Empecé con las sesiones de quimioterapia en octubre de 2008. Aquel mismo verano, antes del viaje a Rusia, los urólogos optaron por considerar incontrolable a mi cáncer y decidieron que donde mejor iba a estar sería en manos de oncólogos. Un día de junio aparecí en la consulta de la doctora Calderero. Ella iba a ser mi doctora. Fue una visita agradable. Verónica me dijo que teníamos que empezar la quimioterapia cuanto antes, pero yo le dije que tenía muchas cosas que hacer: un viaje a Rusia, el estreno de mi hija Ana en septiembre, en Avilés, de su nueva obra de teatro…
Ella me escuchaba y al fin se decidió a hablar.
—Parece que el cáncer no te impide hacer una vida normal —dijo.
—No —dije yo.
—Eso está bien —anunció ella—. Los indicadores —prosiguió— no están demasiado altos, vamos a empezar con un tratamiento oral: te vamos a dar la quimioterapia suministrada en pastillas, de forma que podrás viajar a Rusia y luego en septiembre nos vemos y estudiamos el viaje a Avilés.
Abandoné aquella consulta realmente contento y aquel verano, como ya he contado, me fui a Rusia y luego en septiembre cometí el tremendo error de viajar a Avilés. Zaragoza-Avilés, catorce horas de viaje en casi todos los medios de transporte: autobús, tren, coche de línea y taxi.
Aquel viaje lo hicimos mi mujer y yo para acudir al estreno de una obra de teatro de mi hija Ana y fue un desatino tal que ahora pienso que ese sin dormir y ese desasosiego de no saber cuándo vas a llegar ni en qué medio de transporte aceleró mi cáncer de próstata. Volví de Avilés un lunes, el martes tenía visita con Verónica y esa misma mañana comenzaron las sesiones de quimioterapia, esta vez nada de pastillas. La verdadera lucha empezaba.