que se instala entre las montañas cuando uno está en paz consigo mismo. Dicen que abusé, puede que fuera así, porque había decidido no parar: si la metástasis quería joderme no iba a cogerme detenido. Y seguí dando guerra, batallando entre conciertos y conferencias, esperando que llegara el 12 de octubre, fecha en la que desde el balcón del Ayuntamiento iba a ser pregonero de las fiestas del Pilar.